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domingo, 21 de octubre de 2012

ROXANA PALACIOS (8289)




Roxana Palacios, Buenos Aires, 1957, poeta y docente. Desde 2003 coordina el área de Capacitación Literaria para la CODIC, Comisión de Docencia, Investigación y Cultura de la Fundación Médica de Lomas de Zamora, desde donde desarrolla tareas de investigación y coordina los Talleres Macedonio Fernández de lectura y escritura creativa, cursos, seminarios y el Concurso Nacional Macedonio Fernández de narrativa breve y poesía.

Libros editados por Ediciones del Dock:

Marca sobre marca, 2001;
En el Fueracampo, 2004;
Casa que ves caminar/the house you see walking, 2008;
Saquemos a mamá del cielo, 2010
Delta”, 2012.


De: “Marca sobre marca”, Ed. Del Dock, 2001



El lugar

Nadie estaba escuchando el lugar
porque el lugar no existía
Alejandra Pizarnik


Dibujé con mi lengua el volumen de tu cuerpo
tus manos enfundadas en el nombre de mi nombre
un desafío burlando a la condena
y esta curva realidad
que camina desvestida
anudada
imprescindible

No importa que desaparezcas en el íntimo refugio 
del silencio
que tu ausencia no se cure
que esta ráfaga de muerte me lleve a los espacios 
de un poema
(el sonido se confunde con el timbre de tu voz)
y agregue figuras a la coreografía de una danza 
que ya existe

No importan el invierno o el verano
que los frutos precedan a las piedras
o que a veces
(pocas veces)
nada ni nadie nos exija nuestra espera o nuestro 
tiempo

No importa dónde estés
sólo tu rastro
el tatuaje de tu sexo en mis palabras
la certeza y su cambio de motivos
tu permanencia
el lugar
donde dibujé
el volumen extraviado de tu cuerpo




De: “En el fueracampo”, Ed. del Dock, 2003


Pedazos de mis túneles
Por sus regiones o por llevarse las manos a la boca,
por el lenguaje o una pirámide con sal entre las piernas,
me conecta conmigo;

como se cruzan los cuerpos sin demandas,
como se cruzan los cuerpos sin permiso.

Un mástil se iza entre los dedos,
y el juego
y el destierro
no son más que mis vértebras mojadas.

Me conecta con el aire y con la tinta, 
con la sana precaución y con mis leyes,
con la sana fortaleza y con mi centro.

Me conecta y se lleva
a cada rato
pedazos de mis túneles.





De: “casa que ves caminar/the house you see walking”, Ed. del Dock 2008.


padre en la escalera

en otoño trepaba su escalera de pintor con una 
tijera de podar sobre la espalda, los cuadros de la 
camisa rozaban el metal y la madera, se movían en 
círculos mientras mi padre, como un gato, cubría 
uno a uno los escalones oblicuos, sables como 
tallos los hierros que terminaban en cuña
al llegar arriba enderezaba la tijera y empezaba a 
cortar, para tener mejor sombra en el verano, 
decía
las hiedras no son verdes durante el otoño, no hay 
orugas ni flores en los canteros, no obstante mi 
padre amontonaba gran cantidad de hojas que 
dejaba secar en el fondo del jardín
lo que venía después era un ritual, me gustaba el 
olor a humo de la ceremonia
anoche, alguien cortó una enredadera y la dejó 
junto a una columna de piedra en la casa nueva
la casa nueva será más pequeña que la anterior, no 
habrá orugas ni flores en otoño, sólo hojas para la 
ceremonia en el fondo del jardín





La casa que ves caminar

La casa que ves caminar es un océano,
no hace falta apilar troncos para traerla hasta aquí,
cortá flores con la boca, bocas con el cuerpo, date 
vuelta,
no mires hasta que la cuerda se rompa la garganta,
hasta que la espalda reaparezca y trepe
arcilla por las piernas no,
que la arcilla se disuelva, que no respire,
que ronque lo que tiene que roncar
con arena te gusta,
seca húmeda en las tablas,
para envolver las mitades de tu casa,
branquias entreabiertas, vamos,
estrellas reptan carbón debajo de tus ojos todavía,
date vuelta, los pasos tienen bocas en el cuerpo.







Hijo de hombre,
no lo puedes decir, ni adivinar, pues conoces sólo
un montón de imágenes rotas

T. S. Eliot

3

con el invierno las casas están más cerradas 
él corre a toda velocidad desde la cocina hasta el alambrado
que separa la casa del refugio de los patos 
mientras tira piedras en el agua 
inmóvil y lejos 
abro los brazos y lo llamo 
salimos a la calle 
los brazos abiertos como aviones 
ahora pájaros
ahora tigres dinosaurios 
árboles de ramas elásticas 
y raíces como hebras que nos multiplican 
él es hermoso y sin respuestas 
sin embargo conoce cada manera inquieta 
de transferir el silencio 
en esta calle de tu país de ruidos controlados
no hay verbos de decir
visiones con puentes inconexos 
es una repetición
la ausencia de preguntas 
la costumbre de ordenarnos y ordenarnos 
cuando advierte tu presencia 
devora la imagen 
las nubes pasan cada vez más lentas 
el viento embolsa las cortinas como una dignidad 
yo te veo entrar
abrir la puerta con tu hijo calzado en la cintura 
cantando las canciones que no querías cantar
con una lucidez demoledora

4

me asusta la precisión de este país 
los días programados para el huracán 
nos detenemos en una calle empinada entre los edificios 
es la estación de las lluvias decís
dos horas cada tarde 
hay un tejido regular en el asfalto: 
ráfagas y velocidad 
después el estallido
la sangre entre las nubes grises
está todo bien decís 
y hablamos de la comida de la noche 
y las piedras del Paleozoico 

5

ahora llueve en San José
vos y yo estudiamos las gotas en la superficie de los charcos
las vemos abrirse y desaparecer
somos habladas no hablantes
palabras como multitudes detrás de unas hojas enormes
bocas que se agrandan hasta el largo grito 
el chico sale de la mano de su padre hacia la lluvia 
pedimos otra cerveza mientras juntamos las migas de la vuelta anterior 
en una servilleta limpia y húmeda 
también nosotras nos miramos 
somos cuatro en esta verdad con que sustituimos realidades 
cuatro para las manos que se agitan 
el cuerpo que se estrella 
como un pájaro 
en los vidrios dobles de la camioneta 
cuatro descendiendo el oro profundo de los charcos 
algo se expresa aquí afuera
en tu lengua o en la mía 
ni el miedo ni la certeza se prolongan 

para Luz
para Iñaki





Poemas del tren

A Laura Calvo

I

Cada vez creo menos en el decir, dijo alguien.
Los colores empezaron a cambiar en algún punto del camino y desde aquí, desde este ángulo del camarote, desde la ventanilla empañada de gotas siempre externas, veo una lámina de humo, una alameda con hojas secas y un puente de piedra que cubre la huella pegoteada sobre el pasto.
También hay cipreses y arbustos innombrables
(siempre reniego de mi memoria nominal)
La tierra se ha plegado - creo que hace ya varios siglos- y el tren, este tren del que soy pasajera casi involuntaria, resbala en los durmientes y las vías de acceso como tantos vehículos posibles.

Ahora el agua.
Importante el momento del agua en la Patagonia Argentina.

También se han iniciado los cables.
Tensos, rígidos, contradictorios,
engendrados entre postes y resortes,
en paredes de hierro con dinamita de lo que no se puede decir.

Ahora ya no quiero mirar.

II

Una luz helada sobrevive,
ronca, grita, se diluye,
habla de lo que hay ahora:
el cielo acuchillado, la miel en los durmientes, la agonía serena de un rayo sobre la montaña.
Habla de la estúpida cara de la luna,
de un aire con aceite donde los pájaros no hacen más que resbalar,
la inconsistencia del fruto
(esta manía de los árboles de brotar en primavera)

El tren se ha detenido - la tarde es una mezcla de escombros y de viento- y un chico escuálido se balancea boca abajo en una rama, cerca de la hembra con cría.
La manada camina, trota, con dificultosa lentitud.
Hemos dejado atrás los vagones, la escritura, el reflejo interminable del plástico sobre las preguntas.
Caminamos, corremos, con dificultosa lentitud; el chico escuálido se traga los escombros boca abajo, lame la inconsistencia del fruto, la estúpida cara de la luna; no hace más que resbalar en el aceite, no hace más que arrancar piedras desde las tripas de la hembra.

Se ha violado a la mentira.

Signos geológicos anuncian posiciones absolutas.

El tren recupera movimiento - la noche es un páramo de voces y de hielo- y el chico escuálido que traga los escombros levanta la luna con la mano, la guarda boca abajo en el aceite,
y escribo.



Recortes de nadie

I

Voy deshabitando una casa.
Flota con paredes de humo porque no puede más que humo y que flotar,
hay un saber en los biseles,
una memoria
que alumbra los trayectos con el último fósforo.

Voy deshabitando mi presencia dentro de la casa.
Flota con sus huesos de amianto porque no sabe más que amianto y que flotar.

Hay un saber en los ladrillos,
una memoria que respira sonidos desde lo que ya no hay modo de inventar.

Voy deshabitando la escalera que alfombra la casa,
no precisamente porque flote,
se sabe que las escaleras están hechas para otras cosas.
Hay un niño sobre la escalera,
un saber que no admite falso testimonio,
una memoria con manos.
Voy deshabitando las puertas de la casa:
las decisiones han copulado con el gesto inútil,
hay un saber,
una memoria
en de las cerraduras.

II

Los rincones muerden esta noche. 
Son recortes de nadie gastando las cervicales piedra por piedra. 
La araña se irrita en su tela. No teje la pobre, cose, 
desde de esta geometría lenta, 
con patas atadas a la sintaxis.
Tiene nudos en las manos, pretéritos, 
desiertos que cepillan contrapuntos como teclas que se achican en palabras,
y disecciones,
y una caparazón blanda y blanca,
y la tinta aplastada contra el vidrio,
y una madera con ojos sobre la biblioteca.

Piedra por piedra las manos son recortes que se gastan en sintaxis.
Piedra por piedra las patas son pretéritos, 
contrapuntos, 
el vidrio en la tinta del desierto.

Piedra por piedra los ojos 
abren 
voces 
sobre la biblioteca.

III

En la sexta ventana un golfo de soles recién inclinados,
con huellas de soles recién inclinados.
En la sexta ventana un globo de arena, 
el útero a punto de masticar la tierra.

En la sexta ventana la fragua, el humo, una escuadra de insectos a lomo de insecto en las astillas 
de todos los huecos de todos los huesos de aquel hombre.

En la sexta ventana, 
una vez
cada tanto,
otra fragua y otro humo,
pero naciendo. 

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