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sábado, 26 de febrero de 2011

3308.- OTTO-RÁUL GONZÁLEZ


Otto-Raúl González Coronado (Guatemala, 1 de enero de 1921 - Ciudad de México, 23 de junio de 2007, poeta y escritor guatemalteco-mexicano. Publicó más de 60 libros. (Cuarenta y uno de poesía, dieciséis de ensayo; cuatro novelas y seis de cuento.)
González fue líder estudiantil contra la dictadura de Jorge Ubico y Castañeda, por lo que hacia 1944 tuvo que salir huyendo de Guatemala para refugiarse en México.
Antes de ello había participado como miembro del Grupo Acento y fungido como director de su revista. Con Voz y Voto del Geranio (1943), un breve poemario en el que exalta la férrea vocación libertaria de su pueblo, se erige como la voz poética más notoria de su generación, la cual será conocida más tarde como Generación del 40.
A la caída del dictador Ubico, luego de la Revolución de Octubre y con la instauración del gobierno democrático de Juan José Arévalo, Otto-Raúl se desempeñó como diplomático de su país en México, y más tarde se sumò a los esfuerzos del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán. Durante esa primavera cultural y política llega incluso a dirigir la prestigiosa Revista de Guatemala, en relevo de Luis Cardoza y Aragón.
Diez años después, con el golpe de Estado cometido por segmentos reaccionarios del ejército, la oligarquía y la iglesia conservadora, apoyados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la operación conocida como Operation PBSUCCESS ([1] y [2]), para derrocar al presidente democráticamente electo, Guatemala volvió a sumirse en la dictadura. Nuevamente en peligro, el poeta habría de refugiarse definitivamente en México, luego de una breve estadía en Ecuador.
En México, país que lo acogió como suyo, desarrolló casi toda su obra literaria, al igual que otros guatemaltecos exiliados Augusto Monterroso, Raúl Leiva y Carlos Illescas, amigos suyos desde su más temprana infancia.
Otto-Raúl González fue un hombre profundamente preocupado por la realidad socioeconómica de nuestros pueblos subdesarrollados. Inició estudios de derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala y se graduó de licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, con una tesis de grado que se refería a la reforma agraria. Al visitar al poeta y escritor mexicano Alfonso Reyes, este lo recomendó para que continuara sus estudios en la UNAM, donde finalmente obtuvo una beca.
Por su pasión por las letras y su interés poético, estudió a la par que Derecho, Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ahí conocería a quienes se convertirían en sus amigos mexicanos: Rosario Castellanos, Dolores Castro y Jaime Sabines.
La obra de González ha sido traducida al inglés, francés, portugués, alemán, checo y chino, y se ha publicado en antologías en Europa, Estados Unidos de América y América Latina.
Su condiciôn de poeta se percibe incluso en ocasionales poemas de menor calidad, donde el dominio de la técnica y el manejo de la forma verbal es indudable. Su lenguaje es rico, variado, sonoro, expresivo, sugerente, provocativo, emotivo, combatiente, musical, rítmico, directo, claro. Su poesía es fundamental, aunque puede encontrársele algunas lagunas, en que cae en el jugueteo, donde el fondo de la poesía es un tanto menor al del resto de su obra, como se observa particularmente en Para quienes gusten oîr caer la lluvia en el tejado (1962). Por otra parte, su poesía va de la ternura a la diatriba, pasando por el amor, la descripción, el sarcasmo, la indignación y el combate popular. Y si bien dista de tomar moldes clásicos, la forma es rica y de modalidades sobrias, capaz de llegar no sôlo al lector culto, sino a todo lector, incluso al de limitadas cualidades intelectuales.
Sobre la poesía opina González la poesía es un arte, no es para solucionar problemas, éstos los solucionan los políticos, los economistas y los especialistas encargados de gobernar un país, pero la poesía en cierta forma orienta y ayuda a estas personas en el poder, señalando los problemas e incluso proponiendo posibles soluciones que puedan ser llevadas o no a la práctica. La poesía tiene un fin, que es el de servir a la humanidad.
En su obra destaca el compromiso político, sin renunciar a una finura y clasicismo nunca reñidos con la experimentación ni mucho menos con el humorismo. La mujer, la naturaleza, el amor, el apego a las raíces indígenas y el canto a la gesta de los pueblos latinoamericanos y de los más humildes del mundo son sus grandes temas.

Poesía
Voz y voto del geranio, 1943
A fuego lento, 1946
Sombras era, 1948
Viento claro, 1953
Canciones de los bosques de Guatemala, 1955
Hombre en la luna, 1960
Para quienes gustan oír caer la lluvia en el tejado, 1962
Cuchillo de caza, 1964
Diez colores nuevos, 1967
Oratorio del maíz, 1970
La siesta del gorila, 1972
Consagración del hogar. Cantata para mi esposa, 1973
Poema concreto, 1973
Poesía fundamental, (antología poética)1973
Cementerio clandestino, 1975
Corridos en busca de guitarra, 1975
Antología mínima, 1977
Tun y chirimía, 1978
El hombre de las lámparas celestes, 1980
Danzas para Coatlicue, 1983
Palindromagia, 1983
Sonetos mexicas, 1987
Agua encantada, 1988
El conejo de las orejas en reposo, 1990
El templo de los jaguares, 1990
Diamante negro. Poesía erótica, 1990
Luna mutilada, 1991
Versos droláticos, 1993
El venado y los pájaros, 1995
Concentración de luciérnagas, 1996
Concierto para metralleta, (Cantigas para el Che Guevara.)l997
Huitzil uan tuxtli. Colibrí y Conejo, l998
Conjuros para un jardín, 1998
Los hermosos animales, 1999
Versos del tapanco, 1999
Coctel de frutas, 2000
Oír con los ojos, 2001

Ensayo
Diccionario apócrifo de lenguas orientales, 1972
El secretario de las secretaria, 1985
Caminos de ayer: memoria y antología de la generación del cuarenta en Guatemala, 1990
Miguel Ángel Asturias el gran lengua. Guatemala, 1999
Arte y técnica del soneto, 2001
Galería de gobernadores del soneto, 2002
De Xibalbá es que vengo, 2003.

Novela
El diario de Leona Vicario, 1982
El magnicida o licor de exilio, 1987
Kaibil, 1998
El divino rostro, 1999

Cuento
Cuentos de psiquiatras, 1973
De brujos y chamanes, 1980
El mercader de torturas, 1986
Gente educada, 1986
Sea breve, 1999






Colores nuevos

ORJUZ

Anoche soñé que todo era de color orjuz,
orjuces mis manos y tu piel orjuz,
mares y frutas, astros y tapices
de orjuz insobornable,
y es que, claro, la belleza es de color orjuz.
¡Ah, los soles orjuces del verano violento
cuyas llamas son lenguas de pecaminoso terciopelo!
¡Las hojas muertas de los árboles de aluminio
durante el largo otoño afrodisiaco!
El orjuz le sienta bien a una muchacha
que tenga ojos de tango
como el luto le sentaba bien a Electra,
porque como lo ha tratado de expresar
con dulce lengua y delicados dientes la granada
el orjuz es el nuevo color de la tarde
y de las amapolas de vidrio
que poblarán mañana jardines y azoteas.
El orjuz es el primero y el último color del mundo,
la pincelada precisa de la vida y de la muerte;
lo saben bien los ahorcados, y las parturientas no lo ignoran.
Todos los días cuando el sol
es apenas el sapito que va a dar su primer salto
para caer en la charca del océano,
el orjuz funda imperio,
la tierra se estremece y nace el niño día.
En el color orjuz el mundo se contempla
pues también es el color de la muerte.





DUNIA

Dunias son las sonrisas que intercambian,
bobalicones, los enamorados,
dunia es la flor que no se mira nunca,
y es dunia también la primera sonrisa
de un recién nacido.
Dunia es el color de todo lo inmaterial,
es el color de la ausencia,
el color de los adioses
y el color con que la música y la poesía
se presentan cuando echan la casa por la ventana.
La piel de un potrillo o de un becerro
de tres días es de un dunia intenso,
lo mismo que las perlas en embrión,
las estrellas que no se ven desde la Tierra,
los pétalos no abiertos de las flores
y los ojos de los niños que duermen
en el claustro materno.
Lo no tocado todavía es dunia,
como la atmósfera de los espejismos
y las plumas de los pájaros
que oímos cantar, pero no vemos.
Los lagos y los ríos que nadie ha descubierto,
en estas selvas vírgenes de América
agitan aguas dunias
que dejarán de serlo en cuanto sean vistas.
Dunia… Dunia… Dunia…







GAORÍN

El color gaorín caracteriza
la luz que esplenden los veranos indios,
por eso son las gaorinas uvas
las que producen los mejores vinos.
Las nubes que adquieren esa coloración
desatan en el mar las peores tempestades,
pues son de ese color las hecatombes,
la faz de las catástrofes
las letras efes
y la pierna del huracán.
Las inundaciones y los terremotos,
y todas las demás cóleras
de la Naturaleza son de color gaorín:
desde la carga ciega del rinoceronte
hasta el sombrero de la bomba atómica.
En el ojo ciclópeo de toda destrucción
el color gaorín brilla en silencio
igual que en un pantano las fosforescencias
del nunca más y del todo se acabó.







TUANG

Y son de color tuang las mariposas
que parpadean sobre el ombligo
de las guitarras...
Tuang es el color de los viajes
imprevistos
a desconocidas tierras
y a ignotos mundos.
Tuang es el color de las enredaderas
que escalan los muros
de la casa del viento.
Tuang el color del estanque
en donde nos gustaría meter la mano
como quien no quiere la cosa
para olvidarnos del estanque,
de nosotros mismos
y de la mano inmersa.
El color de cuando todo va muy bien
y hemos matado las penas de una en una
y nos sentimos como el espejo del charco
que en la tarde (él solito) contiene
toda la inmensidad del cielo.
Todo lo inesperadamente maravilloso
es tuang…
Mil estrellas juntas,
una sola flor en el desierto,
el hilo del agua para la sed,
el pan siempre,
la felicidad.






YEMALOR

El color yemalor aguanta pianos,
pianos que tocan fantasmales dedos
en las heladas tardes quejumbrosas
cuando las hojas vuelan y los ciegos
miran.
El color yemalor mana ternura
cuando en el patio tose y tose otoño
y la pequeña cicatriz del sol
se abre en el crepúsculo y el cielo
duele.
Este color es lánguido y matiza
con el agua de lluvia y el olvido.
Los valses que danzaron los abuelos
fueron de este color inmensamente
viejo.
El moho y la pátina del tiempo
se le parecen mucho y asimismo
la sangre coagulada en los puñales
y las lágrimas secas por las novias
idas.
El color yemalor huele a alhucema,
tiene ese tinte el pétalo guardado
en las páginas de los libros viejos;
así el daguerrotipo y la victrola
muda.
De color yamalor son los recuerdos
y los días últimos del año,
el zapatito de los niños muertos,
los vinos antañones y las fuentes
rotas.






Amé su cuerpo...

Amé su cuerpo entonces y su alma.

Su piel fue para mí la tierra firme;
la soñé como un sexto continente
no registrado en mapas todavía.

Soñé con la bahía de su boca.

Su pelo era una selva virgen
que abría su misterio mineral y oscuro.
Soñé con las ciudades de sus pechos.

Los ríos de las venas que afloran en su piel
eran rutas abiertas
a la navegación y al gozo.

Se podía viajar en su mirada.

En las blancas llanuras de sus manos
yo cultivé el maíz y buenas relaciones.

Después no pude estar sino en su cercanía








Anadrio

Quien primero vio una nube de color anadrio
era un joven pastor de diecisiete abriles
que más tarde fue monarca de su reino
y hombre feliz hasta decir ya no,
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

En mil quinientos veinte
un español porquerizo de Castilla
vino a América y cuando se internó en la selva
vio un árbol de color anadrio
ese mismo soldado de fortuna
más tarde comió con Carlos V
y fue virrey;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

En la época moderna otras personas
han visto objetos de color anadrio
y su suerte ha cambiado en forma radical.

Un pescador vio una sirena cuya cola
era anadria y desde entonces
pescó y pescó y pescó y pescó y ahora
es dueño de una flota ballenera;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!
¡Y de la buena suerte!

Vendía periódicos un niño,
rapaz sin desayuno, de pobreza trajeado,
un día en su camino vio una piedra
que era, por supuesto, de color anadrio.
Ese niño actualmente es accionista
de una inmensa cadena de periódicos;
porque el anadrio es el color de la alegría
y de la buena suerte.

Pinte usted
las paredes de su casa
de color anadrio
y le irá bien.

(De Diez colores nuevos, Editorial Praxis, 1993)





Oigo el rumor de los cipreses en las noches de luna
y pienso en las mil y una lunas adorables
que todos hemos tenido alguna vez en nuestras vidas,
distingo las voces quedas de la melancolía
y los murmullos con que la nostalgia me frecuenta.
Voces palpables, voces inefables, voces adorables
de la añoranza por lo que se fue o no fue y sigue siendo;
los murmullos que en mi oído suspiran vivencias agotadas
vasos donde conservo risas y sonrisas, ternuras y ademanes.
Oigo los forcejeos del viento con las viejas cortezas
de los árboles donde grabé los nombres de mis novias
enlazados al mío en medio de ígneos corazones,
vano intento de ciclones que terminan por arrancar de cuajo
aquellos esbeltos y altivos troncos de mi adolescencia.
Oigo el rumor de las olas de ya lejanas playas
y en mi mente aparecen manos que junto con las mías
tratan de atrapar al crepúsculo para ungir con sus aceites
la piel de nuestros cuerpos jadeantes y lascivos.
Cipreses y murmullos, cortezas y crepúsculos
(no es por nada) pero a mí me hacen siempre los mandados.


(De Voces)

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