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jueves, 11 de octubre de 2012

8187.- YAMILETH LATORRE QUINTANA



Yamileth Latorre Quintana (Cusco, PERÚ 1977). Escritora y poeta peruana. Licenciada en ciencias de la comunicación, con estudios de maestría en periodismo escrito, por la Universidad de San Martín de Porres. Es periodista y docente universitaria, pero ha realizado trabajos de inteligencia secretos. Prefiere la clandestinidad, le gustan los tulipanes, mirar a la gente pasar y salir a ver si llueve. A los diez años tuvo su primer programa de radio. Ha escrito dos poemarios, aún inéditos, y prepara un libro de cuentos. Radica en Lima, donde a veces se siente ajena. Participó en el encuentro latinoamericano de poetas El Vértigo de los Aires (Ciudad de México, octubre de 2007) y ha sido incluida en su libro-antología.





Testimonio

Todo
está oculto
como en el principio
si todavía
me ves
no le creas a los colores
a la maleza
que ahora me protege
no le creas……………..no le creas
………………..al grito
cuando ya gobierna el silencio
estoy
negándome
como el último culpable
se niega
ante el cadáver del último hombre

cómo era respirar
dar picotazos y escupir el forraje
la noche
el tiempo atrapado en las alas
aquí
alguien todavía llora
pero ya todo es una gran carcajada de sal

cómo era
ser
testigo del relámpago
y contarlo todo
sin arder desde las ramas hasta la raíz

cómo era pintar
peces ciegos en los muros
sentir frío
y vomitar viento por las branquias
cómo era abrigarse
con hojas
cenizas
retazos de nada

aquí alguien se rebela
y no hay contra qué / contra quién

cómo era
no tener palabras
para decir:


Estamos creciendo solos

Hoy me he volteado a verte
y he visto que hay una selva que te nace
en la médula espinal
(un león está alojado justo en tu coronilla
y un ave revolotea sobre tu ombligo)
Me he cubierto los ojos por respeto a tu pudor
y –para no alarmarte– te he dicho:
Estamos creciendo solos
ausentes del mundo
desnudos, sin rumbo, solos, solos
Y tú has estallado en llanto
porque (sólo hay leones y aves y alucinaciones)
no hay cataplasma frío para la fiebre
ni madres deseándonos las buenas noches
Estamos creciendo solos
huérfanos, resignados, tristes, tristes
Nos estamos haciendo salvajes
dándole a las rocas para
ver nacer el fuego.






Confidencial

Ejerzo oficio de espía
oculta
liviana
serena
me alío con la penumbra
avanzo contra la pared
disimulo cada paso
me cuido la espalda
escapo de los gatos delatores
del ajuste de cuentas
de otra sombra anónima
de las prostitutas de esquina
de las linternas y faroles
de los vigilantes de la noche
(y la lumbre de sus cigarros)
del repentino plenilunio
escapo
espío
escapo
espío
reviso el manual de sospechas
y anoto todo lo que veo
pero callo todo lo que anoto.






María para los dilopantes

Hay terquedad en esta agonía
Me cae el sol y no lo esquivo
Me sofoca la lluvia y no la aparaguo
Mienten los dilopantes –ésos, todos– y los encubro
Legitimo sus falsos testimonios en contra mía
Los tolero
Los enaltezco
Los justifico
–Así– dándole muerte a este poco que respiro de vida
Con lágrimas
Con silencios
Con omisiones
Despierta José, allá vienen ellos: los todos
¿Y la agonía?
Hablaba de mañana, José, de mañana
Hoy, barniza bien los maderos
Que –de nuevo– han de comprar cruces los dilopantes
Pero, antes, veme cómo le doy con los dientes al pan duro
Y no me alivio, porque –sí– hay terquedad en esta agonía.






No bailo

Están celebrando
afuera:
simulando
que entienden
que no son infelices
están celebrando
con sus trajes
de pintas
nudos
rayas, rayas
y anzuelos
El que ha venido
está llamando
al que no
al que se quedó
porque se hizo tarde
porque se murió
y no se dio cuenta
Están brindando
aún queda noche
maquillaje
sombras
sonrisas
espadas
Ellos son
y están
se quieren quedar
para siempre
yo los voy dejando.






La piedra nos alcanzará

Arrojar una piedra, ocultar la mano y correr. Decir te amo, esquivar la boca, callar los ojos y correr. Tropezar, caer, volver a pensar te amo. Levantarse y seguir corriendo. La piedra nos alcanzará.





Lo que hiciera falta

Integro al poema
el lúpulo
el oso pardo, la hormiga atómica
el hombre sano que será desahuciado (esta tarde
las patrullas de invierno
los mil años de espera
el bolígrafo misil
la sentencia, el acusador, la apelación
la niña antes de cambiarle los dientes
el anciano con sus incisivos
el reloj en reversa
el hombre feo que será bello
la madre sustituta
el medio hermano, el padre putativo
la familia en pleno (La Sagrada Familia
el culpable cuando inocente
la mala hora
el mal paso
la leche magra
la fecha de caducidad
el amor correspondido
un tecate con lima
la cadena perpetua
the mexican moon
la estampita, alguna madrugada
la tragedia que pudo evitarse
estas palabras absortas (el acuse de recibo
el antes y el después
todo, todo
pero, ¿por qué?, aún nada: nada.





De cómo evolucionamos para entendernos

Hubo días en que dije «cuerpo» y me entendieron cuerpo
decía «madre» y ella venía, pedía comida y me la traían
probaba con un «ábrete, Sésamo» y se abría una puerta. Era increíble,
la palabra sed estaba ennoviada con el agua y yo era su luna de miel.
Todo era tan diáfano que hasta tuve sueños como todos,
pero una mañana desperté siendo la extranjera
la que habla un idioma intraducible
la otra, la ajena, a la que hay que vigilar por si acaso.
De pronto habitaba una marisma y me alimentaba de algas e insectos,
procuré no perder la calma, y aprendí a ser un poco feliz
entre moluscos, larvas y hombres inofensivos pero indiferentes;
cuando se reunían hablaban sin parar de cosas que jamás entendía,
quizá urdían un plan político porque movían mucho los brazos
y sonreían a los extraños antes que se les petrificara de nuevo el rostro.
No los odiaba, pero tampoco aprendí a quererlos;
a veces me oía a mí misma pronunciando las mismas palabras que ellos
pero, igual, no me entendían ni siquiera el saludo.
Tomé una falda plisada, un manojo de algas, un abrigo y me marché;
viajé días y noches de regreso al país de mis semejantes,
me detenía en cada puerto a verme en ellos como si fueran un espejo
y nunca lo eran: hablaban un idioma desconocido,
se alegraban de sus muertos
y usaban a sus niños para experimentos terribles.
Una mañana, en una parada, presentí a una mujer semejante
el hombre que la acompañaba me saludó con un «hola, bienvenida»;
los he encontrado, pensé, pero apenas alcancé el primer pueblo
todos se veían otra vez distintos y se comunicaban con sonidos extraños.
Cansada, decidí quedarme con ellos y ensayar a parecerme,
ellos cooperaron también, con reuniones de camaradería, fiestas
y juramentos de fidelidad.
Cuando ya nos parecíamos tanto,
les dije: «los quiero», y en respuesta me azotaron
como si hubiese lanzado el insulto más hiriente;
les dije: «perdón» y, aún más agraviados, me llevaron a la plaza
y llamaron a todos para hacer justicia pública;
les dije: «¡deténganse!, soy como ustedes»
y se convirtieron en culebras, cuervos, leopardos, fierecillas,
entonces decidí no hablarles más.
A veces, cuando me entraba la nostalgia, rugía
y daba zarpazos con las manos.
Mientras ellos se hacían cada vez más humanos y semejantes,
yo me fui quedando animal;
pero así nos entendíamos al fin:
ellos me mostraban los dientes; yo las garras.




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