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domingo, 27 de febrero de 2011

3349.- RODOLFO SERRANO


RODOLFO SERRANO
VILLAMANTA (MADRID) , 1947
Rodolfo Serrano nació en Villamanta (Madrid) en 1947. Es licenciado en Ciencias de la Información y lleva más de treinta años ejerciendo el periodismo en diferentes medios, sobre todo en El país, periódico al que ha estado vinculado durante casi todo este tiempo. Ha publicado algunos libros de nuestro pasado reciente, el último de ellos, Toda España era una cárcel, escrito con su hijo Daniel, y un libro de poemas, Especial para cócteles, de gran éxito en la sección de gastronomía de muchas librerías, como él mismo reconoce.




Habrá que convenir que en este mundo
quedan cosas pequeñas que merecen la pena:
una niña que ríe, café con sacarina,
un vasito de vino y aprenderme tu nombre.

Habrá que convenir que en este mundo
de noticias de muertos y niños guerrilleros
quedan cosas que importan como el hoyo pequeño
de tu boca al reírse o encontrar el tabaco.

Habrá que convenir que no hay salidas limpias
salvo si uno toma, sin prisas y sin pausas,
la curva de tu espalda o ese dulce remonte
de tu vientre o el blanco peralte de tu cuello.

Habrá que convenir que en esta noche
cuando el deseo es sólo un recuerdo lejano
y lloriquea un niño en la casa de al lado
puede empezar la vida en tu dedo meñique.

Habrá que convenir que estamos solos,
más allá de que sientas que el mundo está tan lleno
que es una dura hazaña respirar y estar vivo
y aunque siempre me quede el sudor de tu cuerpo.

Habrá que convenir que en este mundo
de suburbio y chabola y de niñas felices
con Xerosat y ramos de mariposas muertas
basta aprender tu nombre para que cambie todo.






Naúfrago

Naufragué en esta isla que no está en ningún mapa.
La primera semana lloré como un muchacho
asustado y el miedo vino a vivir conmigo.

Luego maldije a Dios los quince días siguientes.
Y me pasé tres días sin agua ni comida.
Los siguientes dos meses he añorado tu cuerpo
y soñado con el tibio roce de las sábanas.

Cada noche encendía hogueras en los montes
pendiente de que un barco pasara por delante
de esta isla maldita. Y en la playa he dejado
mensajes de socorro pidiendo que vinieras.

Arrojé cien botellas con mensajes urgentes.
Y durante tres meses aprendí que la vida
es un cangrejo, un fruto, el agua del torrente,
el sol que cada tarde pinta de rojo el agua.

Ya no siento temores. Recuerdo vagamente
que más allá del mar hay fusiles y espadas
y hombres que maldicen haber nacido un día.
Y que aquel mundo era una isla de monstruos.

Ayer me desperté cantando sin que nadie
me dijera: “Estás loco ¿A qué tanta alegría?”
Y cada tarde escribo en la arena unos versos
que borran las mareas y que de nuevo escribo.

Hoy he visto pasar un barco no muy lejos.
He apagado raudo la luz de las hogueras
y he borrado todos los mensajes de auxilio.
Afortunadamente el buque ha pasado de largo.







Poema Al Oeste Hay Apaches

Marcamos territorio.
Hasta aquí, tu frontera.
Tus amigos. Mis bares.
Antes de que se ponga
el sol
dejarás este el pueblo.
Tengo el arma cargada.
Dispararé a matar
cuando te encuentre.
La ciudad es ahora
territorio enemigo.
Llenaré las farolas,
cada árbol del parque
con carteles de búsqueda.
Recompensa: mil días
por tu cuerpo.
Desnudo, a ser posible.






Poema Confesiones De Un Tahur Profesional,
Viejo Y Cansado

Los amigos no me llaman hace tiempo.
Ni para alguna partidita ya amañada.
Parece que ya no hay primos en el mundo.

Paso las tardes sólo. Oigo pisadas
que nunca se detienen en mi puerta.
Donde me ve, yo fui… A qué contarle.

Pero las cosas pasan. Tuve amores.
Y una mujer me hirió. ¿O es tan sólo
lo que yo hubiera querido que pasara?

No son mis manos las de antes. Pero aún
le ganaría dándole alguna mano de ventaja.
No me quejo de nada. Nada espero.

Al baño voy con regularidad.
Como de todo. Dormir… como los viejos:
Poco y a sobresaltos. Ya se sabe.

De vez en cuando salgo.
Me tomo algún vinito.
Y espero esa partida.
La que estuve
esperando.
Siempre.
Siempre.






Poema De Entonces, Un Año

Supe que todo había pasado
cuando te vi mover la cucharilla
tan despacio como si todo el mundo,
aquella tarde
se hubiera detenido
en la barra de la cafetería. O en la acera.

No supe qué decirte. Hablamos como
si hubiera sido ayer, sin ir más lejos,
la última vez que habíamos discutido.
Ayer mismo
cuando habíamos entrado
a saco por el alma y la camisa.

Así que yo te hablé de mis triunfos.
De mis últimos versos. De mí mismo.
Y casi sin mirarte. Miraba tu café
que removías
ausente, como en trance,
como si fuera lo más interesante del planeta.

Tú no me decías nada. Sonreías.
Pendiente de una cita, estoy seguro,
que tenias aquella misma tarde.
Incluso
hubo silencios.
Trocitos de metralla de antiguos bombardeos.

Yo te llevé a tu casa. Nos rozamos las caras.
Sabiendo cada uno que ya nada
volvería a justificar una llamada de teléfono.
Que el corazón
por fin había perdido
interés para médicos y amantes.







Poema La Barca De Caronte

Tenemos que quedar alguna tarde.
Hablar de aquellos años, cuando éramos
lo mejor de cualquier generación
que hubiera habido nunca en estas tierras.

Yo sigo igual. Lo mismo. Aunque los hijos
no me dejen vivir con esa vida
de noches locas. Yo no sé qué quieren.
Lo nuestro era otra cosa muy distinta.

Nosotros estábamos luchando
contra la dictadura, contra Franco.
Ya te digo, teníamos conciencia.
Libertad, obreros y estudiantes.

Tenemos que quedar algún día de estos.
Tomar algunas copas. Hablar de todo aquello.
Y la mujer, ya sabes, cada día
le gusta menos que llegue tarde a casa.

Yo ya no escribo apenas. Algún verso perdido.
Me dieron algún premio
de esos que te publican
200 ejemplares. A ver si te doy uno.

García, sí. Ése se vendió pronto.
Publica asiduamente. Y escribe en el Babelia.
Un gilipollas. Apenas ya le veo.
Los maricones ahora lo tienen de película.

Te llamo. Te lo juro. Dale un beso
a Concha. ¿No sigues con ella?
Ya me dirás qué tal
la nueva. Supongo que más joven.

Pillin. La vida, qué vas a decirme.
Quedamos cualquier tarde.
Y nada, que me alegro.
Qué tiempos, eh, qué tiempos. Yo te llamo.






Solos

Después de todo, estamos como siempre,
tan solos como el barco
del Holandés Errante,
lo mismo que una tarde de domingo,
igual que un niño
en el primer día de colegio.

Tan solos como siempre y tan vencidos.
Como si fuéramos César frente a Asterix
o Supermán ante la kriptonita,
o don Juan luchando
contra las estatuas
en el cementerio de Sevilla

Estamos ya, mi amor,
en la tercera fase,
cercanos sin siquiera comprendernos,
extraños como estaban
Lauren Bacall y Bogart en la Senda Tenebrosa.

Y, sin embargo -no sé como decirte-
daría la pierna que le falta a John el Largo
por volverte a tener
cuando en los cines
me cogías de la mano dulcemente
cuando Bela Lugosi sonreía
igual que yo al morder tu carne trémula
y beber de tu sangre hasta el delirio.







Carta

Hoy te escribo esta carta y no sé qué decirte.
Tal vez que todavía
tu nombre me palpita
exactamente al lado de la palabra siempre.

O quizás que te echo de menos y me canso
cuando busco tu risa
por calles y relojes,
y parece que todo es como un beso largo.

Que sepas que aún, de noche,
en la alta madrugada,
me viene tu recuerdo, la redondez del pecho,
cuando mi mano
era la más exacta brújula.

Y que no sé si esto es amor o tan sólo
empeñarse en vivir en tu cuerpo y el mío
esa historia pequeña
de los grandes amores.

Por la presente quiero
decirte que los días
transcurren lentamente
y que me siento triste
en viejos aeropuertos y en las nuevas pasiones.

Al recibo de ésta, contéstame con besos
a pagar en destino.
Pero que nunca vuelva
con ese sello triste que ponen en las cartas:
dirección desconocida.







Mujeres esperan, junto a mí, el autobus

Mujeres esperan, junto a mí, el autobús
Hablan de su marido y de sus hijos.
Y dicen: “mi marido” y “mi “Isabel”
o “mi Pedro” con ese
sentido de propiedad que sólo tienen
los que nada poseen salvo la sangre.
Y, luego, también dicen “mi señora”.
Y no dicen “mi casa”. Sólo dicen
“la casa donde estoy” y donde limpian
tres veces por semana.
Cada mañana se juntan y los lunes
hablan de la comida del domingo,
de los nietos
y del marido en paro ya va para tres años.

No cumplen con la ley antitabaco
y devoran, ausentes, cigarrillos y sueños,
y, a veces, reconocen que es un asco la vida
y que les duelen
las piernas y las almas. Y dan gracias
porque, al cabo, hay trabajo y así pueden
tirar con la hipoteca de los hijos.

No entienden de políticas, mas saben
que la vida es difícil y su Pedro
no estudia y nada encuentra.
Y ella le da a escondidas algunos euros todos
los sábados, que el chico
también tiene derecho a salir por las noches.
Y las demás asienten
y luego callan. Piensan
en el día tan largo que las espera ahora.
en esa casa ajena. Hasta que una murmura:
"No sé por qué los pobres
tenemos que limpiar tanta riqueza,
sin que podamos, coño, ni tocarla".
Y ríen todas y dicen: "Es la vida".
Y se dicen adiós hasta mañana.






Pan

Sube el pan. Ese pan de los pobres,
donde la vida se hace
bocado de los días, el exacto alimento
de los niños, de dios y de los hombres.

Sube el pan. Y dicen los diarios
que apenas unos céntimos.
No saben, sin embargo, que la vida
se mide en las cosas muy pequeñas:
un céntimo de pan, esos milímetros
que me separan de tus labios
o los segundos que dura
la caricia de un niño entre los brazos.

El pan es carne y sangre y es el mundo
molido y horneado,
lo que une las manos y las almas
lo que iguala
a reyes y mendigos. Es la boca
besada y deseada. La palabra
primera que aprendemos contra el hambre.

Hoy sube el pan, amor, y siento, mira,
que vivir y soñar es más difícil.
Tal vez por eso, ahora, mientras tomo
este pan con aceite,
siento un sabor divino que me llena la boca
y pienso en ti, vida mía,
alimento sagrado de todas mis mañanas.





Vallecas

Recuerdo aquellos días cuando era
un muchacho delgado y muy moreno.
El barro y las chabolas, humedades
en la pared y el pecho. Los domingos
salíamos al baile. Fumábamos Bisonte
sin filtro. Y muchas noches soñábamos
con trabajar en la oficina de algún banco.

Era Vallecas república sin leyes. Viejo canto
libertario sin saber exactamente
ni qué hacer ni siquiera si podíamos
vivir de otra manera que de aquella
que siempre nos pareció maravillosa.

Recuerdo la cerveza al mediodía
en el bar de la calle y las partidas
al mús. Y aquellas broncas.
Las pandillas como
las de West Side Story
Y el autobús cansado cada lunes.
Y las bolsas de plástico en los pies
para que no se mancharan los zapatos.

Y recuerdo también a aquella niña
que me dio su pañuelo y el perfume
que me inundaba cada noche, cuando
soñaba con la tibieza de sus pechos.

Y, además, el dolor, las toses de los niños,
el olor a humedad que te impregnaba
hasta el hueso y la carne. La tristeza
de un horizonte sin luz y sin asfalto.
Y al viejo militante que decía
que este año moriría el viejo dictador.

Los panfletos sembrados en las calles
al despuntar el día. Y el miedo de los hombres,
las mujeres de luto permanente,
y los primeros fríos, las fiebres del abrazo,
cuando era una muchacha territorio,
maravillosa tierra no marcada
en ninguno de los mapas conocidos.

Y todo, todo eso, no ha podido
borrarlo lluvia alguna porque nunca
podrán arrebatarnos la certeza
de que a los quince años
fuimos capaces de ganarnos para siempre
la vida que latía en nuestros cuerpos.


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