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domingo, 30 de junio de 2013

CLARA SILVA [10.190]


Clara Silva
Clara Silva (Montevideo, 1905 - ídem, 1976) fue una poetisa y narradora uruguaya.

De joven ávida lectora, el primer libro de poemas de Clara Silva fue La Cabellera Oscura, publicado en 1945. Le siguieron Memoria de la nada (1948) y Los Delirios (1954).
Educada en una familia fervientemente católica, se les enseñó tanto a ella como a su hermana Concepción que había que amar a todos sin distinciones. La disyuntiva entre el amor religioso y el terrenal está presente a lo largo de su obra:


"Qué busco, qué no busco, vacilante? 
Apurando distancias vanamente 
a un tiempo soy amor, amada, amante".


Pero no fue en las poesías de esos primeros volúmenes donde más destacó la autora, sino como novelista. En sus novelas, esas preocupaciones religiosas continuan latentes. Mujeres frustradas y solas, atrapadas en viejas casonas, abundan en su narrativa.
Su novela de 1964, Aviso a la población, fue, según Carina Blixen, el primer antecedente de una nueva línea de la narrativa uruguaya, la recreación de hechos reales recientes que sacudieron la estabilidad y la bonhomía de Montevideo y el Uruguay todo como "Suiza de América". La trama recrea el caso real de un joven delincuente (el "Mincho" Martincorena) capturado por la policía. La cruda y pesimista mirada de la autora la colocaba en el centro de la Generación del 45 a la que hoy se la asocia, junto a otros escritores contemporáneos como Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti. El mismo Benedetti y Ángel Rama elogiaron la obra.
Es una poética de la grisura, de lo lúgubre y sórdido, expresada con crudeza y atención naturalista, sin desdeñar lo feo, lo grotesco y lo escatológico. Se abordan así ambientes de marginación y paisajes desolados: basurales, desagüe de colectores en arroyos solitarios, baldíos que parecen páramos y esos rancheríos miserables que en la época comenzaban a ser conocidos con la irónica denominación de "cantegriles". 1
Clara Silva estaba casada con el crítico y ensayista Alberto Zum Felde. Ambos fallecieron en 1976.

Obra 

Poesía 

La cabellera oscura (1945).
Memoria de la nada (1948).
Los delirios (1954).
Las bodas (1960).
Preludio indiano y otros poemas (1961).
Guitarra en sombra (1964).

Narrativa 

La sobreviviente (1951).
El alma y los perros (1962).
Aviso a la población (Editorial Alfa, Montevideo, 1964, reeditado por Arca en 1967 y por la Biblioteca Artigas de Clásicos Uruguayos en 2009).
Habitación testigo (1967).

Crítica 

Genio y figura de Delmira Agustini (1968).





Quién tira la primera piedra

El Nuevo Testamento
se derrumba
cuando lo lees
cómodamente instalada en la cama.
Una plegaria sorda
a la imprecación que corre
por las calles.
Estás sola y culpable
de esos muertos que vigilan la tierra.
Estás muerta y salvada
en la ciudad que construye su historia
entre el clamor
y la oscuridad de sus gritos.
Es imposible navegar entre dos aguas
y ser su propia sombra.
Pero quién tira la primera piedra
y pone en juicio al hombre
atormentado
entre sus cruces?







Cerro de Montevideo

Es ésta mi ciudad,
Éste su río
Como mar abierto.
Más que habitar la vivo.
Integro sus espumas
Su carne
Su pampero
Su desatado amor en mi cintura.

Estoy viva en su tiempo
Hasta los tuétanos metida.
Tiempo de estar
Y de no estar,
Sin tiempo.
Y de entrar en el polvo
Que  sus calles precipitan.

La pierdo en la esperanza
La encuentro en el olvido.
Me llama
Me rechaza
Entre gritos, papeles, transistores,
Su suplemento de tensión y alambre.
Su gesto de clamor
Huecograbado.

Va delante mí
Yo voy delante.
En una encuesta de sucesos ciegos,
Voy detrás de su sombra
Que es la mía,
En torno al muro
De un jardín de sombras.
Crece en gris,
En antenas,
En vacíos.
La construye el cemento,
La destruye el cemento.
Sobre el aroma antiguo de sus quintas,
Sobre sus solitarios miradores.
El arrabal la llora
En un tango,
Y sale al aire
Con una cara nueva cada día
Su cabellera de sonidos
Nueva.

Es su hora
Mi hora,
La de ahora y la de antes.
Su lucha por el pan
Y por el vino,
Y su destino
Que no alcanzo.

Es ésta mi ciudad,
Ésta mi vida
Beso la boca que parió su nombre.
Su “Monte vide eu”,
Grito lejano
Desde un mástil fantasma
Marinero


Clara Silva. Óleo de Petrona Viera

Clara Silva. Óleo de Petrona Viera



Las llamadas

Ay, que vienen las llamadas
oscuras
de corazones
calienta negro la lonja
atiza el aire caliente .
de braseros como bocas
de hechizos que van subiendo
en redobles de tambores
tam - tam sobre el parche loco
tam - tam por la esquina viene
de infierno zambo
caderas
de terror y exaltación
tam-tam
se despierta el barrio
de azufres
líquidos sueños
crece en calambres de sombra
en vilo azuza el compás
de tobillos que se mecen
ardiendo en los tamboriles
vientres como negras olas
bajan y suben
qué mar
de sudores encrespados
bajo los agrios colores
cuánto rojo
cuánto verde
encienden la soledad
trepidante de retumbos
de candombe
estremecida
por sangre de amor distante
llamadas
almas errantes
de la carne vocinglera
ay negro qué solo estás
la lonja bate agorera
bajo la noche ancestral
calienta el parche
mandinga
monocorde sin parar
brillan los dientes
los ojos
salta malambo gambeta
el escobillero audaz
entre espejos y collares
en el fondo de su noche
a un dios quiere conjurar.






El Alma en llamas

Te pregunto, Señor,
¿es ésta hora
o debo esperar que tu victoria nazca
de mi muerte?
No soy como tus santas,
tus esposas,
Teresa, Clara, Catalina,
que el ángel sostiene en vilo
sobre la oscuridad de la tierra,
mientras tu aliento
tempranamente las madura.
No soy siquiera como aquellas
que te siguen humildes
en el quehacer del pan y la casa,
pero amamantando tu esperanza
sin saber de tus graves decisiones.
Soy como soy
yo misma,
la de siempre,
con esta muerte diaria
y la experiencia triste
que guardo en los cajones
como cartas;
con mi pelo, mi lengua, mis raíces,
y el escándalo que hago con tu nombre 
para oírme;
y tu amor que revivo en mi cada mañana,
masticando tu cuerpo
como un perro su hueso.
Y nada me ha cambiado,
me derriba en el cuerpo de mi sombra
cada acto de amor, cólera o llanto,
espadas que me cruzan y te cruzan.
De todo lo que fue,
de lo que espero,
el alma que se quema.
Y no fulgura.



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