BUSCAR POETAS (A LA IZQUIERDA):
[1] POR ORDEN ALFABÉTICO NOMBRE
[2] ARCHIVOS 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª 6ª 7ª 8ª 9ª 10ª 11ª 12ª 13ª 14ª 15ª 16ª 17ª 18ª 19ª 20ª y 21ª BLOQUES
[3] POR PAÍSES (POETAS DE 178 PAÍSES)

SUGERENCIA: Buscar poetas antologados fácilmente:
Escribir en Google: "Nombre del poeta" + Fernando Sabido
Si está antologado, aparecerá en las primeras referencias de Google
________________________________

jueves, 11 de octubre de 2012

8159.- GERALDINE MAC BURNEY



Geraldine Mac Burney Jones 
Nací en Trelew, Chubut un 23 de noviembre de 1984. Viví en Trelew, Gaiman, Gales y Córdoba. Desde los siete años asistí a diferentes talleres. Actualmente, en La Docta, mientras culmino mis estudios de Abogacía y Notariado; siempre encuentro lugar y espacio propicios para escribir. Hoy, intermitentemente, me reúno con seres mágicamente etéreos en "Palpita el Barro", coordinado por Leandro Calle. Mi primer poemario: "Vestal de luna".




Paraguas

Uniformada de mar
a dentelladas de Dios
cae la lluvia.
Lame la tierra hasta desgranarla
baja en torrentes
para besarte los pies con sabor a sequía.
Pero antes que toque tu cabeza
izas la guerra para no sentirte vivo.

De tanto correr, de tanto temblar por callar
te quedas solo
arrancando raíces.

Todo es desierto
en el llamado del niño desandado.
Dejar de morir es dejar el paraguas.

Para llegar a tu médula
hoy te quemarás de lluvia.





S/T

"¿Cómo levitar sin calma,
con tanta sangre encapsulada?"
y discreto
desplumó ángeles enloquecidos
abrió sus ojos de plástico azul
desperezó la mirada
y eligió depositar su fe
                                           cuesta abajo.

Sin resistencia
desbordado de besos Hiroshima
se encogió hasta dormir
                                    bajo tierra
próximo al cielo
relamiendo el ombligo al sol
siempre en sus caníbales
siempre dando guerra.








Hypnopaedia

No son las muñecas vudú con listones de alfileres en sus espaldas
ni la impericia de derramar saleros
ni la puntual congregación de lechuzas afuera de casa.
No son las líneas de estas manos
ni los dígitos de nombre y natalicio
ni copas dadas vuelta evocando invisibles.
No son cartas ni runas
ni calendario maya, ni ratas chinas ni centauros
que marcan su señal en mi alborada.
Nada de esto preside mis días.
Es el mismo rigor uterino
que desteje soles con guantes de luna,
señala el ocaso de los pájaros,
escurre fauces de cielo,
avienta la tierra con besos de agua,
circunda de luceros la oscuridad de tanta piedra transitada.
Ese mismo rigor,
traza este apetito incesante de acunarte,
juega a postergaciones de arena con tu nombre.
Mientras
me desgajo como carne de res.
Las heridas que me cruzan se agigantan.
El cenit de la espera, éste cielo crucificado, mi vientre.








"Y sobre las costillas de Robot
sollocé largamente.
Robot, atento, consultó sus fichas,
y en el agua increíble de mis ojos
vió un absurdo licuado.
Luego, juicioso, evaporó mis lágrimas
a ciento veinte grados Fahrenheit."
El Poema de Robot, Leopoldo Marechal.


El jardín

Era un día como cualquiera.
Robot anclaba en las mejillas del jardín
con halos de alquitrán y chicle orina.

Obituarios hambrientos gemían en cada semáforo,
cofradías de colosos acariciaban racimos de cielo,
trillones de grillos chillaban, doblegados, en sarcófagos de cal.

Cada noche era una bestia
besando ojos
con sabor a bruma entre sus dientes.

Los labios terrestres brotaban como llagas
entre murallas de cal,
aguas arteriales y hollín en los bolsillos.

Desde mi alcoba todo era visible:
vegetales embalsamados en leproso envoltorio,
frutales bajo un malón de vastas mordeduras,
trizados malvones ronroneando heridas.

De pronto,
cucarachas en mi cuerpo.

Fue entonces
que mis ojos recordaron el dulzor entremezclado de damascos y de jazmines
que vertían otras siestas….
mil hojas de robles trinando en mis oídos.

Era un día cualquiera.
La ciudad... me había inhalado.





Entre dos tierras 

“Pero los verdaderos viajeros sólo parten
por partir; corazones livianos, como globos…”
Charles Baudelaire. 


I.

De pronto, sientes un croar de ojos burbujeando,
granadas,
sobre tu espalda.
Es la noche
con sus labios
abrazada a tus venas.

Se abre el cielo
-sarcófago de fresca turmalina-.

Despiertas con la luna en tu espalda,
vastas lenguas de plata,
mejillas  al sol,
falanges  florecidas:
has llegado a la corteza.

Tus uñas tiemblan versos hasta henchirse de carmines.
El cielo es un retazo encriptado en tus manos.

Mañana la luna se cerrará en tus pupilas.
Mañana será    tiempo de eclipses.



II.

Como un desvarío de antorchas en penumbra
duermes
con los ojos abiertos
de batallas
te anudas.

Afuera   la tinta se escarcha entre relojes   que no saben de auroras.
La rueca rueda cicatrices.
Este cielo
huele a derrota.

No  es un croar de ojos.
Es el tiempo temblando en tus manos
como granadas.

Tus huestes aguardan piel adentro.

Adentro
hay una guerra.





Frente al cementerio caminan  errantes.
                                                        Llueve.  El hombre que sabía volar

llora abrazado a una niña perdida.

I.

                 Buenos Aires  me besa las entrañas.
         Las palomas se estrellan contra los ventanales.
           
                             Entre tumbas llueve.
                El agua corre como limosna. Lame
                     los cuerpos fríos, en jirones,
        los dedos, que alguna vez fueron,
               y las palabras asidas en los huesos.

                               Así, corre el agua
                 con los párpados de los muertos,
              con la lengua profana de los mudos
hasta leer tribulaciones, naufragios, orillas, primaveras
          y el instante incierto de exhalarnos la vida.

                 Así, corre el agua hacia nosotros
                    para lamer nuestros párpados
                      con el amor de los muertos.





II.

                            Entre tumbas, llueve
                  y nosotros estamos tan muertos
                            que ya no tememos.


  -Estrellados de ceguera, morimos, como palomas, hace un tiempo-.

                                            El agua cesa
                            pero la piedra de destiempo
                                          gotea

y gotea.

                           De pulsiones estamos,    hacia el desierto.

                                 Queríamos   lavarnos de deseo,
                               escurrirnos hasta desangrar arena
                                       hasta esta madrugada…

                             Nos sobran las yemas de los dedos,
                                    los pies de niebla y astillas,
                                       las manos mutiladas.
                             ¡El tiempo! Nos sobra el tiempo.
                        Nos sobra el silencio de tanta herida.
  
                           Sólo nos queda      morir de carne.






No hay comentarios: