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sábado, 29 de enero de 2011

3125.- CARLA FAESLER



Carla Faesler (México) es autora de Anábasis Maqueta (México, Editorial Diamantina y Difocur, 2003. Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen”), de No tú sino la Piedra (México, El Tucán de Viginia 1999) y de Ríos sagrados que la herejía navega (México, Mixcóatl, 1996). Figura en la Antología bilingüe Sin puertas visibles, de la editora y traductora Jen Hofer (EUA, Pittsburg University Press, 2003). Cofundadora de MotínPoeta, colectivo generador de proyectos interdisciplinarios cuyo punto de partida es la poesía.



Poemas



Fiesta de Izcalli o décimo octavo mes


“…y a los hombres ataban unas sogas por medio del cuerpo,
y cuando salían a orinar, los que los guardaban
teníanlos por la soga porque no se huyesen.”
Fr. Bernardino de Sahagún.
Historia general de las cosas de la Nueva España.

Será sacrificado el cautivo
Así, de la manera que aquí sigue:
primero, se le arrancan los cabellos,
sólo de coronilla, no los otros.

Se recogen en cajas los mechones
porque son las reliquias de este día.
Entonces se le lleva hacia el templo,
porque él será la ofrenda de la fiesta.

Hay veces que no quieren, van llorando,
y como que se caen por el camino.
Si no quieren subir, se les obliga

por los pelos. Así se les arrastra,
aunque cueste trabajo. Da coraje,
mas con la fiesta, luego uno se olvida.


De No tú sino la piedra. Ed. El Tucán de Virginia, México 1999.








Carnicería

Sangra la carne expuesta entre las moscas
Dentro de las vitrinas

Muestran los cerdos semblantes
Estremecidos hasta el miedo

Y sus ojos son difíciles al ojo

Entro a los olores saturada
Y extiendo el dinero al del cuchillo

Tres monedas mojadas me devuelven sus uñas

Me llevo una cabeza para reconstruir
La oreja, el hocico, la sonrisa.


De No tú sino la piedra. Ed. El Tucán de Virginia, México 1999.








Güera Miss Clairol

En la tienda, la caja ronronea,
libera el cuerpo aquello que le falta:
feromonas y rosa adrenalina,
sonrisas de sustancias incoloras.
Es el nuevo color en los cabellos,
obligados al rizo, sometidos al rayo,
lejos del lacio oscuro que señala
el emblema más pobre. La industriosa
bondad de lo exitoso, ese blanco
compacto en las mejillas, sobre aquellas
facciones de vencidos ahora alegres,
maquillado su miedo y su fracaso,
cuya imagen por fin ya palidece,
del espejo del mundo eliminada.









Tendencia

Notamos la mordedura del tiempo
en los cabellos. Los tintes azules
amarillos y rojos se colgaban
a punto de soltarse de las puntas.

Crecían blancas las cortas uñas negras,
los adornos del piercing habían sido
útiles en la pesca, en la palapa.
Preservábamos algunos tatuajes

que ya no contrastaban con las pieles
cada vez más oscuras por el sol.
Éramos extrañamente distintos.

Ahora el cuerpo original ganaba
y adquiríamos todos la igualdad
en un gesto común inevitable.







El otro

A cuatro patas busca el pupilente.
En el mundo de abajo, casi ciego,
rodeado por el bosque de los muebles,

la mente se hace bruma y en la alfombra,
se dan raíces, musgos, con el hambre.
Los nudillos caminan, un chispazo,

la guarida caliente y el peligro.
Un ruido de manada esa ansiedad,
de oler cerca al venado y al bisonte.









A flote

Bajo la capa primera del mar,
una figura ahogada boca arriba.

Sus ojos dicen peces,
gritan algas sus labios.

En su nariz burbujas
que nunca reventaron.

Con un brazo muy blanco prueba el aire,
luego empieza a hundirse,
se hunde, se hunde toda.

Sólo se ve su pelo,
suspendido de miedo.






Asuntos internos

Me baso en la evidencia que detalla los hechos.
Hay un plato en la mesa con sobras de comida,
granos secos de arroz, carne petrificada.
Pedazos de tortilla en el mantel,
los restos del periódico del día.

Un vaso está vacío,
en su fondo oloroso un hongo se propicia.

Nadie habita la casa, nadie aparte de mí.
La luz está encendida.

Yo sé que sólo yo pude estar ahí comiendo,
pero ya no me acuerdo.





Me acerco al instrumento.
Las pestañas abrazan el metálico túnel
y sin pensar siquiera me deslizo.
El mundo es celofán,
esferas salivando.
Un éxtasis de vida burbujeante
manumiso se mueve,
al fin del oscilar de la conciencia...





Soporte

Imagino el brassière semienterrado,
pesando el lodo
húmedo del orbe. Como de aurora
el cielo, como de alambre el árbol. Si lo hubiera llevado en el bolsillo
resistiendo monedas,
abrochado en la pierna conteniendo
la sangre, de antifaz que tolera
las miradas.
Lejos el aire sube los motores.
La tela vibra hojas y
gusanos. En un cuarto el reloj se adorna con los brazos
de las horas. Suben y bajan y suben y bajan todo
el tiempo los brazos.
En la silla hay un suéter entibiando
el respaldo.



De Anábasis Maqueta. Ed. Diamantina, México 2004.

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