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lunes, 13 de septiembre de 2010

1263.- STÉPHANE CHAUMET


Stéphane Chaumet nació en el norte de Francia, al borde del mar, el 26 de marzo de 1971. Ha vivido, entre otros lugares, en Estados Unidos, México, Siria y China. Autor de cuatro libros de poesía: La morsure et la pierre (La mordedura y la piedra), Dans la nudité du temps (En la desnudez del tiempo), Urbaines miniatures (Urbanas miniaturas) y La traversée de l’errance (La travesía de la errancia), también de una novela, Le goût du vertige (El gusto del vértigo), de diversos cuentos y de un relato Au bonheur des voiles (El paraíso de los velos) que cuenta su experiencia en Siria. Es también traductor de poesía latino-americana contemporánea. Al decir de Lucía Samarra, en la obra de Chaumet “… podemos descubrir y contemplar los múltiples territorios velados, seguir paso a paso la lectura de su universo entre la intuición, la obsesión… Encontramos la sutil transparencia, el paso casi imperceptible del tiempo que aguza los sentidos y nos deja en la linde de la inmovilidad y del viaje. La palabra es tiempo, en la metamorfosis de la luz y de las horas el poeta tiende puentes entre la sensualidad, el vértigo, el abandono y la indiferencia. La sensualidad es una vibración presente, una influencia permanente que rige su recorrido y su exploración y que incluso en la soledad y en el caos ejerce ésta su poder ordenador y también su fuerza dinámica. La desnudez es al humano lo que la luz a la flor. Las etéreas metamorfosis que se producen gracias a todo lo que excita el cuerpo y por ende al espíritu desde el susurro, el chasquido, el trino, el silbo, el rumor, el arrullo hasta el grito, el grito mudo y contenido, como también la lluvia y todos los elementos que avivan el tacto, el viento, las texturas, los colores, las formas, la caricia pero también el influjo solar que hace de la piel una vastedad de poros y de la corteza terrestre una extensión palpitante, en este libro el abismo insalvable entre los cuerpos es sobrevolado y la armonía es una victoria arrebatada a la fantasía, a la imagen y a la metáfora, lazos a la vez frágiles y vigorosos que nos obligan a vislumbrar la infinitud de las dichas efímeras. “Y sobre un pequeño caballo azul ir hacia la muerte”…”


Poemas de STÉPHANE CHAUMET






La muerte sube la columna vertebral de los días.
Nuestras pieles izan murallas de ternura
besamos las uñas violetas que las asaltan
y se mellan amorosas
en los dedos de lo real.
La muerte despelleja el cielo.
Rechazamos tragar su grito
las mandíbulas de nuestros horizontes le repercuten
en la tibieza que se escurre
nuestras frentes desconfían del terciopelo
disfrazando el alba.
Una ojera de claridad bajo nuestras pasiones.
La angustia se carcome sola en su viejo rincón.
La muerte no tiene gusto
tu cuerpo sí.
No busco más la clave, la fórmula mágica, la señal fatal.
No hay.
La realidad teje constelaciones
minúsculas e indescifrables que nos ligan.
Intentamos percibir su forma en la noche, horadar el sentido
pero siempre nos escapa
y sólo la intuición permite rozarla.
Rara es la visión.
Los sueños nos extravían y nos extraña ser decepcionados.
Esa voz secreta que busca alertarnos
en el cruce de caminos, no la comprendemos
la escuchamos, pero habla una lengua que nuestra memoria
nos deja en la punta de la lengua, al bordo del olvido
una lengua extranjera de la que uno se acuerda que si
un tiempo ha debido sernos familiar, la hemos perdido.
Rara es la visión.
¿De qué luz es tu rostro
que vive sin mí o sobre las tierras del recuerdo?
¿A qué debemos la vida?
La vida que no tiene necesidad de ninguna Penélope
para deshacer imperturbable aquello que nosotros
nos ensañamos en tejer.
Si trazamos todos los actos de nuestra vida
qué dibujo veríamos:
¿nuestro rostro, nuestra desnudez, un caos?
Y si le superponemos el de
nuestras intenciones, sueños, pensamientos:
¿un destino, un delirio?
¿De qué color es el tiempo que
nos devora cuerpo y memoria?
el tiempo que fatiga que nos ofrece ese fruto
de sabores cambiantes que es el recuerdo
que nos ha dado el sueño en revancha
sobre lo eterno que no duerme
el tiempo que es nuestra suerte.
¿Qué sombras se disiparán de mi rostro
cuando mi vida naufrague?
¿De qué luz será tu rostro
cuando mis jardines se ahogarán?
Si la muerte llega a mal tiempo
sin haber podido desbrozar un poco de sentido
de esta espera que trabaja
de esta confusión de este enigma
de ese poco de cosa compleja
que es una vida
(ni siquiera de ello sacar sabiduría una lección
estar ya demasiado lejos o demasiado cerca
para alimentar de pesares hastiarse de amargura)
Si la muerte llega a mal tiempo
¿Qué espejo roto nos mostrará ella?





Del libro Los cementerios engullidos





recorro los cementerios engullidos y remo solo sobre esta agua muerta
entre flores descompuestas donde la noche reverbera su aceite
entre los grandes pinos que desdeñan la vanidad
entre amnesia flotante y espumas eclipsando las piedras
entre el alma enmohecida de lugares de piedad y abuso
entre el hedor de alegrías difuntas que disfrazaban sus días
entre las joyas de la infamia arrancadas de cuerpos sin nombre
entre el hueso prostituido e imágenes del reino que se desmigan
recorro los cementerios engullidos y busco los ojos de una mujer





***




Miro el mar prohibido
el mar mancillado
embarcaciones testiguan de viajes muertos
de la incesante lengua de agua del ardor de la sal
madera y chatarra semillas guijarros y plásticos
una brújula satelital pegada en la nada

Pienso también en los muertos viajes encallados en cada uno
en los restos que se cuelgan de nosotros
esos lazos de sombra que nos amarran

Luciendo en la noche
en la cala los huesos lamidos hasta el blanco
y me pregunto
un muerto es
un cráneo lleno de oscuro

El ruido de las olas
El viento




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