Juan José Hernández
(17 de octubre de 1931, Tucumán-21 de marzo de 2007, Buenos Aires) fue un escritor argentino
Dejó su Tucumán natal con el pretexto de estudiar medicina en Rosario pero al año siguiente se radicó en Buenos Aires para dedicarse a la literatura.
Su primer libro de poemas, Negada permanencia, la siesta y la naranja, fue publicado en 1952 por la editorial Botella al mar de Arturo Cuadrado y en 1957 un segundo Claridad Vencida.
Su única novela es La ciudad de los sueños y su única pieza teatral, La lluvia de fuego fue escrita en colaboración con Silvina Ocampo y estrenada en París por Marilú Marini.
Como traductor, tradujo obras de Paul Verlaine, Jean Cassou y Tennessee Williams.
Trabajó en el diario La Prensa bajo el nombre de Hernández Ledesma.
En 1984 recibió el Premio Konex y fue recipiente de la Beca Guggenheim.
Amigo de José Bianco, secretario de la revista Sur, y también de Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Ivonne Bordelois, Enrique Pezzoni, Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik.
Murió de cáncer dejando inclonclusa su novela Toukoumán, la historia de Gabriel Iturri, un tucumano que fue modelo del barón Charlus, personaje de Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido.
En el obituario de La Nación a cargo de Jorge Cruz se lo retrató así
"..."Juan José Hernández, que acaba de morir mucho antes de lo que hacía prever la regocijante lozanía de su espíritu, fue un escritor ejemplar. Su genuino talento obedecía a una disciplina literaria manifiesta tanto en la perfecta proporción de su prosa como en la contenida expansión de sus versos. La razón velaba siempre en la articulación de sus párrafos y de sus estrofas y le procuraba a su obra la transparencia que se desplegaba ante el lector. Abominaba del estilo sucio y desprolijo, de la informalidad vulgar, de las falsas enumeraciones caóticas, de las construcciones descoyuntadas, de los trozos de vida sin faenar. Y a pesar de no practicar la literatura de las cosas tradicionalmente bellas y, por el contrario, incluir lo feo, lo cotidiano y la sensualidad más intensa, consideraba que la palabra, vértice de la literatura, no debía ser degradada ni en los momentos de las más crudas referencias.".."
Publicaciones
"Negada permanencia y La siesta y la naranja". Poesía. Juan José Hernández, Botella al Mar, Buenos Aires, 1952.
"Claridad vencida". Poesía. Juan José Hernández, Burnichon Editor, Buenos Aires, 1957.
"Elegía, naturaleza y la garza". Poesía. Juan José Hernández, Bournichon editor, Buenos Aires, 1966.
"Otro verano". Poesía. Juan José Hernández, Sudamericana, Buenos Aires, 1966.
"La ciudad de los sueños". Poesía. Juan José Hernández, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971; Adriana Hidalgo, 2004.
"La favorita". Cuentos. Juan José Hernández, Monte Avila Editores, Buenos Aires, 1977.
"La señorita estrella". Cuentos. Juan José Hernández, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992.
"Así es mamá". Cuentos. Juan José Hernández, Seis Barral, Buenos Aires, 1996.
"Desideratum. Obra poética". Poesía. Juan José Hernández, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001.
"Escritos Irreberentes". Poesía. Juan José Hernández, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2003. - ensayo
Sirenas
En Barcelona, a la entrada
del mercado de Las Ramblas,
un viejo marinero vendía sirenas
de papier marché que el mismo fabricaba;
todas tenían grandes tetas rosadas,
gorra de almirante, bigote y barba.
Antes de la lluvia
A José Bianco
La espiral o corona
de insectos voladores,
el canto de las ranas
en las zanjas,
el pájaro que afloja
la tensión de sus alas,
el sopor de la gata
en la silla de hamaca,
y el aire empalagoso
con moscas obstinadas.
(Muy pronto las mujeres,
temerosas del rayo
cubrirán los espejos de la casa.)
Vuelo nupcial
Degradación de lo húmedo y pulposo,
la mancha azul, ribeteada de pecas
blanquecinas en un limón maduro.
No así la incorruptible levedad
de estos insectos del verano
en su vuelo nupcial llevados por el viento.
Miles de ellos –nube frenética
girando en torno a un farol callejero-
sucumbirán después de una tormenta:
sosegada basura entre las hojas secas.
Desiderátum. Obra Poética, Adriana Hidalgo Editora, 2001
ELEGÍA
Tu molicie más dulce que la miel
Lugones
Nocturnos aguaceros de verano,
su redoblar sonoro en los techos de cinc.
Temerosas del rayo, las mujeres
cubrían el espejo de la sala:
dalia gris de la lluvia
sesgada de relámpagos
en un tiempo y espacio
para siempre perdidos.
¿Qué añoras? ¿Una calle monótona
bordeada de naranjos?
¿La plaza de una estación de tren
donde un prócer escuálido
―melena y ceño adusto―
sigue de pie junto a un sillón de mármol?
Bajo toldos de frescura y pereza
me quedaba tendido.
Animal del deseo, sobre mi pecho su jadeo dulcísimo.
Nunca paseaste silbando entre arboledas,
ningún jardín le dio a tu alado ensueño
fácil jaula. En vez de ruiseñores
la estridente charata de vuelo sorpresivo
y el coro de coyuyos semejante a un aullido.
¿Príncipe de Aquitania?
No eras el desterrado; más bien un excluido.
¡Tantos veranos indolentes fueron míos!
Yo había descubierto
al huésped silencioso del estanque azogado,
idéntico y distinto de mí mismo.
Nocturnos aguaceros
que oyes caer, indiferente,
no en los techos de cinc
sino sobre el asfalto de una ciudad
en la que a veces te sientes extranjero.
De pronto, un anhelo quimérico
que viene del pasado
ilumina el confuso borrador del poema
y te devuelve intacta la casa de tu infancia:
agua morena de tu madre joven
que está lloviendo ahora
en un patio de baldosas rosadas.
El enemigo
Sucede a veces
que voy cayendo lento
hacia mí mismo.
Ni triste ni contento
solo, a solas, conmigo.
Si miro alrededor
nada tiene sentido.
Un estéril sabor
borra la luz y crea
el exterminio.
Ven-tanas al jardín,
todo es fastidio
para mi estar perplejo,
desabrido.
Laberinto y espejo
yo mismo mi enemigo.
Otro verano, Desiderátum cit., pág. 131
Epifanías
¡Quién pudiera mirar el mundo
a través de los ojos enjoyados de un gato,
ser el palomo de buche iridiscente
que bebe agua de lluvia en la vereda,
la palmera indolente mecida por el viento
en el jardín del mediodía intacto,
o la sierpe melódica de Delmira Agustini
vibrando eterna, voluptuosamente!
Limones
A veces la ciudad
es una mancha
con bocinas, con ojos
de palomas lascivas
y prójimos borrosos.
Esa es la condición
humana, me digo:
el día con su carie, la caída.
Pero de la provincia
llega la salvación,
y soy raptado
por el olor de unos limones
a la luz, al color, a la alegría.”
Otro verano, Desiderátum cit., pág. 132.
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