Julio Torres-Recinos.-El Salvador, 1962. Poeta, narrador e investigador literario. Estudió filología española en la Universidad de Costa Rica, y se graduó de la Universidad de York, en Toronto, Ontario, Canadá. Además de una licenciatura por la Universidad de York, tiene una maestría y un doctorado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Toronto. Es Profesor Asociado de la Universidad de Saskatchewan, donde enseña lengua y literatura española e hispanoamericana. Su poesía y cuentos han aparecido en antologías como Nueva Poesía Hispanoamericana (publicada previamente en Lima, Perú, pero ahora en Madrid), Boreal (Ottawa), Índigo (Toronto), Anaconda (Ottawa), Ciencia, ergo sum (México), International Poetry Review (Greensboro, Carolina del Norte), Canto a un prisionero (Ottawa), Iguana: Escribir el exilio / Writing Exile (Montreal), Más allá del Boom: Nueva Narrativa Hispanoamericana (Lord Byron, Madrid), así como en varias publicaciones electrónicas tales como Poetas.com, Palabravirtual.com, el Registro de Autores Creativos de la Asociación Canadiense de Hispanistas, etc. Tiene publicados los libros de poesía Crisol del tiempo (2000), Nosotros (2000), Una tierra extraña (2004) Fronteras (2005), y Hojas de Aire, (2008) En 2004 salió publicado Creuset du temps / Nous autres en Francia, por Editions L’Harmattan, edición que contiene la traducción francesa, realizada por la profesora Marie-C. Seguin, y el original en español de los libros Crisol del tiempo y Nosotros. En 1992 ganó el Primer Premio de Poesía en el certamen convocado por la Celebración Cultural del Idioma Español en Toronto, el evento cultural y literario en lengua española más importante en Canadá. El año 2003, el Consejo Académico de la Accademia della Cultura Europea di Roma lo nombró Accademico D'Onore.
A Veces Ella
Ella es a veces alta,
a veces triste como todo camino,
de mirada queda.
Y cuando me ve,
su sonrisa me quema todo el cuerpo.
La conocí hoy y sonreía.
Hablaba despacio,
viendo la palabra perfecta,
ella,
la mujer exacta.
Y cuando hablaba de las gentes,
de las cosas viejas,
de la promesa que debíamos hacer,
de la espera secular;
su cuerpo se erguía
y era toda una gacela de emoción.
Ella pensaba en un mundo
por estrenar
como sólo te pones
por primera vez un sentimiento nuevo,
y el periódico temblaba en sus manos
y los dedos rasgaban las
fotografías,
las palabras,
la mentira.
La conocí hoy por la mañana
y ella es un ocaso y lo sabe
y fija sus profundas pupilas
en las mías.
Sobre sus hombros tiemblan áridas
montañas encarnadas.
Ella es la palabra incendiada,
el cielo desesperado
de una tarde de agosto,
un río,
la noche iracunda,
un heroico aliento a desatar.
Cien Años
Cuando en cien,
doscientos años,
alguien cuente
(invente) esta historia
o la historia de otro
exilio, de otras quemaduras
de este ronco andar,
cuando se refieran
a esta hazaña
y sus desaciertos
y no se diga el dolor
que devoran mis labios
y no se sienta la viudez
de la guerra
los huérfanos, los deshijados
los que murieron
sin abril en sus sendas
en un parque entonces
en un banco al hedor del verano
(las moscas)
los viejos rían
disciernan sobre el progreso,
los principios, el aire
acondicionado,
la libertad de los ángeles
cinco, siete siglos atrás,
cinco, siete años atrás,
se bate un hombre, una mujer,
contra su propia ausencia.
El Loco, El Triste
El loco, el triste, habla
de maravillas,
de verdades llanas
con severa convicción.
El loco, el triste,
habla, sonríe,
sus labios tienen
del mar los laberintos.
Entiende, escrutina, salta
de juicio en juicio
sin poder los ojos detener,
sin acordarse.
El loco, el triste, no tiene
nombres, títulos;
va de pesca,
nada pesca:
fue una gran aventura,
dice.
El loco, el triste,
ve el mundo,
inquieto;
si más allá un vacío,
una carta, una silueta;
si más allá
un azul inadvertido,
una niebla;
verá de lado,
dirá algo,
sordo seguirá
con el tacto adormecido.
Eramos Jóvenes
…si tú te mantienes libre,
por tu imposible yo,
tú por mi imposible.
Juan Ramón Jiménez
Aún recuerdo cuando te encontré.
Eras el nombre que conocía
por la música de cada sílaba.
Mariposa que volaba junto al fuego,
eras leve pájaro o espuma en tierra.
Aficionados entonces al arte de amar,
te tuve cerca y me tuviste hondo.
Qué jóvenes éramos entonces.
Cuando la mañana era dulce
y la tarde roja en el jardín dormía,
cuando mi soledad buscaba palabras
y tu silencio era una estrella que caía.
Cuando aprendíamos justas palabras
porque vivíamos tiempos de entrega,
porque vivías como agua en el prado,
porque vivía como el sol frágil de las seis.
He bajado a los infiernos
He bajado a los infiernos,
a los fijos, a los reales
como una piedra en el rostro,
los que se nombran países,
naciones, territorios que en mi cara tornan
sus nombres en exilio,
en tránsito, en ajeno.
He conocido buenas gentes,
a qué negarlo,
que me han ayudado,
que se han acercado a la tripulación
con un vaso de vino,
con carne seca,
con una manta en buen estado.
Son esas gentes las que hacen un puerto,
las que al momento de comer ven al mar,
a la puerta, al marino hambriento,
a algún hijo olvidado de su tierra.
Por esas gentes soy hombre
en reino extraño,
yergo la frente y veo al océano,
grande como una jaula donde sin tino corro.
He bajado a los infiernos,
a los pétreos donde el barro quema,
el agua no cala.
He soñado con mapas.
He querido acertar en los filos
de las piedras señales, augurios,
voces de aliento.
El mar me hiende mil caminos.
El mar me lleva a pueblos
que relucen como escamas,
me confunde en la maraña de las formas.
Una tarde encendida hará que el rumbo olvide;
una joven de voz sedosa me entretendrá.
He soñado con mapas.
He visto trazos en las ánforas,
en las máscaras trágicas.
En un templo asolado
quise atinar las iniciales de mi padre.
Un rectángulo no es más que un nítido concierto
si en él no se quiere ver una estampa.
He bajado a los infiernos y he vuelto.
He ido a lo hondo del mar, al sol mismo.
He tratado con los muertos y los astros.
Una diosa prometió estar a la diestra,
otras me arrojaron estrellas en los ojos.
Vagué por el mar;
di un millar de vueltas a las islas.
Y volví.
Por arte de embrujo vuelvo a Itaca,
Penélope, agradecido.
Exilios
Los exilios se construyen
como pirámides de sueños,
de hombres, de esperanzas,
de mujeres y de años;
pesadas y anchas al principio
como para borrar así su sombra
o su origen, o como para con su pesadez
insistir que todo intento de olvido
sólo es torpeza, auto-engaño.
Después, dicen, los recuerdos
se vuelven más livianos;
el tiempo se apiada
y nos oscurece la memoria.
Solos
Nos hemos ido
quedando solos.
Por el odio
o la ignorancia
hasta los árboles
nos han ido dejando solos.
Cuántos niños
no han visto nunca un colibrí,
una lechuza o una nutria.
Si los conocen,
los habrán visto en cerámica
o en la tele.
Los ríos se han ido secando.
Ahora son largos cadáveres,
sucios, que hieden.
Nos hemos ido quedando solos
en nuestras ciudades negras de humo,
con nuestros árboles negros de humo,
con nuestros niños
y nuestros sueños negros del humo.
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