Jorge Torres Daudet, nació en Julio de 1943, en Guadalajara, aún vivos los rescoldos de la Guerra Civil, y en plena llamarada de la Gran Guerra Europea.
Siendo aún niño, se traslada con sus padres a vivir a Sigüenza, donde sigue sus estudios en el Colegio de la Sagrada Familia de Sigüenza, hasta la carrera de Magisterio, cuya Reválida hizo en la Escuela Normal de Magisterio de Logroño.
El hecho de cambiar la matrícula a este centro riojano tuvo mucha influencia en su vida, ya que se casó allí y vivió durante ocho años en Santo Domingo de la Calzada.
Posteriormente fue a vivir a Madrid, donde aún reside.
Empieza a escribir en el año 2006. Hasta ahora ha escrito los siguientes poemarios: “Atardecer del alma”, “El otoño en tus ojos”, “Rescatado de ti”, “Al cabo de los años”, “Frente quebrada”, “Mieses y flores”, “Me traía un sonrisa”, “Luna llena” y “Sin hacer ruido”.
De una compilació de algunos de ellos edita, en 2009, “Belleza cruel”, por Ediciones Sinmar, del Grupo Vitruvio.
Ahora tiene otro libro a publicar, posiblemente este mismo año, aún sin titular.
También está preparando un escrito en prosa.
Niebla
La niebla descansa, húmeda y gris,
sobre la hierba del bulevar,
el viento, en remolinos, la levanta,
jugando con tu falda,
y nos acompaña, tú... despeinada.
Nos damos un último beso, fugaz
-yo quisiera retenerlo-.
Nuestras manos,
aún ardientes, se separan.
Las tuyas, esquivas, se cobijan en los bolsos
de tu abrigo.
Mientras te alejas, la oscuridad
te oculta a mis ojos, ávidos de ti,
deseosos de no perderte aún .
Cuando la niebla disipa tu imagen,
tus pasos, huidizos, suenan vacíos,
huecos, como un adiós.
La habitación aún guarda el calor de tu cuerpo;
la cama, en desorden, aunque callada, no oculta
nada de nuestra pasión desatada.
Mi corazón, sin ti, queda desierto.
Bajada del telón.
Qué duro es recorrer con la mente los caminos
por los años ya transitados,
recordar lo vivido sin la atención precisa,
sin saborear despacio -como se paladea un buen vino-
como no haciendo caso a lo que ocurre
a nuestro lado,
como ausentes de aquel momento que fue presente,
como si no fuéramos actores de aquel teatro.
Tiempo con vivencias no olvidadas
que no podemos traer a este momento
-sí, acariciar con nuestra mente-
que ya no vivimos, o vivimos en pasivo.
Todo quedó atrás,
tras muchos horizontes,
con los mismos paisajes, cual atrezo
de la vieja comedia de Dante, con actores
caducos, relegados en palcos de platea,
esperando el apagado de luces
y bajada del telón
definitivo.
Mar de lágrimas.
Mar, reino de las aguas vacilantes,
de superficie con lunas y estrellas, de soles
y de sales. Mar de aguas de fuego en el ocaso.
Mar de destinos inciertos.
Mar de aguas encrespadas, de viudas, de crespones...
y lágrimas.
Existes?
Piensa en ti y no te nombra -¿acaso tienes nombre?-
Pero estás ahí, con tenaz frecuencia ,
mientras mira deslizarse las gotas de lluvia
-a él siempre le parecieron lágrimas-
tras los cristales tristes, en el tardío otoño,
de su oscuro, desierto, dormitorio,
.
En los paseos del parque, radiante
de soles y colores -bullicioso de pájaros
y de niños-
En los campos silenciosos
de helada nieve y los desnudos árboles
-de hojas y de trinos-
En la corriente de los ríos caudalosos
y de los humildes arroyos…
sigue viendo tu imagen
-callada y sonriente, prudente y complaciente,
bella y deseable-
no, no existes; tu imagen y tú sois sólo éso:
una imaginación, realidad inaccesible.
Aquel hogar
Nuestra casa ya no es aquel hogar
donde flotaban las risas e ilusiones
de nuestros hijos, y sus sueños.
Es un nido vacío, con sábanas frías,
con espejos deshabitados, oscuros,
sin el reflejo de la luz de sus ojos.
Dormitorios, sólo, con muebles y atavíos;
continentes... sin contenido
Luna llena
Esa noche nuestros ojos eran los que hablaban,
Fueron tus ojos, mi amor,
los que me dijeron que tú me amabas
Fueron tus ojos, mi amor,
los que me abrieron, de par en par, tu alma.
Y esa noche, mirándome a los ojos,
esa noche, la luna...
el brillo de tus ojos envidiaba.
Y esa noche, de luna llena,
nuestros cuerpos se unieron,
se enlazaron, por siempre, nuestras almas.
Sin pudor
Sin pudor, proclamo mi amor al mundo,
cual si fuera joven apasionado,
si, aun anciano, estoy de ti enamorado,
por qué acallar mi sentir, tan profundo.
Te miro, con ardor en la mirada,
y pido, de ti, el mismo sentimiento
pues, te juro, sería un sufrimiento,
que no estuvieras, de mí, enamorada.
Dicen: la pasión con los años cura,
mas yo no creí nunca en este aserto
pues, de siempre, siento, por ti, locura.
Y así, aun estando dormido... o despierto,
mi cuerpo vive el amor con bravura
hasta que, Dios y tú, me deis sustento.
Yo cogía las nubes...
Yo cogía las nubes con las manos
y mis besos enviaba al universo,
te entregaba mi corazón travieso
antes de tener los cabellos canos
Yo me sentía un pegaso, trotando
por los valles y cumbres de tu cuerpo,
sobrevolando, cual gaviota el puerto,
la piel, tu piel, que siempre estoy amando.
. El pegaso ya no trota, plegadas
sus alas, no remontará sus vuelos
-aventuras por el tiempo amainadas-
Humilde se desliza por los suelos,
mas... su amor vuela con las alocadas
nubes, y fantasías de sus sueños.
¡Ay, mi amor!
“Líbrate de sucumbir a ese amor,
que dicen que no te conviene”.
Si tú les escucharas, oirías los argumentos
que oyen todas las esquinas...
¡Señor, Señor! Como si el corazón se abriera a la razón,
al cálculo, a la suma.
¡Yo quiero a mi niña morena!
y soy sordo cuando sus ojos me miran como me miran,
y soy ciego cuando sus labios pronuncian mi nombre,
y subo al cielo cuando su piel acaricia mi piel.
Y dicen... lo que digan,
sonrían... como sonrían;
¡yo quiero a mi niña morena!
¿Podría vivir, mi amor, sin tu amor?.
¿Podrían mis ojos ver, sin a ti, mi amor, verte?.
¿Podría mi piel gozar
sin mi piel gozar de tu piel?
¡Ay, mi amor, es mi alma esclava de tu alma!
Y lo que digan...y como sonrían...
no es nada... será, quizá, producto de la envidia.
Hemos roto
Hoy hemos roto nuestras cartas de amor
los dos juntos, tú y yo, con nuestro pudor de acuerdo,
haciéndolo nuestro testigo.
El papel, amarillo por el pasar del tiempo,
con renglones rasgados, anunciando
las fechas de nuestros encuentros.
Hemos roto nuestros secretos, junto a la suma
de los latidos de nuestros corazones locos,
ávidos de amar.
Los pedazos llevan escritos nuestros te quiero,
nuestros deseos de estar juntos,
tu cuerpo y el mío, de estar sellados
nuestros labios con nuestros besos.
El perfume de tus cartas, amor, ha impregnado
mis dedos que, juguetones, acarician tu piel,
y hacen temblar tu cuerpo, unido al mío.
Hemos roto nuestras cartas de amor, pero el amor
sigue en nosotros vivo.
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