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domingo, 13 de junio de 2010
515.- JOSÉ MARÍA EGUREN
(Lima, 8 de julio de 1874 – Lima, 19 de abril de 1942)
Catalogado por muchos como la contradicción de José Santos Chocano, a quien además él conocía, el poeta limeño José María Eguren, como Vallejo, con quien también entabló amistad, fue un incomprendido más de la época. Su obra, un complejo compendio de fantasías poéticas, no hacen más que revalidar la verdadera esencia de la poesía más pura y metafórica que hay.
Sólo le bastaron cuatro obras para dejar huella en la historia poética del mundo. Cuatro obras para convertirse en uno de los máximos representantes de la corriente vanguardista literaria. Cuatro obras para saber quien es José María Eguren. Pero ninguna de ellas muestra visos de acontecimientos históricos que hayan influenciado en su poesía. Es que Eguren vivió una vida paralela. Una vida propia en un mundo propio pero ajeno al resto. Un mundo riquísimo que él tuvo que inventar para encontrar refugio y vivir la vida que hubiera querido vivir, o que vivió con el mayor fervor y compromiso.
Paso su vida entre su casa en Lima y las largas temporadas en la haciendo familiar “Chuquitanta”. Enfermizo como era, fue un tutor su maestro y único compañero de clases. Este estilo de vida hizo de él un solitario pero intrépido artista. Inspirado en los paisajes que veía, fue pintor, artista plástico y hasta fotógrafo empírico. Al instalarse en Barranco comenzó a publicar hasta que cayó enfermo y sumergido en el mar de la soledad.
OBRAS: “Simbólicas” (1911), “La canción de las figuras” (1916), “Sombra” (1929), “Rondinelas” (1929)
MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONNETTE
Suena trompa del infante con aguda melodía…
La farándula ha llegado a la reina Fantasía;
Y en las luces otoñales se levanta plañidera
La carroza plañidera.
Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
Y con sus caparazones los acéfalos caballos;
Van azul melancolía
La muñeca. ¡No hagáis ruido!;
Se diría, se diría
Que la pobre se ha dormido.
Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.
Ya monótona en litera
Va la reina de madera;
Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena el pífano campestre con los aires de la danza.
¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!
Con silente poesía
Va un grotesco Rey de Hungría
Y los siguen los alanos;
Canción cubista
Alameda de rectángulos azules.
La torre alegre
del dandy.
Vuelan
mariposas fotos.
En el rascacielos
un gallo negro de papel
saluda la noche.
Más allá de Hollywood,
en tiniebla distante
la ciudad luminosa,
de los obeliscos
de nácar.
En la niebla
la garzona
estrangula un fantasma.
El andarín de la noche
El oscuro andarín de la noche
detiene el pasa junto a la torre,
y al centinela
le anuncia roja, cercana la guerra.
Le dice al viejo de la cabaña
que hay batidores en la sabana;
sordas linternas
en los juncales y oscuras sendas.
A las ciudades capitolinas
va el pregonero de la desdicha;
y en la tiniebla
del extramuro, tardo se aleja.
En la batalla cayó la torre;
siguieron ruinas, desolaciones;
canes sombríos
buscan los muertos en los caminos.
Suenan los bombos y las trompetas
y las picotas y las cadenas;
y nadie ha visto, por el confín;
nadie recuerda
al andarín.
El bote viejo
Bajo brillante niebla,
de saladas actinias cubierto,
amaneció en la playa,
un bote viejo.
Con arena, se mira
la banda de sus bateleros,
y en la quilla verdosos
calafateos.
Bote triste, yacente,
por los moluscos horadado;
ha venido de ignotos
muelles amargos.
Apareció en la bruma
y en la armonía de la aurora;
trajo de los rompientes
doradas conchas.
A sus bancos remeros,
a sus amarillentas sogas,
viene los cormoranes
y las gaviotas.
Los pintorescos niños,
cuando dormita la marea
lo llenan de cordajes
y de banderas.
Los novios, e la tarde,
en su alta quilla se recuestan;
y a los vientos marinos,
de amor se besan.
Mas el bote ruinoso
de las arenas del estuario,
ansía los distantes
muelles dorados.
Y en la profunda noche,
en fino tumbo abrillantado,
partió el bote muriente
a los botes lejanos.
El dominó
Alumbraron en la mesa los candiles,
moviéronse solos los aguamaniles,
y un dominó vacío, pero animado,
mientras ríe por la calle la verbena,
se sienta iluminado,
y principia la cena.
Su claro antifaz de un amarillo frío
da los espantos en derredor sombrío
esta noche de insondables maravillas,
y tiende vagas, lucífugas señales
a los vasos, las sillas
los ausentes comensales.
Y luego en horror que nacarado flota,
por la alta noche de voluntad ignota,
en la luz olvida manjares dorados,
ronronea una oración culpable, llena
de acentos desolados,
y abandona la cena.
Favila
En la arena
se ha bañado la sombra
una, dos
libélulas fantasmas...
Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.
Medio siglo
y en el límite blanco
esperamos la noche.
El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.
En la sombra
Ríen los triángulos.
La canción del regreso
Mañana violeta.
Voy por la pista alegre
con el suave perfume
Del retamal distante.
En el cielo hay una
guirnalda triste.
Lejana duerme
la ciudad encantada
con amarillo sol.
Todavía cantan los grillos
trovadores del campo
tristes y dulces
señales de la noche pasada;
Mariposas oscuras
muertas junto a los faroles;
En la reja amable
una cinta celeste;
tal vez caída
en el flirteo de la noche.
Las tórtolas despiertan,
tienden sus alas;
las que entonaron en la tarde
la canción del regreso.
Pasó la velada alegre
con sus danzas
Y el campo se despierta
con el candor; un nuevo día.
Los aviones errantes,
las libélulas locas
la esperanza destellan.
Por la quinta amanece
dulce rondó de anhelos.
Voy por la senda blanca
y como el ave entono,
Por mi tarde que viene
la canción del regreso.
La dama I
La dama I, vagorosa
en la niebla del lago,
canto las finas trovas,
va en su góndola encantada
de papel a la misa
verde de la mañana.
Y en su ruta va cogiendo
las dormidas umbelas
y los papiros muertos.
Los sueños rubios de aroma
despiertan blandamente
su sardana en las hojas.
Y parte dulce, adormida,
a la borrasca iglesia
de la luz amarilla.
La luz de Varsovia
Y en la racha que sube a los techos
se pierden, al punto, las mudas señales,
y al compás alegre de enanos deshechos
se elevan divinos los cantos nupciales.
Y en la bruma de la pesadilla
se ahogan luceros azules y raros,
y, al punto, se extiende como nubecilla
el mago misterio de los ojos claros.
La niña de la lámpara azul
En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su caballo la garúa
de la playa de la maravilla.
Con voz infantil y melodiosa
con fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.
Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.
De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.
La Pensativa
En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la Pensativa.
La vi en azul de la mañana,
con su mirada tan lejana;
que en el misterio se perdía
de la borrosa celestía.
La vi en rosados barandales
donde lucía sus briales;
y su faz bella vespertina
era un pesar en la neblina...
Luego marchaba silenciosa
a la penumbra candorosa;
y un triste orgullo la encendía,
¿qué pensaría?
¡Oh su semblante nacarado
con la inocencia y el pecado!
¡Oh, sus miradas peregrinas
de las llanuras mortecinas!
Era beldad hechizadora;
era el dolor que nunca llora;
¿sin la virtud y la ironía
qué sentiría?
En la serena madrugada,
la vi volver apesarada,
rumbo al poniente, muda, esquiva
¡la Pensativa!
Las bodas vienesas
En la casa de las bagatelas,
vi un mágico verde de rostro cenceño,
y las cincidelas
vistosas le cubren la barba de sueño.
Dos infantes oblongos deliran
y al cielo levantan sus rápidas manos,
y dos rubias gigantes suspiran,
y el coro preludian cretinos ancianos.
Que es la hora de la maravilla;
la música rompe de canes y leones
y bajo chinesca pantalla amarilla
se tuercen guineos con sus acordeones.
Y al compás de los címbalos suaves,
del hijo del Rino comienzan las bodas;
con sus basquiñas enormes y graves
preséntase mustias las primeras beodas.
Y margraves de añeja Germania,
y el rútilo extraño de blonda melena,
y llega con flores azules de insanía
la bárbara y dulce princesa de Viena.
Y al dulzor de las virgíneas camelias
van pos del cortejo la banda macrobia,
y rígidas, fuertes, las tías Amelias;
y luego cojeando, cojeando la novia.
Lied I
Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.
Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.
Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino,
señales de muriente dolor.
Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.
Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.
Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.
Lied III
En la costa brava
suena la campana,
llamando a los antiguos
bajales sumergidos.
Y como tamiz celeste
y el luminar de hielo,
pasan tristemente
los bajales muertos.
Carcomidos, flavos,
se acercan bajando...
y por las luces dejan
oscuras estelas.
Con su lenguaje incierto,
parece que sollozan,
a la voz de invierno,
preterida historia.
En la costa brava
suena la campana
y se vuelven las naves
al panteón de los mares.
Lied V
La canción del adormido cielo
dejó dulces pesares;
yo quisiera dar vida a esa canción
que tiene tanto de ti.
Ha caído la tarde sobre el musgo
del cerco inglés,
con aire de otro tiempo musical.
El murmullo de la última fiesta
ha dejado colores tristes y suaves
cual de primaveras oscuras
y listones perlinos.
Y las dolidas notas
han traído la melancolía
de las sombras galantes
al dar sus adioses sobre la playa.
La celestía de tus ojos dulces
tiene un pesar de canto,
que el alma nunca olvidará.
El ángel de los sueños te ha besado
para dejarte amor sentido y musical
y cuyos sones de tristeza
llegan al alma mía,
como celestes miradas
en esta niebla de profunda soledad.
¡Es la canción simbólica
como un jazmín de sueño,
que tuviera tus ojos y tu corazón!
¡Yo quisiera dar vida a esta canción!
Los reyes rojos
Desde la aurora
combaten los reyes rojos,
con lanza de oro.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
Por la luz cadmio,
airadas se ven pequeñas
sus formas negras.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
Nocturno
De Occidente la luz matizada
se borra, se borra;
en el fondo del valle se inclina
la pálido sombra.
Los insectos que pasan la bruma
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.
Por el tronco ya sube, ya sube
la nítida tropa
de las larvas que, en ramas desnudas,
se acuestan medrosas.
En las ramas de fusca alameda
que ciñen las rocas,
bengalíes se mecen dormidos,
soñando sus trovas.
Ya descansan los rubios silvanos
que en punas y costas,
con sus besos las blancas mejillas
abrazan y doran.
En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.
Que así viene la noche trayendo
sus causas ignotas;
así envuelve con mística niebla
las ánimas todas.
Y las cosas, los hombres domina
la parda señora,
de brumosos cabellos flotantes
y negra corona.
Peregrín cazador de figuras
En el mirador de la fantasía,
al brillar del perfume
tembloroso de armonía;
en la noche que llamas consume;
cuando duerme el ánade implume,
los órficos insectos se abruman
y luciérnagas fuman;
cuando lucen los silfos galones, entorcho
y vuelan mariposas de corcho
o los rubios vampiros cecean,
o las firmes jorobas campean;
por la noche de los matices,
de ojos muertos y largas narices;
en el mirador distante,
por las llanuras;
Peregrín cazador de figuras
con ojos de diamante
mira desde las ciegas alturas.
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