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sábado, 3 de agosto de 2013

ENRIQUE FERNANDO ARAUZ FLORES [10.351]


Enrique Fernando Arauz Flores, nació en Guadalajara, Jalisco (México) en 1957 aunque espiritualmente su origen lo sitúa en Compostela Nayarit. Médico de profesión, escribe desde los 18 años, ha cursado varios talleres de poesía, hasta el momento tiene cinco poemarios inéditos, actualmente trabaja en el sexto poemario “Antorchas de Viento”, ha colaborado en varias revistas Españolas y en Latinoamérica, este año serán publicados algunos de sus poemas en dos antologías en España.
Es miembro de R.E.M.E.S.

Estos Poemas: Tercera Visión Del Miedo pertenece al primer poemario “Botellas de Papel” © (2011) En Ese Entonces pertenece al tercer poemario “Lluvia de Soledad”© 2012 Hay Islas que lo Descubren a uno (prosa poética) pertenece al cuarto poemario “Quemar las Naves” © 2012  y En el Aliento y el Temporal Viento pertenecen al quinto poemario “Hacedor de Puentes” ©2012

Actualmente radica en Puerto Vallarta, Jalisco. 
Correo: enriquearauz57@hotmail.com





TERCERA VISIÓN DEL MIEDO

Negra luna de trapo
ácido remolino,
 daga de la uva
hoz del universo
primer instrumento del pensamiento
derramada herida es el miedo...

Huracán incubado en la semilla
del aire
acordes de lluvia que se va
y regresa como un espasmo 
de espejos 
idolatrando la penumbra,
crisálida eclosionando en la espalda
de la aurora...
¡Piel mutilada del viento!

Acuchillando minutos
la muda luna eclipsada
corre llena de frío 
llena de espanto
afilando en mis ojos
sus lancinantes uñas
abriendo corazones 
de temblorosos guerreros
en los breves cuerpos de las papalotl;
Emigrando a la tierra de mis huesos.

Donde en el devenir del tiempo
su caustica mano escarba
el sordo cauce de mi viaje
derribando la esperanza...
¡Infausto fragmento de un do sostenido!

Pájaros posándose en los ojos
del equipaje de las estaciones,
descendiendo aturdidos entre silencios
volando a ras del trueno,
anidándose sobre el mosaico del cielo
en un mundo subterráneo
débil lama de espejos palpitante.

Escafandra de demonios
acariciando al acuario del viento,
el miedo huele los colores de la llama
en el océano oscuro de la almohada,
frontera de la negra campiña
entre la duda y la soledad,
coral de los sueños
ornamentando las sombras
del rubí encajado en mi pecho...









EN ESE ENTONCES

En ese entonces no hablábamos de la muerte, manantial de invictas palomas éramos, atrio] 
de etéreos nidos, raíces de un coro en llamas armando universos, 
ave fénix resurgiendo a veces.
No sabíamos que nos moríamos bien lento, creíamos que la vida era un canto
que con los días se expandía, creciendo como una enredadera en un espejo de agua, 
creíamos en la memoria frágil de las estrellas, teníamos una alberca de pupilas
tejidas en eternas placentas buscando sus párpados en la orillas de la tierra
entre tanto cada día estrenábamos un cielo.
En ese entonces la vida  -hoy lo sé- pretendía olfatearme, mirarme, tatuarme antes
de presentarme desnudo entre ciclones cubiertos de fatigas, marcado por las voces del agua] 
que en el tiempo caminan tan cerca de nuestras juveniles certezas, tan lejos de la cuna, subiendo por el tobogán de la vejez, que por fin a la materna lágrima llama, 
reclamando umbrías lunas, descalzas y frías, enhebrando a la muerte con besos inseparables, furiosos de amor, desangrados de promesas.
En ese entonces la espiga grávida crecía en el útero hambriento del tiempo,
llenando los huecos de nuestra lineal vida, desecando las horas, 
cubriendo con sorprendentes aldabas nuestra puerta, 
donde hoy toco con la insistencia de un niño, 
sumergido en el espeso dolor, amigo.. De tu partida.






EN EL ALIENTO...

En el aliento del espejo miro
 los halos de la luna derritiéndose
sobre la rota lengua de mi boca,
¡Desgarrado suspiro!
Dientes de bocacalles, masticando
cielos de denso viento, dulce mezcla 
de cristales de agua, astilla y lágrimas.

Sobre el aliento del espejo emanan
desnudas albas, palpitante llama 
transformando sonidos sobre arpas
azules de recuerdo, prometeicas
crisálidas creando mariposas
 entre extraviadas sombras, liquidando
al tiempo, ojos cerrados deslizándose
por la grieta perdida del estío.

Versos de llanto taladrando almas
cubriendo óseos sueños del amor
fugado en el aliento que el espejo
atesora en los hornos del silencio,
pan engendrado donde acaba el ruido.
Sudarios de tristeza, piel de un rostro
que se parece al mío...







EL TEMPORAL VIENTO

Tan provisional es está azarosa piedra
que el viento esculpe artesano sobre la mesa
del tiempo, como la lucha del trigo eterno
al besar la tierra y su vendaval de sueños.
Llama de pan mojada por mares de vino,
uva en los ojales de la memoria invicta
solapa de lunas sembrada en los caminos.

Viento que hace caminos, desbrozando labios
de efímeros suspiros, sangre de senderos
brotando en la fresca cabeza del silencio,
piedra callada, cuenca del aire, ventana
del mudo corazón de mis ancestros, lágrima
de sombríos cementerios, piedras cubriendo
intemporales nubes, undantes palabras
en osarios de besos, temporal destino
del infinito reloj del tiempo, relámpago
del alma...

Viento libertario que a la piedra de alma
colma entre cantarinas aguas que del cielo
montañas, labrantíos huertos, libros, reinos,
olivos, hierros, templos, poetas y espejos
bajan como si mil años no fueran nada.

Y se marcha y regresa para cabalgar
en hornos polvorientos soltando lamentos.
Viento insepulto, polvo de huesos, cansadas
estrellas, mar de aladas piedras navegando
en perdidos molinos, aspas de mi cuerpo...
 ¡Ambición de pájaros buscando silencios!





HAY ISLAS QUE LO DESCUBREN A UNO

Hay islas que lo descubren a uno, encadenando la voz del viento a la soledad de sus litorales, cubiertos de arrecifes que del cuerpo brotan, a un lado de la lluvia, de los campos, de los eucaliptos, de las fabricas, de la muerte, del amor, de las barbas del reloj, del agua asfixiada, del caos, de la inmensa voz de la nostalgia, en fin a un lado de todo, con letras en pie de guerra, debajo de las lágrimas del universo, evocando a golpes de abismos, versos que calman el cotidiano apocalipsis, contando libremente las sílabas en el hondo regazo de las nubes. En esas islas místicas, misteriosas nos invitamos nosotros mismos a festejar la odisea de nuestro andar, plasmando las cadenas de los ecos del tiempo que se nos va en la mirada de un mítico cristal.
Allí arriban piedras náufragas de júbilo con granos de oro acompañando a la sordina canción del rayo bajando por el corazón del verbo, truncando la soledad de la blanca carne de las guanábanas ebrias de sombra por una montaña de sigilosas voces que entre sus arenas buscan la ilusión del árbol y su desnuda cicatriz que el pensamiento deja entre los elusivos dientes de una ardiente página anunciando la tierra prometida...
Llenando con ráfagas de ideas la voz del silencio magnificada en los muros encalados del papel, remontando la epidermis de los días, tensando los tendones de la noche, abriendo olvidados baúles, jugando con la geografía del recuerdo y el parentesco de mis armarios, todo volando sobre la selva del tiempo, cuna de la algarabía de la guacamaya de plumaje verde azulado meditando junto a las ardillas que de los árboles se desprenden, mientras en sus troncos el reflexivo meandro de las arañas me mira, ahí en el ramaje de mi cuerpo se congregan a oficiar el incesante trajinar de las hormigas, el vuelo de las mariposas, el susurro de las abejas, la luna que al firmamento envuelve, invocando a las flores danzantes de la memoria al imaginarla verde, azul, bermeja, plateada con arroyos de savia o bien pálida, exangüe de tanto amarnos, transfundiéndonos sus caricias, sus lluvias en nuestra cama, sus abandonadas ovejas, el puño del sol, las llaves de los deseos, el ombligo de mi raza... Su latir de fuego.
En esas islas hacemos un alto en nuestro viaje y con febril incertidumbre las recorremos, encontrando en su centro el mineral templo del hombre, la extinguida espora del destino, el respirar de los árboles, los falsos axiomas del espejo, la música de las frutas al mirarnos, la caricia que me habita, las puntas de tu fantasma, el zumbido de la luz, el aroma del fuego, el espacio que hay entre las estrellas y la arena que pisamos, los puentes de la infancia, el anuncio de la prometida muerte en la maternal entraña, el vaivén del orgasmo, la fiebre del silencio, la destazada certeza sobre un vientre con alas, la cárdena voz del desamparado, el astillado cuerno de la memoria, el reposo del arco, los atrios del misterio, la perfecta geometría del pecado, la desigualdad de la celda que nos contiene. 
En ese centro se alzan las alas de esta vocación que modela mis muros de arena en medio de innumerables tormentas, ahí enarbolo los manteles que en sus playas he encontrado y como victoriosos estandartes dejó que el viento los lama con su sabia lengua, entonces rompo el himen de la niebla y toco las puertas del purgatorio laqueadas de sueños y pesadillas e invoco a la eternidad de la palabra. En ese instante los mudos poetas hablamos.
 Palpitante momento en que cada delirio cavila un sueño y cada angustia vive su sueño, eterno movimiento de la luz del silencio cubriendo los altavoces del día. Contemplando sobre la hoja de papel a la nómada inspiración disparando sus flecha en los túneles del horizonte encontrándose de frente con las pupilas de la palabra.
Mágico momento en que las islas nos descubren, cribando la sangre de las estaciones con aletazos de imágenes cayendo sobre el oleaje del verbo... Fecundándolo, saciando nuestra sed, arrancándole la quietud del grito a sus manantiales, arrodillándonos ante su enigma, revelándonos desiertos mapas en una primera mirada, concubinas de la creación, oráculos del sueño, ascendiendo sobre la miel de la sonrisa al colgarnos de su verde arboladura y hacerla nuestra recubriendo a la paciencia de la piedra, íntima almohada donde descansan las sienes, las espaldas, el corazón para posteriormente explorar las cavernas del mar, la piel de las ciudades, la desigualdad de la pobreza, la locura del poeta, la soledad del vino, el llanto de la esperanza, el pulmón del pordiosero, el humo de la sangre, las paredes del vacío, la densa nada, tratando de vencer el miedo a nuestra intrínseca distancia rodeada de vidrios de colores en el filo de este dolor sin arcoíris.
 Náufragos mineros en las fauces de la soledad asistiendo al entierro de las horas, rescatando ópalos de insomnios entre tempestades del alma asistidos por el hábil pulso de las flores, pincel del corazón dibujando burbujas de universo con las rayas de nuestra sombra para lavar la frontera de los días y quizás más tarde alargando la noche descansar. 

Como un recién nacido al salir de su nido, observamos este nuevo lugar marcado en nuestra frente para siempre, bebiendo ya sea de un sorbo o a paso lento el fuego en las entrañas de su bahía sabiendo que todo ha acabado y que los barcos con su carga de voces entre los edificios zarpan de los rostros que inventamos.

Después de un breve tiempo desenterramos otro sueño con palas y picos de celestes cenizas, en ocasiones con alegría, otras con agonía, lo acechamos con nuestra lengua de barro y como un tigre lo cazamos en la oscuridad, entonces sentimos la ansiedad de buscar otros horizontes abandonando nuestra camaleónica isla, no sin antes dejarla con un pedacito del alma, despidiéndonos con un último abrazo de apócrifos peces hijos de solitarios dioses, sudando máscaras, piel de deshojadas palmeras tocando purísimas espumas clamando por dormidas sirenas sobre volcánicas rocas, en donde el oleaje rompe en rotos alfabetos cubiertos por remolinos de medusas lanzando al viento osamentas de nombres para fertilizar la semillas del atardecer, infiltrando anclas de besos en corales de nubes y aprisionar así con nuestros marinos brazos el círculo de la sorpresa y transfigurados alejarnos con la inquietud a cuestas del que lleva en su pecho hebras de azafrán (restos de una desnuda metáfora) y una boca llena de amorosa tierra.
Sobre el horizonte nos disponemos a rastrear otros soles, otros tiempos, otras mujeres que oficien a la sombra de los tápalos mondando los rojos estigmas de la violácea flor entre ramilletes de ternura, impregnando del exótico aroma a mies a las arterias del mañana.
Anhelando nuevamente descubrir la cadencia del océano en el vino derramado de las sensaciones navegando en los párpados del viento, desenraizándolos de su muerte, su vida, su fuego, su mar, su nube, su piedra, su sigilo emboscado en la tibia entraña de la escarcha que nos invita a tomarla, acariciarla, besarla y amorosamente - a veces con rabia - penetrar su profunda orfandad de la mano de los sabores de la manzana, la canela, el tamarindo,  guiándonos hacia el encuentro de la conciencia; Ese caudaloso río liberador de nuestros pantanos, sintaxis del erotismo entre un día de lluvia y el arrullador aroma de una mujer, bailando al son de un anárquico ritmo.
Y así trota-islas con el ánimo en un hilo, revolucionamos el secreto valor de la palabra degustando la metamorfosis del amor con sus sombras de historias, la vivencia de las aves, el dolor de las ausencias, la eternidad del cosmos, la muerte del crepúsculo, las hamacas del fracaso, los hachazos del viento, el sayal de la noche, los sótanos del día, la ternura del venado, el hambre de mis hermanos, (vidriosa náusea rajando mi garganta y a la malquerida esperanza)... Es decir los hilos de la vida.
Color de voces dialogando con el silencio descubriéndonos maravillados entre humeantes mástiles besando la espuma de la llama. Explorando la desnudez de este inmenso vacío de ojos sembrando ignotas islas, descubriendo a veces poco a poco, a veces súbitamente jirones de bocas donde cantan los estertores del olvido.
Almas emigrando a través de los tejados nevados de la página hacia el fulgor del mar, pretendiendo trepar en una ola de sílabas las cordilleras del espíritu...






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