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viernes, 26 de marzo de 2010

338.- ÁNGEL AUGIER


Poeta, ensayista, periodista, investigador literario y crítico cubano nacido en Holguín en 1910.
Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana, con estudios posteriores en el Instituto de Literatura Mundial Máximo Gorki de la Academia de Ciencias de Moscú, es una de las grandes figuras de la literatura cubana contemporánea.
Es miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua, miembro del Consejo Asesor del Centro de Estudios Martianos, miembro fundador de la Unión de Periodistas y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y presidente de la Fundación Nicolás Guillén. Ha sido, además, coeditor de revistas literarias cubanas y colaborador de varias publicaciones periódicas de otros países. Como conferencista invitado y como becario de la Unesco, ha viajado por numerosos países de América, Europa y Asia Central.
Fue condecorado con la Orden Nacional Félix Varela, de Primer Grado y obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1991.
Su obra poética se encuentra reunida en una antología publicada en 1980 y en «Todo el mar en la ola» en 1989.




A la luz de tu sombra conmovida...

A la luz de tu sombra conmovida
deja de escuchar a tantas voces tuyas,
me quedaré desnudo de silencio
cuando me des tu intimidad desnuda.

Los recuerdos que corren por tu sangre
Te han dejado fragante de ternura,
Fuerte eternidad estremecida
Y el color secular que te circunda.

La nostalgia se sube a tus arcadas
Para soñar el sol su ansia madura;
Mientras las ramas verdes te acarician
En el temblor henchido por la lluvia.

Para las sombras de tus corredores
Son mis palabras como sombras mudas
Que quieren saturarse de tus ecos
Y saturan tu paz de albas futuras.

Soneto al patio del Palacio Municipal de La Habana, 1937







Ansiedad

Esta flor mía, viva luz sin reflejo,
ahogada en ella misma,
bebiéndose a mi sombra su más íntima savia,
su perfume más puro,
sintiendo en cada pétalo, la clausura del aire
y el secuestro del agua, de la nube, del árbol...

Esta flor mía, encendida, consumiéndose sola,
muerta en su propia música,
apretada en su tallo, quebrado ya de angustia;
quemándose a sí misma,
en tanto que la tierra desnuda su ternura
y es más ancha la vida,
y el canto,
y la mañana...








Cuba

Cuba, flotante línea suspendida
en la punta del agua sin sosiego;
llama en el centro de su propio fuego,
roja al viento la túnica encendida.

Cuba, de amor extiendes tu medida
y la sombra sepulta su astro ciego:
tu sangre, ardiente luz, es dulce riego
para alzar el tamaño de la vida.

Marítima y frutal, solar y sola,
las olas que establecen tu corola
forman, Cuba, coraza a tu alegría.

Y en tu carrera de canción y espuma
deslumbra a la mirada entre la bruma
el fulgor con que en ti florece el día.








El mar

Se ha caído al suelo el Mar. Difícil
recogerlo, alzarlo, ayudarle.
La masa espesa se mece y se deshace en espuma,
en olas; se contrae y distiende, se agita y calma,
se enfurece y desborda como en inútil esfuerzo por levantarse.
La espesa masa no descansa: moja, hunde, ahoga;
su corrosivo hálito de salitre, esa onda salada y húmeda,
está ahí siempre incansable, y el espumoso oleaje de gelatina,
azogue, agua. Se ha caído al suelo el Mar.
Y es difícil asirlo, levantarlo.
Quizás sea preferible dejarlo donde está,
hasta que pueda alzarse por sí solo.
O hasta cuando lentamente se deseque por cansancio.
O por aburrimiento.







Isla en el tacto

I
Cosida al mar y al viento por puntuadas olas
a puro sol prendida,
tu perfil, isla mía, tu contorno en el agua
con tu constante litoral dibujas
revuelto hacia la luz y hacia la espuma,
hacia el húmedo mundo clamoroso
donde pierden la tierra y el árbol sus fronteras,
donde encuentra el azul su razón en los mapas
y se disuelve en sal la geografía.

II
Soledad por tu sol y por tu ola:
isla sola: sol y ola
confundidos ciñendo, acariciándote
la piel mulata de la costa,
la femenina piel, fragante de tabaco,
y la piel de la playa,
cálida y temblorosa con su arena de azúcar.

III
En ti misma comienza y se reanuda
la línea en movimiento de tus bordes inmóviles,
ese voluptuoso
límite que recorre tu dimensión exacta
y aprieta con su júbilo
tu verde desnudez estremecida.
En ti nace y renace,
ondulante rodeando tu náutica estructura,
esa inundada sombra flotadora,
esa flotante sombra sumergida
que marca tu presencia
en el sitio preciso donde el agua
seca las vestiduras de su viaje marítimo
y se detiene el aire para lavar su túnica.

IV
Isla mía, resonante,
naviera y vegetal a la deriva.
Cañaveral velamen
extendido de líquida, musical transparencia.
Sonora y descubierta caracola
de sol y mar y viento traspasada.
Palmar de verdes puntas de sonidos
del aire dueño y de la enredadera.
Amo y recorro al tacto
tu ámbito circundado de acústica intemperie,
tu ámbito en que despliega
la luz de su canción el oleaje.
Ola en la luz, luz rota en la ola:
Ola, ala de sal que interminable vuela en tu cielo terrestre;
luz, ala de sol que cubre tu dimensión celeste.
Ola y luz en una única canción
que sin cesar afila su fragancia
en los clamores de los arrecifes.

V
Desde todos sus pétalos la rosa de los vientos
desde todas sus hojas
olas de verdeazul lanza cada segundo
sobre tu acantilado relieve de desnuda
y abierta geometría.
Desde qué edad remota, desde qué día sin año,
isla mía sonora,
ya en su oficio sin pausa lanza la rosa insomne
olas prefabricadas, en serie, arquitectónicas,
con sus crestas perfectas, con su lote de espumas,
con su rumor secreto de amante silencioso,
con su clamor de enfurecido amante,
con su caricia apenas insinuada,
con su látigo sordo, su lenta cuchillada, su constante golpear,
ese ceñir sin tregua con sus líquidas manos,
con sus dedos de espumas
la extensión que se alarga, se cierra, se despliega,
la extensión que está anclada
en su firme frontera submarina,
esa incansable, ciega, salvaje, tierna, dominante costumbre
de no cesar de no cesar de no cesar
en el ardiente ceñir de tu collar de olas.








No te voy a decir...

No te voy a decir
que quiero ser la arena
que tus pies desnudos acaricie,
ni los rayos del sol que bajen jubilosos
a dorar más aún
la fina miel que forma tu epidermis,
ni el agua que la abrace con su espuma
ni el viento que la bese
y agite sus cabellos.

Sólo quiero pedirte que no dejes
que el beso y la caricia
de la arena y las olas,
de la luz y del aire,
destruyan la huellas de los míos
ni mi recuerdo que te sigue
como muda presencia inevitable.







Nocturno diferente

Hay una noche limpia: la del mar y la luna.
Había un pueblo de luces en el agua tranquila
con calles solitarias por donde, sin quererlo,
dejábamos vagar nuestra inquieta ternura.

Era una noche limpia, brillando entre las sombras.
Nos quedamos teñidos de luna y de horizonte
al ritmo de la voz anciana del botero.










Piscis

De las aguas, los peces.
El abismo
es ahora dos veces
uno mismo.








Soneto

Sigo, Amor, con mi júbilo sin bridas
por senderos de mieles tu carrera,
viajando con tu llama y tus heridas
desde el justo contorno de tu esfera.

El pulso tengo de innombrables vidas
en tu perfil sesgado a tu manera
como tu fortaleza tiene asidas
las campanas al sol de mi bandera.

Por una eterna acariciada
llega desnuda y limpia tu figura
al filo de mi luz enamorada,

y en la ventana azul de mi ventura
tu beso, Amor, tu voz y tu mirada
velando mi desvelo de ternura.









Un rostro y la distancia

a Raúl Luis, protagonista

Ella posaba para Boticelli
cuando la viste por primera vez. Los cabellos rectos
le llovían sobre el rostro, como ahora,
ocultando su inquieta mirada y esa expresión
de animalito asustado ante la vida.
Mientras inquirías del maestro
sobre la identidad de su modelo, ella desapareció,
sin que lograras saber dónde encontrarla.
Inútilmente recorriste las calles de Florencia,
pero te marchaste con su rostro grabado en la memoria
y con el lienzo que lo copió para la eternidad.
Vagaste años y años por el mundo sin límites
de tiempo ni de espacio, y en tu camino
siempre su imagen emergía entre brumas de sueño.
Y una tarde volviste a encontrarla inesperadamente
asomada al balcón de una casa en Madrid.
La misma boca interrogante,
la misma ansiedad honda en la mirada,
insinuándose bajo el pelo caído sobre el rostro.
Nada pudo detener tu violenta carrera hacia ella.
Buscaste en todas partes desesperado,
pero ella ya no estaba. Debiste conformarte
con arrancar del muro la tela de su imagen
recreada por la magia del Greco.
Más de un siglo después volviste a sorprenderla,
esta vez en París, pero también lejana,
inmóvil en el mundo atormentado de Modigliani,
aún fresca, la pintura que reflejaba el óvalo fino,
la llama interior, la talla esbelta en ángulos.
Solicitaste al maestro, pero ya su mirada
era la ausente de los que van hacia la muerte
y no supiste tampoco dónde hallarla.
Hoy, cuando de ella te separan muchos años
y mares y tierras de distancia,
en Varsovia la encuentras al fin de carne y hueso,
de encanto misterioso, de secreto fulgor,
de realidad y sueño. Y le has reconocido
el rostro huidizo de siglos que se ocultan
tras el velo adorable del cabello,
el mismo rostro perseguido y perdido y ansiado,
pero al llegar hasta ella, eres ajeno y lejano
porque nunca pudiste existir en su mirada,
porque jamás pudiste asomarte a sus ojos
ni hablarle a su corazón.
En tanto el tuyo queda rondando en torno al Vístula,
que discurre tan indiferente como ella,
mientras la distancia -de tierras, mares, años-
vuelve a trazar entre ustedes
una línea imposible para siempre.







Vesperal

No hagas ruido, a ver,
si no se va la tarde.
Dile a tu alma que haga
un silencio absoluto.
Acalla ese ruido de pensamientos,
rompe ese hondo clamor de recuerdos,
ahoga ese sordo rumor de ensueños.
No seas imprudente, no hagas ruidos,
que le molestan a la tarde.
Ante ella hay que estar como una esfinge jovial,
ungida de serenos éxtasis
florecidos de silencios blancos.
Tenemos que rimar ese silencio
con el blanco silencio de la tarde.

Pero, ¿ya ves?, se va la tarde.
No pudiste amordazar el grito desbocado de tus nostalgias
y has espantado a la tarde.
Mira como huye despavorida a otro lugar donde comprendan
el silencio blanco de su alma. Y nos deja las sombras
-gran silencio negro-
para el negro silencio de nuestros ruidos.


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