Gianni Siccardi nació en Banfield, provincia de Buenos Aires, en 1933. Murió en 2002.
A los ocho años descubre “la gran poesía” cuando su abuelo materno le regala una antología de la poesía universal con el propósito de estimularlo en la lectura “en serio”. Los poemas le fascinan al igual que el puñado de caramelos que su abuelo le regala cada vez que los recita de memoria y sin equivocaciones. “Me costaba memorizar esos poemas, y seguro que mi abuelo era conciente de semejante esfuerzo, pero me imagino su felicidad porque eso me obligaba a leerlos infinidad de veces”, recuerda Siccardi a sesenta años de aquel momento en que se dio cuenta que era la poesía lo que más le interesaba y a partir de entonces no se apartará jamás de ella.
Es autor de los libros: Conversaciones (1962), Travesía (1967), Ella (1989, reeditado en 1999 con el título Ella y otros poemas) y Fragmentos (1995). Preparó para el Centro Editor de América Latina las antologías de los poetas italianos Eugenio Montale (1987) y Salvatore Quasimodo (1988).
Nada más
No son necesarios
nada más que un hombre y una mujer
para jugar al destino
nada más que unos ojos paralelos
para cruzar el puente de la soledad
No es necesario
nada más que quebrar
los límites de la naturaleza
para rozar las alas de la eternidad
nada más que aceptar el aroma
impasible de la indolencia
para abrir los brazos a la belleza
No es necesario
nada más que el relámpago del deseo
para beber la ebriedad de la vida
nada más que una mirada inocente
para comprender la vida
nada más que una mirada arbitraria
para recuperar el valor de la vida
(de Ella y otros poemas)
TARDE DE VERANO (Poema perteneciente al libro inédito
Palabras sueltas) (Fragmento)
VII
VII
La mujer que cruza la calle
sin participar del mundo
ya que se trata del mundo y de ella
no hace caso del calor
que revienta la calzada
y deja una fina espuma
en la pradera de la tarde
ni del sopor del viento
que apenas toca su cabello.
¿Los movimientos de su andar
serán parte del bálsamo
de la nada inmóvil
que la contiene sin tocarla?
Cualquiera podría darse cuenta
de que lleva a su hombre adentro
cuando anda.
Sus pies no sueñan
de modo que no es la calle
la que pasa.
Cuando camina es ella
Sólo la calle y ella.
¿Y el mundo?
¿La multitud?
¿La colmena incesante?
Nada.
La tarde de verano
sólo tiene los ojos fijos
en la mujer que atraviesa la calle.
La saluda respetuosamente
y se detiene para cederle el paso.
Quizás se encuentren
algún día las palabras
que la desnuden sin tocarla.
Quizás no.
No se sabe por qué.
Mi vida, su sueño
Ella es hermosa todo el tiempo
su cabeza es hermosa en las cuatro estaciones
amo la ciudad donde duerme
la ciudad que despierta en su sueño.
En su sueño hay un hombre
que le entrega un mensaje
siempre el mismo hombre
siempre el mismo mensaje
un mensaje
que ella nunca ha podido leer.
Ella nunca muere
ella nunca mata
ella es feliz
es hermosa en el sueño
pero esas palabras que aún no conoce
son las únicas que desea leer.
Y las únicas que deseo escribir.
Sobrevivientes
Aquella nube que al partir
midió el naufragio de tu cuerpo y el mío
¿habrá alcanzado la hebra celeste del verano?
De estas duras veredas
De estas duras veredas alcanzaremos
aquel paso burlón
tu risa entre los árboles.
En el calendario de tu imaginación
dos cigarrillos se encienden
y se apagan.
Los cuatro elementos
La tierra para multiplicar sus costumbres
El aire para evaporar sus sueños
El agua para derramar sus penas
El fuego para tatuar su destino
Próximos
Nuestros ojos están tan próximos
que se miran así mismos
Nuestras sombras están tan próximas
que no se oye el ruido de sus pasos
Nuestros sueños están tan próximos
que sellan los labios de la noche
Nuestros pensamientos están tan próximos
que el fin del mundo
pasa junto a nosotros sin tocarnos
El amor no es casi nada
De sus ojos partía un hilo
que terminaba en mis ojos.
De modo que nuestras miradas
recorrían simultáneamente
el pasado, el presente y el porvenir.
El amor no es más que una pequeña cosa:
el tiempo
un hilo
una mirada.
De: Ella y otros poemas, Último Reino, 1999.
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