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miércoles, 3 de noviembre de 2010

1871.- RAFAEL BALLESTEROS


Rafael Ballesteros nació en Málaga en octubre de 1938. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. Catedrático de Instituto. Profesor invitado en varias Universidades de Estados Unidos. Diputado Constituyente y Presidente de la Comisión de Educación y Cultura del Congreso de los Diputados desde 1982 hasta 1996 por el Grupo Parlamentario del PSOE.
Ha publicado diversos estudios de crítica literaria sobre las obras poéticas de Carriedo, M. Labordeta, Pérez Estrada, Vicente Nuñez, Ricardo Molina, Moreno Villa, Muñoz Rojas, en revistas y editoriales especializadas.
Ha publicado varios libros de poemas. Entre ellos: “Las Contracifras” (El Bardo, 1969), “Testamenta”(Visor, 1992) y “Los dominios de la emoción” (Pre-Textos, 2003). En diferentes editoriales y entre 1983 y 2002 ha editado los cuatro libros que componen su poema “Jacinto”. Su poesía ha sido traducida al francés, árabe, rumano, inglés, húngaro e italiano.
Su primera novela, “La imparcialidad del viento”, se publicó en la editorial “Veramar” (2003). El “Centro Cultural de la Generación del 27” (2005) editó la novela breve “Huerto místico”, y "Renacimiento"(Sevilla), “Amor de mar”, Premio Rincón de la Victoria de Novela Corta. El “Ateneo de Málaga” publicó en 2006 “Cuentos americanos” y DVD Editores "Los últimos días de Thomas de Quincey", finalista del premio Andalucía de la Crítica. En 2009 RD editores publica "La muerte tiene la cara azul", Premio Andalucía de la Crítica 2010.

-POESÍA:
Desde dentro y desde fuera (1966).
Las contracifras (1969).
Turpa (1972).
Jacinto (1983).
Numeraria (1986).
Testamenta (1992).
Jacinto (1997). Segunda parte.
Jacinto (1998). Tercera parte.
Jacinto (2002).
Los dominios de la emoción (2003).
-NOVELA:
La imparcialidad del viento (2003).
Huerto místico (2004).
Amor de mar (2005).
Los últimos días de Thomas de Quincey (2006).
La muerte tiene la cara azul (2010).




POEMA DE ASONANCIAS Y MUERTE

Para Pablo García Baena

Yo me iba al taller, arriba, donde componía
mi caja de alabastro. En ella ponía la poca
voluntad que me quedaba. Cuando aquella sombra
importunaba mi sosiego, tan frágil y tan inestable,
yo hacía con la mano vete, vete, y, al principio,
desaparecía.
Yo le daba al cincelillo y al martillo
pilón su cadencia y su gracia salvaje, aullante.
A veces, entre golpe y golpe, de mis ojos las lágrimas
caían hasta la taza de té. Era toda la paz que mi
vida alcanzaba y la soledad que era capaz de
resistir.

Pero un día tras otro, desde el mismo rincón oscuro
de siempre, la sombra se acercaba cada vez más.
Yo ya fingía no verla. Miraba las fotos de mi
juventud, aquel disco ponía que me trasladaba
debajo de los ríos deslizándome, deslizándome,
o simplemente sentaba mi cuerpo sobre el rayo
de luz, apacible como una pomada de aceite
y de láudano.

Pero ¿quién podía no advertirla?
A veces, más de las razonables, se acercaba tánto
que notaba su vaho cerca de mis cabellos. Y otras,
levemente pero con insistencia me tiraba del filo
del pantalón: aquí, aquí, me decía con su voz
de antes de cualquier voz.

Aquella mañana tomé por fin la decisión.
Me senté y tomé la taza de té entre mis manos.
Nadie puede decirme que tuve una vacilación,
el más leve temblor.

Con elegancia,
tras el último sorbo, ya templado, ofrecí
a sus colmillos mi garganta. Y antes
de que mi sangre esmaltara de rojo
el alabastro, oí nítidamente de sus
dientes de plata, escaparse su risa.

(De Los dominios de la emoción, Pre-textos,
Valencia, 2003).







EXILIO (2003)

Para Juan Campos Reina

Tengo una manzana de piel fina
y tersa -pondal- que guarda temblor
y ansia. Esas que Fernando las tomaba
en el jardín y le decía toma tú también,
Melibea, mientras esperas del amor.

Otra tengo también que es sólo nada,
como una bola tosca y gaseosa, que llevan
en cerón los labriegos, mula allí, mula acá,
pregonando por entre los valles y oliveras.
Esas que a las mozas Rubén daba
para ofrecerles el amor.

Y otra también, plena, rotunda pero
vanal, verde y juga, una parte placer,
la otra, un vacío infinito. Son ésas que
Carriedo comía, siempre dejando la
mitad, así que amaba su amor.


Y están allí las tres, sobre el frutero
azul de Talavera, en el salón de los
pecados. Y le digo, sí. Toma y bebe
el vino tenso y firme de las viñas últimas,
y a mi amante le ofrezco, del frutero
cualquiera y tú me dices, tú sí que eres
mi manzana, amor mío, la boca mía,
mis dientes míos, ven, ven, pulpa de mí,
ven; y, mientras, una coge, ay, siempre
aquélla, la del paraíso. ¡Siempre, siempre
ésa y nunca otra!
Esa que nos condena a nuestro exilio
y a la perseverancia de una sombra
que sí acompaña, pero que nos delata.


(De Los dominios de la emoción, Pre-textos, Valencia, 2003).






Sinfonía en tres tiempos. Opus LXXIV

I. En fa menor.

Oh, como si no inventamos no vemos
nada, estamos vendos, yo allí, azulejos
verdes-paja hasta arriba, arriba, y yo
me puse arriba, sobre el hombro, viva,
viva, viva lo nuestro, pusimos.
Y el juez me dijo: ¿ustedes?. Sí. No.
Somos aquellos.
Pasó la noche. Legaños, sucios -diciembre
era, era- ¡venga tu brazo!, pero qué muñecas,
oye, chicas, chicas y sentí más frío
todavía.
Y el juez, otro: Usted, Usted. Y yo: Si. No.
Falso. Si. Soy yo. Ay, eso no puedo negarlo.
Me miraba a los ojos.

Venga, Venga. Con Luis y aquel y el otro,
otro más, otro, me llevaban y pasé rozando
el balcón de mi casa, adivinaba, las cunas
miraba y no los veía. ¿Quién ve cuando está
solo?
En este reino sólo se entra desnudo. Yo
mostré sólo mi culo. Político. Político. Uf, dios
de ellos: el hatillo. Y entré.
Qué frío. Frío. Pero eso sí. Eso es verdad:
Era mejor que el de la muerte.

II. En re menor.

Me recibieron los ramos anarcos. Tú eres ¡no?.
Mira: una celda entera de cecinas y quesos.
Toma, toma es de-para todos. Del mundo. Dicen
que no nos olvidan. Y yo dije: pero si no te ven
¿cómo te recuerdan?
Se empieza así. Por un periodo como el de ellas.
Enteros. Sólo para comer te abren. ¡Aquellas
naranjas contra la pared, horas y horas de cuatro
días!
Pon la espalda. Y ¿duele, duele?. Ay. Ay. Peor
que robar de noche y en escalo y reían. reían.
Pero quién, ¿quién enferma así?. Y ¿esa barba?.
Eh. Prepara billetes en papel de calle. Así, sí.
Suave, suave, con agua caliente. Se acercaban.
Miraban. Sí. Soy de los que están allí, pero aquí
me trajeron.
Ah, no. Para el vino todos, todos en fila en aquella
galería. Pero ¡no tragaban!. Guardaban. Tu boca, la
tuya, también tú, todas las bocas - un día y otro -
juntos para llenar una botella. ¿Y tu?- Yo no. Yo no.
Yo tragaba cada día como el que bebe su poquita
de luz.
Y ¿traigo a los niños?. No. No. ¿Y si recuerdan?
¿Y si les queda ahí en la mirada?. ¿Así para siempre
las rejas?. Y tú dijiste: quizá, quizá fuera mejor para
que no olvidaran.

III. En si menor.

Yo miraba los zapatos, así, las camisas,
sus cosas en general, el conjunto de los
pelos, ¡sí son todos, todos nuestros!
Unos muros tan altos. Y allí unos
con otros, pegaditos a la piedra, Jou,
Valentín, el Trigi , Camilo, Fuertes, todos
con el Vinagre. Ya sé, ya sé que no estaban
pero sé que me miraban.
Y el rancho, gracias, no más, no más,
a la puerta, y decían, que sí, que sí, que
le ponen eso para las mujeres. Y Edo:
sólo el primer año es un calvario.
Oh, el silencio de la noche. Yo, arriba,
arriba. De esa litera el bajo es otra celda.
¿Quién sabe lo que un hombre solo piensa
así?
Yo sí. Yo cada día escribiré el recuerdo.
Mi silencio dentro de aquel silencio. Y lo
enseñaba en secreto. Aquí pongo todo lo
que veo. Ay, ya sabía yo que sólo vemos
bien lo que siempre vemos.
Y una noche. Venga, venga. Vístete. que
te vas. Y yo: pero yo quiero: adiós, adió,
tocarlos. Pero es sí. Si haces. Si no haces.
Si presentas. Todo en condicional. Y yo
mirando atrás, al aire: adió, adiós.
Los que amaba detrás de aquel portón. Salí.
Atravesé la calle, despacio. Despacio. Ay, un
modelo de verdad aquel perfil de nata entre
el amanecer de las tinieblas.





f e r n a n d o d e r o j a s
acostado sobre su propia mano


EL mar que nunca vi fue siempre, allá a lo lejos,
como un zumbido azul.

TOLEDO, Toledo. Cerraba mis ojos: gritos y humo.

VIVO con mi conciencia como quien vive a la
intemperie.

EN la iglesia de San Miguel había una puerta
que daba a una sombra.

A la hora de mi muerte que nadie me toque. Yo
sabré el momento en que debo girar mi cuerpo
hacia la pared.

LA lentitud y la gravedad de un movimiento de
ajedrez. Así los movimientos más profundos de
mi corazón.

VOLVÍ a verlo a los treinta años.

HABLAR preciso, fluido y solemne es materia que
enseñan los maestros. ¿Pero te enseña a
callar y a ser sencillo?

NO es paz. Es quietud.

¡QUÉ orfandad la del hablador!

¿EN qué Academia enseñarán a vivir sin defender
cosa alguna?

QUIEN tienen un amigo lleva la gloria de la mano.
El que sabe estar solo está sentado sobre ella.

AL finan de mi vida he descubierto que las aguas
de los ríos también llevan sombras.

había dicho mi padre mirándome a los ojos.

MI mayor desprecio para el que más ofrece.

MIS hijos comenzaron a hablar cuando me
acomodaba yo al silencio.

LA afabilidad es la pobreza de los inteligentes.

LEÍ a los hombres del latín: a Ovidio, a Virgilio.
Y también al hombre de la Toscana: a Petrarca.
Y entonces comprendí que sólo nos salva aquello que
se goza.

LA compasión: palabras bellas dedicadas a un
carnero.

¿HAS visto dormir en paz a un cerdo? ¿Suspirar
a un cordero? ¿Y la quietud de un río? ¿A una
piedra lamentarse? No esperes de los hombres
más allá de sus límites.

HAY algunos que dicen en las plazas:

y movió firmemente su pieza de ajedrez.

YO sabía que buscar y el silencio se compadecían.

ELLOS pensaban que callar era sentir. En verdad
era la fuente de mi orgullo.

LA ternura es la fiebre. La salud radica en la
indiferencia.

SI alguien dijera la verdad aún en la lengua de las
tierras lejanas ¿no la entenderías?

LO que me une a los demás no es verdaderamente
mío.

LA sumisión es la sarna de los desprovistos.

¿EN qué Academia enseñan la belleza de la nada?

SI fuera infinitamente misericordioso, el dios de
los hombres nos hubiera abandonado en medio
de la mar.

DEBAJO del puente hay un vacío como el de
algunos corazones.

HAY quien necesita leguas que recorrer para sentir
que huye. A mí me basta con serenar el espíritu
y callar mi boca.

¿NO hay tinajas donde guardar el odio?

NADIE quiere enseñarte a olvidar.

LAS palabras tocan la realidad más que tu mano.

LA petulancia del hombre es la escama del pescado.

PIENSA que el principio del mundo fue la noche.

MI tiempo me ha quitado aquello mío que era
más humano.

POR grande que sea el hombre al que imita, toda
estatua termina siendo un vacío dentro del aire.

YO he visto hemos que no señalan llamas, sino
cuerpos.

ME dijeron:

Y el tiempo mismo era mi propia ceniza.

ESTOY sin ropa soportando un frío que llevo dentro
de mí.

LOS mozos me preguntaron:
Les dije:

A veces la sangre es la boca de los cuerpos.

EL mozo me preguntó: Le dije:

YO sólo creo en el dios que nos desprecia.

LAS palabras: única cosa abundante en la cocina
del pobre.

CON sangre de murciélago escribieron mi destino.

ESE viento helado, calle abajo, hacia la amplitud
del valle y el vacío era, en verdad, la imagen de
mi muerte.

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