Fabio Federico Fiallo nació en Santo Domingo, República Dominicana el 3 de febrero de 1866. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Santo Domingo e ingresó al Instituto Profesional a estudiar la carrera de Derecho, pero su amor a la poesía, a la política y a la patria lo hicieron abandonar su proyecto de hacerse abogado.
Desempeñó varios cargos públicos, entre ellos: Procurador Fiscal del Tribunal de Primera Instancia de Santo Domingo, Subsecretario de Interior y Policía (1903), Comsionado Especial del Gobierno en Azua, Samaná y Barahona (1904), Cónsul en La Habana (1905), en New York (1905) y en Hamburgo (1910), Gobernador de Santo Domingo (1913) y Miembro de la Comisión de Pensiones (1932).
Desarrolló una intensa labor periodística. Fundó los periódicos El Hogar (1894), La Bandera Libre (1899), La Campaña (1905) y Las Noticias (1920) y colaboró con el Listín Diario y El Lápiz.
Fiallo - 'el poeta del amor' - no fue un poeta fecundo pero sí muy popular. Supo explotar felizmente la mentalidad típicamente romántica de sus admiradores, y captar y condensar los sentimientos en unas cuantas palabras. Los lances amorosos, la delicada atmósfera reproducida en sus poemitas, a la manera de Gustavo Adolfo Bécquer, fueron suficientes para cautivar a toda una generación.
Aunque escribió poesía patriótica y cuentos, siempre será conocido como el poeta que halaga a Eros sobre todo; "...un poeta de salón, capaz de ditirambos y de cortesanías, pero no un poeta nacido, como los dos altos líricos a quienes manifiestamente recuerda (Bécquer y Heine), para convertir el amor en la cifra de todos los sentimientos que se agitan en el reino de las almas." [Balaguer, Literatura Dominicana].
La vida política de Fabio Fiallo fue casi la negación de su obra literaria. Fue perseguido y estuvo en prisión por defender la nacionalidad dominicana frente a las fuerzas de intervención durante la Primera Ocupación Norteamericana.
Murió en La Habana, Cuba, el 28 de agosto de 1942 y sepultado en Santiago de Cuba. En 1977, por orden del Gobierno Dominicano, sus restos fueron trasladados a Santo Domingo.
OBRA:
Primavera Sentimental (1902); Cantaba el Ruiseñor (1910); Canciones de la tarde (1920); La canción de una vida (1926); Canto a la Bandera (1925); El Balcón de Psiquis (1935); Sus mejores versos (1938); Cuentos Frágiles (1908); La Cita (1924); Las manzanas de Mefisto (1934); Poemas de la niña que está en el cielo (1935).
Astro muerto
La luna, anoche, como en otro tiempo,
como una nueva amada me encontró;
también anoche, como en otro tiempo,
cantaba el ruiseñor.
Si como en otro tiempo, hasta la luna
hablábame de amor,
¿por qué la luna, anoche, no alumbraba
dentro mi corazón?
El silencio de unos ojos
Qué me dicen tus dulces ojos negros,
tan cargados de sombras, ¡oh, adorada!
que en la noche me basta su recuerdo
para llenar mi corazón de lágrimas.
Qué me dicen tus dulces ojos negros,
en su silencio lleno de palabras
tan leves, que el oído nunca advierte
cuando se adentran en mi oscura entraña...
Tal dos aves que buscan su refugio
en un agrio peñón de oculta playa,
y en su áspero nidal, en vez de cánticos
alzan al cielo súplicas calladas.
En el atrio
Deslumbradora de hermosura y gracia,
en el atrio del templo apareció,
y todos a su paso se inclinaron,
menos yo.
Como enjambre de alegres mariposas,
volaron los elogios en redor:
un homenaje le rindieron todos,
menos yo.
Y tranquilo después, indiferente,
a su morada cada cual volvió,
e indiferentes viven y tranquilos
¡ay! todos, menos yo.
En tierra de Quisqueya
Gloriosos argonautas que en el nueve de Julio
desplegáis a los vientos un blanco pabellón,
cuando en el lar nativo pregunten vuestras damas
cómo son en Quisqueya campos y cielo y sol,
responded que los campos son montes de esmeralda
y se oye en cada rama un pájaro cantor;
que mil variadas flores perfuman el ambiente,
que es un zafiro el cielo y es un topacio el sol.
Si inquieren por nosotros: -¿Son felices?.. Decidles:
-Los vimos en cadenas vencidos a traición...
Mustias están sus frentes, sus brazos abatidos,
y en sus pechos no caben más odio y más dolor.
Aprended de nosotros, ¡oh pueblos de la América!
los peligros que encumbre la amistad del sajón;
sus tratados más nobles son pérfida asechanza,
y hay hambre de rapiña en su entraña feroz.
Era una tarde
¡Oh, mi amada! ¿te acuerdas? Esa tarde
tenía el cielo una sonrisa azul,
vestía de esmeralda la campiña
y más linda que el sol estabas tú.
Llegamos a las márgenes de un lago.
¡Eran sus aguas transparente azul!
En el lago una barca se mecía,
blanca, ligera y grácil como tú.
Entramos en la barca, abandonándonos,
sin vela y remo, a la corriente azul;
fugaces deslizáronse las horas;
no las vinos pasar ni yo ni tú.
Tendió la noche su cendal de sombras;
no tuvo el cielo una estrellita azul...
Nadie sabrá lo que te dije entonces,
Ni lo que entonces silenciaste tú...
Y al vernos regresar, Sirio en oriente
rasgó una nube con su antorcha azul...
Yo era feliz y saludé una alondra.
Tú... ¡qué pálida y triste estabas tú!
For Ever
A Juan T. Mejía y Porfirio Herrera
Cuando esta frágil copa de mi vida,
que de hermosuras rebosó el destino,
en la revuelta bacanal del mundo
ruede en pedazos, no lloréis, amigos.
Haced de un rincón del Cementerio,
sin cruz ni mármol, mi postrer asilo,
después, ¡oh! mis alegres camaradas,
seguid vuestro camino.
Allí, solo, mi amada misteriosa,
bajo el sudario inmenso del olvido,
¡cuán corta encontraré la noche eterna
para soñar contigo!
Gólgota Rosa
A Ana María Menocal
Del cuello de la amada pende un Cristo,
joyel en oro de un buril genial,
y parece este Cristo en su agonía
dichoso de la vida al expirar.
Tienen sus dulces ojos moribundos
tal expresión de gozo mundanal,
que a veces pienso si el genial artista
dióle a su Cristo alma de don Juan.
Hay en la frente inclinación equívoca,
curiosidad astuta en el mirar,
y la intención del labio, si es de angustia,
al mismo tiempo es contracción sensual.
¡Oh, pequeño Jesús Crucificado!,
déjame a mí morir en tu lugar,
sobre la tentación de ese Calvario
hecho en las dos colinas de un rosal.
Dame tu puesto, o teme que mi mano
con impulso de arranque pasional,
la faz te vuelva contra el cielo y cambie
la oblicua dirección de tu mirar.
Plenilunio
A Américo Lugo
Por la verde alameda, silenciosos,
íbamos ella y yo;
la luna tras los montes ascendía,
en la fronda cantaba el ruiseñor.
Y la dije... No sé lo que la dijo
mi temblorosa voz...
En el éter detúvose la luna,
interrumpió su canto el ruiseñor,
y la amada gentil, turbada y muda,
al cielo interrogó.
¿Sabéis de esas preguntas misteriosas
que una respuesta son?...
Guarda, oh luna, el secreto de mi alma!
Cállalo, ruiseñor!
Quien fuera tu espejo
¿Cuán feliz es el sol! En las mañanas
por verte su carrera precipita,
a tus balcones llega, y en cada alcoba
penetra por la abierta celosía.
Al blanco lecho en que reposas, sube,
a tu hermosura da calor y vida,
tornase ritmo en tus azules venas,
y epigrama de luz en tus pupilas.
Mas, yo, no envidio al sol, sino al espejo
en donde ufana tu beldad se mira,
que te ama, alegre, cuando estás delante,
y al punto que te vas de ti se olvida.
Sándalo
Es su espíritu lámpara encendida
en el callado altar del sacrificio,
y son dos piedras de ese altar propicio
el duro seno en que su fe se anida.
Ni una vez tu pupila endurecida
el vértigo sintió del precipicio,
ni pudo despertarle un solo indicio
el pecado al rozarla por la vida.
Si pesada es su cruz nadie lo advierte:
De tal modo es alígera su planta,
y, como alondra, cuando sufre canta.
Breve, igual a una flor, será su muerte...
Y cuando muera, un suave olor de santa
perfumará los labios de la muerte.
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