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sábado, 16 de marzo de 2013

JOAQUÍN ROMERO MURUBE [9527]




Joaquín Romero Murube
(Sevilla, 1904-1969)

Joaquín Romero Murube pertenece al grupo sevillano de la generación del 27, grupo que trata de unir localismo y cosmopolitismo. Junto a Alejandro Collantes, Juan Sierra, Rafael Laffón y Rafael Porlán fundó la revista Mediodía. Desde los años treinta hasta su muerte, fue conservador de los Reales Alcázares. Nacido en Los Palacios, pueblo cercano a Sevilla, vivió la mayor parte de su vida en esa ciudad, a la que convirtió en centro de su obra. Prosarios, su primer libro, oscila entre el poema en prosa, todavía muy ligado al modernismo, y el apunte costumbrista. Sombra apasionada, ya muy 27, combina versos, prosas y aforismos. Sus tres libros de poemas más significativos aparecen en los años cuarenta: hay en ellos neopopularismo y, en Kasida del olvido, un eco de la lírica arabigoandaluza que las traducciones de Emilio García Gómez -algo más que traducciones: recreaciones- habían puesto de moda a partir de 1930 (el Diván del Tamarit lorquiano fue una de las consecuencias más felices de esa moda).
Los últimos libros de Romero Murube son de prosa, una prosa evocativa y lírica que no vale menos que su verso y que para algunos lectores tiene aún mayor encanto: Memoriales y divagaciones (1950), Lejos y en la mano (1959) y Los cielos que perdimos (1964).

Obra poética

Prosarios, Sevilla, Gironés, 1924.
Sombra apasionada, (colección, 1925-1927), Sevilla, Mediodía, 1929; 2.ª ed., Sevilla, Universidad, 1979.
Siete romances, Sevilla, 1937.
Canción del amante andaluz, Barcelona, Luis Miracle, 1941.
Kasida del olvido, Madrid, Adonais, 1945.
Tierra y canción, Madrid, Editora Nacional, 1948.
Verso y prosa (ed. Francisco López Estrada), Sevilla, Ayuntamiento, 1971.
  
Bibliografía

Cobreros, Concha, La Sevilla de... Romero Murube, Sevilla, Caja Rural Provincial, 1981.
Lamillar, Juan, «Donde habita el olvido. Joaquín Romero Murube», en Clarín, núm. 30, noviembre-diciembre de 2000, págs. 49-53.
Ruiz-Copete, Juan de Dios, «Joaquín Romero Murube y la razón vital de Sevilla», en Poetas de Sevilla, Sevilla, Publicaciones de la Caja de Ahorros Provincial de San Fernando, 1971, págs. 169-180.
  

   


Sombra...

 ¡Sombra, tumba primeriza
que cava el cuerpo en la tierra,
contorno justo que encierra
presuntas nadas, ceniza.
La línea fiel, puntualiza
un perfil muerto, aunque crece
si el cuerpo en la luz se mece.
Sólo al colmar la mañana
en la alegría meridiana
la tumba desaparece!








Espejos

El espejo es el hijo predilecto de la luz

Basta un espejo para desbaratar el mundo.

En el río están los espejos atacados de prisa. El mar es el manicomio de los espejos.
   La luna, el camposanto de las lunas rotas y muertas de los espejos.

La única tristeza de los espejos es no tener voz.

Hay muertes ocasionadas por el veneno de los espejos: la de Venecia, entre otras.

Los espejos guardan el cadáver del aire.






Ciudad: estío

 Cine de Dios, la tarde, dilatada
pantalla universal de aire en relieve
ilumina con oros casi densos
las horas que se rinden al poniente.

Rayos horizontales, paralelos,
encienden las fachadas en reposo
y va la prisa envuelta en la ceguera
de un remolino aspado en sombra y oro.

Sobre la calma la ciudad irradia
su latir presuroso de metales
y el sol abre sus venas de colores
en los largos espejos de las calles.

-No podrá la gran urna de la noche
cegar estos jardines de reflejos
que, flores de cristal, platino en ascuas,
fingirán en la noche su destello-.

Sobre la frente la ciudad repica.
Y van mujeres, sin perfil, disueltas
en la áurea tarde que relumbra viva
sobre la sierpe humana de la acera.

[Sombra apasionada]






A unos cedros

 Aquí en la cumbre al sol, con memorias de siglos,
los cedros imponentes, catedral de los bosques.
Cuajaron las auroras sus besos de alboradas,
fundieron los estíos sus mostos y dulzuras,
pasó el invierno duro con témpanos y lluvias
y ellos solemnes, graves, con lentitud de hormigas
van clavando en el cielo una ansiedad de fuente.

Fuente de verde vida, latidos de sustancias
vírgenes, transparentes -agua, sol, luz, resinas.
La arcilla que se encrespa por ser arquitectura
y nutre el tronco fuerte, las cruces corpulentas,
los vástagos flexibles, las piñas de los frutos,
y ese plumón de plata que reviste las ramas
y en donde el aire duerme cansado de caminos.

El sol se posa en ellos con claridad de hermano.
Son altivos, potentes, milenarios, augustos.
Los días de los hombres no rigen en sus tiempos;
parece que se escapan del poder de la muerte.
Si un latido en sus ramas cobija ardor y sangre
son águilas, supremos temblores del espacio,
que alfombran con sus alas los pasos de los dioses.

En el vasto silencio de las cumbres dormidas
los cedros poderosos tienen su voz constante.
Es un mar entre ramas, sin aguas ni mareas.
Es un rumor perenne de horizontes y alturas.
La luz que se rebulle sobre un lecho de amores.
Es un latir de esencias que se vierten al viento
con ritmo encelestiado para que el aura rece.
-187-

No me asombran ni aturden vuestras fuerzas ciclópeas,
oh cedros milenarios, tempestad de las horas
erguidas en supremos poderes del reposo.
Junco de sangre débil criado entre caricias,
mi vida apenas logra vuestro vuelo más niño.
Pero con algo vence vuestro poder de atlantes...
Son mis ojos que os miden, mi palabra que os canta.

  





Kasida de amor y de miedo

 -¿Quién me sigue por la calle?
-¿Quién en la esquina en acecho?

-Nadie te vio entrar. Respira.
La vida nace en tus besos.
Están las puertas cerradas
y el corredor en secreto.

-¿Quién pasa tras la cancela?
-¿Quién habla cerca, aquí dentro?

-No pasa nadie. Los muros
no devuelven ningún eco.
Tus labios, llenos de espanto,
duelen de frío y de fuego.

(En la oscuridad, las sombras
juegan su baile de espectros.
En el aire de la cita
brinca la cebra del miedo.
Crujen auras navegantes
sobre el cauce del silencio.
Y el mundo rueda al abismo
ante un reloj descompuesto.)

¡Ay amor si tú volvieras,
amor de amor y de miedo!







Kasida de la gloria

 Algún día por esta calle
de Santa Clara, en la paz
de un atardecer de oro,
pasará un hombre perdido
hacia un afán inconcreto.
Habrá esta luz trasparente,
celeste, pura, sin fin.
Habrá este claro reposo
lleno de sonoridades
de cal profunda y sencilla.
Jugarán, puros, los niños
ante el marco de sus puertas.
Una risa de mujer
en el abril de su edad
pondrá en la carne del viento
el temblor de una caricia.
¡Y algo unirá nuestra sangre
con los cimientos del mundo!
Irá un hombre por la acera
con toda el alma en sus ojos.
Yo estaré muerto, olvidado
para el mundo y las personas.
Y alguien pensará que un día
habrá existido otro hombre
que gozara esta delicia,
este silencio, estas luces,
esta risa, esta tristeza
dulcísima, irreprimible
hacia ese afán inefable
que es más que vida y que muerte...

[Kasida del olvido]


   

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