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miércoles, 9 de marzo de 2011

3479.- HENRY WADSWORTH LONGFELLOW


Henry Wadsworth Longfellow (27 de febrero de 1807 – 24 de marzo de 1882) fue un poeta estadounidense que escribió trabajos que aún hoy siguen gozando de fama popular, entre los que están The Song of Hiawatha, Paul Revere's Ride y Évangéline. También escribió la primera traducción estadounidense de la Divina Comedia de Dante Alighieri y fue uno de los cinco miembros del grupo conocido como los Fireside Poets (Poetas hogareños). Nació en Maine, vivió la mayor parte de su vida en Cambridge, Massachusetts, en una casa ocupada durante la Revolución Americana por el general George Washington y sus mandos.
Su trabajo fue inmensamente popular mientras él vivía y aún lo es hoy, pero algunos críticos modernos lo consideran muy sentimental. Su poesía está basada en temas cotidianos y sencillos para la comprensión de los mismos con un léxico simple, claro además de un lenguaje fluido. Su poesía creó cierta afición en América y contribuyó a crear una mitología americana. El hogar de Longfellow en Cambridge, el Sitio Histórico-Nacional de Longfellow, es considerado un lugar de interés cultural, y se incluye en el registro de lugares nacionales de carácter histórico en los Estados Unidos de América. Una réplica, con escala de 2/3 fue construida Minneapolis, Minnesota en el parque Minnehaha en 1906 y en una ocasión sirvió como pieza central para el zoologico local. Notable ministro, escritor y abolicionista, Edward Everett Hale, fundó organizaciones llamadas Harry Wadsworth Clubs.
Bibliografía
Colecciones póstumas
Poems and Other Writings, J.D. McClatchy, ed. ( New York: The Library of America, 2000)




El sueño del esclavo

Junto al arroz disgregado yacía él,
Su hoz en la mano;
Su pecho estaba desnudo, su pelo enmarañado
Fue enterrado en la arena.
De nuevo, en la niebla y en la sombra del sueño,
Él vio su Tierra Natal.

Vasto a través del paisaje de sus sueños
Fluía señorial el Níger;
Debajo de las palmeras en la llanura
Otra vez caminó como rey;
Y oyó el tintineo de las caravanas
Descender el camino de la montaña.

Vio una vez más a su reina de ojos oscuros
Que se alzó entre sus hijos;
Ellos se colgaron de su cuello, ellos besaron sus mejillas,
¡Ellos lo llevaban de la mano! -
Una lágrima brotó de los párpados del durmiente
Y cayó sobre la arena.

Y después a una velocidad furiosa cabalgó
A lo largo de la ribera del Níger;
Sus bridas y riendas eran cadenas de oro,
Y, con un metálico ruido marcial,
En cada salto él podía sentir su vaina de acero
Golpeando su flanco semental.

Antes de él, como una bandera rojo sangre,
Los brillantes flamencos volaron;
De la mañana a la noche él siguió su vuelo
Sobre llanuras donde creció el tamarindo,
Hasta que vio los techos de las chozas de Cafres,
Y el océano se alzó para ver.

Por la noche oyó a un león rugir,
Y a la hiena gritar,
Y al hipopótamo, como cuando él aplastaba los juncos
Al lado de alguna corriente escondida;
Y pasó, como un glorioso redoble de tambores,
A través del triunfo de su sueño.

Los bosques, con su multitud de lenguas,
Gritaban de libertad;
Y el Soplo del Desierto exclamó en voz alta,
Con una voz tan salvaje y libre,
Que él inició en su sueño y sonrió
En su tempestuoso regocijo.

Él no sintió el látigo del capataz,
Ni el ardiente calor del día;
Porque la Muerte había iluminado la Tierra del Sueño,
Y su cuerpo sin vida yacía
Como una cadena completamente gastada, que el alma
Había roto y tirado lejos.

1842

© Traslación de Juan Carlos Villavicencio






El Salmo de la Vida

No me digas lamentándote,
¡la vida no es más que un sueño vano!
Puesto que muerta está el alma que dormita
y las cosas no son lo que parecen.

¡La vida es real!, ¡la vida es grave!
Y la tumba no es su meta.
Polvo eres y en polvo te convertirás,
no se refería al alma.

Ni el goce, ni el pesar
son a la postre nuestro destino;
es actuar para que cada amanecer
nos lleve más lejos que hoy.

El tiempo es breve y el arte es largo
y nuestros corazones, aunque bravos y valerosos,
todavía, al igual que tambores sordos,
tocan marchas fúnebres hacia la sepultura.

En el extenso campo de batalla de este mundo,
en el campamento de la vida,
¡no seas como buey mudo aguijado!
¡sino héroe en el conflicto!

¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado muerto entierre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el vivo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.

¡Desconfía del futuro por agradable que sea!
Deja que el pasado muerto entierre a sus muertos.
¡Actúa, actúa en el vivo presente
el corazón firme y Dios guiándote!
Las vidas de los grandes hombres nos recuerdan
que podemos sublimar las nuestras,
y al partir tras de sí dejan
sus huellas en las arenas del tiempo.

Huellas por las que quizás otro que navegue
por el solemne océano de la vida,
un hermano náufrago desolado,
al verlas, vuelva a recobrar la esperanza.

En pie y manos a la obra,
con ánimo para afrontar cualquier destino.
Logrando y persistiendo,
aprendiendo así a trabajar y a esperar.

de Voces de la noche





Dos ángeles

El ángel de la vida y el de la muerte un día
pasaron con el alba sobre mi humilde aldea;
la luz daba en sus rostros; cada cosa parecía
con el humo un carruaje de penacho que ondea.

Iguales en su aspecto y en su actitud iguales,
Idénticos sus rostros y sus nevadas vestes;
mas el uno ceñía corona de inmortales,
el otro de narciso y aureolas celestes.

De súbito pararon el vuelo; con espanto
dije: “Corazón mío, si lates, con violencia
descubrirás los seres queridos que amas tanto,
los seres que hacen dulce y alegre tu existencia.”

Desciende el que narcisos ceñía. Llega, toca
a mi puerta; mi alma dentro de sí se sume,
cual fuente que, si tiembla la tierra, por la boca
de hervoroso mana, al punto se consume.

Reconocí, temblando, las vagas agonías,
las penas que en mi infancia de terror me llenaron
y que en esos momentos feroces y sombríos
con triplicadas fuerzas de mí se apoderaron.

Abrirle por fin la puerta al santo mensajero:
a oír al Ser Supremo que todo bien ordena
dispúteme callado, sin atreverme, empero,
ni a sonreír de gozo ni a sollozar de pena.

Entonces, con sonrisa que iluminó mi estancia,
Exclama: “Soy el ángel que anuncia sólo vida”;
y antes de responderle, difundiendo fragancia,
desapareció dejando mi vida oscurecida.

De tu hogar a las puertas llegase en el momento
el ángel que ceñía corona de inmortales,
y con frases henchidas de tristísimo acento
pronunció, de la muerte los cantos sepulcrales.

Aquella faz de tu hija, graciosa y perfilada,
marchitóse y tu pecho se colma de tristeza;
un ángel entró solo, ¡oh amigo!, a tu morada,
y dos de allí salieron volando con presteza.

Todo a Dios pertenece. Cuando extiende su mano
apíñanse las nieblas, el cielo se encapota,
hasta que sonriente mira el valle, el Océano,
desde la oscura nube que huye a la región remota.

El ángel de la vida y el ángel de la muerte
Jamás sin tu mandato de la morada abierta
Traspasan los umbrales. ¿Quién pues, con mano fuerte
Podrá a sus mensajeros cerrar audaz la puerta?

Versión de Ruperto S. Gomez







Santa Filomena

(...)Los heridos en la batalla,
en lúgubres hospitales de dolor;
los tristes corredores,
los fríos suelos de piedra.

¡Mirad! En aquella casa de aflicción
Veo una dama con una lámpara.
Pasa a través de las vacilantes
tinieblas y se desliza de sala en sala.

Y lentamente, como en un sueño de felicidad,
el mudo paciente se vuelve a besar
su sombra, cuando se proyecta
en las obscuras paredes.(...)





La cruz de nieve

Durante las largas e insomnes vigilias de la noche,
un gentil rostro —el rostro de quien murió hace tiempo—
me observa desde la pared mientras el candil
proyecta a su alrededor un halo de pálida luz.
Aquí murió, en esta habitación; el martirio del fuego
nunca llevó al reposo una alma más pura
ni tampoco puede leerse en ningún libro
la leyenda de una vida más bendita.
Lejos de aquí, en el distante Oeste, hay una monte
que desafía el sol y muestra una cruz de nieve
en las profundas quebradas de una de sus laderas.
Así es la cruz que llevo hace dieciocho años
sobre el pecho, a través de la mudanza de estaciones
y paisajes, inmutable desde el día en que ella murió.

Versión de Flavia Pittella






La naturaleza

Así como una madre tierna, cuando anochece,
da la mano a su niño y a la cama lo lleva,
sólo a medias gustoso y a medias con desgana,
pues sus rotos juguetes en el suelo abandona
y los contempla aún por la puerta entornada,
no del todo tranquilo ni consolado, oyendo
promesas de otros nuevos, en vez de los perdidos,
que, aunque fueran mejores, acaso no le gusten:
así Naturaleza con nosotros; se lleva
nuestros juguetes, uno a uno, y de la mano
nos conduce al descanso, tan suave, que sabemos
apenas si queremos ir con ella o quedarnos
,con demasiado sueño para ver claramente
cómo lo que ignoramos trasciende a lo sabido.





La flecha y la canción

Lanzé al aire una flecha
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque tan agil surcaba que la vista
no podía seguir su vuelo.

Al aire una canción lancé también
que a la tierra cayó, no sé dónde
porque ¿hay alguien que tenga vista suficiente
para seguir el vuelo de una canción?

Y mucho después encontré en un roble
la fecha aún intacta
y la canción de la primera a la última línea
la encontrés de jnuevo en el corazón de un amigo.

Versión de José Luis Justes Amador


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