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viernes, 25 de enero de 2013

ALBERTO ARVELO RAMOS [9209]



ALBERTO ARVELO RAMOS (1936-2010)
Alberto Arvelo Ramos, filósofo, poeta y escritor, nació en Caracas, VENEZUELA el 14 de diciembre de 1.936, egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV), como Licenciado en Filosofía (1969), inicia sus actividades como docente en 1.971 en las Escuelas de Filosofía y Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello, fue profesor de la Escuela de Educación de la UCV, en 1972, así como en la Escuela de Letras, Educación e Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Los Andes (ULA). Posteriormente en el año 1980, se desempeñó como profesor visitante de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Zulia (LUZ), Maracaibo; fue profesor de las maestrías en Filosofía y  Ciencias Políticas  en la ULA, dominaba siete (7) idiomas: Español, Inglés, Italiano, Alemán, Francés, Latín y Griego clásico. 
Realizó estudios de posgrado en  Filosofía en la  Universitât zu Kôln, Colonia Alemana (1969-71),  en la Universidad Simón Bolívar en Caracas (1972); Universidad de Los Andes  (1972-74)  y  obtuvo     el Doctorado en Filosofía en la ULA el 31 de enero de 2007. Se desempeñó como Coordinador de la Maestría de Filosofía en la ULA (1994-1996). 

Fue Presidente de la Fundación Orquesta Sinfónica del Estado Mérida (FOSEM), así como  miembro principal del Directorio del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), en Caracas (2001), formó parte del  equipo del Consejo Nacional de Cine (CNAC), en el período 1999-2003. Recibió la Orden “Andrés Bello” en Primera Clase (1993) y  la Orden “Tulio Febres Cordero” en Primera Clase (1995). El profesor Alberto Arvelo Ramos fue autor de numerosas obras, entre las que destacan: “Poemas de Enero” (1975), “En defensa de los Insurrectos” (1992), “Laguna” (1984), “El Violín de los Andes” (1991); “El Cuatro” (1993), “El Dilema del Chavismo “(1998), “La Bandola Venezolana” (2001), “Honestidad” , novela,  (2005) ; “Y todavía el Viento” (obra poética), de Editorial El otro el mismo, en coedición con la ULA (2010). 

En 1996, fue designado por el Presidente de la República como  Director General de La Zona Libre Cultural, Científica y Tecnológica del Estado Mérida. Estuvo al frente del régimen fiscal especial, adscrito, para ese momento, al Ministerio de Finanzas,  durante un período de siete (7)  años, tras ser sucedido por su colega Silvio Villegas en febrero de 2002. 

Se desempeñó como Secretario Ejecutivo de la Comisión General de Instrumentación de la Zona Libre de Mérida, en el Vice-rectorado Académico de la ULA (1995-96) y asesor especial del Senado de la República para el proyecto “Ley de la Zona Libre Cultural, Científica y Tecnológica del Estado Mérida” (1994-95). Fue director General de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes (ULA) en  el período 1982-84 y presidente de la Sociedad Latinoamericana de Cinematografía (1985-96) y productor de tres largometrajes; miembro de la Comisión Asesora para Política Cinematográfica, Presidencia de la República (1991) y coordinador del Proyecto Escuela Nacional de Cine y Televisión ULA-CONAC (1991-1993), aprobado como Licenciatura por el Consejo Nacional de Universidades (CNU) en 1995. Durante el período 1989-1992, el poeta y escritor Alberto Arvelo, fue concejal del Municipio Libertador, donde se produce el primer anteproyecto de Ley que impulsó la idea de la Zona Libre de Mérida. 

Quien fuera el primer Director de la Zona Libre Cultural, Científica y Tecnológica del Estado Mérida , cerró sus ojos el 18 de julio de 2010 en la ciudad de Mérida, dejando un legado de incalculable valor a las nuevas generaciones en el ámbito de la Filosofía, la Educación, la Cultura, la Ciencia y la Tecnología en el país.






Digo entonces

Digo entonces:
Me voy a otra tierra que duerme.
Me voy.
Y los muslos del monte
se poblarán de aromas
en la lluvia profunda.

Respondes sin saberme:
Ya no me soy. Soy yendo.
Huelo mis manos
y me huelo a ti.
A río
arado de silencios.

Después por las distantes
hendiduras del mundo
ya no viene la noche
ya no viene la noche como si fuera oscura.






Tu también

Os voy llenando de rincones
donde a veces caminas o te pierdes.
Hay calma en estas noches
cuando espuma
vuelve
lentamente a ser agua.
Fue profunda su muerte.

Tú también de los ojos
le sacaste lo negro
y le metiste piedras
y astillas por los dedos.
Temías que muriera
lejano de tu aquí.
O que tuviera una sola agonía.

En pedazos pequeños al mar
tú también
lo lanzamos.
Y bebimos agua salada donde
cayó hacia el fondo.
Agua suya.
Así lo odiamos, tú también.
Cuando regreso al mar
muerdo arena
porque quedan aún sus pedazos.

Tú también las manos
tú también la roca de sus ojos
(son perlas los que fueron sus ojos)
tú también le comiste los labios
y le pusiste última sed.

Por su larga vara de agonía
tal vez lo amamos tanto.
Tú también
tiemblas cuando pasamos
por sus ríos.






Poema de la inexistencia

En el goce he dejado de existir,
porque existir es recordar algo mejor que hoy.

Estirar de algún modo
alguna muerte que tuvimos
como si uno tuviera un eco.

Pero no tenemos nada más fuerte
que esta sacudida de mordernos.

Tus piernas se llaman
el olvido de Dios.

Tus labios se llaman
la voz que no dice.

Tu pubis se llama
el cielo que murmulla.

Tus senos son los ríos
por donde se meten estas tardes.

Tu aire, el aire tuyo
no es sonido
no es aire
eres tú, transparente.







A Solange

Ni carta ni poema
lo que esta mañana
me amanece.

No huyo de ti
ni te busco.

Andas en los ríos
cotidianos.

No gano nada con tenerte
ni ganas nada con ganarme.

Eres en mí, perderme.
Y yo en ti, perdido, comenzado,
tú sin ti.

Como un vidrio opaco
que no permite mirar
más allá de este gozo.

No es amor.
No es convivimos. No es casa hecha
para que tú y yo la levantemos.
No es historia. No es destino.
Ni hijos.

Es como respiras. Es como
respiras. Es como respiras.






Ars poetica

Minúsculo poema.
Giraba sobre sí
con tentáculos
de hierro luminoso.
Parecía bola viva.

Debajo de los versos era
otra bola pequeña
y durísima,
más azul que la muerte.

Se movía
en la respiración de las palabras.
Se mecía de tristeza.
Era el corazón inhumano
de la voz.

No respeta al decidor.
No lo castiga.
No lo expresa. No le da otra función.
Sólo la única
de constructor de nadas magníficas.

A Orlando Araujo





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