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domingo, 31 de julio de 2011

4563.- BENJAMÍN LEÓN


Benjamín León nació en La Serena, Chile, en 1974, estudió Castellano y Filosofía, en la Universidad de La Serena. Ha publicado “Tankas de Pájaros”, Ediciones del 4 de agosto, Logroño, España, 2008, y “La luz de los metales”, Institución Cultural El Brocense, Diputación de Cáceres, España 2010. Su obra ha sido recogida en distintas publicaciones antológicas en Chile y el extranjero. Ha recibido diversas distinciones, entre otras, el año 2008 la Beca de Creación Literaria que entrega el Ministerio de Cultura de Chile; el 2009, su obra “La luz de los metales”, recibió el XII Concurso Internacional de Poesía Flor de Jara, España; y su obra “Nace la luz”, los XI Juegos Florales de Vicuña Gabriela Mistral. Ha participado en diversos recitales poéticos a lo largo de Chile y en España. Dirige la revista de poesía Espantapájar@ y coordina las “Jornadas Internacionales de Estudios Mistralianos”.







I

Pájaros, formas de haber amado lo volátil de la noche y la imposible huella del rocío.
Luz, hebra de inextinguible cauce sobre el cuerpo que alimenta la sed y la tiniebla.

Yo no escribí los símbolos del agua,
no perpetré la forma a veces tierra de tu voz hecha caída y escaso regocijo en la espesura.

Yo descifré los últimos metales que en tu cuerpo giraron escondidos
y fui el abrigo bajo el viento de las alas, la posibilidad futura de los astros, el suelo abarcador de las raíces.

Sólo aprendí la paz de la pobreza, la paz de estar desnudo en la temblanza, el gris amanecer de los metales.



De "La luz de los metales"







La utilidad de las barcas

Fraguar el mundo. Cruzar lo inmóvil de la tarde
que rápida atraviesa tu cintura. Enumerar los ríos
y suponerse pérdida o metal
que ronda en los imanes o en los bosques,
después de haber cesado.
Oír el exterminio de los frutos: la multitud que escribe
la infancia y el fulgor, sus túnicas heridas,
que forman la heredad y la espesura.
Surgir de la impureza,
abrir el manantial hasta que incendie
el cuerpo del amor recién cantado.






AMANECER DE CAMPOSANTO

Amanecer de camposanto:
qué soledad más cierta.
Los príncipes se apagan a esta hora
en que la luz acude.
Entre las piedras va mi voz,
doblándose en las calles de este duelo
que no se extingue.
El frío no pretende ser
pero es un litoral abierto,
un cáñamo esperando la ventisca
después de haber caído,
después de haber llorado con el hielo
de todas las ausencias.
Amanecer aún:
color que se resguarda y que aproxima
el frío y la ternura
donde la noche fue,
donde el silencio fue,
donde tu cuerpo estuvo.
Pero la soledad es larga y nos convoca
en su jilguero libre
que nos contiene. No tenemos patria,
quizás nunca tuvimos,
pero este campo lleva nuestros nombres
poblándose en su ropa y en su alero;
y no tenemos agua que nos calme
mientras el día ignora sus medallas
y no recuerda despertar
el sueño abarcador de nuestra sombra.






Soneto de amor carnal

Con tacto y con locura te rodeo,
cuerpo desnudo, cuerpo obsceno, mío,
savia genital contra el propio lecho
que busca acelerado que lo tome.
Que dentro de tu cuerpo soy la piel,
que dentro de tu boca soy el aire,
que muerdo cuando muerdo tus deseos
y enciendes las espaldas en gemidos.
Diva fresca, ciudad de lengua tibia,
disturbio destinado entre tus piernas,
yo sólo veo amor sobre tu cuerpo.
Detengo en los orgasmos los papeles;
confusos desde el vientre del amor
y somos del olor, la madrugada.





Paisaje final

Hoy será el viajero en tu paisaje
el leve despertar dentro del nicho.Pálida la frente,
ojos dolor del mundo.El cisne ya no tiene un lago.
Hoy se ha muerto el hombre.

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