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sábado, 9 de julio de 2011

4309.- LINDOLF BELL


BUSCO LA PALABRA PALABRA

No es la palabra fácil
la que busco.
Ni la difícil sentencia,
aquella de la muerte,
la de la fértil y definitiva soledad.
La que antecede a este camino siempre rápido.
Donde me deslizo, me deletreo
en fantasías de pájaro, hombre, serpiente.

Busco la palabra fósil.
La palabra antes de la palabra.

Busco la palabra palabra.
Esta que me antecede
Y se antecede en la aurora
Y en el origen del hombre.

Busco dibujos
dentro de la palabra.
Sonoros dibujos, táctiles,
olores, desencantos y sombras.
Olvidados trazos. Lazos.
Escritos, encantos re-escritos.
En el área de los atritos.

De los detritos.
En ritos ardientes de la carne
Y ritmos del verbo.
En callejones metafísicos sin salida.

Señales, vendavales, silencios.
En la palabra fermentan restos, rastros de animales,
Minerales de la insensatez.
Distancias, circunstancias, sollozos,
destierro.

Palabras son de seda, acero.
Ceniza donde hago poemas, me rehago.

Utilizo raciocinio.
Busco en la razón.
Pero lo que se revela, arcaico, pungente,
eterno y para siempre, vivo,
viene del buril del corazón









RECÓNDITO IMPULSO

Voy madurando
en la palabra
que madura.
Entre fibras, sangre, deseo
que entumece.
En el amor
donde crezco, me acreciento:
he aquí la mies.

Nivelar
es tajar la libertad.
Y vivir es un largo camino,
es recóndita voluntad
dicha y no dicha:
vocablo,
coágulo.

Madurar.
Lúcido,
lúdico.

En la maravilla,
En la maravilla.

Madurar en la médula
la médula amada.
La amarga médula, amada.
Madurar la médula armada
del tiempo espléndido de la alegría.
Pero también del tiempo de la amargura
que destroza
y desconfía.

Madurar.
La áspera y roja protuberancia.
La tierna manzana
de recóndito impulso.









LA PALABRA DESTINO

Dejad venir a mí
la palabra destino.

Mañana de sorpresas, lascivia y yema.
Acaso felices, deslices.
Huevo dentro del ave dentro del huevo
Palabra hoja y flor.

Dejad venir a mí la palabra
y sus versos, reversos:
metamorfosis,
metaformosa.

Dejad venir a mí
la palabra pan-de-consuelo.
Libre de ataduras, vendajes,
choques eléctricos
y sutiles servilletas de la muerte
después de gorjeos en seco engullidos a golpes.

Dejad venir a mí
la palabra entumecida por el deseo.
La palabra en alborozo sutil, ardid
y ave en el follaje de la memoria.
La palabra estremecida entre la palabra.
La palabra dentro del sonido
pero dentro del silencio del sonido.

Dejad venir a mí
la palabra de hombre y hombre.
Y la palabra entre el hombre
y su corazón puesto a prueba
en la libertad de la palabra corazón.

Dejad venir a mí
la palabra destino.









DE LA PALABRA FINAL NADA SÉ

De la palabra final
nada sé.
Nunca me fue dada.
Ya esclavo,
ya rey.
Ya levantase el dedo en la hora de las objeciones.
Ya levantase el dedo tímidamente
desde el último banco de la clase contradictoria del vivir.

Ya anhelante, ya torpe,
ya sufrido levantase el dedo,
Dios mío, que displicente andar sin gracia
cuando atravieso la sala llena de gente.
La sala de ambiguos sentimientos llena de gente,
la sala de los correos secretos
que los ojos conocen, reconocen,

siempre arlequín burlesco
por fuera
y masacrado por dentro
y triturado
en el más triste caballero de la figura de la palabra.

Legar sin prejuicios,
cotidianos simulacros:
sueño de niño.
No apenas el esbozo de un dibujo inacabado de hombre,
inadecuado, por cierto, en el modo de llegar a hablar
de las cosas del mundo y de mí

Sino llegar, allegar,
y saber que entre el tiempo y el tiempo
aflora el ser.
Y amanece.
Debajo del sueño
anidado.

Dentro de un cesto
deshilachado.

Dejadme participar de la mesa de la verdad.
Y aceptad mis dudas y mi fragilidad
como una dádiva de los dioses.





Poema

El pájaro
conoce el horizonte.
La redondez
de la tierra.
Y la primavera que anuncia
en el canto solitario.
Y en la espera.

El pájaro no sabe
que yo sé, solitario,
detrás de la vidriera
estas cosas que él sabe.

Mas el pájaro
sabe de cosas
que nunca sabré
detrás de las vidrieras.

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