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viernes, 17 de septiembre de 2010

1337.- MOHAMMED AFIFI


Mohammed Afifi nació en Ramlat al-Aniab, provincia de Manufiya, Egipto, en 1935. Poeta y filósofo (especialista en el pensamiento presocrático, misticismo medieval y filosofía post-hegeliana). También es editor y periodista literario. En Bagdad editó la revista literaria Al-Aqlam. Su obra, enraizada profundamente en la herencia cultural egipcia, ha sido considerada uno de las más fecundas y complejas de la actualidad. Algunos de sus libros de poesía: From The Notebook of Silence (1968); Features of the Empedocesian Face (1969); Engravings on Nocturnal Crust (1972); y The Silt Speaks (1977). Por sus objeciones en contra de la Guerra del Golfo, fue prisionero de conciencia durante setenta días en la primavera de 1991.




Poemas de Mohammed Afifi



Esta noche comienza

¿Una eternidad de sombra o una noche cosechando
La negrura de pestañina y nicotina de la arena de las calamidades del Tiempo?
Tus ojos bajo una venda atados, su nudo zozobrando
Entre tu cráneo, y tú apaleado
—Oh último de los cautivos mas no redentor
Tu país tormentoso, su viento y arena puestos en cautiverio-
Y esta noche comienza...
En medio de tus párpados el país amontonado:
dos esferas de amentosa sal
La noche comienza...
El sol, astillas de relámpago, desciende sobre tus ojos
Desde Su sublime reino. Tú gritas
No serás rescatado hasta que tu cara se descomponga de modo repugnante
Sabes entonces que esta noche comienza...
En sus minutos tú cuentas solamente llamadas de rescate por el perdido amanecer
El viento sublevando sus resonancias hasta las lágrimas de Alá en los horizontes
Esta noche comienza...
Dispón una muerte para tu sueño y crea un sueño para tu muerte
Oh paciente cuerpo
No dijiste tú: “¿El miedo es tu peor miedo?”
Devela la llegada del terror
Tamiza tus cenizas, manifiéstate tu mismo
Elige entre los horizontes creados por la atrevida ave Roc.






Mawwâl desde los Jardines de una Mujer

Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn, *
Yo soy los pasos,
En mi sangre está el sendero,
Soy el sembrado por las inscripciones
En el viento, o el goteado sobre pellejos,
Apagado, precipitado en si mismo,
Frente golpeando en la roca,
Haciendo que el desconocido abra el muro
Entre su cara y la tumba
En el reino de las cosas.
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn,
Yo soy el que lleva
Desde las ciudades del horror
Las llaves del tesoro -
Así que levántate: un abismo ondulado
Erguido en mi sendero
Y, a mi vez, yo inicio
La primera de mis encarnaciones
Cayendo entre símbolos.
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn,
En mí esencias rezagadas
De musgo acuático y chispas
Y la pasión
Por tejer en telares de nombres;
Llevo en mis dedos argollas
De tu suelo que se fermenta
Con prístino misterio.
Si yo digo ¡Oh árboles!
Verdes capullos estallan en el cuerpo
Y frutas caen en mi boca.
Si digo ¡Oh cielo!
En las esferas de los ojos
Las estrellas de la oscuridad y del día
Se redondean.
Si digo ¡Oh creación!
Flores del pecho y soleada pelusa
Encarnan el estremecer de las ciudades
Nacidas de la unión
De estirpes de sangre e inscripciones.
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn,
El delirio me desborda,
Estaciones de cosecha yacen pesadamente
En mi memoria,
Mi cabeza, densificada por el poder y la poesía,
Cayó adelante, yo dormitaba...
Mi cuerpo: la tierra excavada;
Creación: un puño de mi arcilla;
El pueblo: mis niños;
¡Ya layl!

* Oh noche, oh ojo






Mawwâl de la Mirada Distante

Oh tú que escuchas mi voz,
Cuando quiera que negros cuervos graznen
A la hora de la mañana alta,
Cuando quiera que entonen oscuridad las emociones
O un búho cante en la decrépita percha,
Respondiendo a las modulaciones de mis estados
En los escombros del alma.
Oh tú que me escuchas,
Mi voz es un tatuaje de gacela;
Serpientes enrolladas en sus mapas,
Cuerdas a través de cuerdas,
Una telaraña tejida laboriosamente
Por un conjunto de tempestades.
La camorra es la última cosa
Mi morada en ruinas preservada para mi:
Ascuas del corazón quemadas entre su arena,
Amor: el espejismo de una silla de elefante en su desolación,
Corriendo e irradiando siempre que me mueva o permanezca,
¡Ya layl!







Mawwâl del Bardo

Hago el llamado
Sólo si se me escucha,
O éste alcanza a alguien...
El desovillar del río
Sobre el suelo del discurso:
Nada sino una tierra con sangre de arcilla;
La tierra cabeceaba bajo el vidrio de la oscuridad,
Fundiéndose en él,
Cuando la joven yegua del arghûl soltó
La tensa brida;
El bardo,
Ante la dispersión de los invitados y la fiesta de bodas,
Lloró su amor, año tras año.
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn, ah
El rostro misterioso del país
Trazado por la visión:
Laberintos de pájaros en nubes de tormenta,
Y el río creciendo, sus riberas
Una suerte de profundo sueño.
Las ruedas hídricas sólo sueñan
En la herida y la sangre
Alojada en la arcilla
Y en el alimento del destete mawwâl,
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn, ah
Se me escucha,
Solamente si llego a alguien...
Fantasmas sobre el río fanfarronean
Y nidos de paloma decorados con sangre
Entre los pasos y el cieno,
Una aurora de sangre flotó sobre el río
Arremolinando sus brazos y atuendos
Y una cara desde las envolturas de la muerte miraba a hurtadillas,
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn, ah
El bardo flotando sobre el agua,
Con pasos pesados el río lo arrastra
De pueblo en pueblo, año tras año.
Yo llegaré a alguien... sólo si
La cara del país misteriosamente
Moldeada
¡Llegase a brotar súbitamente de la arcilla de palabras!
Ya layl, ya ‘ayn, ya layl, ya ‘ayn, ah.


Traducciones de Rafael Patiño


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Este sol viste una viva camisa de sangre

Una herida abierta desde su rótula, vasta como el viento
Y horizontes que vierten primaveras de sangre revelando palmeras y pájaros.
Paz que perdura hasta caer la noche... Paz
Las mujeres del río se levantan:
Tobilleras de hierba entretejen cintas de
Cieno y plata, deseo humedecido por la espuma del agua;
Las mujeres del río convocan a los pájaros,
Con chales frotan el cristal del horizonte.
Lamentándose, esparcen tibias congojas.
Paz, que perdura hasta caer la noche... Paz.
Los campos doblaron sus rodillas.
Las rejas del arado, fundidas se extendieron.
Dormían las serpientes.
Sudarios de paz se apilaban: suave heno y plumaje
Los toros, en pie, dormitaban
En sus ausentes ojos fosfóricos, palidecían las estrellas de la noche.
Paz; esa máscara de noche piadosa.
Lo viviente medio despertaba, lo mortal medio dormía.
Esta tierra parecía vacía.
Cuando fue recitada la plegaria nocturna y advinieron los ángeles del sueño,
Cuando duerme como el sol levantado con su verde radiante de renacimiento, su signo
de iluminación.
Entonces, por su gracia, me arrojé a las diurnas orillas y abrí una ventana en la mitad
mortal;
me envolví en la mitad viviente y la visión irrumpió:
Me alejé de los límites de las sábanas y del perfume de las almohadas.
¿Habrán dejado los cobertores sus audaces designios arbóreos en mi rostro?
Mi rostro se transformó en hojas al vuelo, frutos caídos, vástagos nacientes.
Una yegua imperial irrumpió en casa de mi padre:
El espacio se doblegó ante ella.
La plata, los relámpagos de sus cascos son las luces de Granada y aquellas tierras
más allá del río.
El mercurio y el alcohol del espejo de sus ojos, una hoguera de escombros reales.
Mi forma flota desde el cuerpo de mi sueño. Fosforezco.
Árboles se extienden como trazos sobre mi rostro,
Frescas lágrimas verdes imprimen primaveras y aguas crecientes en mis facciones
Mi forma flota desde el cuerpo de mi sueño:
La estrella Canopies parece una flor trémula en la grieta del corazón.
La oscura sangre de las primaveras de la vida se ha perdido. Surgen caballos desde
el Amma del libro,
Se expande la circunferencia de la tierra.
La paz perdura hasta el amanecer... La paz.
Mis rodillas accedieron a la morada en los anaqueles del horizonte.
En mi rostro se agolpan relámpagos de escritura, hojas verdes y agua.
(Las cartas, una nación entre naciones, se encomiendan, dirigidas.)
Los pájaros irrumpen desde el domo del viento como irrumpe un manantial.
Recuerdo... es éste el diván del horizonte.
Mi cuerpo es un pabellón. Reino en algo que no es mío ni de otros.
Recuerdo... en lo profundo de mí corre un río de imágenes vivientes;
Y las primaveras juguetean a mi gusto.
Recuerdo... el globo terráqueo se aproximaba y los cielos vinieron a mí,
intercambiando vestimentas.
La mezcla de criaturas de la memoria y el matrimonio de lo no masculino
con lo femenino;
de lo no femenino con lo masculino,
y las alegrías de los poderes terrenales
Me dieron la fuerza para conjurar con las fuentes de fragmentadas imágenes
de la memoria.
Conjuré delicadezas, imágenes y cantos como quise.
La pausa en el Ser del Libro perenne.
La alegría se llenó de tiernas preguntas,
Y el follaje del rostro goteó con húmedos temores
Y los brotes de intrincados descubrimientos.
Supe que seguía el sendero de la Ascensión. Mi morada es la última certeza.
La circunferencia de la tierra se expande.
Los cielos surgen como vestiduras que desgarran
La gastada línea del río viviente,
Bajo las vestiduras de los océanos una ventana abre sus puertas.
Los Sabios Orientales, los Herméticos y los Gnósticos participan del banquete del
diálogo luminoso.

Al-Suhrawardi respira en la plenitud del espacio, reparte el pan
y el plateado pez del Nilo. Cena en la plenitud de la anarquía
y bebe en la profusa emanación de lo incesante.
Los Herméticos tejen la capa de cantos y encantamientos.
La despliegan para la noble tribu, las bestias y los pájaros, como descanso,
cubren el espacio para iniciadas y limitadas criaturas
dos, tres, cuatro veces y por encima del último número que pueda
la memoria retener.
Erigiéndose desde el sueño las mujeres del río develan bronceadas piernas,
cieno y hierba terrosa.
La paz perdura hasta el amanecer... La paz.
Una yegua relincha en la casa de mi padre.
La casa de mi padre es un nómada en el cuerpo de mi sueño.
Los dos Éufrates leen algo así como un libro de sangre naciente y el Nilo es un libro.
El Océano arranca las vestiduras de sangre difusa.
Entonces el desierto se reviste, la extensa tierra y las cuarteadas
ruinas son adornadas por el resplendor del relámpago
por la verde vida del fuego.
Con guantes púrpura y medias femeninas de oro en filigrana
el sol penetra los flancos de la noche.
Sale y se oculta
Desciende con el murmullo de las sabandijas, el tintineo
de los insectos, con el deslizarse de
los reptiles.
Los pasos se acortan.
Yo me fustigo en los andrajos del medio día.
El aroma del sueño nocturno respira
Y las pesadas frazadas de lana se levantan.
Colapsan los húmedos cobertores de algodón.
Paz, una araña sangrienta revestida de rasgos similares a la Paz.
El agua mana del cuerpo.
La memoria mana del agua.


Traducido del árabe al inglés por Ferial Gbazoul y Desmond OGrady
y del inglés al castellano por Carlos Bedoya






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