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viernes, 26 de marzo de 2010

340.- ISABEL RODRÍGUEZ BAQUERO


Poeta y novelista española nacida en Madrid en 1938.
Su infancia transcurrió en un gran ambiente cultural hogareño que la impregnó desde niña de cultura clásica.
Es Licenciada en Filología Románica por la Universidad Complutense de Madrid y tiene una vasta experiencia en la enseñanza de la Lengua, en Madrid, Barcelona y Durango. Actualmente se dedica a la docencia en Priego de Córdoba.
Su poesía, según ella reconoce, es el producto de la influencia que en ella ejercieron escritores como Baudelaire, Blas de Otero, Cernuda, Antonio Machado, Guerlain, Aleixandre y Neruda, entre otros.
De los galardones recibidos merecen destacarse: el Segundo Premio de la Real Academia de Córdoba en 1977, el Premio Antonio Machado de Poesía para Profesores de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía en 1984, los Primeros Premios de Poesía y Narrativa Mujerarte de Lucena, Córdoba en 1992, y el Premio de Poesía Dolores Ibarruri de Andújar, Jaén en 1999.
De sus once libros de poesía se destacan especialmente: «Íntimo Laberinto», «El Grito del Estornino», «Tiempo de Lilas», «Los Rosales Oscuros», «Ardiendo en el Ocaso», «El Punto de Vista», y su antología «Caleidoscopio»


Ars amandi

La tarde incandesecente, primaveral y clara,
se evade hacia las lindes en sombra del ocaso,
abandonando voces, pupitres y ficheros,
cementerios y perros, andenes y jacintos.

Pasan tibios retazos de palabras y risas
y pájaros perdidos detrás de los cristales.
Estalla primavera en todos los aleros
Y en los adolescentes tendidos en la yerba.

Es hermosos vivir sintiéndose vivido,
es cálido gozar la luz en compañía,
es intenso sentir que la vida se agolpa
en la palabra exacta y en los hondos silencios.

Es glorioso sentirse comenzar con la vida,
levantarse la sangre en pie de amor; es dulce
palpitar en la misma emoción inquietante
y buscarse los labios, atónitos de besos.

Es preciso vivirse, desvivirse, gozarse
y beberse a oleadas la tarde fugitiva,
antes de que las horas arrastren a la arena
los restos inservibles del último naufragio.







Concierto barroco

Primavera

Allegro

I
Ojalá que te bebas mis sueños,
que mi nombre se extienda por todo tu cuerpo.

Que me pierda en tu piel de aceituna
en las lentas horas de abril y de luna.

Ojalá a mi cintura
se amarre la cinta de tu sangre oscura.

Y que por tus labios
húmedos y sabios
transiten mis besos de óxido y de llanto.

Ojalá que asciendas
por mi sangre enhiesta
con la fiebre izada como una bandera.

Aunque luego huyas.
Aunque nunca vuelvas.
Aunque se haga negra
esta primavera.

Aunque yo me muera.

II
Se ha subvertido el orden,
la ley, lo establecido...
Las lágrimas son cifra de un gozo innominado,
el silencio es intenso mensaje estremecido,
lo que ayer importaba
ahora parece ínfimo,
el sosiego hace daño,
el placer es gemido...
Nos corona la noche de dalias y de mirto.


III
En esta amanecida inaugural y áurea
un ángel con melena llega de los pinares;
lo acerca nuestro aliento de besos y de mares
hasta el lecho de hierba donde el amor se instaura.

Nos contempla y sonríe, nos envuelve en su aura
de acuática armonía, de luz y pleamares,
anudados, febriles, confundidos, impares,
exhaustos en un ansia que la noche restaura.

Génesis de la vida súbitamente abierta
en tu carne y mi carne, en mi surco y tu arado,
invasión consentida de mi huerto sellado,

luminosa lanzada rasgando mi cintura,
muerte que siembra vida, vida que se inaugura.
Paraíso cerrado que nos abre su puerta.

* * *

Verano

Vivace

I
Tan alta era, tan alta,
la torre de tu cuerpo.

Y tan honda, tan honda,
mi raíz de misterio.

Yo no acerté a escalarla.
Tú no bajaste al fondo
profundo del deseo.

(Primavera lloraba
soledad a lo lejos)

Se levantó la noche
desde un mar de silencio.


II
Qué fulgor derramado esta luna de cera,
qué imparable este río
de mis venas abiertas
vertiéndose incesante en tu mar sin orillas.

Qué raudal de agonía
desatinada y plena,
de mi boca a tu boca,
de mi mar a tu arena.

Qué deslumbrante herida,
qué llama inapagada,
qué dulce y ardua furia de vientos anudados,
qué tierna la derrota despues de la batalla...

* * *

Otoño

Adagio

¿Qué estoy haciendo ahora,
varada en mi ventana,
mientras un nuevo otoño incendia los pinares
y derrama en mi mesa
su dulce llamarada?

(Y tu piel allá lejos,
y tu boca temprana)

¿Y por qué este inventario
de ardores y de inviernos,
de la sed y del agua?

(Y tu risa perfecta.
Y tu boca lejana...)

II
En la soledad espesa de esta noche de octubre
una puerta se abre...
Tal vez sea sólo el viento.
Seguramente, nadie.

Tal vez sólo la lluvia,
penetrante y cercana,
con sus húmedos dedos llamando en mis cristales.

Tal vez sólo el crujido
con que se ensaña el tiempo
sobre la piel opaca de las fotografías

Tal vez nunca se abra
la puerta del deseo.

Mas tal vez esta noche
de octubre suntuoso
se produzca el milagro.

(Y ni yo sé decir
el milagro que espero...)

* * *

Invierno

Andante

Contemplo atentamente
mi rostro en el espejo,
y me asombro de súbito ante esta boca ávida
y ante el largo relámpago
de estos ojos famélicos.

Lo que miro en mi rostro
varado en el espejo
es sobre todo el hambre.







Dulce furia

Qué fulgor derramado esta luna de cera,
qué imparable este río
de mis venas abiertas
vertiéndose incesante en tu mar sin orillas.

Qué raudal de agonía
desatinada y plena,
de mi boca a tu boca,
de tu mar a mi arena.

Qué deslumbrante herida,
qué llama inapagada,
qué dulce y ardua furia de cuerpos anudados,
qué tierna la derrota después de la batalla...







En pie de amor

Es imposible contener el grito
con que toda mi sangre levantada
en pie de amor, atroz, enajenada,
en ti se vierte en implacable rito.

Es imposible y, sin embargo, quito
volumen a mi voz; la tengo atada
al silencio, por siempre enajenada
sangre y voz; sin plegarias y sin gritos.

Y aun siendo así, tan terca es la esperanza,
tan incansable, tan rebelde y fiera,
que aun en esta mudez que me sentencio

día a día se pone en la balanza,
y contra la evidencia, espera: espera
que tú puedas oírme en el silencio.







Entonces

Cuando ya nada importe.
Cuando ya hasta los grillos más tenaces
apaguen el clamor de su chirrido;
cuando por las esquinas de la noche
se eclipsen los deseos
y en un rumor de oscura madreselva
se confundan los ecos
de la impaciencia antigua
y sus desvelos.

Cuando el airado cielo y su tumulto
se entreguen al silencio,
cuando el viento recueste su cabeza
y se evapore el mar...

Entonces me veréis
llegar, intacta, envuelta
en el azul sudario de mi vida,
regresada, veraz, indemne, libre,
a salvo de ataduras
de amor y de naufragios,
del largo desconsuelo
y la voraz urgencia.

Entonces, sólo entonces.
Cuando ya nada importe.
Cuando todo esté aquí.

De "Oleajes"








Eros

Escalo la montaña de tu pecho.
Tus manos son la suma del ardor.
Me pierdo por la fiebre de tus labios.
Nos estalla en los muslos un volcán.

Tu aroma de canela y yerbabuena.
Mi almizcle y mi naranja y mi jazmín.
Y tu olor de simiente desgranada,
y la arena anhelante de mi sed.

Las palabras son música infinita,
estremecido son de viento y mar,
puertas del abandono y la pasión.

No necesito verte: te dibujo
con mis dedos, mis labios y su sal.
Y paladeo el gusto de tu piel.







Final

Yo subiré al amparo de tus labios
entre nubes de acero desgarradas
y trenzarán al fin mis dedos sabios
las olas de tu aliento desatadas.

Yo llevaré a tu puerta mi astrolabio
y mi esfera armilar y mis andadas.
Y llegaré sin dudas ni resabios,
sin historia y sin huellas, y sin nada.

Y dormiré al cobijo de tus besos.
Y a la luz tersa de la amanecida
carne y carne serán glorioso cepo.

Monumento de amor serán los huesos.
Árbol sin fin los enlazados cuerpos
con su savia de sangre estremecida.







Inútil

Es inútil soñar aquellos besos.
Inútil evocar aquellas horas,
aquel agonizar los dos, obsesos
de soledad, de sed devastadora.

Inútil demandar a nuestros huesos
alzarse sobre el tiempo y nuestro ahora;
que tú ya no eres tú, ni yo, ni esos
instantes volverán. Inútil. ¿Lloras...?

Pero no. Tú no lloras. Tú, sombrío.
Inútil esperar una palabra.
Inútil ensanchar el llanto mío.

Inútil ya el vivir. Tu mano labra
-qué impiadoso el buril de tu sentencia-
mi muerte, sobre el barro de tu ausencia.






Nocturno

Estás en mí, esta noche, sin posible retorno,
sin un solo recurso que me libre de ti.

Te siento en mi cintura como un estrecho abrazo,
te siento en mi garganta, donde tiembla tu voz.

Me siguen en la noche tus ojos insondables,
ese infinito océano, oscuro y abismal.

Me envuelve tu silencio, tu indefensa ternura,
tus largos aislamientos, tu tristeza tenaz.

Me salpica la boca el chorro de tu risa,
subes en oleadas constantes por mi piel.

No puedo defenderme del calor de tus manos,
ni de tu boca triste, ni de tu claridad.

Te siento como un hierro candente en el costado,
llevo grabada a fuego la marca del amor.

Estás entre mis libros, mis antiguos papeles,
la música que amo, en mi viejo reloj.

Te enredas en mis versos, te bebes mis palabras
y todo lo que escribo te transparenta a ti.

Esta noche te siento subir por mi silencio
y siento que ya nada me queda por hablar.

No quiero que me ocupes, no quiero que me afluyas
como un río incesante de piedras y de sal.

No quiero que me envuelvas, pero tal vez lo quiero.
Tal vez ya no supiera cómo vivir sin ti.

Estás en mí, esta noche, y ya no me defiendo:
arrásame la vida y déjame morir.






Ojalá

Ojalá que te bebas mis sueños,
que mi nombre se extienda por todo tu cuerpo.

Que me pierda en tu piel de aceituna
en las lentas horas de abril y de luna.

Ojalá a mi cintura
se amarre la cinta de tu sangre oscura.

Y que por tus labios
húmedos y sabios
transiten mis besos de óxido y de llanto.

Ojalá que asciendas
por mi sangre enhiesta
con la fiebre izada como una bandera.

Aunque luego huyas.
Aunque nunca vuelvas.
Aunque torne negra
esta primavera.

Aunque yo me muera.







Omnia

Todo el dolor y toda la alegría
caben en este amor que me levanta,
que me exalta y me abaja y me adelanta
hasta ti, y me hace nueva cada día.

Cuanto tú me pidieras te daría.
Limpia dicha de darte, clara y alta,
la fuente jubilosa que me salta
en las entrañas, honda vida mía.

Yo te ofrezco mi voz enmudecida
porque tú me lo pides; si quisieras,
si el dique del silencio se rompiera,

te asombrara mi voz de tan quebrada,
a tan largo silencio acostumbrada
y en tan largo silencio enronquecida.








Penélope

No creáis mi historia:
los hombres la forjaron
para que el sacro fuego de inventados hogares
no se apagara nunca en femeniles lámparas.

No creáis mi historia
Ni yo esperaba a Ulises
Tantas Troyas y mares y distancias y olvidos...,
ni mi urdimbre de tela
desurdida de noche
se trenzaba en su nombre.

Mi tela era mi escudo,
no del honor de Ulises,
no de la insomne espera
del ya más extranjero
que los lejanos príncipes que acechaban mi tálamo.

Y si el arco de Ulises
esperaba su brazo,
es porque yo al arquero
sólo desdén profeso,
y nada me interesan sus símbolos de pureza:
sus espadas, sus arcos,
sus tremolantes cascos
y las espesas sangres
de su inútil combate.

No creáis en mi historia
Cuando volvió el ausente
me encontró defendiendo con mi ingeniosa urdimbre
mi derecho inviolable al tálamo vacío,
a la paz de mis noches,
al buscado silencio:
la soledad es un lujo que los dioses envidian.

De "Tiempo de lilas"







Viaje

He cerrado mi maleta
sobre el viejo cadáver que alimento a diario,
con el forro gastado de sus ropas cansinas,
su casi imperceptible olor a camposanto,
su traslúcida piel.

He cerrado mi puerta
tras el silencio espeso de la alcoba vacía,
con sus sábanas yertas de irrevocable ausencia,
sus ventanas cerradas al rumor de la vida,
su lenta oscuridad.

He cerrado mi maleta
y he metido en el fondo, con mi viejo cadáver,
un candil de esperanza y unas gotas de olvido,
un traje de deseo y unas botas de andar;
y he salido a la luz.

He cerrado la casa.
Les he vuelto la espalda a los ciegos rincones,
a las hoscas paredes que musitan rencor,
y he comenzado un viaje sin destino y sin rumbo,
un viaje que me enseñe,
desde los vericuetos y vueltas del camino,
a enterrar mi cadáver definitivamente
y a nacer otra vez





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