Nora Nani
Nació en Leones, provincia de Córdoba, República Argentina, en 1946.
Libros publicados: -“CIRUELAS”- Edición de la autora, 1971. -“LOS FUNERALES DE LA SANGRE”- Ediciones Antares, 1976. -“DIRE TU NOMBRE”- Edición artesanal Casa del arte, 1985. Segunda edición: Milton editores, 1988. -“MANERAS DEL SILENCIO”- Edición de la autora, 1997.
El resto de su obra poética publicada se encuentra dispersa en numerosas plaquetas, antologías y diversos medios de difusión del país y del extranjero. Posee además una cuantiosa obra inédita, entre otros los siguientes poemarios: “Poemas con pañales”, “Oficio de luz”, “Con los ojos de antes”, “Los espejos del canto”, “El libro de la lluvia”, “El libro del jardinero”, “Los payasos de la luna” y “El libro de la memoria”.
Entre las distinciones recibidas se encuentran los siguientes premios nacionales:
- Primer premio “Roberto Themis Speroni” -1977-
- Primer premio “Almafuerte” -1978-
- Primer premio Salón Nacional del Poema Ilustrado (compartido con el artista plástico Mario Brizuela) -1992-
- Primer premio “Conrado Nalé Roxlo” -1993-
Fue seleccionada “Mujer del Año” en el rubro Arte en 1992 por la Asociación J. D. Carrea.
Actualmente reside en la provincia de Córdoba, dedicada por entero a la Floricultura y a la Poesía.
En esto quiero quedarme.
¿Cuánto cuesta
el hilo de un ave
que decapita asfaltos en el aire?
Bucólica de mí
me tomó la mañana
sin café, ni mate siquiera...
Una buena tunda
de almohadas
para mis sueños...
¿Y cómo llegué aquí?
Si venía por el ocio del verde,
terrón y bestia
arracimada junto al tiempo...
Sojuzgo la esperanza.
Le hinco púas en las manos,
le crucifico las piernas
para que no se vaya.
Pero no me iré.
Ya estoy sucia de caminos
y soy la ramera que usa
el viento
para pedirle cancha
a la soledad.
Así nomás.
Mientras pueda.
DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS
Aviso que puedo.
Si me pillan la garganta
puede cortarse mi voz en una arenga larga,
pero no la definición,
la palabra exacta.
Si ven los ojos,
es más lo que intuyen,
lo que ama el párpado velero adentro,
lo que construye la memoria
que es lo de siempre,
lo de ahora y lo de antes.
El cuerpo entero
ya no anda
en cintura de elegancia
y me pesan los alcoholes idos,
la ebriedad prolija de la sangre.
Diría que santifiqué la vendimia
en un alboroto
de entrañas modeladas al cereal,
al grano espeso destilado y celeste,
al abrigo hondo de la mesa amiga...
Y por eso me puse de ánfora y de noche
con el paso tardío
y los pulmones de humo y de molienda.
Quizás ya no corra como antes
pero aún sublevo ángeles con el aliento
y me subo al telar de las mañanas
con la misma urdimbre de sueños.
Sigo de abajo
-pueblo en el gozo y en el llanto-
pariendo los hijos que me da la poesía
y amando esquinada
con las flechas en el aire
y el latido sobre la tierra.
Si me ven llegar,
los huesos arañados por el tiempo,
consideren que tengo la zurda lastimada
y que la derecha patea torcido
como para no darle la contra a la historia.
Por lo demás todo anda bien.
El corazón inflando su galope
y el pensamiento quemando
desde adentro, la melena.
Quiero decir, abrojos de la superficie.
Nada tan grave como una mordaza
o un olvido.
Por eso,
aquí estoy, como siempre.
Todavía puedo.
Canción para un insomnio
Quiero rimar la noche con el sueño
y digo carbón.
No sé. Por decir algo.
Por alzar las tramperas de la sombra
y descubrir su luto estrepitoso
de estrellas,
chispas
de una hoguera espléndida.
Estado de vigilia.
Catatonia de los límites.
Dibujo ojos
que narré durante el día
en chimeneas pródigas
de prolija obscenidad.
Vuelvo atrás
y recojo en el fuego diurno
algún olvidado designio,
lo repaso con furia o con cariño,
inevitablemente
le cambio algunas fichas,
palabras que equivocaron lugar,
personajes que perdieron
su identidad de esquina,
gestos que se desdoblan
en palomas y en gatos,
vuelvo a construir el paisaje,
el retazo de vida que me ronda
y otra vez la luna
en carcajada de luz
me declara inocente.
¿Quién dijo que los inocentes duermen?
Es un estrépito la caravana
que transcurre mi sangre
y una matemática feroz
vuelve a pedirme una rima.
Rimemos insomnio y camino.
Ocurre la noche
y repito los sitios que anduve:
ademanes, congojas, risas...
Me sigue doliendo la palabra
como un grano en el silencio.
Las piernas tiemblan
con temblor de caminata
y solo las venas trazan los pasos
que vegeta el cielo
entre movida de ángel
y peón del demonio.
Me alejo. ¿Iré a dormirme?
Este es un paisaje que desconozco.
Pero ya me está trazando un árbol.
¡Que borre ese árbol!
¡Que borre la despedida de ese árbol!
Debo detenerme. Algo de familiar
tiene en el pasamanos
de su corazón.
Entonces pensaré en alguien,
en alguien que rime con ese árbol,
porque ese árbol vuelve a ser día
detrás de los párpados,
y pude haberme sentado
a su sombra
o celebrado algún rito
que no recuerdo
o un personaje que vive de ardilla
ató mi cintura
al humo de los trenes...
Ya estoy viajando
por las vías cercanas del árbol
en un tren que oprime la rutina
y sé que ahora no quiero dormirme
porque voy a pasarme,
me pesan los ojos
pero ya llegamos,
rimo sueño con destino
y no sé por qué
se me ocurre madrugada.
Una chicharra
Me molestaba el ruido.
Pero quizás era el canto:
su grito de amor,
el conjuro desvelado.
¿Desafinaba de alas o de patas
mi pequeña mensajera
del sol,
opaca y chirriante
como una moneda sucia
que el verano desgrana?
Pero quizás era el canto.
Y yo no sabía
que se puede aserrar el aire
así
con tanta abundancia
de llaves derramadas,
con tanta lamentación
en el sonido,
con tanto vidrio atravesado
por ojos insolubles,
oh descarada y terca
juntando en la saliva de los astros
la manera del aullido
y el tono que convoca la asfixia.
Hoy maté una chicharra.
Porfiada de altas monotonías
era un puñal en el pecho del aire.
Maté su insecto desbocado,
su insolencia de vida,
su perfil de flecha en mi distancia.
Hoy maté una chicharra.
Un bicho pequeño
con cara de langosta tristona.
Una ternura destemplada
poniendo agujas en mi silencio.
Pero quizás era el canto.
Tendida en la hierba
Nunca se pone más ángel la noche
que cuando la mira
mi corazón
derramado en la hierba.
Allí va entrando
a un zoológico de estrellas,
nombra a las bestias en su redil poderoso,
pasa lista a sus vientres de humo
y ya listo el pastoreo de azul y de milagro,
les arropa las aristas
con siluetas de nube
y las entrega al corral del vértigo
como a una cajita
que madura toda la eternidad
en su sonrisa.
Después vuelve
—mi corazón, digo,
cumplida su tarea de angelicar
la noche—
regresa a la cueva de mi pecho
donde
yo lo espero desnuda
con toda la inmensidad
a cuestas.
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