DIMITRIS KALOKIRIS
Nació en Rétimno, Creta, GRECIA en 1948.
Obra: La tarde, 1969; El pájaro y otras bestias feroces, 1972; La moneda o parábola de la luna, 1973; Las chimeneas imaginarias, 1977; Cuerpo suspendido, 1980; El muelle, 1984; Viento maligno, 1988.
Fuente: Dimitas Kalokiris, I prokimea (El muelle), Ypsilon, Atenas, 1984.
Versión de Horacio Castillo contenida en Poesía griega moderna - Editorial Vinciguerra-Buenos Aires- 1997.
HELENA
Ahora abre la marcha
en la helada noche.
A veces
cuando el eje de la humedad hace girar al mundo
y el filo desgarra la carne de la Luna
desde el cráter de Jonia
hasta el mar de Artajerjes
igual que una plateada Harley que se hunde
entre relámpagos como en las películas
y recorre el pavimento
hasta el fondo del signo solar
(para que desborde al invierno la órbita
de la negra bandera de noviembre)
A veces
cuando la palabra y el silencio
litigan obstinadamente sobre el sentido
desde el desierto tálamo de Heléptolis
hasta la elíptica de Zeus —quien quiera que sea—
y detiene el proceso de corrupción
y detiene el proceso de corrupción
para hacer visibles en la oscuridad tal como entran
y salen al rojo vivo en el etilo y el azufre
los móviles signos de la noche
(mientras centellean y se dispersan silbando
en la naturaleza visible de la desesperación)
A veces
cuando la mano se desvela
y vaga invisible por la acrópolis
en el florido invernadero de la Kore
para que encarne en seda
la ley electrizada
como el sueño salta de los cobertores
y se desvanece sobre las antenas y las cocinas
en las tiendas de telas multicolores
de recuerdos de guerras secretas
(en los frascos de menta de los buenos tiempos
en las peluquerías y talleres mecánicos) entonces
El amor
gira e invierte la marcha del vacío
el vivo filo de la muerte
que viaja día y noche silenciosamente
por los oscuros territorios de las ánforas
y le devuelve paso por paso el recorrido
en los ruinosos aposentos de Lacedemonia
con los metálicos movimientos de la brújula
que pasa
de la fiesta triunfal
al universo.
Cierra sus ojos
sube el volumen de la radio
se envuelve en aluminio y nafta
mira profundamente el tablero luminoso
viola tranquilamente
los límites y las señales de los hombres
aprieta el acelerador y se lanza abiertamente
sobre la carne ardiente de la Luna
casi entre el rock
y el juego ya perdido de los santos.
MARCHA DE LAS FOTOGRAFÍAS EFÍMERAS
¿Nadie sabe cuándo lo alcanza el tiempo?
Pues desde hace meses me atormento por hablarte
de aquellas mujeres de antaño
muchachas sonrientes a las que recordaba
con frescas enaguas de encaje
y manchando con rouge
el brillo del espejo
susurrando secretos
entre guiños y risitas
haciendo leves surcos con el dedo
en el mullido terciopelo del sofá
y echando chispas por los ojos—
ya no me basta esta clase
de fotografías.
Ahora las imagino
abandonadas en una fría salita
soportando recordatorios y esponsales
clavando inconscientemente la mirada
en algunos descoloridos paisajes alegóricos
y hojeando álbumes de bautismo o de boda:
El niño que creció de pronto en una noche
con una anticuada ramita metálica en el ojal
mientras miraba las nubes a través del vidrio azul
y traía a la mente un lluvioso puesto de guardia
en aquel barranco en las afueras de Xanthi, un poco antes
del amanecer,
silbando indiferente dos notas vacías
para abrir una zanja a través del lugar y bajar nuevamente
a la luz aquí, en el mosaico del santo
rodeado de primos y sobrinos
(nombres de tiendas e industrias)
todo abandonado en el agua.
Tal vez te pase por la mente
el tiempo que parte de cero,
tal como quedan mirando un poco fuera del cuadro
sobre el marco o el hilo de la alfombra
al subir como conspiradores
a las desiertas habitaciones donde moraba
el inquieto reptil del amor que resbalaba
en la punta de los dedos —tierno y húmedo
animado por el recuerdo de cuerpos oscuros
que flotan goteando en las aguas
y se hunden en los golfos de Hécate
que se muerde solitaria las uñas, con la mirada
clavada fijamente en el resplandor del faro
cuya luz palpita y se vuelve a apagar
y sube entre las crestas de las olas
que rompen
para destruir el petrolero que se hunde
pero a una señal suya cómo bajan de nuevo las aguas
hasta la líquida inflorescencia de los sueños —mira:
mientras afuera comienzan a pasar las bandas de música
y ella riega otra vez las flores en su jardín
entre los gritos desgarradores de los invisibles.
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