Spiros Vergos nació en Atenas, Grecia, en 1945. Poeta, narrador, periodista, diplomático. Se exilió durante la dictadura griega de 1967 a 1974. Militante progresista, en la restauración de la democracia en su país, intervino en ello activamente mediante el periodismo. Ha publicado los libros de poesía: Anonimíes (Anonimias); Martiría thanatu (Testimonio de Muerte); y Riyes sto jrono, Piímata (Raíces en el tiempo, 1970-1995). «Lo griego: muerte impregnada de sol, escribe. En ese verso resuena una dicotomía fundamental de su obra poética. Por un lado, el sol helénico, que trasciende el tiempo de lo humano e ilumina, aún en su agónico resplandor, el cielo infinito de las mitologías. Esa herencia, esa luz sabia todavía está en el lenguaje: en «el canto de una lengua que tiene raíces en mi sangre». Por otro lado, está la mortalidad, unida a la historia, en el tiempo inexorable del crimen y la desdicha que distribuyen los poderes despóticos. Pero allí también está la culpa de aquellos que no sólo fueron incapaces de evitarlo, o acaso lo alentaron con su negligencia. Así, la historia es vivida como una traición del tiempo, como si aquella mitología solar fuera degradada hasta la muerte. El mito, entonces, aparece de un modo fantasmal, al confundirse con el tiempo profano de la historia, como si sus signos fuesen espectros vaciados de sustancia y, aun así, reverberasen todavía en el poema: «Elena/ adormecida en los voluptuosos canapés de Troya/el invierno en los cafés/ llenos de viejas señoras/ manchadas de silogismos y aros». Esa dicotomía entre mito e historia está lejos de presentarse de una manera abstracta en su poesía: se la refiere como una confesión lírica, en amargas metáforas y en ironías despiadadas que apenas disimulan aquel antiguo resplandor que aún resta en la memoria de la lengua. Por ello el poema suele asumirse como un ajuste de cuentas con el pasado, como una elegía en el presente, como un temor futuro. Tres palabras clave no sólo dan título a tres poemas de Vergos, sino también resumen los tres sentimientos básicos de su implícita arte poética: «culpa», «miedo» y «esperanza». Sólo culpa y miedo le quedan al poeta testigo cuando enumera los días de su tiempo. Pero también esperanza. En un mundo donde la noción de polis y la utopía han sido desterradas con furor, en un mundo donde el mito luminoso está en la sombra, la frágil y terca esperanza permanece, aun sin fe, en el acto mismo de poetizar: «El dios abandona los sueños/valor vosotros en la salvación del hombre/la esperanza puede estar en nuestra desesperación».
POEMAS DE SPIROS VERGOS
Al atardecer
contaron uno por uno los cadáveres
después –como en todo tiempo-
los dos generales
desmontaron de sus enjaezadas cabalgaduras
y se estrecharon cordialmente las manos.
Empate.
* * *
Nací una vez
cuando corazones oxidados
rociaron con azufre la memoria
cada día
cada año
murieron las sílabas sin oxígeno.
Nací una vez
ahora
mañana
entonces cuando brilló el ombligo del miedo
nadie midió mi sufrimiento
y quede solo
en el fondo de algún futuro
no quedo nada más
que la espera y la tristeza
* * *
Hermano mío
por una vez aún
tomemos vino
mosto de la sangre de nuestros ojos.
Junto a los amigos
con las balas en el pecho
abrazaremos las sombras
de los desterrados de nuestro mundo
Traducciones de Horacio Castillo
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