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sábado, 9 de octubre de 2010

1645.- SÁNDOR PETÓFI


Sándor Petőfi, nacido Sándor Petrovics (Kiskőrös, 1 de enero de 1823 - Segesvár 31 de julio de 1849) fue un poeta húngaro del Romanticismo.
Inició muy joven su trayectoria literaria, creando una poesía revolucionaria en temas y formas respecto a la tradición poética de su país.
Los temas fundamentales de su lírica fueron el amor y la libertad.
Escribió un extenso poema narrativo titulado János el héroe o Juan el paladín (János Vitéz) (1845).
Falleció en 1849 en la batalla de Segesvár (actualmente Sighişoara, en Rumanía), una de las batallas de la guerra por la independencia húngara de 1848 y es reconocido entre los magiares como héroe y poeta nacional.
Obra

Versek, 1844
A helység kalapácsa, 1844 (epos cómico)
Cipruslombok Etelke sírjára, 1845
János vitéz, 1845 (poema narrativo)
Versek II, 1845
Úti jegyzetek, 1845
A hóhér kötele, 1846 (novela)
Felhők, 1846
Versei, 1846
Tigris és hiéna, 1847 (novela)
Összes költeményei, 1847
Bolond Istók, 1847 (poema narrativo)
Nemzeti dal (Canción nacional), 1848
Az apostol, 1848



Siete poemas de Sándor Petőfi


La Llanura

Romántico paisaje de pinares
en los abruptos Cárpatos,
tus valles admirables y montañas
no iluminan mis sueños.

Es en el llano extenso como el mar
donde mi hogar está
y mi alma libre vuela como un águila
por la estepa infinita.

Vuelan mis sueños sobre la ancha tierra,
desde las nubes veo
el sonriente paisaje que se extiende
desde el Tisza al Danubio.

Gordos rebaños, al son de los cencerros,
avanzan bajo el sol.
El pozo les espera, en Kis-Kunság
con amplios bebederos.

Galopa la yeguada, su redoble
viene en alas del viento,
resuenan las pezuñas entre los gritos
y el chasquido del látigo.

El trigo ondea, junto a las aldeas
bajo la brisa suave,
con sus vivos colores de esmeralda
el panorama brilla.

Del cañaveral vecino, en el crepúsculo,
llegan tímidos gansos,
si las cañas se agitan con el viento
alzan el vuelo pronto.

Más allá de los pueblos, en la estepa,
solitaria posada
espera a los sedientos bandoleros
camino a Kecskemét.

Tras la posada, un breve bosque de álamos
se alza en el arenal,
libre allí mora el chillador cernícalo
y nadie lo persigue.

Tristemente vegeta la mimosa
y las flores del cardo
sombra y descanso dan a los lagartos
cuando arde el mediodía.

Desde lejanos árboles frutales
se alza la bruma azul
y unas torres remotas se dibujan
como iglesias de niebla.

Llanura hermosa, al menos para mi alma,
aquí nací, mi cuna
se meció aquí, cuando un día me muera
aquí mi tumba quede.

(Pest, julio de 1844)

Versión de Washington Delgado






Tú fuiste mi única flor

Tú fuiste mi única flor;
Ya, marchita, mi vida es un desierto.
Tú fuiste luz de mi esplendente sol;
Apagada, yo en noche me convierto.
Tú fuiste el ala de mi inspiración;
Rota, ni puedo ni volar ansío.
Tú fuiste de mi sangre único ardor;
Ya fría estás, y muérome de frío.

(Pest, enero de 1845)

Versión de Juan Luis Estelrich







Días ensangrentados los que sueño

Días ensangrentados los que sueño,
días que el mundo van a derrumbar
y sobre los escombros de este mundo
vetusto, el mundo nuevo erigirán.

¡Ojalá que ya suene, que ya suene
la tronante trompeta de batalla!
¡El son de la pelea, el son guerrero
cuánto lo anhela mi alma arrebatada!

¡De un salto me coloco alegremente
en el lomo ensillado de mi potro,
entre las huestes de los adalides
galoparé borracho de alborozo!

Si mi pecho llegara a ser herido,
alguien sin duda vendará mi pecho,
alguien capaz de suturar sus bordes
con el bálsamo dulce de su beso.

Y si me atrapan alguien ha de haber
que venga hasta mi oscura bartolina
y la ilumine toda con sus ojos
brillantes como estrellas matutinas.

(Berkesz, 6 de noviembre de 1846)

Versión de Fayad Jamís







Tiembla el arbusto…

Tiembla el arbusto, porque
Se posa la avecilla;
Si a mi recuerdo llegas,
¡Ah!, tiembla el alma mía.
A mi recuerdo llegas,
Chiquilla, como el ave,
Y eres de este gran mundo
El más grueso diamante.

Henchido va el Danubio,
Sus márgenes rebasa;
Tampoco hay en mi pecho
Lugar para mis ansias.
¿Me quieres, mi rosal?
Es tanto lo que te amo
Que ni tu padre y madre
Pueden quererte tanto.

Cuando nos vimos juntos,
¡Qué grande era tu afecto
En el ardiente estío…;
Mas hoy es frío invierno!
Si es que ya no me quieres,
El Señor te bendiga;
Mas si aún amor me guardas,
Mil veces más bendita.

(Pest, 20 de noviembre de 1846)

Versión de Juan Luis Estelrich








La canción de los perros

Ruge y retumba ronca la tormenta
Por la enlutada bóveda del cielo,
Y sobre el dorso de impetuosas ráfagas
Cabalgan las deidades del invierno.

¿Qué nos importa?... Un rincón
Tenemos en la cocina,
Que, graciosamente, el dueño
Nos señaló por guarida.

No nos inquieta el sustento,
Que así que el amo se harta
Quedan sobras en la mesa
Y esos mendrugos nos bastan.

Verdad que a ratos, sin causa,
Puntapiés nos lanza fiero;
Pero, ¿qué importa?... ¡Muy pronto
Sana la carne de perro!

Y al cabo se va la ira
Y entonces riendo nos llama,
Y vamos quedos…, queditos
Y le lamemos las plantas.

(Pest, enero de 1847)

Versión de Eugenio de Escalante







Canción de lobos

Ruge y retumba ronca la tormenta
Por la enlutada bóveda del cielo,
Y sobre el dorso de impetuosas ráfagas
Cabalgan las deidades del invierno.

En el frígido erial donde vagamos
Sin acierto buscando alguna senda,
Ni un arbusto descubre la mirada
Que el suspirado abrigo nos ofrezca.

Allá en la cueva el hambre que nos mata,
Y fuera de ella el frío que nos hiela:
Entrambos, como rudos cazadores,
Sin piedad nos acosan por doquiera.

Y júntaseles otro en la batida:
Del cargado fusil la saña fiera
Deja sobre la nieve señaladas
Con nuestra roja sangre nuestras huellas…

Tenemos frío, sí; tenemos hambre
Y el morífero plomo nos asedia;
Pero, ¿qué importa?... En cambio somos libres
¡Oh santa Libertad! ¡Bendita seas!

(Buda, enero de 1847)

Versión de Isaías E. Muñoz







Canto nacional

¡Alzad, madgiares, que la Patria os llama!
¡Ahora o nunca! El momento ha llegado
Y hay que elegir, pues éste es el dilema,
Entre ser libres o seguir esclavos.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

Si siervos fuimos ya, y nuestros mayores
A esclavitud se vieron condenados,
Los que libres vivieron y murieron
Yacer no pueden bajo suelo esclavo.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

Hombre ruin ha de ser y miserable
El que no ose morir, si es necesario;
El que egoísta, acaso haya antepuesto
Su despreciable vida al honor patrio.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

¡Cuánto es mejor que la cadena el sable!
¡Cuánto más noblemente adorna el brazo!
En lugar de arrastrar más las cadenas,
El viejo sable esgrima nuestra mano.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

Y volverá otra vez el nombre húngaro
Digno a ser ya de su esplendor pasado,
y de baldón y oprobio lavaremos
Aquello que los siglos mancillaron.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

Y allí donde se eleven vuestras tumbas,
Nuestros nietos caerán arrodillados,
Y allí, a la par que la oración bendita,
El nombre nuestro asomará a los labios.
¡Por el Dios de los húngaros juremos,
Que ya en la esclavitud no seguiremos!

(Pest, 13 de marzo de 1848)

Versión de Eugenio de Escalante




Fuentes de las traducciones

- El poema “La Llanura”, traducido por el destacado poeta peruano Washington Delgado (Cusco, 1927 - Lima, 2003) está tomado del libro de Sándor Petőfi Libertad, amor, editado por el hispanista Mátyás Horányi (1928-1995) y publicado por la Editorial Corvina de Budapest en 1974.
- “Tu fuiste mi única flor” y “Tiembla el arbusto…” fueron traducidos por Juan Luis Estelrich (Artà, Mallorca, 1856 - Palma de Mallorca, 1923) a partir de unas versiones literales del hispanófilo y catalanófilo húngaro Albin Kőrösi (1860-1936), y publicados en la Revista Contemporánea de Madrid (año XXXIII, tomo 134, 1907). Posteriormente aparecieron en el libro Petöfi (Editorial Cervantes, Barcelona, ca. 1921), del que han sido transcritos.
- “Días ensangrentados los que sueño”, en versión del poeta y pintor cubano de origen mexicano-libanés Fayad Jamís (Ojocaliente, Zapatecas, México, 1930 - La Habana, 1988), fue publicado en el Almanaque Internacional de Poesía Arion 6 (Editorial Corvina, Budapest, 1973) y ha sido transcrito de éste.
- “Canción de los perros” y “Canto nacional”, traducidos por Eugenio de Escalante (Santander, ? - Madrid, 1951), aparecieron en el Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo de Santander (tomo 1, julio-agosto de 1919, págs. 202-204) y fueron recogidos en el libro Petöfi (Editorial Cervantes, Barcelona, ca. 1921), del que han sido transcritos.
- La traducción de “Canción de lobos”, debida al poeta venezolano Isaías E. Muñoz, se publicó en La Ilustración, Revista Hispano-Americana de Barcelona (tomo VIII, año IX, 1888) y también está recogida en el libro Petöfi (Editorial Cervantes, Barcelona, ca. 1921), de la que se ha transcrito. La coincidencia de la primera estrofa revela, sin duda, que Escalante conocía esta versión cuando tradujo la “Canción de los perros”.


Sándor Petőfi


Referirse a Petőfi y a su obra, creada en sus escasos veintiséis años y medio de vida, requiere muchísimo más espacio del que podemos dedicarle aquí, además de numerosos puntos de vista de los innumerables estudiosos y exégetas de su obra. Considerado el poeta y, a la vez, el héroe nacional de Hungría, es la referencia por antonomasia del pueblo al que perteneció y pertenece.


Daguerrotipo de Sándor Petőfi.

Nacido con el nombre de Sándor Petrovics –hungarizó su apellido en 1842– en Kiskőrös (Hungría centro-meridional) el 1 de enero de 1823, en el seno de una familia luterana de ascendencia eslovaca, murió después de ser malherido en la batalla de Segesvár (hoy Sighişoara, en Rumanía), durante la guerra por la independencia húngara contra las tropas austriacas, el 31 de julio de 1849.



Imagen romántica de Petőfi en plena batalla,
en un sello postal húngaro de 1972.

Su patriotismo, como uno de los artífices principales de la revolución de 1848, y su obra, que es la más representativa del romanticismo húngaro, han mitificado su figura y han hecho de él, desde su muerte, objeto de más de una manipulación partidista. Sin embargo, su obra poética siempre ha sido respetada por los húngaros de todas las ideologías, y su Nemzeti dal (‘Canto nacional’), compuesto dos días antes del estallido de la revolución de Pest, es conocido de memoria por todos los húngaros, al igual que otras muchas composiciones suyas.




Petőfi recitando su revolucionario Canto nacional,
el 15 de marzo de 1838, junto a la escalinata del Museo
Nacional, según un dibujo de Miklós Szerelmey

Presentamos a continuación un texto sobre Sándor Petőfi, escrito con motivo del 150 aniversario de su nacimiento por otra gran figura de la poesía húngara, Ágnes Nemes Nagy (1922-1991; véanse aquí algunos datos biográficos y unos poemas suyos vertidos al castellano), y a continuación transcribimos las traducciones de siete poemas de Petőfi.

Albert Lázaro-Tinaut






Petőfi, demoledor de formas

Por Ágnes Nemes Nagy

Al igual que los Alpes, los poetas de 1848 no conocen fronteras. Podemos considerar a Petőfi, con toda certeza, la cumbre de los Alpes de la poesía de la Europa central: a buen seguro que el público extranjero no pondrá objeciones a esta afirmación. Pero es siempre, y en primer lugar, su propia nación la que debe medir la calidad de un poeta. Sin embargo, pueden producirse interesantes interferencias: basta una traducción genial, una gran afinidad, para que un poeta extranjero (Baudelaire o Poe, por ejemplo) consiga devolverlo inesperadamente a la actualidad en un ámbito lingüístico ajeno al suyo. Creo que no debemos renunciar jamás a la energía latente que guarda en sí un gran poeta conocido en un círculo restringido, ninguna literatura debe hacerlo. Un poeta es siempre un centro de energía, lo que se descubre en él es uranio puro, ése que se extrae sólo muy de tarde en tarde. Y cuando ello ocurre en la literatura, el filón no se agota nunca, sino que su tamaño aumenta paradójicamente bajo los picos de los mineros.

Y cuando digo que la dimensión del poeta aumenta a medida que se le consume, pienso sobre todo en nosotros, los húngaros, que somos los primeros a quienes concierne ese consumo. ¿Consumimos suficientemente a Petőfi? La respuesta no es unívoca. La imagen de la marca Petőfi en Hungría ha permanecido singularmente estática durante los últimos 125 años. Nos hemos limitado a fijar su imagen fotográfica cuando él era todo dinamismo. ¿Cuántos adjetivos aplicados a él han cambiado en 125 años? Petőfi es revolucionario, un ardiente realista, cada poeta debiera parecerse a él. Sí, es cierto. Pero esa serie de calificativos, como los de todos los clásicos, acaban convirtiéndose en una amenaza de esclerosis. Podríamos decir que fatalmente es así en algunos casos, pero no en el de él, ni muchísimo menos. En nuestro país no se ha reflexionado lo suficiente sobre Petőfi. Su vida póstuma carece de tantos matices como cualidades le han sido atribuidas.



Monumento a Sándor Petőfi en Rimavská
Sobota (Rimaszombat, en húngaro), Eslovaquia.
(Foto © Bojars / Wikimedia Commons)

Nuestra concepción con respecto a él apenas ha evolucionado desde que apareció su primer libro de poemas. Sólo una vez ha sido puesto entre paréntesis: durante la revolución poética de principios de del siglo [XX], cuando este mismo siglo irrumpió en la literatura húngara. Pero casi al mismo tiempo estalló una lucha para arrancar al poeta de la academia. Únicamente podemos mencionar un renacimiento de Petőfi: el que se produjo en la década de 1930, que rehabilitó las cualidades del poeta, aunque muy pronto fueron, una vez más, olvidadas. Así pues, una nueva capa de cal se interpuso entre él y sus lectores.

¿Qué podemos hacer por Petőfi, por ese modelo tan elogiado, proclamado hasta la saciedad y que es –no lo olvidemos– un modelo a escala universal? Por mi parte, no puedo hacer otra cosa que depositar un modesto ramo de epítetos –ligeramente ladeado– sobre ese pedestal que ya ha cumplido 150 años. Éstos son los adjetivos que me vienen ahora a la mente: surrealista, innovador, demoledor y creador de formas. No pretendo, ni mucho menos, sorprender. Evitaré incluso esa maquinación ingenua que consiste en sobrevalorar lo inmortal aplicándole a la estatua las palabras que ahora están de moda. Me basta comunicar mi experiencia, difícilmente conquistada o reconquistada. Nido de cigüeñas, puszta, albergue, caballo, águila, relámpago, bandera… Con esas palabras de Petőfi dibujo el paisaje poético que me gustaría describir.




Imagen de la puszta, con uno de sus característicos
pozos y abrevaderos para el ganado.
(Foto © Accoramboni / Wikimedia Commons)

No es fácil. Nosotros, los húngaros, al igual que otros pueblos, de vez en cuando debemos arrancar las palabras de nuestro poeta de los folletos turísticos. Una razón más para explicarme. Al calificar de surrealistas las descripciones de la puszta de Petőfi –fragmentos chocantes del pretendido realismo–, hago entrar en mis cálculos el factor del tiempo. Ese paisaje no existe; si acaso, existe únicamente en los mencionados folletos, en pequeñas publicaciones dedicadas a los turistas. Y sin embargo, ese paisaje existe, se extiende a lo largo y ancho de la obra de un poeta con la ventaja –ilícita, podría decirse–, de habérsele aplicado esa pátina suplementaria que siempre va unida a la caducidad de los objetos más reales.

Dejemos, sin embargo, el tiempo a un lado. Tomemos el texto. Los textos de Petőfi son precisos, pero todos conocemos, ¿no es cierto?, ese fenómeno que consiste en la transformación repentina de la descripción más precisa, lo cual ocurre, precisamente, gracias a su precisión. La acacia, el juncar, el campanario, empiezan a hacerse iridiscentes cuando se los contempla con intensidad. Esa esfera de radiación extraordinariamente delicada que se produce alrededor de los objetos es una característica de Petőfi. Su estación es el verano, y su hora favorita, el mediodía, cuando la luz es más brillante y, por tanto, deslumbrante hasta el punto de que el centelleo distorsiona los contornos de los objetos. Es ese minúsculo desplazamiento, ese espejismo –en sentido propio y figurado–, lo que añade algo más a los croquis del poeta, a sus acuarelas transparentes, y así es como surge el poema de Petőfi.




Paisaje de la puszta según una pintura del artista
húngaro contemporáneo Lajos Paszthory.

Pero, ¿cómo lo hace? ¿Cómo traslada lo que ha visto y sentido al plano de las realidades textuales, con sus imágenes tan veladas, con sus irisaciones, con los constantes primeros planos de los objetos y las pasiones? Sería difícil decirlo y, sin embargo, hay que decirlo una vez más, porque es precisamente eso lo que constituye esa fuerza que le permite demoler y recrear las formas (y no pretendo afirmar que la demolición de las formas tenga que ver con las relaciones entre el verso libre y el verso impuesto, sino que me refiero más bien a la proporción del espectáculo y de la visión, a la interferencia entre lo concreto y lo abstracto).

Situado entre el romanticismo y el simbolismo, Petőfi nos ha hecho creer que la realidad válida es la que se ve, la que se dice, dejando en la sombra su gesto transformador; ese gran gesto con el que ha presentado el mundo idéntico, ajustado a sus propias palabras. Nosotros no podemos caer en un olvido tan grande. Nosotros debemos separar los planos de Petőfi a la manera del siglo XX, discernir entre el plano emocional y el concreto del del texto para darnos cuenta, precisamente, de la calidad de su innovación.

Petőfi es uno de esos grandes espíritus del siglo XIX que llevaban intrínseco el germen del estallido que se produciría en el siglo XX. La región que él recorrió no es ajena a los caminos reales y poéticos que le sitúan entre Victor Hugo y Rimbaud. Podría afirmar que él sembró a los cuatro vientos, y por eso nosotros no podemos permitir que esos caminos se conviertan en tierras baldías.


Versión de Albert Lázaro-Tinaut a partir de la versión francesa de Géza Kardos y Pierre Waline publicada en el Almanaque Internacional de Poesía Arion 6 (Editorial Corvina, Budapest, 1973).


IMPEDIMENTA agradece a Zsigmond Kovács la supervisión de estos textos.

Con un clic sobre las imágenes, éstas pueden ampliarse.

Publicado por Albert Lázaro-Tinaut en IMPEDIMENTA



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