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viernes, 24 de septiembre de 2010

1466.- JOTAMARIO ARBELÁEZ


Jotamario Arbeláez nació en Cali, Colombia, en 1940. Uno de los fundadores del movimiento Nadaísta en Colombia, que contó con las vanguardias europeas y el movimiento Beatnik norteamericano, como sus precursores fundamentales. Obra poética: El profeta en su casa, 1966; El libro rojo de rojas, 1970; Mi reino por este mundo, 1980; La Casa de la memoria, 1985, Premio Nacional de Poesía; El espíritu erótico, 1990; En paños menores, 1994; La casa de memoria, 1995; El cuerpo de ella, 2000. Sus memorias aparecieron en el 2002 bajo el título de Nada es para siempre. En 2008 ganó el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, en Venezuela. “Ha llegado el tiempo de los asesinos, clamaba Rimbaud. En mi país ha llegado la guerra. Luego ha llegado el tiempo de los poetas. ¿Y qué puede hacer un poeta en la guerra aparte de no dejarse matar? ¿Aparte de tomar nota para la epopeya futura? ¿Deberá dirigirse a los bandos en trifulca y clamar por una paz boba? Lo único que le queda es no embanderarse, porque en el bando que se ponga la lleva perdida, ya que ningún bando tiene razón. Sobre todo si desconoce las razones del otro.”



LOS POEMAS PERIODICOS

Una señora muy aseñorada, llena de remiendos y sin ninguna puntada,
me preguntó en el lanzamiento de un libro de poesías que por qué había dejado de escribir esos mi tan buenos poemas de cuando era joven y nadie respondía por mí
–y aquí se le quebró la voz–,
para dedicarme semanalmente a expresar por medio de la prensa escrita éstas, cuando no lánguidas, tórridas prosas acerca de la prosopopeya del acontecer.

Ay, señora, le lloré sobre la rodilla
–pues el hombro estaba ocupado por una mantilla adquirida en Sevilla–,
porque por lo que usted llama mis buenos poemas nadie da un céntimo,
y en cambio con todo lo que expreso en prosa cambia la cosa.
Sin necesidad de agredir a las que ahora llaman divas prepago,
en las revistas del corazón, del sexo y demás vísceras me consienten con razonables tarifas
por todo lo que expreso acerca de mis relaciones peligrosas con semovientes empolvadas
–y de allí me dan pie para tratar cualquier tema con mi reconfortante ironía–
con tal de que el elemento expresivo no sea el poema.

Así, en los últimos años, no aparece una poesía con mi firma –ni con la de nadie–
en ningún periódico o revista –que ya no publican poemas–,
y en cambio sí me dan todo el despliegue con notas que parecieran no requerir la majestad y el cuidado de la manifestación lírica.
Pero mamola, como decía Gaitán antes de que lo inmolaran.
Todo lo que escribe un poeta son poemas, así sea manifiestos de aduana o últimas cartas al señor juez.

Amén de quienes me tratan más mal mientras mejor me expreso,
de quienes no toleran que me apoye en metros tan dispares que saltan a los territorios prosaicos, sin contar con que vienen armonizados con mi sana respiración de no fumador,
algunos lectores superlativos me lo han manifestado y me voy a poner en esas. Debo seguir expresando mi poesía sin temer a la vecindad de la prosa.
Que no será la pobre prosa que está condenada a ser mañana la del periódico de ayer.

Mire usted, mi señora, este texto precisamente, hace poco publicado en la prensa,
fíjese cómo lo pongo sobre la mesa de disección, al lado de la máquina de coser de mi padre y el paraguas de Lautreamont,
atienda cómo le voy rebanando unas cuantas lajas superfluas, que reemplazo con alusiones carnudas a la guerra que nos desangra y a la poesía coagulante,
mire cómo lo voy partiendo en retazos de partitura y ya está el poema, recuperado,
empacado al vacio y directo al grano.

Los poetas deben dejar de croar poesías para dedicarse a escribir lo que les corresponde, dado su manejo del concepto azaroso.
Poner al poema a exigir la paz, es no dejar en paz el poema, para que él mismo se encargue de exasperar al viento que exaspere al violento.
Los antagonistas dicen hacer la guerra para obligar al otro a que haga la paz. Y por eso piden que sea el otro quien abaje las armas.
No se le pidió al poeta que tomara partido. Pero vaya si Homero y Afrodita no estuvieron de parte de los troyanos. Y si los más serios cronistas de la segunda guerra mundial no se manifestaron en contra del holocausto.
Nos están matando a todos así el muerto no seamos tú y yo. Y para señalar todas estas muertes tenemos que alzar la mano llena de versos punzantes y dejarla caer sobre el victimario.

Entiendo que mucha gente no comparta que este tipo de temas se envuelvan en poesía. Pido perdón a quienes aún respetan los formatos tradicionales.
Pero a ellos les prometo que con este lenguaje –en el que lo importante es el tono más la chispa de virulencia–,
es posible ganar, en algún momento, un importante premio de poesía. ¡La madre que si!






ANTEPASADOS

Mis antepasados entraron a sangre y fuego en América conquistando y arrasando
Mis antepasados se defendieron con los dientes de esta invasión de bárbaros

Mis antepasados buscaban el oro para cuadrar las arcas de sus monarcas y saciar sus
propias sedes
Mis antepasados ocultaron el oro de sus ritos al sol bajo tierra y bajo las aguas

Mis antepasados nos robaron la tierra
Mis antepasados no pudieron recuperarla

Cómo siento en el alma no haber estado en el cuerpo de mis antepasados

¿De parte de cuál de mis antepasados me pondré contra cuáles?





POEMA DE INVIERNO

Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.





LA CORTE DEL CORTADOR

Abuela peinaba una trenza blanca que le daba hasta el lejano nacimiento de la nalga,
no tenía un solo diente en todo su cuerpo
y gustaba comernos a sus nietos las mejillas durazno con sus encías.
Trajes de medioluto llenaban el armario de medialuna
traído a lomo de mula desde su casa del Río Negro
hasta la casa de este barrio de Cali donde parquearon sus pesares.
Su esposo por la carne había descendido
dejándole el retrato con un bigote sepia apuntando al techo
y dos mujeres y dos hombres que pariera en la pieza de los trebejos.

Uno de ellos mi padre muy pronto alzó sus velas y se fue a ver el mundo al pueblo vecino.
En ese tiempo el mundo era más pequeño, era más largo el tiempo y enorme el corazón
como la sonrisa.

Novias tuvo mi padre que a la crónica se le escapan,
seguramente bellas tras el marco de sus ventanas
donde salían hasta el ombligo a escuchar a la luna a la luz de sus serenatas.

Madre entretanto en un país vecino lleno de frutos, demoraba en nacer.

Padre tenía entonces una edad que le permitiría ser mi hijo
a caballo por las montañas. Me contaba en la cama donde nací
muchos años después que no hay agua más dulce que la bebida del sombrero
ni sueño más despierto que debajo de un árbol en la tormenta.
Comió carne de monte, se amamantó de cocos y vagó por las vegas sin rumbo fijo.

Una luz a varios kilómetros es volver a la vida y a la esperanza.
Se aceleran corazón y caballo. Se entra gritando. La posada sobre la piedra.
Hacerse a la confianza del posadero con las tres brasas en la cara, los dos ojos y el infierno
del cigarrillo.
Aguardiente para alisar la piel de gallina, fríjoles con arroz para el hambre de largos
caninos.
Dios es grande en la Biblia y atravesando los profundos cañones de las montañas.
Al fin una almohada para tender el sueño, una manta espesando sobre su cuerpo, olorosa
a jazmín machacado con la rodilla.
Y a roncar bajo el cielo insomne que comienza a resfriarse con la neblina.

Bogar el chocolate mañanero ante la primicia del sol y roer el queso
en presencia de la misma vaca que lo produce y aventura un mugido como saludo.

Sabe padre por el olfato que en esa fonda caminera canta una axila
de la estirpe de las flores salvajes de los barrancos
y demora la cuenta y la despedida.
Debe ser una Adelfa, una Hortensia, una Margarita, una Dalia, una Rosa, una Flor de Loto.
Lo verá en la quebrada cuando pase otro día a nado la tierra.

Lleva siempre entre su bolsillo un libro de versos
de don Ramón de Campoamor y con ese libro
enamora a diestra y siniestra.
No hay campesina resistente al empalagoso español ni al bigote incipiente que lo recita.
Con el fondo musical del murmurio de la quebrada
la mujer con nombre de flor poco a poco se despetala.

Retira de sus labios la dulzaina y la golpea tres veces contra la palma de la mano,
enrolla su metro, guarda el paño de agujas en su cartera
y de Abriaquí parte a caballo el errante sastrecillo para otro pueblo.
Ha oído que lo esperan en Sopetrán.






LA FLECHA ENCENDIDA

He perdido, de golpe, la cuenta de mis infortunios.
Pegado todavía a las faldas de mi madre, en esos días interminables en que ni una sombra
de sol pasaba por casa
oí de los sufrimientos del hombre que ama. Yo del amor sólo tenía
vagos recuerdos de lactancia. Mi padre,
quemado en el trabajo, donde se fue llenando de arrugas mientras planchaba pantalones,
era el ejemplo de que por más sonrisas que pinten en los bazares
este mundo no rueda hacia la felicidad.
Pantalones pelados de terciopelo los días.
Hábitos llegados de lejos, de torpes abuelos aferrados a la montaña,
manopla tardía para salir al asfalto,
todo llegaba a la hora en punto del regreso.
Dolor en los ojos hasta las lágrimas por vidas de ficción en hojas de papel cebolla,
la tragedia del delfín en los abismos del trono, gemidos de mujer en hoteles de mala
estrella,
un balazo en el pecho perforando el pañuelo de cuatro puntas.
El señor Jesucristo fue premio de montaña a mis ojos afiebrados por un mundo más apto,
corté con mis espadas por la causa del hombre,
frecuenté baptisterios de ingenuos catecúmenos quienes me propinaron a golpes de
garrote un nombre mesiánico,
y tabernas inglesas donde falsos apóstoles jugando dado con utópicos terroristas
me decretaron el hazmerreír vitalicio de los decentes ciudadanos
cuya vida entretanto sopesarían en balanzas de un solo plato
en los ardientes tribunales de la conspiración encarnada.
¡Críticas contra la tiranía, adónde me habéis llevado!
Pude haber sido monje para partir uvas al viento,
destazador de cerdos vi por mi juventud en paseos a pueblos de quebradas azules.
Apto para morir, voy en bajel delgado sin una luz en la tormenta,
un tríptico en mi cuello con mi madre y mis dos abuelas,
la llave de la vida sellada en un bolsillo tan secreto que ni fondo tiene.
Pero hablábamos del poema. El poema rezuma de mis heridas.
Parvos eran mis años cuando recibí entre las cejas esta flecha encendida.
Iba solo en mi bicicleta. Ujieres se aprestaron a rematarme.
Saqué valor de algún antepasado que surca mis venas.
Y conservé la vida como la sangre fría en barriles de vino.

Así pasó la infancia como el Graff Zeppelin en su vuelo hacia la ceniza.
Y pelos en el pecho colocaron mi torso entre bailarinas.






LA LECTURA EN TINIEBLAS

Mi padre no me dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.








POMPAS FÚNEBRES

Enterró a su abuela como pudo, con amor, con modestia, con pobres recursos.
En ese tiempo ganaba poco dinero; no había querido terminar sus estudios.
Enterró a su padre con toda la pompa, estrenando vestido, con misa cantada.
Lo habían ascendido en su empleo; le hicieron un préstamo.
Enterró a su madre con un funeral tan solemne
que el cortejo colmó varias cuadras
y las flores no cupieron en el cementerio.
Los tiempos habían cambiado; ahora manejaba el negocio.
Enterró a su amigo del alma en su suelo nativo; fletó dos aviones
que llevaron al sitio cadáver y deudos.
Se había vuelto persona importante: tenía crédito en todos los bancos.
Enterró a la mujer de su vida en un gran mausoleo
custodiada a los cuatro horizontes por un mármol de arcángeles.
La Fortuna le había sonreído; marchaban las cosas.
Murió pobre, de golpe. Liquidada la empresa lo habían despedido.
Los ahorros de toda su vida había dilapidado en entierros.
Hoy reposa en la tumba contigua
a la tumba que ocupa su abuela.






ABUELA DE PÁJARO

No escribas más poemas no escribas más poemas
Me gritaba mi abuela desde la cocina
Vas a inundarlo todo ya no puedo moverme
No encuentro mis bombachas en los baúles
Se me ha ido la mano de pique con los tamales
No soporto más burlas por las tapias del vecindario
No escribas más poemas sal a la calle
A conseguirte una muchacha
A conseguirte un fusil aunque sea
Lástima no pareces mi nieto
Yo siempre he sido revolucionaria






Los inadaptados no te olvidamos Marilyn

Ahora que los gusanos han echado sobre tu cuerpo la primera palada de olvido
ahora que vives debajo de Los Ángeles sin necesidad de psiquiatras
ahora que el hueso altivo de tu cadera es puro polvo en una caja
y puro polvo son tus nalgas diseminadas por el suelo de raso de tu tumba
ahora que la totalidad de tu cuerpo cabe en la más pequeña de tus polveras
ahora que las uñas de tus pies yacen a tus pies disgregadas como planetas muertos
y los tacones de platino de tus zapatillas de gala se doblan entre canastas de
champaña bajo el peso terrible de la ausencia de tu talón de Aquiles
ahora que en tu ropero los polillas han hecho lo propio con tus trajes olorosos a
fiesta en Beverly Hills a Chanel número 5 a los cinco dedos de una mano
ahora que el millonario excéntrico que alquiló la mansión que habitabas en
Brentwood ha dejado de buscar tus axilas en los rincones de la sala y
organiza con sus invitados un safari de rinocerontes en Perú
ahora que el psiquiatra que te atendía se ha declarado en quiebra y para pagar sus
impuestos está escribiendo tus ‘memorias’ y además porque a sus tres
esposas les hacen mucha falta los doce mil dólares mensuales que le
entregabas de honorarios
ahora que las pastillas soporíferas que tomaste se agotan rápidamente en las
farmacias como canciones de cuna definitivas
ahora que hasta en las cintas viejas de celuloide se están cerrando tus ojos
cansados de soportar tanta pestaña tanta vigilia tanta viga
ahora que ya nadie sabe quién era norma jean baker porque las Baker norma jean
abundan en los directorios telefónicos
ahora que los 188 mil millones de psicópatas ya no te ven en sueños en inglés con
leyendas en castellano como una bruja de salem volando sobre un bate de
béisbol
ahora que la obra dramática de tu ex marido sobre tu vida ha quedado en tablas
ante los críticos de Broadway
y ha dejado para siempre de alumbrarte el sol de los fotógrafos
oh gata llena de misterio sobre el mercedes benz del olvido
en este pequeño país latinoamericano que se llama Colombia
vivimos varios poetas inadaptados que no queremos olvidarte
(tú Marilyn fuiste más importante para nosotros que la doctrina Monroe)
y que nos acordamos de ti cuando sale la luna sobre los “jaguares”
cuando bajamos deslizándonos por la pasarela del jet
cuando leemos en la prensa que Dalí ha hecho de tus senos una escultura de
gavetas
y nuestras mujeres gritan en los más alto de los ascensores
A veces como ahora te elevamos una oración por qué no te elevamos en una
oración
en un réquiem en un anti-réquiem en un responso qué sabemos nosotros de esos
nombres
sólo que cada hombre ora a lo que más ama
sobre todo si lo que más ama está muerto
y es entonces cuando queremos acostarnos boca abajo en el cementerio de
Westwood
para sentir en nuestros poros púbicos las lanzas de hierba que crecen desde tus
ingles norteamericanas
ahora que estás muerta y reposas enquistada sin muchas esperanzas en la
resurrección de los cuerpos
en ese pequeño lugar que es como el ombliguito de América
luego de haber vivido entre reflectores y niebla
entre almacenistas y magnates
entre dramaturgos y policías
entre los espejos y el espejismo
del amor








Corona de púas

1

Tolero que me ames a condición de que desaparezcas.
Nunca es tan indeseable la presencia del amador
como cuando el amado va por su amor a otro tablado
y el amador se le interpone.
Y el amado piensa que es amador a su vez
indeseable de su amor.
Sobre la felicidad danzan los amantes,
¿pero sobre la felicidad de quién?
Cuántos damnificados del amor nunca descubren
la danza orgiástica de sus objetos
sobre sus lechos y derechos.
A nadie le deseo ni a mi peor enemigo
ser amado como yo amo.

2

Siempre tuve casa en mi corazón para recibir el amor sin corona de
penas
y sin corona de penas acostumbraba llegar a acariciar mis huesos hasta
dejarlos blandos
y yo al amor acariciaba igualmente los huesos sin corona de penas
hasta dejarlos hechos polvo

3

Una vez bien peinados nos lanzábamos a romper corazones
y de paso rompíamos virgos
Los corazones quedaban destrozados per secula seculorum

4

Tuve cuando mi columna vertebral era fresca relación con amores que me
doblaban la espalda
y con amores que se permitían un secreto tan guardado que se les brotaban los
ojos
amores que bailaban la danza de las tijeras
amores que cambiaban de nombre cuando se apagaban las luces

Amores que lastimaban por el hecho de despedirse lastimaban desde el saludo
que dejaban el par de cuerpos que tenemos para atenderlos crucificados en el aire
amortajados amoríos como carnes de frigorífico

Las mieles del amor son espesas como la sangre

5

Se puede hacer el amor al amor cuando está dormido
para tener la seguridad de no hacerle daño
Todo cuerpo dormido flota en el aire del amor como pluma del mismo ganso
y tan solo el cuerpo despierto tiene velas en ese entierro
Con esas mismas velas alumbrará el camino que va al infierno

6

Si me tocara hacer el recuento de los amores que me han herido
ya me hubieran amortajado
Las heridas no eran tan graves
pero tantas y tan seguidas
que la sangre que queda sigue corriendo

7

Armas galantes del amor son la cortesía y la perfidia
En amor todo aquel que saluda saca las uñas
Sólo cuando el amor profana el templo que toca pone a sonar sus campanas
Objeto del amor es el inocente sujeto
sometido a sus vejaciones

8

A mi lujuria dale un cielo de mártires
Cuando termine este poema habrán abolido el pecado

(1989-1992)








Amigos

He tenido en la tierra amigos que se desprendían la última tira de su camisa
para vendarme la frente herida por esquirlas en el campo minado del honor.
Amigos que partían a la plaza en busca de una paloma
y regresaban a frotarme con ella los males de la espalda y si así no curaba a
prepararme un caldo en su propia sangre.
Amigos que cuando me veían rodar persiguiendo abismos no se reían.
Amigos que me llevaban de la mano cada que me sacaban los ojos.
He tenido en la vida amigos que me servían un té para que no me muriera.
Que me abrían las trampas de sus casas para esconderme del ojo del huracán.
Amigos he tenido que dormían con el suelo para que yo libara una luna de miel sin eclipses.
He tenido en mis años amigos que ponían su pecho a las balas que arañaban mi
espalda,
que se hacían pasar por mi sombra cuando no me daban de baja.
He tenido amigos lejanos que aún sacan por sus calles a caminar mis ojos para que
no se apaguen mis pasos.
Amigos que sumados hacen este total en mi espejo.
Ah mis amigos,
nunca fui más que uno de ellos.
(1985)






Enemigo

Me senté
a la orilla del río
y no vi pasar flotando
el cadáver de mi enemigo

Me senté
a la orilla del camino
y no vi pasar el entierro de mi enemigo

¿Qué se habrá hecho mi enemigo?

¿A la orilla de qué río
o de qué camino
se habrá sentado mi enemigo?

(1972)


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