Cristóbal Carrasco Bermudo (ASK). Licenciado en Filología Hispánica, poeta y escritor, nacido en la villa de Campillos (Málaga).
Es autor, entre otras, de las obras Memorias de Acanto, Fiebres, Premonición de los espacios y La rebelión de las sombras.
Es autor, entre otras, de las obras Memorias de Acanto, Fiebres, Premonición de los espacios y La rebelión de las sombras.
Todo verso no tiene apariencia de poema si no tiene fuerza, latidos de rima. De este modo formo mi mundo, mi universo...
DESPERDICIO
En la hora distante a tu cuerpo
pensar es un sacrificio
cuando todo parece derrumbarse,
apenas al límite de aquellos ojos
que rogaron al despertador con lágrimas
una última tentativa a la caricia,
al murmullo tembloroso de la boca.
Pensar en todo y en nada
cuando ordeno la habitación, la cama,
y deshago el último rostro de amor
dibujado entre las sábanas.
Un atropello de memoria,
siniestro choque donde la herida
no rezuma sangre, ni crujen huesos,
tan simple su dolor, tan impredecible.
Cada mañana es reinventarse
con los lápices de la madrugada,
tú entre tus nóminas, entre tus números,
yo en la violencia de un horizonte amplio
donde se pierden los estribos,
y la marea ,inevitablemente,
te arrastra al desperdicio.
POR AQUELLOS AÑOS
Por aquellos años llevaba el cabello largo enmarañado
Con sueños que luego apenas se cumplieron.
Era un iluso como cientos de ilusos que cruzan la calle
a ciegas, un héroe presumido y cobarde.
Pensaba entonces en la poesía más que en el sexo,
Y tenía la seguridad de comprender mejor
Un poema de Rimbaud que la teoría lingüística de Chomsky;
Los días pasaban sin darme cuenta desde mi ventana
Ensimismado en la lectura de Crimen y Castigo,
O literalmente enganchado a los versos de Luis Aragón.
Me pesaba más el cuerpo que la culpa,
Y eran tantas la tristezas que forzaba al día
Como veces visitaba al retrete.
Presentía al verso antes de ser verso,
Y el poema no tenía entonces ni la más mínima importancia.
Mis amigos me miraban de reojo,
Sentenciando una vida sin vida, sin línea marcada,
Sin río ni mar donde morir,
Mientras brindaban los duros trabajos como victorias falsas
y besaban a sus respectivas novias a fuerza de tornillo.
Mis padres caían en la cuenta de amarse
A veces cuando era demasiado tarde
Y mis hermanos llevaban vidas dispares,
Mas todos dormíamos como felices bajo el mismo techo.
Por aquellos años uno no presiente el engaño como parte del día,
Y ante la adversidad no había más escapatoria que una sonrisa
Aunque uno no supiera realmente si era fingida.
Tan solo quieren minarnos las entrañas
con excrementos, lapidarnos los ojos
frente al televisor, conducirnos con infrarrojos
al desperdicio, fusilarnos de metralla
por el páncreas…
Una sola voz sin tu debida cuenta
permanece inmensa a pesar de todo.
En sus paredes la memoria retumba
a golpes de timbal de guerra,
a sed de rabia seca.
Allá permanecen los héroes,
encerrados en vitrinas de museos
con camisas de fuerza
donde las sombras descansan
sobre lechos de libros empolvados.
Tan solo buscan amordazarnos el corazón
a base de hipotecas, encadenarnos con púas
a un bostezar infinito, y morir, morir
sin la dicha de haber vivido.
Soy una sola voz que no tiene nombre,
ni fuerza, ni alma alguna,
para levantar esta condena.
Allá siguen los héroes
con la desdicha entre sus huesos
de no poder clamar victoria
en este presente incierto
porque el presente no es cosa de uno,
sino cosa de cientos.
A Cadaqués
En la montaña, lengua de nube,
pincel blanco, sombra de nieve.
Una tarde de siempre, de nadie,
tiritando de frío por calles desiertas.
En el mar, galera de olas,
súbito azul verdoso, sombra de agua.
Una tarde de nunca, de todos,
tiritando de frío por calles desiertas.
En el cielo, ¿Qué en el cielo?,
solo las estrellas lo saben.
Una tarde que a veces no pasa,
tiritando de frío por calles desiertas.
Por calles que eran días
no buscaba el sol, ni el incendiario cosmos,
ni siquiera una esquina para prostituir al tiempo.
Tampoco era necesario el verso ni engrandecer la existencia,
o caer acaso en la fatiga del pensamiento.
Era simplemente cruzar sin mirar apenas,
desafiante en todo momento,
aunque sin el deseo de una posible desgracia.
La ciudad era inmensa,
con estaciones que pasan,
con veranos sedientos en postales de sirenas,
con la boca del metro,
con una vía láctea de neón
bajo el suelo,
bajo el asfalto…
El amanecer entonces no importaba nada como tampoco importa ahora.
Alguien me llamaba de vez en cuando
para llamar también de vez en cuando a alguien
descubriendo quizás la humillación propia de uno mismo.
Por calles que eran días no había nada,
la ciudad reptaba
con sus ruidos de ascensor viejo,
de vientres desalojados,
pensando quizás
en caminos nuevos donde asediar a una nueva sonrisa.
Por calles que eran días yo no era un presente
sino un secuestro sin esperanza de rescate,
pero eso sí, desafiante en todo momento,
con pistolas entre las cejas, por si las moscas.
PREMONICIÓN DE LOS ESPACIOS
Existe un espacio vacío
entre mi cuerpo y el tuyo
sin dimensiones
y sin tristezas;
espacio que varía según sus complicados mitos,
sin retornos,
ni apariencias sensibles.
Espacio monótono como un reloj de cuerda,
sencillo como la música que no deja de sonar
(aún sin haber nunca nacido
el son del frenético Jazz);
espacio inextinguible
donde alguna vez nació el delirio.
Hete aquí, dulce vida, uva madura,
que mi sombra me dejó
acercándose más al espacio adimensional
donde nunca construiremos el amor
(entre tú y yo: deja que el amor
te asfixie con su soga de romanticismo...)
Ves que mi sombra
planea
mi estúpido asesinato.
Y el espacio que me distancia de tu cuerpo
es el espacio
del asesino de zapatos negros..
La mañana alcanzará su reino
con su amenazante luz,
cuando aún bostezan los edificios negros
un cansancio de hormigón.
Un perro obsequiará en un futuro próximo,
tan próximo como el pánico,
su última canción a la Luna...
Bostezarán todos sobre mi asesinato
Bostezarán todos y todas
TODAS Y
TODOS
con sus equipajes para el último viaje.
Y mi sombra abrirá su risa
en el espacio
de las dimensiones
muertas.
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