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martes, 11 de diciembre de 2012

YAOSKA TIJERINO [8847]



Yaoska Tijerino Espinoza. (Managua, Nicaragüa, 26 de septiembre de 1979). Vivió hasta los 14 años en Boaco donde fue co-fundadora del grupo MACUTA. Recibió doble licenciatura en inglés y Ciencias de la Comunicación de la Universidad jesuita Saint Louis University, Missouri. Obtuvo una maestría en Literatura del Siglo de Oro Español en Tulane University y un doctorado en Literatura Latinoamericana Contemporánea también en Tulane University. Escribió su disertación doctoral sobre la poesía de Carlos Martínez Rivas, próxima a publicarse. Actualmente dicta literatura y lengua en Saint Louis University. Vive entre Nicaragua y Estados Unidos. Está casada y tiene una hija.
Debutó como poeta a los 17 años en Nuevo Amanecer Cultural de El Nuevo Diario. Desde entonces sus poemas han aparecido en diferentes diarios, revistas y antologías de Nicaragua y el extranjero. Su libro Treinta veces Isha: Poesía reunida (1997-2009) se publicó en marzo del 2010. El libro fue presentado en Nicaragua y Estados Unidos. Algunos de sus poemas están siendo traducidos al inglés y búlgaro. En opinión de Francisco Díaz, Yaoska se caracteriza por ser una escritora cuidadosa y organizada en cuanto a ideas y coherencia en sus textos, con el fin de que prevalezca la forma y el contenido de sus poemas. No le escribe al amor, pero le escribe a las culturas, a las mitologías y al ser humano como tal.


INÉS

A mis hermanas y hermanos

IV 

La nieta buscaba formas
para la historia de la vida de la abuela.

O mejor dicho 
una forma de darle historia a la vida
una vida ya de por sí hecha historia
historizada a través de la vida.

Una vida histórica.


Leía entonces la nieta
biografías, 
canto-biografías,
cuentos y recuentos.

Husmeaba, rumiaba la nieta
la pequeña gran biografía 
que hizo un poeta de su mujer
mientras recordaba la nieta
cómo la abuela
divisaba 
pupileaba
desde su balcón
al muerto.

Sentada en su palomar
frente al parque de Boaco alto 
(como les gusta decir
a los provincianos folkloristas)
con los larga-vistas a la mano
que la acercaban a la tumba del marido.

La abuela contaba las flores
medía a vuelo de águila
el alto de la grama,
mientras no quería ni siquiera
pronunciar el nombre del esposo
y recibía a las visitas
con la lengua como espada
peleando desde la vida
al difunto:
“¡El muerto me hizo horrores!”


Y así la relación de ambos
supo traspasar hasta las fronteras
más difíciles de la vida y de la muerte.


En realidad su historia de amor
no fue siempre dulce ni feliz
como en los Cuentos de Hadas.







Blanquísima trinidad,
diáfana transparencia azul.
Coyote domado por la risa
bésame los manos.
Déjame escudriñarte el lomo,
pupilear más allá de tus hebras
la espuma que repartiste en mi bautizo,
descender solitaria
a la oscuridad de tus pezuñas
limpiarte las arrugas cubiertas por el moho.
Avanar hasta tu vientre
de ternuras escondidas
y quedarme quieta ahí,
sin pensar en el regreso.
«Vosotros los que entráis perded toda esperanza»
¡Dale rienda suelta
al viento!
Amigo,
sujétame la voz,
que se me deslengua el alma.
Cuando me visitas en sueños
te veo pulcro y fresco
como tus poemas.
¿Verdad que a la entrada
del recinto divino lees:
Welcome hope thee who enter here?






Poemas a Flavio Cesar

I

La niña que fui
corro por sus pasillos.
Avanzo sobre la madera
tanteando con los ojos
el rojo-quemado de las barandas.
El sol se cuela en el jardín
y las plantas lo saludan
con un rumor verde.
Casi nada ha cambiado.
Avanzo más rápido.
El corazón me recuerda
la naturaleza de mi propia fuerza.
Estoy nerviosa
aunque todo me complace en esta casa.

Las puertas son piezas
de un rompecabezas
que reconstruyo en la memoria.
Todo es tan similar y tan distinto:
Soy yo
la que todavía pepena la imagen
al pie de estas paredes.
Ya no somos los mismos
que acomodamos recuerdos
entre retrateras.
Estoy por llegar al área de mi Tío.
¿Cómo estará?
¿Por dónde deambulará
su apetitoso intelecto?
¿Y la boina?
¿Cuántas ideas que ni sospecho
se debaten bajo esa boina?


II

Sé que detrás de esta puerta
me espera con su oficio de alfarero,
rodeado de afiches,
en la misma mesita roja.
“¡Tío Flavio!” le digo
a través de la rendija y el cedazo.
Se acerca con dificultad
aunque me saluda con voz ágil.
Entro, me siento y platicamos.
Como siempre la conversación fluye.
Parece que fue apenas ayer
que escribimos la línea anterior
y hoy sólo recobramos el vuelo.
“Carísimo Tío”
como el de antes
conserva la sorpresa del niño.
Sin embargo,
lo noto arañado por el tiempo
con los huesos resentidos tras cada invierno.
Me duele el dolor de sus articulaciones,
me duele en las articulaciones de cada verso
que para mí
es como que me doliera
en el cuerpo entero.
Y vuelvo a pensar en la casa
con sus pasillos, balcones, y corredores.
En la niña que fui corriendo sobre mi infancia,
machacando el tiempo a gusto
ante la realidad de un espejo sin horas.
Y en todo lo que representa este espacio
que a pesar del trajín de los años
sigue dando textura a mi tiempo.





Piel Labrada

III

El viernes dijiste: “It’s me against Chicago”.
Imaginaste edificios,
te sentiste inmensa ante la posible roca.
Eras sólo tú contra los siglos.
–Un aullido de coyote es silencio ante la vida-sombra metropolitana.
Ni Viento convulsionado trasciende la señal de tráfico,
sólo Sol entiende la apresurada vibración de cada calle–.
En Chicago se sabe con certeza que una hora es exacta, ajustada, invariable.
–Aprenderás a no decir Mañana como se dice Vuelo, Ave o Canto.
Aprenderás que perfección de máquina ignora Sangre,
Pero anhela Sangre misma a la hora del metal-insomnio–.
En Chicago nunca esta mano que te espera,
que te acaricia verticalmente sin remedio horizontal
porque las vértebras del cuerpo así lo exigen.
En Chicago, fotografías olvidadas,
bocas modeladas, manos encerradas
y el saludo vidrioso del ojo desvelado.
Chicago es como una cena partida en dos:
1. el gusto ante la mesa –pan costoso saboreado con la vista–
2. el sueño destruido de una nación –cubiertos de plata acariciados sin dedos–.
En Chicago velas apagándose,
vinos duros y oscuros por sumisión al tiempo,
postres decorados con lustroso vidrio líquido.
En Chicago todo se pierde en el esfuerzo.






La memoria trasciende los bordes del tiempo 
y busca entre los días 
la palabra que sustente esta derrota. 
Se sumerge en el pasado 
como delfín en las profundidades del agua. 
Fuimos jóvenes ante el altar de los dioses falsos, 
fuimos ceniza y fuego 
de nuestro pentecostés pagano, 
con la Sodoma particular 
tras la Gomorra individual. 
Fuimos el pecado sin hora y calma. 
Aprendimos que el dolor es inútil 
como inútiles son los muros de esta casa. 
Cierro los ojos y no me contengo. 
Sé que no me atrapan estas paredes. 
Sé que hay más libertad en el aire 
para que escapen mis ansias. 
Más alto llegarán mis palabras, 
hasta allá, más alto todavía. 
Día futuro que mi memoria ya presiente.




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