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viernes, 14 de diciembre de 2012

HUGO FERNÁNDEZ OVIOL [8928]



Hugo Fernández Oviol. (VENEZUELA, Cabure, Estado Falcón 1927 - Coro 2006)

Licenciado en Educación,trabajó en todos los niveles del sistema educativo, desde la Escuela Rural hasta las aulas universitarias. Dictó cursos, seminarios y conferencias en Sur y Centro América.
Fue Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Yacambú (Barquisimeto).
Premio Municipal de Poesía. Director y miembro del Consejo de Redacción de la Revista Job (Barquisimeto). Presidente de la Tertulia Literaria Hugo Fernández Oviol con sede en Coro y Director de la Revista “Ventanal”. Libros publicado: Agua delgada (1964); 12 Variaciones alrededor de una guitarra (1973); La Casa deshabitada (1982); Caballos (1995); La canción de Morella (1983); Antología poética (2000). Antología poética 2006.




Nada extraordinario

Yo no pido nada extraordinario:
a nadie he dicho, por ejemplo,
córtate la mano derecha
y entrégamela entre rebanadas
de pan blanco.

¿Acaso he dicho a alguien:
olvídate del nombre de tu madre
y cava una inmensa sepultura
en el vientre de tu hermano?

No. Yo no pido nada extraordinario
ni uno sólo puede desmentirme
cuando digo:
yo no he pedido a nadie
que se saque los ojos
para que el sol le lama
la cicatriz del llanto.

Es más,
a nadie he pedido todavía:
amamanta la mitad de tu sed
para que me regales
la mitad de tu agua.

Yo sencillamente he dicho:
No quiero que mi hermano
sufra hambre,
no quiero que le
roben su trabajo,
no quiero que sea muerto
en tierra extraña…

Y sin embargo,
hay gente enfurecida
dispuesta a romperme
la guitarra,
empeñada en disecar
mi voz,
sobre el madero oscuro
de una encrucijada,
resuelta a convertir
mis huesos
en harina amarga
y carcelaria…

Yo no los comprendo, amigo,
yo no pido nada extraordinario.





El papagayo

Hace mucho tiempo, cuando aún cabalgaba el potro pío de la infancia, solía ir a una huerta detrás de mi casa y pasarme horas enteras elevando un papagayo.

-Perdedera de tiempo, ganas de hacer nada; decía mi familia, y me colmaban de reproches y se empeñaban en demostrarme la inutilidad de mi esfuerzo y la necesidad de aprender cosas útiles y ¡nunca les hice caso!

La vida, a golpes, me ha enseñado que no se hace compañía juntando soledades, ni se construyen puentes con serpentinas, ni se evitan bombardeos creando pájaros; pero, yo soy tonto definitivamente y sigo elevando el papagayo.







El viejo

Andaba tan lleno de soledad que cualquier pañuelo le desataba el llanto, y lo peor era que lloraba hacia adentro y el río de las lágrimas le enturbiaba las garzas, le corroía las gaviotas y le sembraba el mar de peces solitarios.

Él sabía que por ese camino era inevitable que se encontrara con el caballo ciego y trataba de cavar salidas en el túnel; pero, inventaba picas falsas y a cada instante estaba más profundo en el corazón de la montaña.

Era casi inevitable el encuentro con los gavilanes y sus palomas lo presentían e iban apagando sus arrullos y la angustia, como un oscuro almidón espeso, les iba entumeciendo las alas y les pintaba la cola con pinceladas amargas.

Él sabía que había llegado el momento en el cual resultaría inútil que malgastara la mañana tirando monedas en el río, porque a las seis de la tarde, a la hora exacta del crepúsculo, sentiría tintinear en sus bolsillos las monedas del miedo… y se desesperaba.

Entonces empezó a inventar huidas, a escalar montañas falsas, a querer esconderse en los recuerdos, a racionalizar el tobogán y la escapada. Pero su tristeza andaba con él y cuando se creía más seguro, cuando menos lo esperaba, le enseñaba la lengua y empezaba nuevamente a corroerle el alma.

Así llegó hasta el lago y ellas estaban allí, sembrando poemas en la arena, con la esperanza de que nacieran fusiles en la sierra… él aprovechó la ocasión para robarle su quena más pequeña y se puso a elevar su viejo papagayo.

Luego frente a su sed de siglos, la muchacha le tendió la vasija luminosa de sus manos y el agua clara y fresca de su voz se precipitó hacia él en forma de raudales y fue el deslumbramiento: el relámpago azul del sueño multiplicado en las estrellas, la noche iluminada, el pulir amorosamente los luceros, la reinvención del azúcar y un florecer infinito del naranjo.
Él dijo entonces de su absurdo deambular y sus fantasmas y ella le recordó la silla de ruedas de Mariátegui. Él le dijo de los compañeros muertos y de los fusiles enterrados y ella le recordó el tiple de Atahualpa en el Tolima y le habló de Víctor Jara y le dijo de Jorge, un mimo del Perú que monta su espectáculo en las plazas e inventa sopas ratoniles y, lo más importante, que se ha negado siempre a pedir permiso para su espectáculo.

Después, él se quedó mirándola a los ojos largamente, tomó un pedacito de luz de su sonrisa, hizo con ella una bandera y se la puso en la solapa. Limpió su viejo rifle y se sumergió en la calle.

Esto sucedió hace mil años y todavía cuando se le pregunta al viento por el viejo, contesta sonriendo:

-Por allí anda, con la barba millonaria de pájaros, con los bolsillos repletos de papeles, disparando su vieja escopeta y su esperanza.





Nocturno

Pronuncio tu nombre en medio de la noche
y una lluvia de estrellas puebla mi corazón;
ausculto atentamente el silencio
y la avidez de mi oído reproduce tu voz.
Mis ojos en la noche esculpen tu figura,
las manos se me fugan detrás de tu figura
y tu imagen en mi alma entona una canción.
Reinvento tu mirada, tus pasos reconstruyo,
diseño tus caricias, dibujo tus arrullos
y en medio de la noche te doy mi corazón.





Ausencia

¡Que semana tan larga!
¡Que días tan vacíos!
¡Que carencia de pájaros!
¡Que plazas tan sin niños!
Deambulo por las calles
y no encuentro tu sonrisa
me sobran las palabras,
me faltan los caminos;
el aire es sordo y mudo,
el fuego es sólo un mito;
los bares enlutados
sollozan en la esquina
y mi corazón desnudo
bebe tu ausencia y grita.








Poeta Hugo Fernandez Oviol:

Sucede que yo nací en Cabure, un pueblo campesino, trabajador y solidario, en medio de una familia sin bienes de fortuna, pero adinerada en buenos principios como la honestidad personal, como el culto a la palabra empeñada y a la convivencia sin mezquindades, además rodeado de un cúmulo de muchachos, amigos de mi misma clase y con la misma escala de valores, sembrada y repartida por su respectiva familia; todo esto me hizo descubrir tempranamente el valor inestimable del compañerismo y la virtud bien entendida de la amistad sin dobleces.

Más tarde, ese mismo grupo, con la ayuda invalorable del marxismo-leninismo, me enseñó la fidelidad con los principios filosóficos y la filiación alegre y consecuente con los marginados de la tierra.

Mi amor por las parrandas de la serranía que, durante los días de fiesta nacionales, iban de casa en casa entonando sus trovas, desgranando décimas, salves y coplas y multiplicando así la alegría colectiva del pueblo, sembró en mí para siempre, el amor por la poesía. Yo, desde entonces, sentí una debilidad tremenda por los copleros, los admiraba con devoción religiosa, y me quedaba mirándolos como a santos milagrosos.

Por otra parte, el pueblo tenía un poeta mayor: ROMÚLO GARCÍA, escritor, pintor y poeta a quien, pese a sus debilidades alcohólicas, el pueblo todo le rendía tributo a su talento y su desenfadada actitud para enfrentar la vida.

Más tarde, mi familia se empeñó en que me viniera a Coro para hacerme maestro de escuela. Desde entonces y para el resto de mi vida, fui maestro, revolucionario y poeta. Confieso ante ustedes que estas tres dimensiones de mi vida las he ejercido con seriedad, pasión, responsabilidad y dignidad.

A orillas de mi muerte, no tengo nada de que arrepentirme y en honor a ustedes y a los viejos copleros de la serranía falconiana, me despido con la siguiente copla:

Qué sabroso es constatar
que uno ha llegado a ser viejo
sin haber sido pendejo
y con mucho que contar.

HUGO FERNÁNDEZ OVIOL
Coro, octubre de 2006

http://defloresybalas.blogspot.com.es/

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