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domingo, 20 de marzo de 2011

3711.- JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO


JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO
(Águilas, España, 1941)
Ha publicado Poemas (ERM, 1982), La puerta falsa (Universidad de Murcia, 2002), La espalda del fotógrafo (ERM, 2003) y Plaza de Belluga (La Copia, 2008), así como otros textos poéticos y ensayos en revistas y libros colectivos. Ha sido director de Pasos y autor dramático con obras como Tres actores y un escenario (2006) y Tres monólogos (2007). Es coordinador del ciclo de Poesía en el Archivo del Archivo General de Murcia. Ha sido guionista en los documentales Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. Es aguafuertista e ilustrador.



He vivido

Cuando vuelva,
si es verdad que volvemos,
quisiera recordar estas cosas:
una hora de la tarde,
algún camino polvoriento,
pájaros en vuelo,
el agua y su reflejo.
Porque estuve aquí
en el fondo de un mar tranquilo,
surcado por peces
tan fríos como el olvido.





Libro abierto

Aquí en el Sur conviene
que una cierta penumbra
te aparte de la calle radiante.
Es la hora de la siesta,
mientras todos duermen, tú lees.
Una ligera brisa
mueve la persiana del balcón,
como el agua, la luz,
tiembla sobre las losas.





La lluvia

La lluvia no sabe si lee o escribe,
teclea sobre el asfalto
o cae sobre la tierra sedienta.
A veces, sus gotas, sobre el cristal,
como estrellas fugaces resbalan,
perseguidas por los dedos de un niño,
entonces escribe.
Cuando cae sobre la aguas de un río,
de un lago o el mar,
lejos del eco,
como si volviese a sí misma,
lee y medita.








DE Plaza de Belluga:



La lluvia cambia de color la plaza,
más pálida la luz se hace amarilla,
mientras la arena de sus piedras
recuerda cuando fue río,
siempre hacia la mar corriendo.






Alguien llega a esta plaza
y encuentra que,
aunque nunca ha estado aquí,
parece como si nunca se hubiese ido,
que por fin ha dado con el lugar,
materno regazo donde descansa,
porque una extraña calma lo ha absuelto.






Como aquí nunca llueve,
los días sin luz son más tristes,
y la melancolía, ciego caracol,
se instala en la mirada.






La plaza nos redime del pasar
que es la vida por costumbre.
Aquí nos detenemos
y basta ese momento
para deshacer toda la rutina
que, como tela de araña,
se ha instalado en el pulmón
e impide que respiremos,
que el aire libre
entre a bocanadas hasta el fondo
y disipe las sombras que cobija.



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