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martes, 26 de octubre de 2010
1810.- HELMI SALEM
Helmi Salem nació en Al Rahib, Egipto, el 16 de junio de 1951. Poeta y licenciado en Periodismo de la Universidad de El Cairo, 1974. Entre sus libros publicados, se encuentran: Nostalgia y espera, 1972; Mi amor sembrado en la sangre de la tierra, 1974; Mediterráneo, 1984; Cuentos de Beirut, 1986; El uno a la una, 1997; Aquí hay ciegos, 2002 y Saludos de piedra preciosa, 2003. Participó en movimientos estudiantiles a principios de la década de los 70. Ha escrito artículos para la revista El muro. Trabajó en el Centro Cultural Soviético en el Cairo. Dirigió el periódico Luces del Líbano. Actualmente dirige la revista Arco Iris.
Del poemario Aquí hay ciegos
La precariedad de ser romántico
Tus ojos no tienen principio ni fin.
La perfección de tus ojos es un defecto y su defecto, una perfección.
El fuego está al lado del hombro: si tus penas tuvieran una puerta habría empezado, si tuvieran indicadores de mapas habría terminado. ¿cómo es que los poetas egipcios no saben hablar de laberintos?
Aves más cerca del agua, aves más allá de la superficie del agua, dos aves se unieron y, más abajo, se emociona el agua. P: ¿cómo se convierte la mujer en esclava? R: si lee salmos arrodillada y se manifiesta el monstruo de sus uñas al posternarse. P: ¿cómo llega el hombre a ser dios? R: si frota la frente en la palma del pie de una niña y si baila en su lugar y se hace cargo de ella.
Las melodías de las ciudades costeras pesan. ¿Por qué no te quitas los pezones y los mandas por correo a la sección cultural? Así nos habríamos ahorrado los viajes a la clínica de El Muqattam 1 y la silla eléctrica en la que me tuve que sentar en los años de madurez. No pasa nada, vamos a pensar que el correo ha tardado tres años en llegar –esto pasa en Correos- y heme aquí, el expulsado recibiendo el paquete. ¿Por qué, entonces, despiertan tus pezones cada vez que hablamos de Sayed Uways 2 ?
Una mujer dejará sus miembros colgados de los techos y acudirá con sus incensarios a unos bienaventurados que ofrecen veneno por jugo de mango. Así lo quiso la vida y así fue.
Quisiera escribir poesía para tus ojos, a condición de que pueda superar su comparación con dos palmerales al alba y de no repetir que les ha traicionado la expresión por eso siguen como son. Sé que lo que quiero me es muy difícil, y hasta si lo logramos, me tacharía de poeta lírico, cosa que evito desde hace diez años. Pongamos que he superado a los grandes que me han precedido (lo cual sería posible, con un poco de optimismo), que he aceptado ser un romántico por unas semanas (que no sería posible si abandonáramos las obligaciones modernistas), entonces tendré que enfrentarme al problema principal: todos los adjetivos que vincule con tus ojos seguirán siendo mera explicación de unos ojos inexplicables. Entonces será mejor poner gotas de yodo en estos ojos, toda una jornada, abrirlos al máximo en el momento de fisión del óvulo y tragar lo que suelten de lo que me resta por vivir. Así hizo Picasso: mordió la manzana entre las mandíbulas dejando al infeliz pintor mezclar el rojo y el azul en un círculo partido en dos.
Un ritmo hace que le salten las lágrimas al muchacho, he aquí que nuestras heridas devienen el inicio de la adoración. Tú propusiste la pureza de lo desconocido sin mácula y las agonías del martirio. ¡Trae tus mojadas toallas de las azoteas de las casas por si tenemos que bordarle al feto miniaturas en la almohada! Tú, la recién nacida de las costillas de la madrugada en mí, cada mañana dentro de nuestras tragedias es un parto.
Estabas leyendo el intento número 7, el horizonte parecía más parco que la Facultad de medicina y los labios ardieron con todo aquello que hace que el corazón levante el vuelo. Tú no tienes la culpa ya que podías cogerlo por el arsén y él no es ningún criminal porque aún no se había comprado el caballo blanco. Tomemos un descanso después de esos “solos”, así, esta noche, nos centraremos en el ave.
Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Vigilo el cambio de mi frente, ejercito mi despertar a partir de tu forma de arrastrar los despojos a las entrañas de mis años; y mi despertar asiste a tu tos. Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Los mortales asegurarán tu arado en las tierras del hambre o los enamorados descubrirán tu rudeza. Tú eres el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti. Ojalá el necesitado te debiera su pobreza o los mártires tuviesen tu mezquindad. Esculpe en mi espalda los sucesos de nuestra pena y deja la marca en los riñones. Mi sueño es el que está debajo de mí, yo soy la que está debajo de ti.
Nuestra vida adolece de un poema sobre el sonido, sólo yo puedo escribirlo. Lo que pasa es que, cuando me enfrento con lo blanco, me hace falta evitar establecer un vínculo entre la garganta, la lengua y la unión de los labios. Sentado solo en un café popular, pienso en una forma de empezar a escribir, he de evitar hablar de fonética cada vez que la mujer pronuncie la “K”, tanto si es inicial o final, porque soy consciente de que la pronunciación de las palabras es uno de mis juegos más célebres. No me preocupará, luego, las pocas opciones que queden tras tantas omisiones porque ya tengo el tema con base en el cual construiré la poética del texto: subrayaré el acento de soledad del sonido y la confusión que suscita en las caras de los camareros. Desde anoche tengo el título: Escombros. Sólo me falta cubrir la carencia de que adolece la vida descartando el poder de los murmullos sobre mis oídos.
Ocultaste tu vientre con tu mano izquierda cuando te levantaste a medias para saludarme tras haberte negado a participar en la mofa que me preparaban los compañeros sanos. Has hecho bien disimulando la barriga, porque si hubieses levantado la mano izquierda hubiera podido ver a mi niño que atravesará ese vientre dentro de tres años, te hubiera quitado la falda y me hubiera sentado entre tus piernas como un perrito a lamer mis huellas líquidas al terminar el médico de perpetrar su crimen. Hubiera perdido a los amigos y causado un escándalo a todos. Sin embargo, ahora, todo ha ido bien: he perdido a los amigos, he perdido a mi hijo y he causado un escándalo a todos.
De noche, echo de menos los dedos de tus pies arañándome la garganta, el costado izquierdo y las entrañas. En los primeros instantes de la noche, extraño su irregular hacinamiento, su temblor si la mojo con mi sudor o si mis labios la tocan. En los últimos instantes de la noche, echo de menos sus raros movimientos cuando imita a Dik Al-Yin 3 o a la acción de Dios cuando pasa por los gametos y los convierte en creaturas: de mi barro, de mis huesos y de mis piedras. Luego, pisa la alfombra con la levedad de un ciervo recién cazado, al contrario de mis pasos: mis pasos son una mezcla de un ciervo cazado desde la eternidad y el derrame de sus plumas delanteras con mi sangre. Otras veces, se menea en el espacio de la habitación una hora, es cuando las piernas parecen los jardines de Babel, colgando de un hilo invisible, únicamente sostenidas por su rocío que es el mío. Al alba vigilante, se recortan los dedos de tus pies en las paredes, me adueño de ellos, limpio la parte interior de los nudos del sudor de tantas vueltas tras la flauta. Y cuando meto la nariz aspiradora entre el índice y el pulgar, alzo el vuelo dentro del espíritu roto que llevo dentro. Y vuelvo a extrañar en la noche los dedos de tus pies arañándome la garganta, el costado izquierdo y las entrañas. Y en todo momento me torturan las manos.
Exactamente debajo del sello del ombligo, está su desnuda cabeza, sin ningún peinado. Exactamente debajo del vello del pubis, están sus diminutos pies con el tacón como cabeza de alfiler. En el espacio que hay entre el sello y el vello, está la espina dorsal: gelatinosa aunque tan resistente como la espalda del padre. El calor que asola toda la zona es el clima que lo protege en su soledad. En cuanto a la sangre que restaño con la boca cada mes, es el alimento que roba a las cuatro de la mañana, puesto que no le gusta el dulce ni aprecia los huevos.
Una rima dormirá sobre tus piernas. En un sueño señalará: ¡ven, nostalgia de amor! Y yo contestaré nostálgico de amor: ¡a tus pies! Dirá: ¿qué darás a un mojado? Contestaré: ¡espesuras! Ojalá tuviese tus manos, andaría levemente sobre mí, andaría levemente sobre ti.
Los compartimentos están llenos de cabellos de separación. Abdel-Halim 4 no ha dejado ningún sentido de separación que no haya agotado, ¿qué puede hacer el hombre de hoy si es que quiere expresar la separación sin caer en la repetición como los demás? Tendrá que esquivar lo de “todo se rige por la fatalidad...” 5, ha de dinamitar aquello de: “Oh, larga noche, es hora de clarear...”6 He aquí que tiene que inventar su “separación”: por ejemplo, puede denostar al Partido Laborista como una de las imágenes de separación en la era moderna, intentando establecer una comparación entre la crueldad y la debilidad como una forma de quitarle dramatismo al asunto. Es cuando el verdadero problema brillará: si hace una introspección encontrará que la escena de Aida y Kamal Abdel-Gawwad 7 es la que dibujó todas sus anteriores separaciones, de tal forma que mentiría si dijera: “No podré soportar las dudas de las vanguardias”. Porque estaría sumido en aquel famoso imperativo negativo: “No me digas adiós, amor” 8.
Tal vez al ciudadano innovador le convenga más rendirse ante el poder de la separación disimulando su impotencia y haciendo una alusión a la paradoja intencionada entre el texto y la persona. Entonces le socorrerá la idea de la muerte del autor. Así que, si, ante él, ve a los amantes separarse por culpa del fracaso de los políticos en el tema de la limpieza, podrá mejorar su deteriorada situación invocando la llama que arde en la ropa de su amado toda vez que acuerden tener un adiós especial, más propio de dos amantes que respetan el envilecimiento del alma.
No es de sus dedos, no del amor, no de la maternidad que se preparó dos meses bajo el sujetador, no de la fuerza de los corazones, no de las pesadillas en las que los padres parecen opresores y los vivos, traidores, no del dominio de la tradición sobre el tubillo: este deseo que se llama los días.
1 una barriada cairota / 2 un escritor egipcio / 3 un poeta árabe antiguo / 4 un cantante egipcio / 5 Un verso árabe del repertorio cantado / 6 Del repertorio de poesía preislámica / 7 Tomada de una película egipcia basada en una obra de N. Mahfuz / Letra de una canción egipcia famosa.
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