Edgardo Zotto nació en 1947 en Rosario, ARGENTINA, ciudad en la que reside y trabaja de abogado. Poemas y reseñas sobre sus libros fueron publicados en las revistas Fénix, Vox, Boga, Los Lanzallamas, Revista Internacional de Poesía, Ñ y Diario de Poesía, y en los diarios La Capital, Rosario 12, El Litoral y Clarín.
Es autor de los libros de poemas Memoria de Funes (1998), Restos de una civilización personal (2001), Impluvium (2004) y Buceo (2012).
DEL LIBRO “IMPLUVIUM”
Sentarse a leer
el desmesurado libro de las horas
y que sus páginas temblorosas
no pasen demasiado rápido
Vértigo del pasaje
del paisaje a la página
Fugaces escenas nacidas
para llegar a la blanca superficie.
Paisajes movidos.
Mínimos paisajes.
Certidumbre de lo que no pasa.
El último en hablar
No es que no tuviera pensamientos
Se le escurrían demasiado rápido
entre las grietas de las cosas.
I
No me conozco, dice,
no sé nada de mí.
II
Todo el tiempo la pregunta:
¿cómo pudo ser que llegara
a este estado de cosas?
III
En la noche, en el cuarto cerrado,
a oscuras, en posición fetal, solo
bajo el techo que cruje
por el peso de la lluvia,
vuelve a contarse a sí mismo
la vida de aquellos días.
Cavar, cavar
hasta que algo aparezca:
piedras, metales roídos, raíces
de la mente.
Cavar, cavar
hasta que entre el aire por el hueco
y restaure el hilo
y que las cosas dentro suyo
se vuelvan a unir.
Lluvia final
Que no pueda cumplirse
Ninguna profecía
Que el pasado cambiante
no tenga quien lo recuerde.
Que el polvo de nuestro huesos
planee liberado sobre un fondo negro
en un sitio helado.
Notas para un manifiesto objetivista lírico
I
¿El principio o el final del bulevar?
Ya no es otoño y el río apenas se mueve.
El techo del Valiant descolorido
completamente cubierto por la nube
de flores de jacarandá.
II
En el parque donde una vez
la soga del ahorcado colgó
los chicos de la calle
nadan desnudos
en la fuente del centauro.
III
El ataúd: un charco escaso
en la plaza vacía.
En su lecho
el gato muerto y el perfume
de las magnolias ajadas.
IV
Debajo del pino,
sentados en su brillo
el anciano en la silla de lona
y el perro negro, a sus pies.
La lluvia no deja de caer:
el rayo no cayó.
Cae cayó caerá
una lluvia oscura
en el impluvium
de su rara memoria.
DEL LIBRO "RESTOS DE UNA CIVILIZACIÓN PERSONAL"
Relatos de un inmigrante, circa 1960
Los grandes, concentrados en el vaso
oscilan entre el desinterés y la incredulidad.
El círculo de los chicos
sentados en el límite del pasto y la vereda,
oye enmudecido las historias.
Nítidos los ojos oscuros
de los soldados de Basilicata,
la luz de los muertos
bajo un cielo traslúcido.
La materia áurea y tenebrosa,
entrevista por los niños en la duermevela
una y otra vez, un sol hecho de otros soles
de la noche, construido con los fuegos
de los que no terminan de desaparecer.
Restos
Queda un jardín
territorio de alimañas
un mar de florcitas salvajes
resiste.
Quedan los fragmentos de un libro luminoso
adheridos por la lluvia
a lo que fue una silla de espera
resquicios de un color
en la quietud de los rincones
signos de la luz
señales en la tierra
restos de una civilización personal
que se niega a desaparecer.
Última vez que se alude a ella
Cae el fruto aún verde
Cae la hoja espiralada.
La flor que se deshace
cae en esquirlas amarillas.
Cae una brizna tocada
por el último rayo del oeste.
Todo cae, todo vuelve a caer
al pozo sin fondo
de su memoria inútil.
En fila
Siguiendo la línea de semillas
cuneiformes, resecas por el sol,
se alcanza el incierto centro de la isla.
En el borde, hacen guardia
los girasoles de cabeza caída,
oscuros, entre el cielo añil
y los senderos de ceniza.
Resistencia
Unos años después
reaparecen
en el fondo del cajón
las minúsculas escamas
del chili, del ají.
Fueron molidas por manos diáfanas
y ahora yacen en el rincón más oscuro.
Se han perdido los perfumes
y el picante sabor que adormece
las bocas inexpertas.
Pero en los pequeños sacos de arpillera
con el rostro de un maya dibujado,
aún resisten los colores.
El día del coloquio
Un día perfecto
para no hacer nada;
la nube pintada por Bonnard,
corre más allá de la línea
del párpado entrecerrado.
Ya no tan extranjero
ni a la espera de cambios leves.
La rodilla ruidosa deja de doler
y el mar sigue rugiendo lejos, tan lejos,
aunque al costado la gramilla crece
y aparecen unas violetas escuálidas
que reclaman atención.
En el momento de estirar los brazos
detrás de la cabeza adormilada,
huyen las voces insistentes.
Sin pensar, sin esperar, sin desear nada,
después de tanto tiempo puedo envolverme
en la novedad del silencio.
Visitantes
No espera a nadie
pero alguien llega
entra el que no reconoce
también el holograma
de un rostro enjuto que pronto se desvanece
y un animal enorme, real,
un puma desafiante
un cuerpo en su armadura
y una mujer que transparenta la consistencia de lo soñado.
Así el vacío del que no espera
se va llenando.
Inesperados visitantes
entran y salen de un cuadro desenfocado
que alguien parece proyectar
desde un lugar desconocido.
Con Renata en el Parque
En el túnel lustros de los árboles
mi hija lee las escasas palabras
que en otro libro escribí para mi padre.
Callada parece temer
su desprotegida emoción.
En la luz sin ojos de la mañana
lo gris se ilumina
Un agua leve enciende su mirada.
Lo mínimo
I
Mariposas blancas
enlazadas, abrazan
el invisible muro
II
En el estanque dormido
una, dos, tres ranas
recién nacidas.
Entre el agua y el brillo
del pasto que ondula
la calma definitiva
o la voluptuosa iluminación
Diminutas formas luchando
por salir, por renunciar
al límite
III
Lo que sueña
se sumerge
en la bruma
del arroyo
Y vuelve
en la canoa
vacía
DEL LIBRO "MEMORIA DE FUNES"
Mellizos
Juegan en la plaza.
En los brazos retorcidos
los moños de comunión.
Exhibidos frente al busto de Saavedra
reparten estampitas
de bordes dorados,
vuelven al juego.
Uno entierra un zapato de charol
en la arena húmeda.
El otro pisa las flores
del cantero
Después de las fotos
alguien viene a buscarlos
pero no dejan de jugar.
No quieren irse, no, juegan
a matarse.
Siesta
Sueña al sol
tendido en la hierba seca
A su lado pasa
la caravana interminable
de las hormigas.
Saltos
El perro salta contra el árbol
ladra con furiosas embestidas
a la comadreja que nadie ve.
Como nosotros
a los saltos, gritando
hacia la nada.
Cocinero Zen
Al sol ardiente
seca los hongos
en el patio del Buda.
En Trelew
Sólo queda
el infinito viento
arrastrándose
en los pastos secos.
Tus ojos miran el camino
del aire en movimiento.
En Salta
Vino y agua
y esos triángulos
que guardan
diminutos dados.
Una simetría sabrosa
bajo la luz de oro
de las fornituras.
Zubido de una mosca
en el almuerzo duradero.
En el parque de la Bandera
En la rama del fresno este otoño
alguien la dejó olvidada.
O se arrepintió sin animarse
a terminar con su vida miserable
ese día y bajo esa luz.
¿O tan sólo fue un simulacro
para asustar a quien se ama?
Indiferente a cualquier avatar
de los sentidos, sujeta a un nudo firme
la soga, se balancea.
El sueño de los perros
El perro gime en sueños
"Los perros sueñan", dijo Borges
en la Escuela Freudiana.
Ella va más lejos, inventa una teoría
sobre el sueño de los perros;
"no olvidan ningún sueño, los acumulan
como los huesos enterrados en el jardín,
para cuando se quedan solos".
Escrito en un tren
Cada palabra
donde debe estar
no
una al lado
de la otra
no
una debajo
de la otra
cada palabra
en su lugar
cada una
en el misterio
de la otra.
Imán
Más que un corazón
un imán
una fuerza que atrae
imperceptiblemente
todo lo que pasa a su lado
lo que arrastra
cada una de las íntimas virutas
de un cosmos parcial
que sólo nos desarregla.
Dioses, os pido
Que no falte
la hoja de papel
ni el lápiz afilado.
Que no termine
la sed ni las ganas
de seguir
Que advenga lo intemporal.
Otro Funes
Quiso olvidarlo todo,
no sólo el nefasto arbitrio
que trajo el dolor.
Borrarlo todo:
lo más dulce
y lo terrible.
Quiso cubrir
su historia entera
con algo parecido
al magma denso
del volcán:
ser
de aquel Funes acosado
el fiel reverso.
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