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martes, 26 de julio de 2011

4486.- JESÚS ALBERTO LEÓN



Jesús Alberto León. (Venezuela, 1940). Biólogo y matemático. Iniciador de la ecología evolutiva teórica. En narrativa publicó Apagados y violentos (1964) y Otra memoria (1968). A partir de la década de los noventa su voz es llamada por la poesía. Ha publicado los poemarios Desvestiduras (1991), Despojamientos (1997), Riesgo de cercanía (2001), Habitar el instante (2005).



Habitar el instante. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2005.






Habitar el instante




Lengua de mar

¿Cuándo inaugura el mar
el apetito,
el deseo aguerrido y melancólico,
el anhelo punzante de sentir y saber?


Cada ola es un sorbo tentativo
de la honda boca y un husmeo que acoge
el fragmentario olor de las rendijas.
Cada ola acaricia el fruto abierto,
como gran lengua que pasea y busca
los sabores extremos de la playa.


Cada ola descifra asiduamente
las blancas contraseñas de la arena,
contempla los fulgores, también las aflicciones,
los húmedos placeres prohibidos;
registra los rincones para ver dónde quedan
las promesas vencidas, las ofertas negadas,
y la desolación característica
de la fauna huidiza que pulula en las rocas:
cangrejos, caracoles, erizos reticentes
y las tenues medusas fatigadas
que se amparan aquí, bajo la luz.






Piedad de arena

para Jorge Nunes

Las arenas humillan la entereza
y acarrean el desdén del tiempo,
levantan en el aire el minucioso ardor,
el mordisco plural, el óxido reseco.


Son cómplices irónicas del deterioro en ciernes,
del ojo lastimado y la desdicha lenta,
pero en su vocación de descalabro ceden
a la debilidad de perdonar a veces.


Así pues, son piadosos los retratos de arena,
son melancólicos, sí, mas borradizos,
no dan tiempo a advertir los estragos del tiempo
porque se esfuma su materia equívoca.


Y al dañar, las arenas no ladran ni se ensañan;
insisten, sí, pero con displicencia.
No son como la hiedra o como el pulpo
que se aferran y llevan a la asfixia.
Simplemente se asoman en enjambres,
bailotean, interpretan su música taimada,
desgastan y se van.






Salir de viaje

Acometer un viaje es siempre la acrobacia
de andar en vilo en vez de estar en casa.
Sale uno de sí mismo pero queda,
y aunque pierda una vida obtiene otra.
Los objetos amados, que son los más inútiles,
no entran en el mezquino caudal de la maleta.
Los hábitos extienden el reticente cuello
y uno los decapita, resignado,
no vaya a rebrotar y maniatar el gesto
la usual enredadera del arrepentimiento.
Se dejan pues temblando como tímidos hongos
los muñones del tiempo detenido,
y se va al aeropuerto, al vacío, al después.
Luego despierta uno y llega al otro mundo
con los ojos colmados de desconocimiento.
Tras lavar las costumbres quitadas de los párpados,
emprende una gimnasia de miradas distintas.
La hora de comer es ahora deshora,
tropezando se traza el mapa del hotel.
Cambian la resonancia de la prisa y la pausa,
la insistencia del sol, la actitud de los árboles.
Comienzan otros trances, apuestas imprevistas,
la incertidumbre mórbida de aprender otros bailes,
la aturdida sorpresa de los nuevos enigmas,
y la sabiduría perpleja de ser nadie.





Volver a casa

Nos queda la calle de ayer
y la mimada lealtad de una costumbre
RAINER MARIA RILKE

Al regresar del viaje
hay que rehacer los vínculos
las conexiones ínfimas, las raicillas rotas,
reanudar el arraigo que se dejó latente,
y recobrar la tos, la hora del remedio.
Curarse la nariz envilecida ayer
por un frío extranjero, perentorio,
y rellenar papeles que postulan la hipótesis
de que uno es quien ha vuelto, una presencia plena,
con dirección que puede ofrecer al taxista
mientras el taxi asmático remonta las colinas.
Las ropas, los zapatos, huyen de la maleta,
se insertan en el orden de siempre, con alivio.
Y la casa reincide en su respiración,
en su complicidad de bestia cuidadosa.
Uno encuentra los grifos, los switches de la luz,
las corrientes de aire en la mañana calma,
y restaura los tubos que le traen agua al cuerpo,
un agua que circula por dentro, como propia,
que refresca el descanso con húmeda paciencia,
y permite a la voz más personal fingir
la mentira prudente de ser alguien.



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