Marcelo Daniel Díaz
Nació en 1981. Vive en Río Cuarto, Provincia de Córdoba, Argentina. Es profesor y Licenciado en Letras egresado de la Universidad Nacional de esa ciudad, colabora con la cátedra "Análisis del discurso". Participó en la antología “Es lo que hay”. Ese mismo año publicó el libro de poemas “La sombrilla de Wittgenstein” y un conjunto de relatos que se llamó “Los límites de Tlön” (Ambos premiados en el concurso provincial de Editorial Cartografías). En 2010 participó de las residencias literarias del Centro de Arte Contemporáneo de Córdoba a cargo de Silvio Mattoni, María Teresa Andruetto y Alejo Carbonell. En 2011 publicó el libro de poemas “Newton y yo” con Editorial Nudista. Y hace unos meses publicó el texto de lingüística “La palabra y la acción: la máquina de enunciación K” con el sello de EDUVIM. Integra el consejo editorial de la revista de estudios literarios Borradores de la Universidad Nacional de Río IV y ha colaborado con reseñas y textos críticos en No retornable, La guacha y El lince miope.
Satélites
Para el ojo del astrónomo
somos pequeñas gotas que caen en la tierra
desde un cielo ladeado en sus extremos.
Y para el ojo de los seres queridos
brillan los paneles de los satélites.
No sé explicarlo: es un candado de luz
ahogando la materia oscura.
La mañana
Le gané por cansancio a la felicidad,
horas y horas practicando el ejercicio del abandono
como quien se deshace de una piedra
que carga a sus espaldas.
El azar quiso que me encontrara en esta pieza,
es mentira que la escritura nos salva.
Mi infancia fue un país amargo y sin sol,
señal de que soy un desconocido,
una forma incompleta
alrededor de una experiencia imposible.
Newton y yo
La manzana que cayó durante la siesta de Newton
descansa en mis manos
como un agujero negro hambriento de sentidos.
La muerte de los cometas cabe en su núcleo.
Escribo el poema
con lo que tarda un rayo de luz
en aparecer en el mundo.
Newton sabía que los árboles
trabajan a la inversa de la gravedad,
lo leyó debajo de sus píes:
en cada hombre, comprimida,
hay una descarga universal
del tamaño de un planeta.
La estación
Por un instante el planeta es una estación de servicio.
Me hablaron sobre su núcleo,
un corazón incandescente y amarillo
como la capa de Flash Gordon.
El auto necesita un cambio de aceite,
pero no nos detenemos.
Cruzamos el campo
igual al disco de Led Zeppelín.
Pienso en una película de ciencia ficción,
en el horizonte las naves espaciales
relampaguean distantes.
De: "Newton y yo", Editorial Nudista, 2011
Miles de años luz
La estrella más cercana
es un pájaro fuera de órbita
que choca contra la bóveda celeste
dejando restos de sombras.
La única metáfora que me queda:
“el pájaro abre su boca
y los sonidos se atascan en el poema”.
*
Entraba con nubes amarillas a casa
como quien vuelve de un viaje inútil.
En el monoblock, a cierta hora del día,
papá era un lunar
y me hacía señas de luces para que bajara a la playa.
Jamás hablamos del pájaro.
*
El pájaro golpea, es el último.
Las cenizas de una órbita común flotan en el aire.
El cielo es más espeso ahora
que cuando papá hacía señas de luces con el auto.
*
El pájaro abre su boca
y los sonidos se atascan en el poema.
“Yo no existo” pienso.
Luego escucho: “yo tampoco”
Papá murió hace años.
Transatlántico
Nada los cubre más
que un manual de instrucciones
o un libro de palabras cruzadas
la cola avanza y retrocede
le hace mimos y le quita sus
juguetes para la playa
como si lo hubiese tragado una boca
de tormenta
siempre de a dos
como en la cocina
pero en la proa.
El con sus antiparras puestas,
ella con sus piernas anfibias
preparadas
para darse un chapuzón dentro del
domo;
inmunes a la lactosa
en medio del éxtasis
preferible quemarse de una vez
antes que apagarse lentamente.
La camarera escucha:
si me querés- hermosa oración
para analizar las categorías vacías.
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