María Eugenia Vaz Ferreira, (Montevideo, 13 de julio de 1875 - ídem, 20 de mayo de 1924), profesora y poetisa uruguaya. Fue designada para dictar la Cátedra de Literatura en la Universidad de Mujeres. Su salud fue precaria y antes de morirse, perdió la razón.
Fue una contemporánea de Delmira Agustini y de Julio Herrera y Reissig que falleció antes de ver publicada su obra. Los dos volúmenes, La isla de los cánticos (cuarenta poemas y uno más) y La otra isla de los cánticos (con los manuscritos inéditos), fue publicado por su hermano Carlos, el filósofo, después de su muerte.
María, una poeta metafísica, escribió los poemas emotivos que hablan de la pasión, de la muerte, de la esperanza, y de los misterios del amor y de la existencia.
Obras
Canto verbal
El ataúd flotante
Elegía crepuscular
Hacia la noche
Heroica
Historia póstuma
Holocausto
Invocación
La estrella misteriosa
La rima vacua
Las quimeras
Oda a la belleza
Regreso
Tu rosa y mi corazón
Vaso furtivo
Voz del retorno
Compilaciones póstumas
La isla de los cánticos, 1924
La otra isla de los cánticos. Prólogo de Emilio Oribe, Impresora Uruguaya. Montevideo. 1959
Canto verbal
A ti, palabra mi suprema dea,
tiende sus alas la esperanza mía
águila errante del desierto humano
sin altas cumbres donde reposar
el tedio de las rutas infinitas...
Tiende sus alas como a excelsa fuente
pródiga de belleza y de armonía;
quiere beber en tu copa de oro,
quiere bañarse en el agua sonante,
mudable en sus ritmos, diversa en sus glosas
y cuyo oleaje ya
sacudido por vértigos fecundos
o melodioso de serenidad...
A ti, palabra que tienes la magia
de sabiamente transmutar tu forma
y ajustarla a la loca trashumancia
de la maravillosa ánima viva....
Oh profunda, variante y fugaz,
que floreces en vetas luminosas
perfumadas de esencia espiritual...
Ánfora
de caudalosas perlas en murmurio,
de blancas nieves y de rojas flamas.
Ánfora
de tempestades y constelaciones,
de suaves lluvias y silbantes rachas...
Ánfora
de sonoras cadencias,
de crujiente espuma, cascabel marino,
de místicas hostias y de miel pagana...
No hay un tesoro que supere al tuyo
en abundancia de oportunas galas
para quimeras y revelaciones,
grandes historias y leyendas magnas
no hay un tesoro que supere al tuyo,
vertiginoso para la elocuencia,
inagotable para la ilusión,
lírico para el numen romancesco
y musical para el divino amor...
Por tu vocero el invisible espíritu
se glorifica en vividas ofrendas,
su lira tañen las carnales fibras
y el corazón henchido se desborda
en sublimes poemas...
Por ti
sobre el bronce triunfal de los escudos
brotaron rosas trágicas,
cuyo fragante olor de sangre noble
blasonó las estirpes y las razas.
Por ti
en las verdes pupilas de las fieras
las sombras de los ímpetus salvajes
se trocaron en. húmedas estrellas.
Por ti se abrió de muchas rocas duras
el regazo feraz
en el dulce licor de sus vertientes
se confortó la esperanza mortal.
Yo no sé en qué fantástica materia
al escultor de la progenie humana
le plugo modelar la estatua mía,
que no ablanda la luz de las auroras
ni el oscuro crepúsculo marchita;
pero si alguna vez mi corazón
abre a la vida su raudal interno,
sí se doran mis áridas llanuras
y se pueblan de esquifes mis océanos,
si se viste de estelas fulgurantes
la. nebulosa noche de mis piélagos
y las alas sin sol de mis pendones
en raudas ondas flotan a los vientos,
si gorjean mis pájaros será
cuando en la entraña de un sacro silencio
sobre la losa de mi tumba viva
choque su llama tu rayo de fuego.
El ataúd flotante
Mí esperanza, yo sé que tú estás muerta.
No tienes de los vivos
más que la instable fluctuación perpetua;
no sé si un tiempo vigorosa fuiste,
ahora, estás muerta.
Te han roído quién sabe
qué larvas metafísicas que hicieron
entre tu dulce carne su cosecha.
En vano
el mágico abanico de tus alas
con irisadas ráfagas me orea
soltando al aire turbadoras chispas.
Yo sé que tú eres de esas
que vuelven redivivas en la noche
a decir otra vez su última verba...
Ya te he visto venir
blanca y piadosa como un santo espíritu
sobre el vaivén de las marinas ondas;
te he visto en el fulgor de las estrellas,
y hasta los bordes de mi quieta planta
danzan tus llamas en festivas rondas.
Pero si al interior vuelvo los ojos
Veo la sombra de tu mancha negra,
miro tu nebulosa en el vacío
dar poco a poco su visión suspensa;
sin el miraje de los fueros fatuos
veo la sombra de tu mancha negra.
No llores porque sé los ojos míos
saben vivir en lontananzas huecas;
míralos secos y tranquilos; márchate
y el flotante ataúd reposar deja
hasta que junto a ti también tendida
nos abracemos como hermanas buenas
y otra vez enlazadas nos durmamos
en el sepulcro vivo de la tierra.
Elegía crepuscular
Viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas,
azulmente silenciosas
y azulmente solitarias,
anónimo pasajero
fugaz en todas las patrias,
en las misteriosas selvas
y en las grutas oceánicas,
viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas...
Tu roce sobre mi frente
tiene la misma eficacia
de la luna entre las ruinas,
de los óleos en las llagas
y de las claves que aflojan
el cordaje de las arpas...
Tu fresco soplo serena
la exaltación de mi alma
fosca de llamar sin nombre
y esperar sin esperanza
por haber nacido póstuma
dentro de su propia lápida...
Viento suave del crepúsculo
que cruzas sin decir nada
el transitorio paréntesis
suspenso en la sombra vaga,
cuando enmudecen las cosas
o todavía no cantan,
cuando de los rojos soles
palidecieron las flamas
y las nocturnas estrellas
están todavía pálidas...
Si yo supiera estar triste
yo me desharía en lágrimas
para que así me bebieran
las caricias de tus ráfagas
¡Qué lindo renunciamiento!
¡Qué liberación beata!
Viento suave del crepúsculo
si tus brisas me acabaran,
azulmente silenciosas
y azulmente solitarias,
viento suave del crepúsculo,
viento de las leves alas.
Hacia la noche
Oh noche, yo tendría
una palma futura, desplegada
sobre el gran desierto,
si tú me das por una sola noche
tu corazón de terciopelo negro,
y yo, al compás de su morena sangre,
canto con las ondas beatas el sacro silencio.
Mi canto será vivo
sólo por el deseo
de serenar la cuotidiana angustia...
Oh noche, yo te quiero
sin el fulgor de luminosos astros,
sin marinos clamores
y sin la voz que finge
en los cráneos sonoros el rumor de los vientos.
Oh dulce noche mía, oh dulce noche!
Aunque el glorioso pájaro del alba.
rompa después mi lapidario ensueño,
un polvo de inquietud arda en mis ojos,
y me seas de nuevo
sólo una palma antigua, replegada
sobre el gran desierto.
Heroica
Yo quiero un vencedor de toda cosa,
invulnerable, universal, sapiente,
inaccesible y único.
En cuya grácil mano
se quebrante el acero,
el oro se diluya
y el bronce en que se funden las corazas,
el sólido granito de los muros,
las rocas y las piedras
los troncos y los mármoles
como la arcilla modelables sean,
A cuyo pie sin valla y sin obstáculo
las murallas amengüen,
se nivelen los pozos,
las columnas se trunquen
y se abran de par en par los pórticos.
Que posea la copa de sus labios
el licor de la vida,
el virus de la muerte,
la miel de la esperanza,
las beatas obleas del olvido,
y del divino amor las hostias sacras.
Que al erótico influjo de sus ojos
se empañen los cristales,
la nieve se calcine,
se combustione el seno
virginal de las selvas
y se empenache con ardientes ascuas
el corazón de la rebelde fémina.
Que al rayar de su testa iluminada
resbalen de las frentes
las más bellas coronas,
los lábaros se borren,
repliegue sus insignias
la faz del estandarte
y vacilen los símbolos ilustres
sobre sus pedestales.
Yo quiero un vencedor de toda cosa,
domador de serpientes, encendedor de astros
transponedor de abismos...
Y que rompa una cósmica fonía
como el derrumbe de una inmensa torre
con sus cien mil almenas de cristales
quebrados en la bóveda infinita,
cuando el gran vencedor doble y deponga
cabe mi planta sus rodillas ínclitas.
Historia póstuma
Todo me lo diste, todo:
el ritmo azul de las cunas
en cuentos maravillosos
glosados de suaves músicas...
Las palabras melodiosas
divinas como el silencio,
las rosas de nieve y oro
perfumadas de secretos...
Las albas anunciadoras
de los venturosos días
henchidos de primaveras
refulgentes de sonrisas...
Las pálidas nebulosas
de los cielos taciturnos,
la soledad, el olvido
y la paz de los sepulcros.
Holocausto
Quebrantaré en tu honra mi vieja rebeldía
si sabe combatirme la ciencia de tu mano,
si tienes la grandeza de un templo soberano
ofrendaré mi sangre para tu idolatría.
Naufragará en tus brazos la prepotencia mía
si tienes la profunda fruición del oceáno,
y si sabes el ritmo de un canto sobrehumano
silenciarán mis arpas su eterna melodía.
Me volveré paloma si tu soberbia siente
la garra vencedora del águila potente;
si sabes ser fecundo seré tu floración,
y brotaré una selva de cósmicas entrañas,
cuyas salvajes frondas románticas y hurañas
conquistará tu imperio si sabes ser león.
Invocación
Oh noche embriagadora
hecha de soledad y de desesperanza,
que brindas en tu copa de azabache y de estrellas
sobre la tierra ardiente en quietud derramada.
Noche de las delicias mudas y negativas
de que gozan los muertos vivos como fantasmas,
abrochando en la sombra su carnal vestidura
marchita de enflorar la fiesta meridiana.
Noche, noche infinita, rincón de los olvidos,
perdón de penitentes que nunca hicieron nada
más que cargar a solas el pesado madero
sobre la ligereza cautiva de sus alas...
Te espero día a día
para esconder mis horas en la paz de tu lápida,
cuando las ondas vivas su vibración aquietan
bajo la fuerza ignota de atávicos nirvanas,
y en invisibles soplos
el numen secular su inspiraci6n levanta
del fondo de los tiempos para siempre extinguidos,
aunque la rueda cósmica traiga sus añoranzas.
Yo no sé lo que dice tu boca abierta y muda
al que doró su tienda con oro de esperanza,
pero yo sé que sabes con amorosa ciencia
tenderte suavemente sobre el alma cansada!
Tu voz dice en silencio tu eternidad futura;
la rúbrica del "Fin" está en tu obscura mancha,
aunque a besarte vengan en sus carros sonoros
con sus aureolas rubias las doncellas del alba.
Todavía los mundos
relucen en la bóveda de tu urna sagrada;
un viejo tesorero se ha dormido en los tiempos
y ha olvidado en tu fondo sus últimas alhajas...
Dale a los benditos que todavía sueñan,
tus áureas lentejuelas y tu hostia de plata,
y a mí, que te deseo inextinguible y única,
dame la eternidad de tu silencio, oh Hermana.
La estrella misteriosa
Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!...
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino...
Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,
mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega...
La rima vacua
Grito de sapo
llega hasta mí de las nocturnas charcas...
la tierra está borrosa y las estrellas
me han vuelto las espaldas.
Grito de sapo, mueca
de la armonía, sin tono, sin eco,
llega hasta mí de las nocturnas charcas...
La vaciedad de mi profundo hastío
rima con él el dúo de la nada.
Las quimeras
Sangre bullente de las bocas rojas,
sangre que brilla
y en recónditos vasos se retrae
cuando fervientes labios se avecinan...
Paladar calcinado,
lengua de fuego
que lleva el peregrino
bajo el sol meridiano del desierto
y cuya sed no aplacan
el límpido raudal de los oasis
y el dulce jugo de los cocoteros...
Collares desatados,
lacias guirnaldas de los brazos quietos,
ceñidores de amor nunca prendidos
para estrechar los cuellos ofrendarios
y los torsos solícitos...
Cuencas de las pupilas
curiosas de figuras,
ebrias de perspectivas deslumbrantes,
conturbadas por blondos espejismos
adonde fácilmente
se borran los mirajes
como en el mar la curva de las olas
y la fugaz estela de las naves...
Placa de oro para el son propicia,
fibras de acústica sonora
por donde ruedan todas las palabras
sin imprimir sus líricas rapsodias...
Campanas mudas de los corazones,
cosas rebeldes,
también como a vosotros
más de una vez las manos me tendieron
más de una vez riéronme los labios
y se deshizo en cálidos aromas
la brasa de sus rojos incensarios.....
También como a vosotros
miráronme gozosas las pupilas,
que rayaron en tórridos incendios
con brillo de fulgentes pedrerías...
Mas seguí torvamente y tristemente
porque también me ungieron en mal hora
con sedes y ambiciones sobrehumanas,
con deseos profundos e imposibles,
y voy como vosotros
también inaccesible e impotente,
cargando con la cruz de la quimera,
ajustada a la sien ardua corona,
sin poder claudicar
y sin tocar la carne de la vida
jamás, jamás, jamás.
Oda a la belleza
Oh Belleza, que tú seas bendita,
ya que eres absolutamente pura,
ya que eres inviolada,
límpida, firme, sana e impoluta.
Fuente de la divina complacencia,
Oasis infinito
que prodigas los éxtasis beatos
y las románticas contemplaciones...
Adonde quiera que tu signo luzca,
adonde quiera que la esencia encarnes,
emerge de tu gaya fantasía
una gloria serena y luminosa
una fruición profunda e inefable...
Eres el cauce pródigo
surtidor de armonía,
crisol de místicas depuraciones,
la veta que colora y que sublima
el eterno miraje;
eres la gema augusta
prendida sobre el arca
fértil del universo.
Aunque el ciego te ignore,
el profano te niegue
y el infiel te repudie,
eres eternamente triunfadora
sobre la indiferencia de los necios
y la conjuración de los apóstatas…
Aunque los pecadores
te inculpen sus pecados,
y te acusen los réprobos
de atributos malditos,
eres inmaculada e inocente;
no te corrompes con la hiel del odio
ni la ponzoña del amor sacrílego.
Eres inaccesible,
Eres pasiva y sola,
sencilla y sobrehumana;
no inspiras, no padeces
el dominio imperial de la materia
ni la sensible turbación del alma...
Entre todos los acontecimientos
evoluciones, mitos y teorías,
entre la suficiencia que te alaba
y la diversidad que te interroga,
tú te levantas religiosamente
dentro la urna dúctil de tu forma
como en la alada prez del incensario
la inmunidad de la sagrada hostia.
Oh Belleza, que tú seas bendita,
más la sabia legión de tus apóstoles,
la entraña que te crea,
el sol que te ilumina,
el prisma que te agranda,
la plancha que te copia,
el áureo pedestal que te enaltece
y el soberano lis que te corona.
Por eso sobre el plinto de tu imagen,
sobre la majestad de tu hermosura,
sobre el fulgor joyante de tus iris,
sobre la egregia línea de tus curvas
pongo la rendición del canto mío...
a tu gracia inmortal loa fecunda.
Regreso
He de volver a ti, propicia tierra
como una vez surgí de tus entrañas;
con un sacro dolor de carne viva
y la pasividad de las estatuas.
He de volver a ti gloriosamente,
triste de orgullos arduos e infecundos
con la ofrenda vital inmaculada.
No sé, cuando labraste el signo mío,
el crisol armonioso de tus gestas
dónde estaba...
dónde la proporción de tus designios...
Tú me brotaste fantásticamente
con la quietud de la serena sombra
y el trágico fulgor de las borrascas...
Tú me brotaste caprichosamente
alguna vez en que se confundieron
tus potencias en una sola ráfaga...:
Y no tengo camino;
mis pasos van por la salvaje selva
en un perpetuo afán contradictorio,
la voluntad incierta se deshace
para tornasolar la fantasía;
con luz y sombra, con silencio y canto
el miraje interior dora sus prismas;
mientras que siento desgranarse afuera
con llanto musical los surtidores,
siento crujir los extendidos brazos
que hacia el materno tronco se repliegan,
temor, fatiga. solitaria angustia,
y en un perpetuo afán contradictorio
mis pasos van por la salvaje selva.
Ah, si pudiera desatar un día
la unidad integral que me aprisiona
Tirar los ojos con los astros quietos
de un lago azul en la nocturna onda...
Tirar la boca muda entre los cálices
cuyo ferviente aroma sin destino
disipa el viento en sus alas flotantes
Darle el último adiós
al insondable enigma del deseo,
cerrar el pensamiento atormentado
y dejarlo dormir un largo sueño
sin clave y sin fulgor de redenciones
Alguna vez me llamarás de nuevo
Y he de volver a ti, tierra propicia,
con la ofrenda vital inmaculada,
en su sayal mortuorio toda envuelta
como en una bandera libertaria.
Tu rosa y mi corazón
Antes que entre tus labios y mi oído
el ciprés del silencio, largo y mudo,
alce su quieta cima,
de tu palabra en el cristal sonoro
dame una roja rosa, que será
por tu lirismo y tu carne fragante
rosa de amor humano y rosa mística.
La prenderé en mi pecho
sobre la palpitante rosa mía,
y del perpetuo beso el tibio roce
esparcirá sus perfumadas ondas...
Hoy,
ebria de aroma me será brindada
la belleza infinita...
y en mi larva fugaz cuando se apaguen
los armoniosos éxtasis
me envolverán las perfumadas ondas
en su mortaja amante y siempreviva.
Dame una rosa, antes
que el ciprés largo y mudo, entre nosotros
alce su quieta cima...
Vaso furtivo
Por todo lo breve y frágil,
superficial, fugitivo,
por lo que no tiene bases,
argumentos ni principios;
por todo lo que es liviano,
veloz, mudable y finito;
por las volutas del humo,
por las rosas de los tirsos,
por la espuma de las olas
y las brumas del olvido...
por lo que les carga poco
a los pobres peregrinos
de esta trashumante tierra
grave y lunática, brindo
con palabras transitorias
y con vaporosos vinos
de burbujas centelleantes
en cristales quebradizos...
Voz del retorno
Nada le queda al náufrago; ya nada: ni siquiera
la dulce remembranza de un viejo sueño vano,
ni la marchita y frágil ala de una quimera
que al estrecharse deja su polvo entre la mano.
La media noche es tarde y el alba fue temprano,
y el orgulloso día le dijo al sol: “Espera”;
quien sin besarla aspira la flor de Primavera,
pasa como una sombra por el jardín humano.
Violetas de los prados en el solar fragante,
rosas de los pensiles rojas y perfumadas
que al pasajero abrieron su misterioso broche;
el náufrago retorna como una sombra errante,
sin una sola estrella de flámulas doradas
con que alumbrar el fondo de su infinita noche.
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