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miércoles, 23 de febrero de 2011

3287.- ALBERT EHRISMANN


ALBERT EHRISMANN
Nació en Zürich (Suiza) en 1908 y murió en 1998
Durante corto tiempo ejerció la profesión de contable. A los veinte años se consagra ya definitivamente a la poesía.
Publicaciones más importantes:
Lächen auf dem Asphalt. Poemas, 1930, Schiffern und Kapitänen. Poemas, 1931, Sterne von unten. Poemas, 1939, Der neue Kolumbus. Cuento dramático, 1939, In dieser Nacht. Poemas, 1946, Main kleines Spittelbuch. Poemas, 1953, Riesenrad der Sterne. Poemas, 1960, Die Gedichte des Pessimisten und Moralisten Albert Ehrismann. Poemas, 1972, Eine Art Bilanz (64 poemas de 45 años), 1973, Inseln Ende des zwaiten Jahrtausends. Postskripte. Poemas,1988.
Premios importantes:
C.F. Meyer-Preis, 1940.
Literaturpreis der Stadt Zürich, 1978.




De las torres caen las esferas del reloj.
Es otoño. Mis zapatos
buscan entre las susurrantes hojas recién caídas
las frutas, aunque sean espinosas.
Con todo, aquí no hubo un buen verano
y pronto la lluvia lava
en el lago
los números desconchados.
Ya ni oro.
Ni frutas.
Ni
tiempo...

(Del libro: Hans Leopold Davi (ed. y trad.),
Antología de la poesía suiza alemana contemporánea,
Barcelona, El Bardo, 1998)







El recogedor de nieve

Andaba, andaba y andaba y de paso, recogía,
dos puñados de nieve, tres puñados.
Recogía mil puñados blancos y ricos.
El último puñado igual al primero.
Apretado. Y en el hueco de su mano sostenía
la nieve, la nieve de todo el mundo.
Antártico. Ártico. Verde, amarillo, rojo.
Adonde iba, crecían el pan y el vino.
Más tarde, un día, en tiempos duros,
la nieve recubrió los polos.
Quien vive en el frío intenso
busca ahora la mano que recoja la nieve.





DURA LECCIÖN PARA ESCRITORES

¿Cree que usted puede cambiar el mundo?
No.
¿Entonces, por qué escribe?
Porque no lo puedo cambiar.







BILLETES

Recientemente, en junio,
la estufita eléctrica.
El ruido me molestó.
A mis dedos les sentó bien el calor.

De repente, el recuerdo:
hubo hornos de incineración
donde
cientos de miles fueron carbonizados.

Apagué el calentador.
Más tarde lo encendí de nuevo.
No volverían a la vida
por helarme.

Y ahora lo sé:
aquél tenía razón cuando lo dijo,
después de Auschwitz
nadie volvería a poder escribir poemas.

Y tampoco tenía razón.
Silencio es muerte. Hay cosas, sentimientos,
que son hermosas
y duraderas sobre todo gracias a la palabra.

¿Qué debemos hacer?
Respuestas siempre difíciles
valen menos
que billetes perforados.

La estufita zumba.
Taquigrafío versos.
Los últimos billetes
aún no se han imprimido.





LA AVENIDA

Por favor, dijo la monja,
perdone usted,
que esté tan callada
durante este trayecto.
Era la reverenda madre
del hospital de Pammakaristos, y nosotros
[viajábamos
por la carretera clásica
de Atenas a Maratón.

Sólo más tarde, al anochecer,
después de haber visitado
el orfanato de Nea Makri
y los planes del edificio contiguo,
contó la mujer -y su voz
titilaba ligera y secamente-
que allí se encontraba la avenida
de los ahorcados.

Un día
los soldados extranjeros
sacaron
a campesinos ancianos de sus establos
cercanos a la carretera y los ahorcaron
en los árboles
como expiación por el asesinato
de un oficial.

En los pueblos muchas iglesias
estaban destruidas,
y nadie repicaba.
¿Para quién?
Pero por la noche todos oyeron,
los que no dormían,
a los cuerpos de los ahorcados
repicar desde la avenida

Unos cien.
A lo largo de la carretera
por la que antaño corrió
el vencedor, envuelto en júbilo.
Y, por primera vez
desde que lo considero,
se me muere entre los dedos
la rima.





¡TIERRA! ¡TIERRA!

Rodrigo de Triana.
¿Sabes quién fue?
¿Quién conoce su frente de niño?
¿Quién besó su cabello?

Rodrigo de Triana.
Gritó desde lo alto del mastil.
¿Desaliñado de pies a cabeza?
¿Huésped celeste?

Rodrigo de Triana.
Mil-cuatrocientos-noventa-y-dos.
<<¡Tierra! ¡Tierra!>>
Y él señaló donde.

El doce de octubre.
Él fue quien la vio.
La isla Guanahaní
en las Bahamas.

Rodrigo de Triana.
Marinero, desconocido
Colón ha puesto su nombre
en el cuaderno de bitácora.

Rodrigo de Triana.
Yo beso su cabello.
Yo conozco su frente de niño
y sé quién fue.






RAVENNA

Cuando ya no vio
más estrellas en su corazón,
y tuvo que morir,
viajó a Ravenna y se estremeció
bajo el cielo de la emperatriz Gala Placidia
y murió sinceramente y sin temor.







Yo vi ayer un caballo
rezando.
No me pregunte como y donde,
porque miento.
Pero francamente yo quisiera ver un caballo
rezando
y rezar con él
por ti.
Porque te quiero.

Traducción a cargo de Hans Leopold Davi

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