Rogelio Perusquía
(Ixmiquilpan, Hidalgo, México. 7 de junio de 1981) Cursó la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de Universidad Nacional Autónoma de México. Fue incluido en la primer Antología de Cuento y Poesía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM “Tentación de decir” (2003) y ha publicado en diversas revistas de circulación nacional e internacional. Con su primer libro “La víspera de las visitaciones” fue ganador del Premio Estatal de Poesía Efrén Rebolledo 2013 (Hidalgo).
Repta el abandono por la monotonía del jardín.
Atrás quedó el tiempo en que su cuidado desbordaba nuestras manos.
Nos sucedemos en maleza,
intrépida maleza a través de las generaciones y los siglos.
Fábula epistolar
… y pensaba en la muerte, y para libertarse,
aunque en vano, de este pensamiento, lo escribía.
MIGUEL DE UNAMUNO
Naufragó las hojas escribiendo, construyéndole una carta.
Era triste, oscuro, tenía pocos amigos y ningún adversario.
Todo está aquí, dijo:
el girasol ciego de mi alma,
un sitio para perdonar, el opio del ego,
un lugar para ella
que habita en el hotel más azul de los infiernos
enraizada en un quizás;
frívola mas ingenua, a pesar de sí.
Escribía una carta que nunca ardería en la mirada de aquella mujer,
ya era demasiado tarde, demasiado tarde para entender
que es el padre de los cadáveres que le abortan los días en la puerta,
en su puerta desfigurada por el cáncer de las espigas, las múltiples derrotas,
un agrio abandono, la punzante altivez trocada en estoicismo.
Pero aún la razón estaba de su lado como un perro famélico.
(Y no cesan los puñetazos del granizo en su ventana).
La nada furiosa que me sueña
Creo en la bravía de la piedra que contemplo,
en su luto de centurias y en el epitafio
veteado de escarlata/ donde leo
un rumor de épocas profanas y alegrías de muchedumbre.
Creo en la serena batalla del polvo del hombre en el sepulcro
donde un árbol trabajado en féretro será el último testigo.
¿Quién no escucha en ocasiones el trinar subterráneo de un panteón,
ese rastro de las gargantas de los pájaros que permanece en la madera?
¿Qué espesa e invisible arboladura aquí se expande,
con esas huecas raíces rectangulares, tan alejadas la una de la otra;
qué ocultan, qué germinan allá abajo?
Todo cadáver reposa sobre dunas de segundos negros
en las que persevera la utopía del vivo.
Toda esperanza es aspirar un ramo de luz y todavías;
nos deja en la memoria la mansa claridad de las navajas y la fe.
Mas nunca, ah, nunca he de creer en esta terrible,
babélica tribulación que me ahoga;
es tan sólo un síntoma, la nada furiosa que me sueña.
MAITINES
He atravesado el arrepentimiento, -ese cruel atajo hacia la paz-,
desde ciénegas de nervios infernados,
con el cuerpo ya como una extraña suerte de vértebras y exilio.
Hierve ceguera en las entrañas de la paz:
enormes raíces de mármol se levantan de un leteo de azogue;
en la cumbre una aurora se deshoja.
Me acostumbré a vivir de muertes como ésta. Era hiedra contra el muro
en el origen, ausencia al caminar, y después un inventario de vacíos.
Mi amor fue como una oscuridad desnudada por la luz un breve instante
y después oscuridad que arde de sí misma sin que nadie advierta.
IBN HAZM
… Ya que aquello por lo cual deseas la muerte
es más fuerte que la muerte misma, y aquello a lo cual
entregas el alma es más precioso que tu alma.
MUHAMMAD IBN KULAYB
I
En el silencio madreperla de Andalucía
escribe desde el alcázar prosas ardientes y versos
como flores de naranjo en el aire puro.
Alto cielo a contratiempo. Trilobites de cirrus. Sol.
El verano podría arrancarte la garganta con su brazo de cristales rotos.
En las ventanas el labelo de las orquídeas parecía entonar la risala del olvido,
en las callejas un anciano recitaba estrofas de acacias, tigres y visires.
Lejanas, las cabras, van trastocando el paisaje que devoran
mientras los labriegos duermen a la sombra de un peñasco.
II
A nosotros regresó su lejanía
en las visitaciones del espectro nocturno,
porque todo lo que está unido ha de separarse.
Ella descendía de un linaje de profetas.
Cuando joven, el incienso arrancó de mis ojos
el dulce espino del llanto, y en el vórtice de mis días
sólo me veo ir y venir entre espejos que se han vuelto llagas.
Soy como la espada que sin la fuerza de un puño busca el imán desesperadamente,
como quien no pretende sanar y le aborrece el consuelo.
Siempre esclavo del imperio de las circunstancias,
ebrio del vino de las imputaciones,
pero soy un hombre de inquebrantable discernimiento.
Ahora en el lecho de la ausencia me siento como Jalaf,
a quien miré crucificado en la pradera junto al Guadalquivir
y tenía clavados tantos venablos que parecía un erizo.
III
El amanecer lo busca y no lo encuentra,
se lleva entre sus garras
el alma de otro insomne,
de otro abnegado cuidador de estrellas.
Queda escrita en la bruma de Córdoba,
con el alfabeto oscuro de las lágrimas
una mujer, ese cristal salvaje.
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