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domingo, 1 de mayo de 2011

3970.- NARES MONTERO



Nares Montero. Paradoja y poetisa. Nace en Madrid en agosto de 1982, con la ciudad cerrada por vacaciones, aterida de frío en uno de los días más calurosos de aquel año. Con raíces en los pies y alas en la cabeza, tuvo una infancia llena de ángeles que ella supo maquillar de cuento. Fotógrafa, actriz, animal lleno de melodías, le salieron hace tiempo las muelas del juicio pero conserva aún dos dientes de leche.

Te llamaré Delirio



Te llamaré delirio es su primer libro de poesía. En él, Nares Montero se desviste de impaciencias y presenta poemas escritos entre 2006 y 2009. Deposita sus sentimientos en nuestras manos, nos permite transitar por su vida, consciente de que transcurre con ritmo cinematográfico, autofracturada en cada esquina. Sin caer en la tentación de mitificarse, libre, se muestra como es, sin olvidar en ningún momento que lo importante es que el lector entienda. Sólo comprendiendo se puede sentir.





Lo he intentado
lo juro

escondí el bombo
y los platillos,
las castañuelas,
las chácaras,
incluso el papel albal
y las bolsas de plástico
para no hacer ruido
pero el primor de los cascabeles
ah, esos no

guardé el silencio
de feria ambulante
el previo al aplauso
de boca cosida
con las agujas del carmín

pero ya no aguanto
lo juro

si he de recitarte
henchida
violeta y temblorosa
a quemarropa
que así sea

a mares en plena libertad
donde haga falta

vocalizaré tus verbos subversibos
desbrozaré nombres y adjetivos
y si mi lengua se entorpece
volveré a empezar

volveré a recitarte

donde haga falta
lo juro










Odio sin título a la muerte

Tengo gato a tu suelo
de mimbre,
a tu botella litrona de todas
las lágrimas,
a tu atmósfera pisada con miles
de flechas,
a ese recodo que hacen
los caminos siniestros
por donde maúllas y pisas,
serena,
con todas las llaves como respuesta,
con el miedo midiendo
mis pasos
y todo el engaño en vallas, y vas,
publicitaria.
Te malquiero, y
quiero que
me existas antes de existir a otros,
antes de ocupar esos cuerpos que no
te pertenecen,
que no son tuyos,
que son las voces
de un futuro sin ti,
sin tú,
sin el dolor anegando las ramas,
sin el temblor de otro niño que cae
de este árbol que es lumbre
de ese brasero donde te calientas.
Te detesto por ignífuga,
eterna mariposa,
que vuela sobre toda la belleza.











El primer verso se obvia.
No encuentro la manzana en la que vives,
el sueño se desata con el beso
soñado, por supuesto, algo más real
quizá tu nombre en alguna página
amarilla o tu coche en batería
siempre en carga y descarga.
No encontré al verso primero besado
ni al gato de los desayunos locos.
Te cuento y no me exprimo las naranjas,
será por eso.









Caerte en gracia,
caer en la blanda gracia tuya y
lamer tu mano como el perro lame
a las visitas,
sabiendo que se van, y tú te quedas
idéntica al aliento del desamor,
morada e insaciable. Esperando
ser siempre la rabia de los que nacen.






en construcción

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho
Ángel González


Me propongo construir un tiempo lleno,
a pesar de mi llanto y manos rotas,
otro tiempo con diferentes notas
al que aún se le pueda llamar bueno.

Tan necia soy con el claro veneno
que no lo administro en cuentagotas
y a tragos largos como los idiotas
vengo a beber sin que haya freno.

Para, sé cauta, que entre sorbo y sorbo
puedas ver el aliento que descargas
y el oxígeno que tomas en cada

bocanada no sea un estorbo.
Expira cada una de las cargas
no empieces este tiempo acongojada.






El origen perdido

El lector conoce que
ningún lunes es inofensivo.
El inicio suele erigirse
como un monumento,
un coloso, becerro de oro;
pero puede ser menudo y hermoso
como el desdén o un pendiente
mecido por el viento.
Entonces siente el movimiento en los pies
como en el lomo húmedo de un cocodrilo
o en el minúsculo vuelo
entre el negro plumón del mirlo.

Todo es misterioso jubileo,
sueños de cloroformo,
futuro miedo.
No existe ferroso comienzo
ni escritor inofensivo.






La amistad prudente

Permanezco
a una distancia de bolsillo,
(no siempre abierto)

La vía del tren, su cremallera de dientes
el hilo del puente, en su zigzag suspendido
como el atuendo correcto
de la desconfianza

No ser asiduos de los mismos delitos
negar que nos sea común el idioma, los suspiros,
o las piedras que juegan histéricas con nuestros dedos

La boca estomacal en un resistirse contínuo
a hallarte en la rueda de reconocimiento a la que he sido convocada,

en la morgue maquillando
los rostros de mi espejo

permanezco a una distancia de bolsillo


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