Rocío Uchofen, nacida en Lima (Perú) el 24 de mayo de 1972. Estudió lingüística y literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Dictó talleres de creación literaria para la Asociación Cultural Libro Abierto. En 1991 participó del Segundo Encuentro de Narradores Jóvenes. Sus cuentos y poemas han sido publicados en antologías y revistas de América y Europa. Se ha dedicado a la docencia en el área de lenguaje, literatura y razonamiento verbal. Actualmente radica en Nueva York, desde donde dirige el sitio Híbrido Literario y un taller virtual dedicado al cuento corto. Ha publicado el poemario Liturgias clandestinas (El Taller del Poeta Fernando Luis Pérez Poza, 2004) y el libro de relatos Odalia y otros sin esquina (The Latino Press, 2004).
Un hombre ha muerto en la ciudad
Un hombre ha muerto en la ciudad,
su sangre
quedó en el pavimento como muestra y
advertencia,
aquella mancha salvaje
que se difumina en el asfalto,
es sólo un recuerdo para
aquellos que
rodearon los últimos segundos vivos
de aquel cuerpo maltratado.
En muy poco tiempo olvidarán el hecho,
y solamente quedarán las huellas
de los crisantemos marchitos,
o las letras de un papel que no tienen voz,
ni sentimientos.
Un hombre dejó de mirar con los ojos,
y se abandonó en un silencio oscuro, mientras
tenía enfrente al firmamento
y ese color grisáceo de la ciudad que lo tragaba,
o el dolor de vísceras reventadas,
de asfalto contra el cerebro,
contra las ganas.
Su cuerpo dejó de ser el cuerpo y
se volvió algún derivado del carbono,
materia en estado coloidal,
agua,
petróleo del futuro quizás.
Ya no más logros, no más,
ya no más sueños.
CRUZAR LOS CÍRCULOS DE FUEGO
En medio de la noche huyo de ti. Cruzo mil círculos de fuego, me ahogo en la desesperación de la fuga y mis pies corren con tanta fuerza que casi vuelo. Todo en vano: Tú eres veloz.
Me alcanzas.
Luchamos cuerpo a cuerpo, mente a mente, no soy más fuerte que tú, lo sé, pero no quiero que me venzas. Doy lo mejor de mí, sin embargo, un mal cálculo me pone a tu merced. Me hundes bajo tus rodillas, mi pecho se rebela con grandes alaridos, el piso es terroso y frío. No, ¡no quiero morir así! Soy el más débil, pero no el menos hábil. Tú lo sabes mientras tus manos vigorosas me ahogan, tú lo sabes, mientras mi cuello cede a tu presión. Me concentro, son sólo segundos, tengo que concentrarme. No me vas a vencer, no lo harás. Uno, dos, tres: ¡Desaparece! Entonces despierto sudoroso, con las sábanas húmedas y pegadas a mi piel. Aún no amanece.
Espacio y tiempos
a M. K.
¿Adónde van los muertos cuando los olvidamos?
¿Cuándo caen inefables de nuestro recuerdo,
como leves hojas secas que abandonan la memoria?
¿A dónde van cuando la trama
recrea mil y un nuevos caminos,
para los que quedamos en la vida,
para los que al cerrar los ojos en la noche,
los desconocemos?
¿A dónde va el humo cadencioso de sus vivencias,
cuando la marea deja otras aguas a los pies de los amigos?
¿En qué lugar desierto descansa el alma?
¿En qué lugar quedan los restos,
las imágenes plasmadas en miles de neuronas,
el aroma del momento, del suspiro, del silencio que ya fue?
¿A dónde van los muertos cuando el tiempo y la distancia
los envuelven en un remolino ansioso,
de páginas calendarias, de años nuevos y viejos?
¿Adónde van?
¿Adónde iremos?
¿Adónde fuiste tú?
¿En qué momento tu sonrisa se fundió entre angustias,
en los mares de palabras y de versos,
para no volver al centro de las lágrimas,
para no salir al paso ante el silencio,
para llorar tu soledad en las tinieblas del adiós?
Y luego aquel encuentro...
¿En qué instante de descuadre irrumpiste en los canales
inusuales: Tiempo/espacio, espacio/encuentro, irreal/real,
fáctico/ fantástico? ¿En qué momento?
Tú saliste de la cámara del sueño.
Música algorítmica de Bach
y silencios.
Para romper los velos,
la suave caricia de la irrealidad,
colores fácticos, y
un mar de tesis del realismo maravilloso,
en pleno centro de Times Square,
descuadrado y virginal en la gran caja de música.
Luego avistar molinos de viento en las ventanas, para negarlos
por miedo a la sanción social,
y nuevamente refugiarse en la
repetición de textos y clases magistrales,
o la génesis lúdica de los cuentos,
o las historias sin final común,
o la paporreta teórica y fenomenal,
o las leyendas...
¿En qué momento irrumpieron nuestros sueños,
para apoderarse de las horas del reloj?
Para soltarlas luego, crudamente y en silencio.
Para luego volver simplemente a su lugar.
LLUEVE
Llueve,
las gotas diluyen la noche,
las luces potentes de los autos que cruzan el puente.
Mis dedos tocan los cristales,
también se diluye el color,
el mundo
La noche existe para encontrarse con los muertos
La noche existe para encontrarse con los muertos,
para calmar las ansias locas de nostalgias,
o las falacias terribles que nacen en los sueños.
En la penumbra insistente llena de cuadernos,
relojes en doce, libros, polvo de olvido;
pervive la delicadeza solitaria
de una sonrisa sin fin, escondida
en el centro oscuro, camaleónico,
de un significado antiguo.
La noche existe para los silencios,
amagos y presagios
de una vida ulterior,
deja vu,
escenas perdidas en algún lugar del momento,
ruedas dentadas que alimentan
la intrínseca energía
del porqué.
La noche existe como calvario,
como juntura mística de acordes terrenales,
como escena intranquila,
como desorden elemental,
como quimera.
Nena, te vas al sur
Nena, te vas al sur.
En mi memoria quedan tu cabecita blanca
y la atmósfera irreal de las noches de sábado.
Hoy cierro los ojos y vislumbro:
un vaso a medio llenar de Havana Club,
libros por doquier, papeles,
los cigarrillos en los muebles,
y la ufana sensanción de que éramos inmortales;
puedo reconocer la fragancia a orquídeas del ambiente,
el silencio sepulcral:
estás leyendo a Juan Gonzalo Rose,
y entre nuestras cabelleras se mezclan
los humos de Wiston Light y Marlboro.
Hoy te puedo ver declamando en la tarima,
y tu voz se amolda al compás de la victoria.
Te puedo ver oteando el horizonte plomo,
y recordando con indiferencia,
tu infancia virreinal.
Nena, te vas más al sur;
tu corazón se desangra al cerrar los baúles,
las paredes sin Modigliani, sin Kokoschka,
sin Van Gogh, sin mariposas.
Las voces de los amigos se han perdido en las distancias.
Y tus ojos azules se despiden de Lima,
en una mañana toda neblinas y garúas.
Unos cuantos poemas en la maleta,
las promesas, las fotos,
las lágrimas de los que dijeron adiós.
Y a lo lejos el color de los patios aquellos,
de esas casas tranquilas.
EL LADO SALVAJE DEL AMOR
el lado salvaje del amor,
muchacho,
me lo llevo
en este último viaje
junto a un toque de morfina
y con la sensación
de ser una eterna cicatriz
que vaga por la ciudad.
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