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viernes, 10 de diciembre de 2010

2620.- ESTHER ZARRALUKI



Esther Zarraluki (Barcelona, 1956) ha publicado Ahora, quizás, el juego (1982), Fin de amor (1986), Cobalto (1996) y el cuaderno El extraño (2000).




Abres La Puerta

Abres la puerta
como si atrás quedara un accidente.
La calle está en orden. La bondad de las acacias
cae desde lo alto y deja las aceras sembradas.
Mujeres limpian pescado y ríen
enseñándose su presa.
?Mira, aún vive.
Vas donde ellas explican las mañanas,
el paso rápido, la conjura de los dientes,
gotas de leche en el embozo.
?Acércate, aún vive.
Una canción bucea el aire
desde la esquina que ocupa el muchacho
atento:
hielo liso
un paraíso
para el que bien sabe bailar.
Tintinean las monedas,
el peso tiñe el cuello de las camisas,
roce de rodillas, un paseo
hacia la noche.
Y en la esquina una estudiante sonríe
y el muchacho se pregunta si
pondrá los labios donde pide.

El agua ya encharca el suelo.
Un canturreo barre la calle.
Los helicópteros buscan un trozo de tierra
y niños los devuelven al aire, arriba, arriba.





Atardece. Noticias Desmienten...

Atardece. Noticias desmienten
la calma frente a mi casa.
Tristona y hermosa
abre su bocadillo a desgana
y parte en dos los escalones
de la entrada, los desagües tendidos
hacia el barranco, el viejo cuidado.
Se enseña con el cansancio de un largo
trayecto, la frente contra el cristal.
Veo sus ojos entornados
y el hondo pecho
respira ante mí.
Y una mano alegre me empuja hacia ella,
hacia los escalones, hacia la calma
de la tarde, la calma abierta de la tarde.






El Tenedor En El Plato Cla Cla Cla

El tenedor en el plato cla cla cla
se cuela de todas las ventanas.
Las cosas se gastan por los cantos
y ruedan escaleras abajo. En el hueco
las niñas hacen casas y esperan.
La hora es sabida y fría, corre
por el pasamanos hasta la puerta,
la cena y el sueño. Esperan.
Saben que, con las caderas anchas,
llegará quien comerá en sus dedos
y trepará por ellos hasta perder
la compostura. Que vivirán entonces
carnosos y secretos como naranjas.
Y ponen voz de rendija, y callan.
Me abro paso. Juegan en los portales.
Alguien les deja para otro día,
redonda y extraña, la compañía.








Habrá Tenido Un Difícil Invierno

Habrá tenido un difícil invierno,
pero al sol hoy reconoce el bienestar
como aceite sobre sí y lo agradece.
Palpa el suelo caliente.
Piensa en darse
al lomo de las cosas, a ciegas,
para ver cómo es estar con ellas
cuando nada crece ni decae.
Rechaza los recuerdos suavemente,
como a niños, como a niños les ordena el silencio.
Oirá voces,
se hará tarde, alguna imagen
acudirá como un zarpazo,
quizá los rostros que le quieren vivo,
sentimientos como brotes o heladas,
pero el sol sigue alto
mientras dure este poema.






Entre los dos planos:
las cosas que acaricio
y que brillan en mis dedos,
sin necesidad de que nada las cubra
y aquello que intuyo, un centro
difícil de decir y que huye
de la metáfora, aparece el otro.

Me enseña sus yemas y el contagio
de lo que toca, algo que no sabe
y que le lleva al silencio
cuando me mira.

Nos acariciamos
como si la carne fuera
el punto exacto
entre lo que escapa.





Una mujer arranca plantas
que dejó morir. Las miraba
secarse. Con sus sucios dedos
se ensaña en las raíces,
en la traición, en los tentáculos
de la hermosura.

(Cobalto)








Las pescaderas
remueven el hielo

hablan con el cliente y piensan
en sus cosas, algunas
con los pezones duros bajo
el milagro de sus puntillas

de noche aman sus carnes

tiran las cabezas al suelo
descaman la piel
con encías inocentes

asoman sus uñas rojas cuando
destripan al pez y
le cambian el nombre

el poema se les parece

(Cobalto)







Judit

I

Esta tarde pidió un baño
y sus mejores vestidos.
Crucé las cintas y recogí su olor
en mis manos nudosas.
Trencé su pelo, corrientes de agua
entre las venas. Bebí un poco
para apagar el miedo.
Cargué la comida y el vino
y salí tras ella. Columnas
de humo rodeaban la ciudad.

II

He visto muchas muertes,
y la miro a ella, a sus dedos,
más finos que las venas
que atraviesan.
Le sujeto como a los animales
en el corral, la víspera
de la fiesta,
y recuerdo el parto de Judit.
Cuánto ruido, cuánta materia,
cómo se alza
por encima del humo
y grita
su principio y su fin.

III

Sube la montaña ligera,
como si huyera de mí. No veo su cara.
Vi cómo se arrancaba las pulseras, se
frotó la boca con las manos y las cuentas
golpearon sus pechos. Huye, ligera,
sin más fardo que las imágenes de la sangre.
Ahora
su cuello pide olivos jóvenes, aceitunas entre
los dientes, leche en los pezones.
La sigo como puedo. La carga es pesada.
Recojo la muerte, envuelvo la cabeza de la muerte.
Ya no recuerdo
por qué.

(El extraño)






Paisaje

Cañas apoyadas contra el muro.
Y frágiles estructuras
por donde trepan los tallos.
Ausente el dueño,
corre el agua por el surco.
Pensar viendo el humo y los cañizos.

(El extraño)


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