Verónica Pérez Arango nació en 1976 en Buenos Aires, Argentina. Es Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y actualmente cursa la Especialización en Procesos de Lectura y Escritura en la misma casa de estudios. También realizó cursos de teatro y dramaturgia, actividades con la que continúa, participando en distintos colectivos artísticos.
Publicó la plaqueta la desdentada (Buenos Aires, Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura, 2002) y Camping (Bahía Blanca, Vox, 2010). Poemas suyos fueron antologados en el libro Quedar en lo cantado (Buenos Aires, El fin de la noche, 2009), volumen de poesía contemporánea dominicana y argentina.
Su obra teatral La esperanza o la paciencia de los imbéciles fue premiada con el Primer Premio en el Concurso López Merino de la ciudad de La Plata. Obtuvo dos menciones en la convocatoria Poeta Revelación 2011 organizada por la revista de poesía Plebella.
Colabora con artículos de crítica de poesía en la revista NoRetornable y dicta clases y talleres de literatura.
Los bebés no creen en dios
es predecible el domingo
cuando el bautismo llega
desde atrás
nosotros nos reímos de los fieles y robamos
el diezmo y los jazmines frescos.
el padre que cura acaricia a los primogénitos
sin buenas intenciones mientras receta
tipos convenientes de comportamiento
y los salva del mal por siempre.
todos repiten el estribillo
renuncia al placer ante todo
cree en dios todopoderoso y soberano de la tierra
renuncia al demonio y al error contrario a la verdad.
el padre que cura explica cada palabra
como un semiólogo divino educa y nos libra
del mal
del mar
del más allá.
la fe de los chicos pagada con débito automático
alumbrado por un cirio pascual o signo
del Cristo resucitado
desde atrás
nosotros rogamos que la luz se apague
oh sí que la luz se apague que la luz se apague
porque confiamos en la oscuridad.
los bebés rosados como pollos crudos
levantados por manos lavadas
con alcohol son trofeos ganados a la fuerza
de siglos
de ignorancia.
los bebés rosados como cielos atardecidos
llegan alto, hasta las hélices de los ventiladores
que bañan de aire caliente a los fieles
sí creemos en todos lo que nos proponen.
al acabar
el padre que cura pide limosna
y que todos seamos muy generosos.
Caja negra
hay noches en que la razón es nuestro naufragio
terremoto y tormenta sobre una balsa
de gomaespuma floreada
mis extremidades
imitan a las víctimas del avión que se desarma en el cielo
el caos de la pieza
no alcanza para alterar los lugares de cada uno
en la cama
la tele irradia su espejo
sobre los pechos quietos y plateados
¿dónde estarán
las valijas
los asientos
los regalos
las hélices
la comida
las turbinas
la ropa
los pilotos
toda la
sangre?
las olas del mar
no alcanzan para tapar la materia
la pequeña turbulencia que experimentás
la capa de nubes como un techo helado
y la temperatura que cae
más lentamente de lo previsto
igual a la velocidad cero de tu alma
sin datos ni dirección.
Alzheimer
la masa blanda
la masa gris
la masa para hacer comida de domingo
sobre el mantel la casa dibujada con birome
la llegada tardía de una carta anónima disfrazada de cuento
para pedir la lista de regalos
la anciana no recuerda el instante
la noticia que escucha por la radio como si
fuera la primera vez de todo
quiere conocer la hora del tiempo
a la mitad de la noche
explota la bengala que el padre no les dejó usar
por miedo a la destrucción del mundo
las plantas los animales los hombres
que crean
las plantas los animales los hombres
que comen
recuerdos en platos caros
y de postre
se miran al espejo
la anciana se caga encima y pregunta
cuándo va a gatear
por las dudas compra salvavidas absorbentes
y los usa en la pileta familiar
hace la plancha y tararea un jingle bells
el sol violeta de mañana no la matará de cáncer
antes de todo hay una pregunta que sale
como humo translúcido de la casa
sin renos ni chimenea
a la hora de la cena el tiempo muerto
los cubre de lenta salsa rosa y ensalada rusa
están preparados para tomar burbujas
que estallen en las bocas
que murmuren
disculpas por abrir los regalos antes de las doce
al alba el álbum
familiar derramado en el suelo
estampas de bautismo europeo
sobre telas con pespunte
encajes puntillas carreteles
la santísima trinidad de ribetes blancos en sus mejillas
la abuela alimentada por goteo y excesos de azúcar
cabezas pequeñas como
pastillas y extremidades no aptas para el vuelo nocturno
al ritmo de tres rosarios incompletos
luciérnagas
de la familia que trasciende el entendimiento.
Numerología
sube la demanda
sube el agua
sube el hielo.
como platitos de café o pelotitas de golf
no cascotes ni tampoco mandarinas
un día cae el hielo perfecto:
blanco, esférico, tan nórdico.
los habitantes de mi barrio cubren sus cabezas
con baldes sus autos con rezos
de refugiados de una guerra
días después y por semanas, en perfecta simetría,
cada casa tiene en el jardín
de entrada un lego de tejas
para amar y armar vidas nuevas de estratega.
los habitantes de mi barrio tienen vergüenza
de la falta que cubren con nylon o láminas plateadas
el futuro translúcido cada vez más lejano
un punto achicándose en el espacio.
son preferibles los destrozos concretos
que se cuentan al día siguiente de la tragedia
cifras que predican en competencias de estadísticas televisadas
que los relatos sin adjetivos en cámara lenta.
Quien da más pena.
Quien sufrió más.
Quien salió indemne.
tajos en los vidrios
ampollas en la chapa
moretones en las puertas de madera
en cada casa y corazón hay tejas estalladas.
sube la demanda
sube el agua
sube el hielo.
Aviones sobre la siesta del perro
Los ecos de los perros en una quinta a la noche.
El perro ladra y su voz rebota en las otras casas.
Casas.
Casas.
Casas.
Me vuelve tartamudo
el perro caminando bajito y avergonzado de ser
todos los perros del mundo a la vez:
amarillos, rojos y negros flamean en la tierra.
Esa voz familiar como si fuera miles llega
deformada por la lejanía más chiquita y cruel
sin la siesta ni el paseo que le prometieron esta tarde recién ida.
Espero sentada en una silla sin patas, disfrazada de vos,
me hago la que miro pero no no no,
no tengo ojo ni oído ni voz, acá nada más escribo.
Un cielo invadido por aviones
audaz se eleva:
más gente que se va sin saludar,
la tierra de oportunidades del otro lado del océano
ensaya historias de vida que ahorcan el tamaño del paisaje.
Espero sentada en una silla sin patas, disfrazada de vos,
Mientras escucho los murmullos y cuento
las arrugas de mis dedos.
Detalle
Igual que una sonámbula sin pasado ni conciencia
me visto con ropa de calle
y me pinto los labios de risa.
Recorro la zona de ambulancias y cuento
los grillos en la maleza de varias cabezas enfermas
a saltos agigantados
practico la zona muerta,
la mala suerte escondida
o como le llamen en el barrio de insultos,
la musiquita quieta del pasto
la caca o la doble cara de las piedras.
Hay unos pastos
que cortan en la entrada de mi casa.
No quiero entrar.
Nadie puso un cartel de cuidado cerca perro suelto.
A mi regreso
los insectos afiebrados asechan
como en un velorio iluminado.
Al final siempre hay perros, muchos perros.
del libro Camping (Vox, 2010)
Quince días descalza.
Quince noches en medias de lana.
El arco tenso de los grados inflama
la subsistencia de las manadas.
Afuera del lago
las uñas delineadas de negro repasan
el orden dentro de la carpa y después de la nada
las velas se apagan
y a falta de leña
quemamos las guitarras.
Acá no hay música
ni luz artificial.
Hay fantasmas.
Los loritos abaniquean con sus colas el cielo
población de nubarrones
dan órdenes desde el ramaje antiguo
y se creen superiores.
Adentro de la carpa
detrás del mosquitero
las copas verdes opacan su cielo
y yo pienso en un poema que sea
una lista de objetos que ocupen el mundo entero.
A la hora de nacer
las voces cada vez más quietas de los pájaros
atropellan la manera
de no hacer
ni ser
nada.
Suena el desconcierto
Los campamentistas más prolijos lavan sus autos
dentro del lago
abren la ventanilla para que los peces los asalten
como sonámbulos
la frente en alto y escopeta en mano.
Los campamentistas menos arriesgados permanecen quietos
en sus trincheras de arroz blanco
esperan que no los tape la niebla
de los sueños
que no los tape
inmaculada la visión
de lo que se mueve por tierra.
Más acá
cerca mío
hay más de lo mismo.
Espesas formas del verano
alejándose.
Aunque no lo veamos
a falta de mosquitos
el sol picotea mi piel sesenta y cinco veces.
Pasan las últimas lanchitas.
Pasa el silencio.
Miro el cielo y me acuerdo del poema de las rocas
desde las rocas,
un invento de espuma entrando por tu boca,
el goteo sobre una espesa hoja.
La niebla se disipa como un sueño al mediodía
la tregua dura más de lo previsto cuando dormimos la siesta
sobre la arena brillantes como como recién nacidos.
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