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sábado, 2 de agosto de 2014

KIM KEUN [10.813]

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Kim Keun 

(1973, COREA DEL SUR). Con su debut literario obtuvo el premio Munhakdongne de Nuevo Escritor. Publicó el libro de poemas Las excursiones del niño serpiente. 
La poesía de Kim surge, en buena medida, del trabajo que el autor hace a partir del dialecto de la provincia de Gochang, de la que es originario. La obra de Kim emerge de un imaginario en ocasiones sórdido e irónico; su plasticidad y ambigüedad en el lenguaje son dos de los rasgos más evidentes en su obra. 

El poeta coreano nos habla sobre el origen de su escritura:

El mes de junio de 1987 fue decisivo para que comenzara a escribir. En medio de la revuelta estudiantil contra la dictadura, Kim decide escribir con el fin de provocar algo a alguien. Así pues, su poética tiene dos ejes fundamentales: el chamánico-místico y el de la vida cotidiana. Por ello son perceptibles dos registros en su lenguaje poético: aunados a la plasticidad y ambigüedad del lenguaje, algunos versos parecen agresivos y contundentes, mientras que otros discurren dulcemente.






Ciénaga

La mujer está sudorosa y supura
su canción roja, azul o amarilla
asciende incesante, y como el moho

en el interior del cuenco los niños lloran sin parar; con estrépito
la mujer se traga a los niños del cuenco a puñados;
los niños, a medio cocer, son masticados ruidosamente como
          pedazos frescos de carne
pero, por mucho que la mujer tragaba y tragaba, no disminuía
          ni un ápice la cantidad de niños devorados;
ni desaparecía el llanto de los niños que fueron ya devorados;
el plato se rebosa y llena de los llantos, aunque carecen por
          completo de densidad

...y la mujer se tambalea con la delicadeza de una ramita de
          perejil,
como el perejil muchas mujeres zozobran a la orilla de la
          ciénaga.

Su cabello está enmarañado y la blancura de su ojo aletea en el aire,
por eso la mujer no puede interrumpir su canto
y, con el incesante llanto de los niños, pasó el día, pasó la
          noche

y, abruptamente, la ciénaga engulló a la mujer,
con un gesto brusco se sacudió de encima las lentejas de agua;
          ya no aguantaba más

y los niños, durante un rato largo, tuvieron retortijones.

Todos esos niños vomitaron la ciénaga.






3 poemas / Kim Keun
Versiones del inglés de Eduardo Padilla



Pasillos

Hacia el estómago voy, comenzando con las fieras mandíbulas y acabando en el sagrado ojo del culo, me mete a la fuerza y en este tubo largo y redondo no hay escamas ásperas y centellantes, sólo carne suave, suelo y paredes en flácida fluctuación, con puertas que cuelgan de una negra humedad, tantas puertas y cada una con su viscoso picaporte, cuyas direcciones desconozco y, pues, quién puede decir si las puertas abren hacia adentro o hacia afuera, quién puede decir si este lugar está dentro de su estómago o dentro del mío, si yo soy alimento, o él, el alimento de aquél, si soy yo o somos él y yo el almuerzo de otro con pedazos pequeños de carne dispersa a lo largo del hueso, me refiero a la carne de mi cuerpo que aún no ha sido digerida y huele fétida y podrida y desde las fieras mandíbulas, afuera de su tiempo y del mío, él traga un tazón de saliva babeando de un caballo cayendo como la lengua de un perro en la canícula y aunque hemos llegado aquí no podemos ni entrar ni salir así que tendremos que quedarnos hasta que el viento del sagrado ojo del culo salga siseando y él me meta a la fuerza a su estómago, cada vez más hondo mientras que el viento huele a viudo que ha permanecido fiel a su esposa muerta toda su vida, tomando con brusquedad mi mano delgada, gira el resbaladizo picaporte y en un relampagueo su cara cambia a algo que no es ni completamente ajeno a él ni tampoco del todo parecido antes de hacerse borrosa de nuevo. Me pareció que había demasiadas condenadas puertas y picaportes aunque quizá no había nada de eso. Finalmente, aquí, dentro de este lánguido estómago que se retuerce sin cesar ni totalmente adentro ni totalmente afuera sin saber siquiera mi propio paradero, yo...





Rojo, rojo

El corazón amarillento, su sangre completamente drenada, desaparece hacia el fondo de un callejón, girando en soledad sus venas tostadas. El dolor viene a continuación. En la negra parada de autobús, el hombre da vuelta a su barriga como una rana de vientre rojo. Su barriga es roja. Rojamente el hombre se queda quieto. Hay demasiadas protuberancias en el camino. Rojamente se seca. Pronto será quebradizo, se hará invisible. Aunque el corazón que perdió su color está de regreso, no habrá forma de que él lo encuentre. No se puede saber, no hay forma de saber si una camada de rojos retoños estará arrastrándose o saltando, o girando alrededor de la negra parada de autobús.





Una fiesta, una fiesta

Arriba en el techo los caballos se han soltado las bridas. Relinchan de risa. Los ancianos han hecho una fiesta, una fiesta, sus rostros carmesíes, o pálidos, todos aquellos que se ahogaron, murieron de hambre, o fueron baleados, como hijos, hijas, nueras, nietos y nietas, se reúnen. De la nada, clip-clop, clip-clop, el sonido de los cascos de los caballos arriba en el techo. Las ancianas se acuestan sobre la mesa. Sus arrugas se van planeando lejos de sus cuerpos. La mesa de la fiesta está colmada de arrugas descartadas y las ancianas son engullidas por completo. Piel, entrañas, tendones, incluso sesos, todo es sorbido y devorado, luego los huesos son chupados hasta quedar blancos mientras que el techo está en silencio y los caballos sin bridas se dispersan por el cielo, carmesíes, carmesíes, relinchando de risa. Los ancianos sin dientes muestran sus encías negras, los caminos vivaces y saltarines dan un vistazo a la mesa de la fiesta. Hijos, hijas, nietas, todos se han ido, sin haber podido llegar o partir mientras que las hierbas junto al camino afuera en el crepúsculo se mueven de un lado a otro, pues están en una fiesta, una fiesta.



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