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viernes, 18 de febrero de 2011

3236.- JAVIER GATO


Javier Gato (Sevilla, 1987) es uno de los poetas andaluces más jóvenes y prometedores del panorama literario actual.
Inició estudios de Publicidad y Relaciones Públicas, pero los abandonó muy pronto, siendo actualmente estudiante de Filología Hispánica y alumno interno en el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Sevilla, dentro del Grupo de Investigación sobre Poesía Andaluza del Siglo de Oro (P.A.S.O.).
Poeta y accionista muy vinculado al movimiento de poesía escénica "La Revuelta Sureña" y al ciclo poético "Las noches del Cangrejo" en Sevilla, escribe regularmente desde 2005 en su blog ''El diario de un gato nocturno'' (actualmente, ''De taedium mundi''), por el cual se dio a conocer a la edad de dieciocho años gracias a los relatos y artículos de opinión que en él publicaba.

Ha sido presentador de las tres primeras ediciones de PERFOPOESíA, Festival Internacional de Poesía de Sevilla, y ha sido antologado en Las noches del Cangrejo (Sevilla, Cangrejo Pistolero Ediciones, 2008), Voces del extremo. Poesía y magia (Moguer, Fundación Juan Ramón Jiménez, 2009) y Cangrejos al sol (Sevilla, Cangrejo Pistolero/Ayuntamiento de Sevilla, 2010). Asimismo, ha colaborado con revistas como Poe+ y Cinosargo.
Sus recitales, acciones y perforecitales han tenido lugar en espacios como el Real Monasterio de San Clemente, el CICUS, la Sala Fli y la Facultad de Filología de Sevilla, el Museo de Bellas Artes y la Cárcel de Córdoba (en ésta, dentro del Festival Internacional de Poesía COSMOPOÉTICA) y L'Escorxador de Elche. Escribe regularmente artículos de crítica literaria en el periódico digital Sevilla Actualidad.
Su primer libro, Diario de un gato nocturno (Sevilla, Cangrejo Pistolero Ediciones, 2009), ha sido prologado por María Eloy-García y epilogado por Elena Medel.




Noche de Halloween

Víspera de Todos los Santos
persiguiendo al Hombre de Rojo.
Galernas de hielo masacran,
acuchillan sin piedad mi carne podrida,
sangrienta, purulenta,
abierta en cráteres a la cruel escarcha.
No dejo de rascarme los pedazos
de sangre seca,
que escuecen como una ilusión rota,
y de dejar caer los párpados
por el propio peso de la fiebre que desafía
a las alegres luces de la Alameda.
Tambaleante y salido de una angustiosa tumba
descomponiéndose mi pelo y mi carne
bañado en sudor frío y amargo
deambulo por las calles con el corazón en pena
en busca de lo único que brilla en mi noche.
Casi perdido.
Casi ausente.
Casi indiferente.
Susurrándome su paradero con una cara
y huyendo, dándome la espalda con la otra
(claro, es que es Géminis).
Es Víspera de Todos los Santos
y yo
persigo al Hombre de Rojo.







Ordo Sibillarum

Sobre el océano de cabezas bamboleantes
baila la Sibila.
Embriagada por el rastro cristalino de espíritus
que pueblan este microuniverso,
es traspasada,
penetrada,
violada una y otra vez
por la Madre que vocifera en las alturas
MAE calipigia,
pandémica,
altitonante.
Chispazos como balas fulgentes
a cientos
a millares
le derriten el cerebro,
que se hace uno con el sudor, con el ardor
del ritual.
La pista hierve, se encrespa, espumea
de saliva reseca y ron con cola.
El pueblo grita el nombre de la Madre,
se postra ante su mesa de mezclas hasta
la bancarrota, hasta
el crimen.
La Sibila en su baile frenético
no es ya la Sibila,
es el rostro de la Gran Reina del Infierno
dando órdenes,
es cascada de sangre contaminada
de speed, coca y ketamina,
es vidente del calor abrasador
de la testosterona
y de los diablos negros colgados
de nuestros estómagos.
Mientras la Sibila baile,
rabiosa en su éxtasis,
aún nos quedará una certeza:
que existe la noche,
que existe nuestro Dios.









Lourdes

Entre el choque de los vasos de whisky,
las risotadas degradadas con éxtasis,
el acoso de luces y flashes en la bruma,
entre el roce lascivo de bultos y curvas
el rictus fúnebre, implacable,
de Lourdes.
Por encima de la música ensordecedora
me llegan los alaridos del silencio de Lourdes,
toda labios sucios de carmín agrio.
Verla observándolo todo desde la barra
con ojos de vodka
es ver que al fin y al cabo
el hombre es un ser
para la muerte.











Pero tú has sido arrojado
lejos de tu sepulcro,
como un ramo despreciable,
cubierto de asesinados,
de atravesados por la espada,
tirados contra las piedras de la fosa,
como carroña que se pisa.

Isaías 14, 19







En el jardín de dedos muertos
sólo queda en pie una falange esmaltada de lástima
señalando al cielo entre sollozos.
Florece de un peñasco en el centro
un torso inerte, amoratado,
sin brazos
ni rostro
ni nombre.
Entre sus piernas abiertas al aire insano,
magulladas por guijarros sombríos,
un clavo gigantesco incrusta implacable
la carne fría al suelo áspero.

El sexo está vacío

El sexo está seco







El árbol de las tinieblas es viscoso
como la carne que deja viudos a los huesos.
Su tronco palpita y exuda una nauseabunda
orina espesa.
Sus raíces son alfileres hirsutos,
punzantes como desengaños.

Sísifo cuelga de un alfiler por el cráneo.
La punta se ha hundido en su nuca,
un gusano ha taladrado voraz las vísceras grises
de su cerebro,
un delfín le ha reventado un ojo al salir a la superficie.
Su cara es un enjambre de coágulos callados.

La piedra que rueda y rueda entre ortigas
se detuvo en seco en cuestión de tres días
y ahora aplasta impía su vientre helado.








La tristeza ha cerrado
sus pétalos de acero
sobre el cuerpo grisáceo
de un alma condenada.

Sus piernas, aún fuera de sus fauces,
se deshilachan en espasmos
de saltamontes.
Pero la tristeza tiene hambre de siglos y huracanes,
y su néctar de embriagante paranoia
permea sogas, cuchillos y acantilados.

Ya no se oyen los chillidos de la víctima
bajo las zarpas de pétalos fúnebres.
Tan sólo una pesada
destilación de jugos gástricos,
borboteante carcajada
de crueldad triunfante.







Una loca cubierta de vendas/de cuerdas/de cadenas
galopa infinitudes estáticas
a lomos de una vesícula mastodóntica.
La bilis, que -morosa- alquitara
la imperecedera fuente
se seca y endurece,
pariendo estas rocas,
estas planicies,
las paredes de esta garganta
sin fondo ni esperanza.

La vejiga,
fuente y madre del infierno,
se aferra al suelo
sobre cinco sulfurosos testículos.
Entre ellos se escapan
húmeros, trapecios,
carpos y falanges.
Nostalgia desgarradora
de lamentos milenarios
nunca oídos.

Pedazos de cielo me siguen.
Ya me acerco al fondo.







La mitad de tu cuerpo
se hunde en lo profundo del esponjoso fango.
La otra mitad,
azotada por el silbo esquivo del plúmbeo yermo ,
recibe con un lamento de muslos abiertos
y rodillas gredosas
al remordimiento que,
puya reflectante de alaridos y obscuridad,
irrumpe centelleante en el ano
y se clava/chapalea en tus
cenagosas entrañas.







Enterrado hasta la barbilla entre escombros,
el desamor llora alas de libélula fundidas
al crisol de sus ojos hinchados de duelo.

Sobre su cabeza inmovilizada,
amenazan con expulsar amargura
las nalgas abiertas del bufo desengaño.

Cacareos del sinsonte
sobrevuelan los escarpados riscos
en esta tierra de los olvidados.







Una sombra de angustia
escarnece a nalga batiente
la cabeza del amor.

Yo no sé si está enterrada o arrancada de su cuerpo.

Sólo sé su grito de dolor
que siembra de carámbanos el páramo.


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