ROBERTA HILL WHITEMAN nació en Estados Unidos en 1947. Poeta de herencia Wisconsin Oneida, tribu que fue forzada a diseminarse a través de varias porciones de tierra en los Estados Unidos y Canadá. Autora de Philadelphia Flowers: Poems 1996 y Star Quilt (1984), una colección de poesía que integra a su cultura ancestral con aproximaciones Europeas al verso. Un sentido de desarraigo engendrado por la migración forzosa ha sido durante mucho tiempo parte de la cultura Oneida, y esta actitud es evidente en la poesía de Whiteman. Los escritos en Star Chile están centrados alrededor de seis direcciones básicas: norte, sur, este, oeste, cielo y tierra. Whiteman le da crédito a la influencia de otros escritores Nativos Americanos contemporáneos así como su padre músico y su ilustrada abuela por inculcar en su trabajo con sus propios ritmos y confianza. Whiteman indicó: "Por la mayor parte de mi vida sentí una especie de exilio y enajenación y un miedo.... Pero hay una sensación de hogar y de completación que también siento. Pienso que de alguna manera parte de mi ejercicio de escritura es dejar las cuentas claras -para mí, para explicar cosas a mí misma como si siguiera siendo una niña adentro." Sus poemas tejen a la naturaleza con la experiencia humana, realzando en el lector el respeto por y la identidad con la naturaleza. Su estilo de relacionar cosas pequeñas con grandes es una característica del trabajo de Roberta que atrae al lector y lo conecta con la temática del poema. Whiteman escribe y habla con una honradez profundamente conmovedora acerca de sus experiencias como mujer americana nativa, las experiencias que son inseparables de las luchas de su gente. La poesía de Whiteman captura el movimiento lento de experiencias dolorosas del racismo y cólera hacia una visión de la esperanza, un diálogo con un futuro más positivo.
LA TIERRA Y YO SOMOS UNO
I.
Desde las capas estelares
un astro, cuya fragancia llena el vacío,
viene bailando,
Desde las capas de aire
vuela el sol, hermano nuestro.
Estamos envueltos en sus alas.
Su mirada dorada nos echa a girar
por el espacio,
por el tiempo,
por la oscuridad.
En la luz del amanecer caminamos agradecidos
en un mundo vivo.
El mundo vivo nos respira,
entra y sale,
da vueltas y sube
por espacios celestes,
por espacios donde las estrellas moribundas todavía tiritan.
Las sombras se alargan y se vuelven osadas.
El día se suelta el cabello
y emprende un viaje por el camino abierto.
Cada día, una nueva visión,
nubes y barrancos,
vientos azules y retoños.
II.
Ahora yerbas azules, yerbas verdes
nos dan un sobresalto por su alcance,
impulsadas a temblar por las hojas descompuestas
con la energía urgente
de sus cantos suaves
y tiesos.
Estas yerbas seducen a los gansos
hacia el norte, hacia el norte.
Ahora, descansemos en su tacto difuso.
Que su deleite brille sobre nosotros
hasta que nos desperecemos también
en este mundo vivo.
Bajo una llamarada de arces,
bajo abedules que sacuden sus amentos,
bajo la firmeza masiva del pino blanco,
sobre fresas maduras,
sobre cerros que resuenan
con ráfagas lluviosas y retoños,
caminemos agradecidos en este mundo
vivo otra vez.
Traducción de John Burns
LAS 3:15 DE LA MAÑANA
Otra vez, no te puedes dormir cuando la luna en la ventana,
agarra las persianas y corta la luz en rebanadas
que son letras. Sus palabras llegan sobre las paredes
y el techo. En la oscuridad violeta y verde
No te preocupes, escribe la luna.
Lo que hay debajo de ti
es un enorme corazón cálido
plegando tus deseos y tu alegría
en flores nuevas.
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