Carlos Javier Morales nació en Santa Cruz de Tenerife en 1967. Se trasladó a Madrid en 1984, y en la Universidad Complutense obtuvo la licenciatura y el doctorado en Filología Hispánica.
Su primer libro de poemas, El pan más necesario, mereció el Premio de Poesía Villa de Martorell de 1994, y fue publicado ese año por Seuba Ediciones, de Barcelona. Sus dos libros siguientes, Madrid como delirio (1996) y La cuenta atrás (2000), también han sido publicados por esta editorial. En 2005 salió a la luz su último libro de poemas hasta la fecha, Años de prórroga (Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 2005).
Como investigador y crítico literario ha publicado, además de numerosos artículos sobre literatura española e hispanoamericana, los libros siguientes: La poética de José Martí y su contexto (Madrid, Ed. Verbum, 1994), Julián Martel y la novela naturalista argentina (Logroño, Universidad de La Rioja, 1997) y, con José Olivio Jiménez, los libros La prosa modernista hispanoamericana. Introducción crítica y antología (Madrid, Alianza Editorial, 1998) y Antonio Machado en la poesía española. La evolución interna de la poesía española, 1939-2000 (Madrid, Eds. Cátedra, 2002). También ha realizado las ediciones críticas de la Poesía completa de José Martí (Madrid, Alianza Editorial, 1995) y de la novela Lucía Jerez (Madrid, Eds. Cátedra, 1994), del mismo autor cubano.
Asimismo, es autor de una útil Guía para hablar en público (Madrid, Alianza Editorial, 2001) y de una serie de doce Guías de lectura de obras literarias españolas del siglo XX.
Actualmente es profesor de Lengua y Literatura Españolas en el Instituto de Enseñanza Secundaria "Isidra de Guzmán", de Alcalá de Henares (Madrid).
Comentario del autor
Estos tres poemas hasta ahora inéditos han sido escritos, junto a otros, a lo largo de ocho años. En mi caso guardan muy poca relación la fecha de escritura y de publicación de los poemas: suelo escribirlos en un momento de especial claridad sobre el mundo y el lugar que ocupo en él, y luego los guardo y los dejo reposar al menos un año, hasta comprobar si a mí, lejos ya de aquella experiencia biográfica, esos textos me siguen emocionando por sí mismos, como si yo fuera cualquier otro lector. Así sucede con todos los poemas que llegan a componer un libro, y, si a eso añadimos el año o dos de espera que te imponen las editoriales, el libro suele ver la luz cuando el primer poema lleva tal vez diez años escrito.
Lo que sí respeto, por lo general, es la evolución temporal de mi poesía, porque lo que escribo suele coincidir con un modo peculiar de ver –de conocer y de sentir- el mundo, que va evolucionando con el tiempo y adquiriendo nuevas modulaciones, de las que yo soy el primero en sorprenderme y en caer en la cuenta de que algo nuevo me está ocurriendo. Estos poemas, posteriores a mi último libro publicado, Años de prórroga, nacen de un entusiasmo sereno ante la vida y el mundo. No esconden el dolor y la nostalgia de los libros anteriores, pero tratan, sobre todo, de ver la luz por encima de las sombras que tantas veces nos rodean. Por eso creo que, una vez superado poéticamente el drama entre Dios y la nada, debatido en los libros anteriores, Dios me va concediendo una disposición mucho más apta para percibir su luz. Formarán parte de un futuro libro que titularé, por eso, Nueva estación.
Carlos Javier Morales
WEB DEL AUTOR
EL PASEANTE
Apoyaba su oído en la negrura
de todas las fachadas más viejas de mi pueblo.
Caminaba despacio y se miraba
en los charcos de lodo del Parque del Retiro.
Y siempre que podía hacía una pausa
en los puestos de fruta al aire libre.
En los días de lluvia sonreía
y contaba las gotas de todos los cristales.
No quería mirar al sol de frente
en las tardes de agosto: le bastaba
con el ardor sediento del asfalto.
Le daba miedo el mar: como los niños,
quería tocarlo todo y se inquietaba
al ver el horizonte siempre lejos.
Le faltaba la luz y el aire y el sonido.
Buscaba a Dios por todas las esquinas.
LECCIÓN DE HISTORIA NATURAL
Brotan ansiosas las semillas debajo de la tierra
y su ansiedad la siento palpitando en mis lentas pisadas.
Brotan ansiosas las semillas en medio del invierno,
cuando ya me parece que los besos anuncian la muerte
y parece un absurdo que mañana vuelvan a nacer rosas
si ahora el aire se llena de niebla y nos cansa la vista,
si ahora todos los hombres se refugian a esperar en sus casas
que la noche nos duerma para siempre y nos despierte a todos
en un día tan vasto donde ya nadie nazca ni muera.
Brotan ansiosas las mujeres en sus jóvenes cuerpos
y en sus ojos se abren esas rosas que un día fueron nuestras,
y en sus pechos va latiendo la vida que darán a este mundo
cuando todos sentimos que este mundo ya ha vivido bastante.
Pasan delante de mi puerta dos novios que se ríen
y su risa va dejando en el aire un olor misterioso
y ese olor me recuerda los veranos en que yo me reía
cada vez que mi novia aseguraba que éramos eternos.
Vuelven las olas a la playa con impulso creciente
y se van con más prisa que nunca a donde no se sabe;
brilla la espuma temblorosa del sol del mediodía
cuando todos sentimos que es muy tarde y la playa está
/oscura.
Y no sé por qué todos no lloran en esta hora tan triste
y me asombro de ver tantos rostros mirando con ansia el futuro
y me asombra que todos, tal vez, no sintamos lo mismo.
Me pregunto si todos acaso no cargamos el peso del tiempo,
si es posible que mientras morimos aún broten con ansia
/semillas,
y rosas, mujeres, amores y olas aún sigan naciendo.
RESURRECCIÓN MARINA
"El mar, el mar, siempre recomenzando",
y mi vida y la tuya, junto al mar,
también vuelven ahora a su comienzo.
De pequeño, en el mar, pude ver la grandeza del mundo
y, pues vi lo mayor que se ve en esta tierra,
yo me vi tan mayor que creí que mi vida algún día
iba a ser aún mayor que este mar tan inmenso.
De pequeño, en el mar, yo soñaba con tantos lugares,
que creí que en mi reino jamás surgirían fronteras:
las ciudades, las playas, los puertos de este mar poderoso
abrirían sus puertas lejanas a mi gozo perpetuo.
"El mar, el mar, siempre recomenzando",
y mi vida, en el mar, hace tiempo, también comenzaba.
Pero después mi vida, lejos ya de esa playa,
dejó de oír los rumores de su música suave
hasta quedarse sorda y vagabunda
por un mundo prestado donde había
que pagar con la sangre cada plato de tiempo.
¡Qué pequeños los días desde entonces!
¡Y qué precio tan alto por cada jornada!
¿Cómo iba a ser posible recordar esa música
y ese silencio hondo que respetan las olas
hasta alumbrar su nuevo nacimiento?
¿Cómo iba a ser posible ver hermosa la vida
después de haber pagado su precio cotidiano
y ver que un día mi deuda con la vida
se haría insostenible
y habría de pagarla con mi muerte,
con mi pequeña muerte cotidiana?
Pero hoy llegamos juntos a este mar,
a un mar ya muy lejano de mi tierra de infancia,
y siento que este mar es el mar que refresca la vida,
es el mar donde todos olvidan su sedienta y oscura memoria,
y siento que este mar es mi vida y la tuya y la vida de todos,
que estas olas entonan un tiempo que va más allá de la muerte
y te ruego que vengas conmigo a este mar,
a este mar, a este mar,
siempre recomenzando.
A MI CASA PEQUEÑA
Y a mi hermana Margot
Si hablamos con rigor,
por no tener, no tengo ni un pobre dormitorio
donde apoyar la espalda:
tal vez esté de más.
¡Cuidado aquel que tiene pagada su vivienda
y ya pagó la compra del mes en el mercado!
Cuidado ese que va de ciudadano
con su carnet de identidad en regla.
Y ese otro que se va de vacaciones
y ha dejado su casa bien cerrada.
Cuidado ese que lleva un corazón de carne
colgando en la pulsera
para tener cariño siempre a mano.
Cuidado ese que cree que la autopista es recta hasta el final
y acelera más de lo permitido
por las leyes de Tráfico.
¡Cuidado ese! ¡Cuidado todo el mundo!
¡Muchísimo, muchísimo cuidado!
Yo casi por costumbre
voy pasando las noches en vela.
Ojalá que me aguanten los ojos
para mirar de frente
y mirar para arriba
si un día tuviera demasiado sueño.
Gracias a Dios que,
hoy por hoy,
estoy acostumbrado
a tocar en la puerta de mi cuarto
y ver que está ocupado con cosas importantes.
Gracias a Dios que,
hoy por hoy,
no tengo el corazón a renta fija,
ni tengo un gran armario para ir cargando al hombro
si alguna vez...
Hoy he tirado ya este calendario
por demasiado grande:
los días ya son páginas en blanco
que siempre escribe otro.
Y sin embargo, casi desnudo,
qué bien me quedan estas manos vacías
para poder dar algo si hace falta.
(De El pan más necesario, 1994)
VEO A GASTÓN BAQUERO
Veo a Gastón Baquero mirando en la ventana
hacia esta noche inmensa donde cantan los tréboles,
cuando los duendes hacen secretas travesuras
y encienden sus fogatas calurosas
debajo de las camas donde la gente sueña
con los ojos abiertos, reacios a dormirse,
mientras Gastón Baquero mira por la ventana.
No he podido dormirme y he salido a la calle,
me paro ante su puerta, ante el viejo santuario
que vio fundar el mundo desde la era primaria.
Gastón no puede verme: está mirando al cielo
y yo soy muy pequeño y mi piel más oscura
que esta calle nocturna y temblorosa.
Gastón me contó un día,
fuera de esta litúrgica vigilia,
que en la casa de enfrente
vivió César Vallejo por una temporada
y desde esa ventana de la casa de enfrente
Vallejo se asomaba por las noches
a ver lo que Gastón estaba viendo
desde hacía muchos siglos.
Yo no sé nada más: sólo sé que los dos,
uno arriba, en el cielo,
y otro aquí en el santuario que vio crecer la historia,
sólo sé que los dos se siguen viendo
hacia la medianoche,
al menos en las noches señaladas
(Gastón en sus poemas ha dejado caer
muchas palabras sueltas de esta conversación,
de las que brotan grandes llamaradas
que incendian nuestros ojos
y nos hacen mirar por un instante,
sólo por un instante,
con ojos infinitos).
Fuera de sus poemas Gastón no dice más
y dice que no sabe más que lo necesario
para seguir viviendo en este mundo,
como si fuera poco, como si fuera fácil
encontrar ese fruto del que comer la ciencia suficiente.
Veo a Gastón Baquero mirando en la ventana
de esta noche fogosa,
sin sueño y sin temor, cómplice de los duendes,
criado en el calor de estas hogueras.
Veo a Gastón Baquero mirando en la ventana
el suave conversar de las estrellas,
y ahora que no me ve yo veo su mirada
clavarse en una de ellas fijamente,
y el día que yo sepa la estrella que Gastón está mirando
os contaré el secreto para vivir en paz
y vivir por los siglos de los siglos
mirando hacia la estrella que esta noche
Gastón está mirando en la ventana.
(De El pan más necesario, 1994)
Calle de Antonio Acuña, 4 (Madrid)
CASA DE JOSÉ OLIVIO
A José Olivio Jiménez
Casa de José Olivio:
la música se orquesta ya en la entrada.
El saludo habitual oculta un gran secreto
que la conversación, en su estribillo,
jamás alcanzará a desanudarlo.
Desde un noveno piso Madrid relampaguea:
la plaza de Castilla puede ser cualquier plaza,
la calle ya ha perdido sus contornos precisos
y nunca se hace tarde viajando por el mundo
con un golpe de voz acompasado.
José Olivio llegó de New York hace poco,
su reloj todavía marca seis horas menos,
de su acento cubano se pueblan los segundos
en ese Madrid grande que brilla en la terraza
y apaga los rumores de la calle.
Sólo se escucha el ritmo de su acento cubano
comentando poemas de hace un siglo,
y su voz se confunde con la estrofa que Martí compusiera
y Madrid se repuebla con las palmas
de aquel campo antillano que dio vida a los versos.
A mitad de la tarde bulle la Coca-Cola,
sus burbujas se acoplan al compás de este rito,
el humo del cigarro ha encendido la hoguera
dejando atrás el frío de este Madrid de invierno.
Dejando atrás el frío me olvido de mi calle,
me interno entre el ramaje de la selva y la magia.
Alguien dice que es tarde y habremos de creerle:
el portal me recuerda que hemos tomado tierra
y la boca del Metro ya me avisa
de que la prosa diaria aumenta las distancias
después del largo viaje
en las alas del ritmo de voz de José Olivio.
(De Madrid como delirio, 1996)
ENCUENTRO INFRUCTUOSO
Llenaré de palabras el vacío
y así podré palpar mi pesadumbre.
Pensaba que esta tarde
el tiempo correría sus cortinas
para que nunca viéramos la noche
con su viejo cuchillo corrosivo,
que habría de separarnos tal vez por mucho tiempo.
Llevaba todo el día preparando este baile,
la danza decisiva que iban a interpretar nuestros deseos
enlazados al fin y conjurados
para romper de golpe sus cadenas.
Llevaba mis promesas aprendidas,
mis vínculos de paz escritos mentalmente,
mi sangre atemperada para el beso,
limpias mis cicatrices,
perfumado el altar del sacrificio
mutuamente ofrecido y sin temores.
Y en medio del silencio,
que sólo traspasaban las campanas,
listas para el banquete,
una zanja se abre
y empieza a separar los territorios,
a trazar las fronteras disimuladamente,
a proclamar el triunfo de la noche,
la hora anticipada de nuestra despedida,
la oscuridad total de nuestra casa.
Y mi voz va subiendo de volumen,
reaviva los clamores de sus velas,
pero el viento se alía con las sombras,
con los celos del tiempo,
y apaga lentamente la débil luminaria.
Nadie ha llenado aún ese vacío,
esa gruesa muralla transparente
que hace incierta la espera.
Tan sólo estas palabras
son las piedras seguras que el destino
me da como soporte de mis pasos,
como estrecho sendero inconmovible
en medio del vacío que me cerca.
(De Madrid como delirio, 1996)
LA PLAYA INFINITA
A José Hierro
Tal vez la plenitud en este mundo
sea sólo eso:
un punto solo
de esa línea sutil donde se une
el cielo con la tierra,
allá en el horizonte.
Y yo tal vez
deba quedarme quieto en esta playa
mirando siempre al frente,
dejando que la luz traspase mis pulmones
y llegue al corazón allá en el fondo
y deje allí su innata transparencia,
la presencia infinita de lo alto
habitando tranquila
en este barro frágil de mi cuerpo.
Y una vez encendida en mí esa llama,
dejarle los senderos expeditos,
que prenda su energía inagotable
por los alrededores;
que esta playa no sea ya una playa
ni este mar este mar a donde vine,
ni ese cielo una bóveda distante.
Que todo sea lo mismo:
una llama que llegue al horizonte
y acierte a situarse en ese punto
donde yo sea feliz y, juntamente,
todo el mundo conmigo, al mismo tiempo,
brindando por el fin de nuestra historia
y este inicio tan dulce
de una luz que, por fin, ya no se acaba,
porque ha vencido al viento y han cesado
los soplos que marcaban las fronteras.
(De La cuenta atrás, 2000)
VIERNES
Yo no sé todavía
qué tienen estas tardes de los viernes
que me dan tanto miedo.
Primero es una sombra que me abruma
al andar por las calles familiares
de este Madrid tan mío ya
y siempre tan distinto,
tan ensombrecedor, tan apagado
desde la media tarde de los viernes,
que siempre anuncia
una noche más honda,
un túnel que se expande y nos recubre
y nos lleva hasta el fondo
de un oscuro presagio,
hasta el confín de un sueño muy terrible.
¿Cómo es que tú, Señor,
que ya has resucitado por los siglos,
continúas manchando con tu sangre
la tarde interminable de los viernes?
¿Cómo es que todavía
el velo de los templos
–de todos estos templos
que se han multiplicado por el mundo–
continúa rasgándose los viernes,
y un eclipse de sol a media tarde
me sumerge de nuevo en las tinieblas
donde sólo distingo tus heridas,
siempre tan silenciosas,
en medio de un bullicio
que pasa indiferente por el mismo Calvario,
celebrando la Pascua a su manera
e impidiendo dormirme y olvidarme
de que esta tarde aún tú sigues muerto?
¿Cómo es posible aún que cada viernes
mi fe se resquebraje y pierda la esperanza
de que dentro de un día o dos
la luz vuelva a alumbrarnos el domingo
y tú y yo,
una vez más,
vayamos a seguir resucitando,
y que todas las tardes de los viernes, como hoy
–¡cómo es posible!–
vuelvan a ser iguales?
(De La cuenta atrás, 2000)
BALADA PARA DIANA DE GALES
El mundo no era digno de ellos
Heb 11, 38
Si es verdad tu presencia,
si no mienten tus ojos
ni tu sonrisa blanca,
comprendo que este mundo te resultara extraño,
que no tuvieras tiempo suficiente
para encontrar razones
a este violento error que padeciste.
Si es verdad tu presencia,
si no mienten tus ojos,
lo que nunca comprendo es por qué sonreíste
después de haber mirado al cielo y a la tierra
y ver con esos ojos
que aquí es donde vivías.
Fue imposible saber nada de nada,
nada de ti y nada de nosotros,
e imposible saber quién fue más débil.
Más justa fuiste tú,
más dócil al destino inevitable
que espera a toda rosa
y que tanto se olvida.
Por un día creí que la belleza
tenía verdadero cuerpo humano
y estaba a nuestro alcance poseerla de lleno
(olvidaba el destino de la rosa).
No me atrevo a negar que sea posible,
pero tú me convences de que no en este mundo.
Si es verdad tu presencia,
si no mienten tus ojos
ni tu sonrisa blanca,
hubiese sido injusto, imperdonable,
que fueras posesión de un solo hombre
hecho del mismo barro que nosotros.
(De Años de prórroga, 2005)
INDAGACIÓN NOCTURNA
La noche, poco a poco, se me arrodilla entera
y en silencio me ofrece sus senos invisibles.
Toda mi inteligencia huele a humo,
no recuerdo más nombres que mis pasos serenos
en medio de esta sombra que tanto me seduce.
Si algún mérito tuve,
ya sólo Dios lo sabe, y en tal caso
ya lo tendrá en su gloria:
todo lo que he sabido y he tenido en la vida
fue la pequeña brisa de un viento milenario.
Ahora estoy más desnudo,
incomparablemente más desnudo
que el día en que nacía del vientre de mi madre.
Ahora soy sólo el hambre que se encarna en la tierra:
en mi boca se agolpan
los besos olvidados en todas las ciudades.
Ninguno pesa nada, pues siempre han sido polvo
y en polvo al fin nos hemos convertido:
polvo del desamor,
polvo que nunca ha sido enamorado,
polvo que aún no se ha visto celebrado en las bodas,
que nunca ha merecido ningún vestido nuevo;
polvo que nunca tuvo aniversarios
y que ahora se hermana en mi garganta
y bulle por mi sangre,
cuando acaricio suaves los senos de la noche,
descubro, poco a poco, su cuerpo pudoroso
y decido entregar la vida entera
en este oscuro lecho.
(De Años de prórroga, 2005)
POSIBILIDAD DE CONOCIMIENTO
Saber es saber más.
Conocer el secreto de la rosa
es contemplar entusiasmadamente
su vida y muerte diarias,
la escondida razón de su lamento
corriendo por su cuerpo tan hermoso
que nadie ha de comprar por precio alguno.
Saber es saber más, seguir la ruta
de todas las estrellas hasta que vuelva el día
y se haga necesario detener el camino
con inquietud, con pena, a pesar del cansancio,
en busca de esa luz definitiva
que se va revelando cada noche,
cuando la soledad que nos angustia
vacía nuestra alma y nuestra tierra,
miramos hacia el cielo y caminamos
con tal de no morirnos.
Saber es saber más: aventurarse
a vivir en un mundo
que siempre nos excede.
(De Nueva estación, 2007)
MORAL DEL TRANSEÚNTE
Logroño, marzo de 1999
Yo cambiaré de sitio, estoy casi seguro;
tú, por tu juventud, es muy probable
que te marches mañana a ciudades abiertas a lo nuevo
y no he de reprocharte tanta obligada ausencia.
¿Quién podrá asegurar que nos veremos
bajo una luz tan clara? ¿Y en qué bares
nos reíremos juntos algún día
y daremos por buenas, satisfactoriamente,
tantas penas presentes y futuras?
Es absurdo
tratar de contestar, y es imposible
no preguntarse siempre estas cuestiones.
Olvidarás los nombres que ya no necesites
en tu aventura diaria. Otro bar, otra música,
otras copas te facilitarán
el necesario y saludable olvido
de toda mente lúcida y serena.
Yo tampoco podré recordar todas
las menudencias diarias de esta ciudad entrañable.
Yo tan sólo
podré guardar la imagen de esta tarde
y conservarla limpia para siempre.
(De Nueva estación, 2007)
FUERA DE PROGRAMA
Aún quedan rosas vivas en mi huerto:
ven para verlas juntos.
Ya sé que no te sobra ni un instante
en tu apretada agenda;
pero ven, que es la vida,
que ahora quiere enseñarnos su hermosura
y entonarnos su frágil melodía,
para que nunca olvides
que aquí tienes tu casa.
(De Nueva estación, 2007)
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