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miércoles, 25 de agosto de 2010
923.- LUIS BENÍTEZ
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha sido finalista del Premio Clarín de Novela 2008 y del Premio La Nación de Novela 2006. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia y es Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina.
Luis Benítez ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); la Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Tercer Premio Eduardo Mallea de Narrativa (Buenos Aires, período 1995-1997); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008).
Obras publicadas: “Poemas de la Tierra y la Memoria” (poesía, Ed. Stephen and Bloom, Bs. As., 1980); “Mitologías/La Balada de la Mujer Perdida” (poesía, Ultimo Reino, Bs. As., 1983); “Poesía Inédita de Hoy” -Un panorama contemporáneo de la poesía inédita argentina- (introducción, notas y selección de 100 autores, Ed. NOUS, Bs. As., 1983); “Juan L. Ortiz: El Contra-Rimbaud” (ensayo, 1ra. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As. 1986); “Behering y otros poemas” (poesía, 1ra. ed., Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. Ed. Cuadernos del Zopilote, México D.F., 1993); “Guerras, Epitafios y Conversaciones” (poesía, Ed. Satura, Bs. As., 1989); “Fractal” (poesía, Ed. Correo Latino, Bs. As., 1992); “El Pasado y las Vísperas” (poesía, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1995); “El Horror en la Narrativa de Alberto Jiménez Ure” (ensayo, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1996) ; “Selected Poems” (antología poética, selección y traducción de Verónica Miranda, Ed. Luz Bilingual Publishing, Inc. Los Angeles, USA, 1996); “La Yegua de la Noche” (poesía, Ed. Ediciones Del Castillo, Santiago de Chile, Chile, 2001); “Tango del Mudo” (novela, Ed. de la Plaza, Montevideo, Uruguay, 1997. Ed. Piel de Leopardo/Wordtheque, Bs. As., 2003); “Jorge Luis Borges: La tiniebla y la gloria” (ensayo, Ed. Lea, Buenos Aires, 2004); “El venenero y otros poemas” (poesía, Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2005).
LOS OJOS DE RIMBAUD
Azules, de bárbaro. Hoy cantan para ti
los suaves trinos y en el taller literario
adelgaza la voz el papagayo: conmovida
endulza las Grandes Miradas su lección
de confitero.
De este lado rezamos por ti hincados ante un lobo:
que la bella ciencia es una habitación
que da a lo oscuro
y el hombre, ese acertado inconstante,
es apenas unos pocos pasos que por ella van
y vienen.
Hoy que las profesoras de letras olvidaron todo
lo que saben de ti los presidiarios
y el vago que, a riesgo de ser aplastado
por los automóviles,
detiene la metáfora de su paso por recoger
el milagro de una hoja, sin alcanzar
a explicárselo;
hoy que apenas los ascensoristas
se levantan de entre los demás,
hoy que esta loca materia aparece ahogada
y vencida,
como lo estuvo siempre, como va a estarlo siempre,
flotando sobre las aguas de los números;
hoy que en tus selvas vírgenes arraigaron los casinos
y suena música disco en todas las Africas tonantes,
hoy que en la calle 88 y Broadway
una horrible fulana te pasea
impreso en su remera, sonriente
con toda la Gloria Americana,
hoy que encuadernado en cuero y con letras doradas
te exhiben los dentistas en sus huecas bibliotecas
y te honran a su modo, repartiendo venenos por las calles
del mundo los ágiles traficantes,
hoy que caen los muros y todas las posteridades
se desploman,
hoy que la Historia, esa vieja enemiga,
se ríe de nosotros diciendo que no existe,
como en tu tiempo repetía el Diablo;
hoy que los blandos músculos de los diputados
pueden arrojar al mar, si quieren, a miles
de forzudos extranjeros,
hoy que la tímida democracia probó ser más efectiva
que los reyes,
hoy que todos por fin somos buenos
y alza su copa radiante el rosado, negro,
amarillo y cobrizo banquete de la vida, más allá
de los caritativos grupos que intentan el soneto,
a través de las bibliotecas barridas por el polvo
y las secretarias,
sin dactilografía ni voz ni esperanza ni objeto,
cruzan las geografías dos luces gruesas y potentes
anillando la Tierra. No por el símbolo
sino por la mirada
eres como el dios de plástico que cuelga de su pared
el asustado,
para que esos Ojos le sigan por la casa. Para nosotros
los mínimos, para nosotros los pocos,
para nosotros los débiles,
que sólo queremos estar ociosos, tus párpados están
siempre abiertos, hermano desdeñoso,
Jesucristo el Terrible,
hoy que es una vergüenza tener hambre
siguen mirando lo mismo tus fanales salvajes.
UNA GARZA EN BUENOS AIRES
Algún pincel trazó una rápida letra S
delgada y blanca
sobre el agua castaña y allí estaba
de improviso la garza,
los turistas no la vieron
y ella sí vio todo y a todos, rápida
e inmóvil sobre el milagro del agua.
Un espejo en medio de la ciudad
negligente, pintado de transparente,
un ojal abierto que abrochó en un solo momento
toda la ropa vestida por el invierno.
Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,
la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,
en un decir mi equilibrio está hecho
de una perenne silueta
y de una manera perenne que no los reconoce.
Era un arpón paciente atento sólo al cálculo
entre el berrido juguetón de los patos domésticos,
solamente ella precisa como una diminuta guadaña
en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,
con esa serenidad oriental que nada sabe
de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.
Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:
faltó un segundo entre las cosas, creí;
un instante en el instante siguiente
fue sanguinariamente salteado,
pero cuando la garza voló
otra vida que la suya en el estanque faltaba.
EN EL BALNEARIO
Demoré cuarenta años en llegar al Pacífico.
Durante esa travesía hacia el poniente,
hacia estas aguas que eligen
como espuma llegar hasta el planeta,
abrí puertas que daban a insólitas escenas,
donde a veces alguien gritaba y otras
todo el teatro se quedaba en silencio.
Fueron centenares de habitaciones las que crucé
antes de llegar ante el Pacífico.
Conocí el pánico de vivir
y la fobia de morir,
dos hermanos gemelos.
Aprecié millones de gestos, muecas, rictus.
Oí en los vecindarios amalgamas de risas,
sollozos y lamentaciones, y muchas más
quedaron en ese cielo ajeno
al que se le da la espalda.
Estoy ante el sitio que dio nombre al azul,
frente al lugar donde el pesado color
se mece entre dos tierras.
Estoy inmóvil al borde mismo
como la piedra que una mano arroja
para que otra mano, invisible, la detenga.
Como aquel que sale a las euforias del sol
de las complejidades de un mundo subterráneo,
sombra sólo él bajo el extenso mediodía.
Porque también soy ese hombre.
El que, en un paisaje de espejos,
es devuelto a su única imagen
por el reflejo de las olas,
para vivir –entonces y nunca antes–
el instante donde todo acaba y se termina:
es el rompecabezas, que se arma.
El sol, el poco pasto, el aire que también es azul
y las exactas manchas del negro de las rocas
están finalmente en su lugar.
Este es el sitio donde se sabe
que levantar un puñado del volátil suelo
es arañar el vaso del reloj de arena.
Donde se interpreta que esas rápidas
construcciones de agua,
esos vertiginosos lazos de plata que suben
y pronto en lo muy hondo se sumergen,
son el mar que piensa
y que esas oscuras aves –que repentinamente
allá se elevan–
son sus mejores ideas,
esas que se marchan para siempre.
Estoy ante el Pacífico
como el hombre ante el fuego.
UNA SERPIENTE GENTIL
Condescendiente, tuvo la gentileza
de mostrarme su larga espalda,
la belleza profunda de sus ígneas escamas
todavía ardientes de verano bajo el frío de abril.
Yo me había perdido en mis propias espirales
que rodeaban el campo congelado
e ingenuas, como todos nuestros bobos problemas
creían como mínimo abarcar la superficie
de cuanto repartido por nosotros conforma
la política división de toda la creación.
Ella, una gema indiferente ante mis estúpidos problemas,
me gritó y susurró soy el alfa y el omega y también
esta simple serpiente y cuanto soy en efecto:
me sentí comprendido en el simple ademán de su lengua ondulante.
Entre ambos campos se colocó
la absoluta curva de su signo favorito,
la ávida interrogación que parecía, era:
su magro cuerpo trazó una muda pregunta,
y todo cuanto me rodeaba consistía en la pregunta misma
que el signo de la serpiente cerraba
ante el sapiente dios.
EL COTILLÓN DE LAS TINIEBLAS
Las llaves rotas, las monedas sin valor,
esos teléfonos anónimos recobrados de un bolsillo,
el polvo de las paredes, de los muebles, las ventanas.
El polvo que cubre toda la tierra
como un segundo mar, en seco.
Una mancha en la ropa que continúa en la carne,
un grito y después un susurro y después el silencio
que a duras penas se disfraza de resto de la tarde.
Un llamado sin voz, despertarse buscando
un algo indefinido que a nuestro lado se desangra
y difumina y que olvidamos por grados.
Lo que nos amenaza desde una mosca
chillando furiosa en la cortina.
Una misma situación, las idénticas palabras,
que cada cuatro exactos años se repiten
con la morosa precisión con la que baja,
de nuevo, un ascensor.
Las cosas que nos miran fijamente,
desde las vidrieras cerradas,
cada vez que pasamos haciendo
la penosa pantomima de ignorarlas.
Alguien que nos observa desde un lejano edificio,
exactamente cuando vemos sin oírlo
que nos está diciendo algo.
El compacto horror de la tortuga
que nos devuelve al jurásico.
LA TARDE DEL ELEFANTE
A mi amigo, el poeta Nicholas Stix,
en donde sea que esté.
¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?
tú estabas abrumado por el enésimo rechazo
que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos
te había propinado por teléfono
lo único que te daba desde hacía
entonces once años
al menos
cuando era soltera te lo decía en la cara
y estabas irritado de veras enojado
porque llegué una hora tarde
y te dejé solo en la enorme nueva york
por otra hora más entregado a ti mismo
ni mi taxi ni mis disculpas calmaron
tu rabia anglosajona
decias sólo se está solo en las grandes ciudades
¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?
muchas lluvias y nieves y pisadas
de zapatos italianos y de zapatos deportivos
pasaron por esa esquina del village
pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante
tú me sermoneabas en tu álgido inglés
sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado
y entonces esa enorme sombra
hablabas del tedio de las ciudades
del aburrimiento amarillo que se pone
al oeste del puente de tu brooklin
y de las mujeres jóvenes que cruzan solas
y en ómnibus los laberintos sedosos de central park
rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla
y entonces esas pisadas majestuosas
hablabas de que no te habían incluido en esa antología
y decías que el marido de ella era calvo
seseoso y que dibujaba historietas
el tonto de los cómics repetías
el tonto de los tebeos repetías
mientras la gente
siempre está alerta la gente
dejaba corriendo la acera
tumbaba las sillas
y olvidaba a los niños en su loca carrera
decías que la rutina es una vieja ciega
que mendiga monedas por bond street y por harlem
y que cada persona la recibe en su casa
entonces ese gordo la mole
se quedó parado cerca de nuestra mesa
en la esquina desierta mientras el cajero
temblando llamaba a la policía
cinco mil kilogramos de pacífica selva
aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris
de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa
con un dedo en la punta
que probaba las frutas de las mesas caídas
y revoleaba jugando los manteles manchados
aplastó en su huida de algún circo o del zoo
a esa vieja mendiga que a la gente oprimida
acongoja en su casa
nos miraba sin miedo como todas las cosas
que sonriendo repiten soy amigo del hombre
EN EL ARDUO ANIVERSARIO DE UNA BODA
“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la verguenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
LOS LEOPARDOS
Hermanos menores de los membrudos leones
y viejos depredadores de nuestra especie,
los segundones de la elástica raza
no están hechos de manchas,
sino del liso amarillo
donde ocultan y esconden su cierta identidad:
es que ellos aprovechan los mejores
matices de las sombras:
¿mejor oculto otro animal
que uno amarillo bajo la lluvia de motas
que aparenta? Un leopardo
es una bestia que siempre está bajo la lluvia.
En los plenos mediodías
sólo exhiben las sombras
que les ha dejado por hábito
la extensa habitación de los junglas.
Si los vemos bicolores apenas
es otra demostración de su astucia,
las apariencias son siempre
el corpóreo truco de todos los pequeños.
Ni la soberbia del tigre que no precisa
nuestra corta imaginación para estar entero
en esa palabra, tigre;
ni la firme y perezosa arquitectura
que se levanta ante nosotros demostrando
la melenuda majestad de la sabana;
los leopardos emigrados a las copas de los árboles
son unas etéreas y fatales sombras,
el vuelo con que de amarillo
se salpican por capricho bien fundado las selvas.
Son lo mínimo posible para el lenguaje de la muerte
en su linaje de músculos:
llegan más cerca que los tigres
porque no son lo sentido, son un peligro que no pesa,
el silencio, la sorpresa de un brinco que elige antes,
una afelpada estrategia que se desliza
mortífera y gentil, metáfora y carne del tiempo
por los delgados corredores que comunican
(y ello siempre ha sido sigiloso)
el mundo en calma con la alegre nada.
De POEMAS DE LA TIERRA Y LA MEMORIA
Ed. Stephen Bloom, Buenos Aires, 1980.
DEL UTERO A LA TUMBA UN SUEÑO TE LLEVARA
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma
seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu
mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Fantasma de metal tu cuerpo,
desde los cortos pantalones al bastón del viejo
transitado por extranjeros que se acercan a escrutar
tus vísceras
y las señales del cielo con sus dedos de muerte,
verás asombrado cómo la cuchara colmada
deposita por igual besos y mordiscos en tu alma
cóncava.
Del útero a la tumba,
clavado a la tierra que sólo se abre dos veces,
tus ojos noviando con las fotografías
verán al niño libre de pecado y cicatrices,
diáfano, aunque su llanto presienta
y al hierro del amor marcándote la ingle
y al molino del olvido girando, por un viento de huesos.
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
las riendas hechas trizas en ese torbellino,
en dos segundos de setenta años,
sólo una muesca, en un reloj enorme.
ALGO FLUYE, CUANDO YA NADA SE AGITA
Algo fluye cuando ya nada se agita.
Y su paso inadvertido por las tinieblas que duermen
con nosotros
trocará en una luz exasperada cuanto de ciega tiene
la miseria.
Desde el fondo, pozo o pantano de números,
donde hostigados por el mundo y sus miles de cabezas
caímos quince lenguas dentro de la carne,
algo que sólo puede tocarse munido de los guantes de
la desesperación,
algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
Obliga al dolorido músculo del corazón
y al cerrado hueso de la mente
a comer y beber, aún dentro de sus celdas.
Es una fuerza que nos lleva rudamente de la mano
e inventa un camino de color insólito,
por donde huimos desnudos de los ciegos.
Obediente, ella agitará los párpados de los muertos
y hará huir a la mosca-heraldo, que espera paciente,
colgada de la gula.
Colgará de nuevo el sol, cuando la luna caiga.
Podremos verla latir en medio de nuestras negras
sombras,
aún cuando boquiabiertos, observemos día a día
pasar nuestros propios funerales.
Algo fluye cuando ya nada se agita.
Por su gracia habrá fruto en las flores marchitas
(su magia gruñirá en la vértebra)
lanzará por el aire ancianos y guadañas con pasos de
diluvio;
nuestras jóvenes canas se ennegrecen,
ante el silbato de plata besado a último momento
con manos temblorosas que arrojan al viento de los
lechos.
Y cuando nuestros pálidos huesos
den fuerza y vigor a las margaritas, aún palpitarán
desde la tumba.
Porque algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
DAME UNA MENTIRA ENORME
Dame una mentira enorme, que haga temblar los
pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre
puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios
no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz y
pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del
infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos
embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.
¡OH! TRAE EL VINO NEGRO
¡Oh! Trae el vino negro,
que lleva su bosque, la tierra con muertos y vírgenes
cegadoras
en un caudal desesperado hasta mi boca,
él mezcla la sangre y el semen del hombre para darle
un hijo de mirada turbia.
Quiero los ojos de fuego y de mareas,
que no dejan entrar la muerte a mis palabras,
pero me acercan con alas de mojados papeles
a la risa hueca de mis huesos,
compañeros únicos y fieles en los años navegantes
que bajaron del útero conmigo, a este mundo de
chinches y desgracias.
Trae el vino negro con tapón de seca calavera
que me hace oír en los cuartos vecinos
pianos tocados por mi espectro,
mientras el tiempo transcurre despacio entre los dedos
y puedo jugar con él y con sus rudos templos
bailarines.
Sólo así puedo mirar tranquilo el mundo de la noche,
mientras el seco rostro del amor
me apaga lentamente cigarrillos sobre el estómago
y la garganta que pronunció su nombre se hace una
cisterna,
donde chapotean ranas, triángulos, confusos centauros
en desorden.
Trae el vino negro.
Esta noche quiero a todos mis fantasmas en las venas.
Ellos despertarán con sus besos,
la gloria, en nuestros entristecidos corazones.
HOMBRE MASA
Estaba solo entre las cosas
como una estrella única en el cielo
y un muerto en el centro de la tierra.
A su alrededor los hombres traficaban collares de
alambre
y la vida elevaba su babel,
como una araña exacta y silenciosa.
Años y años; los hilos de las estaciones
lo ataban a sus nudos con la soga de la muerte
mientras el silencio le firmaba la boca.
Porque huía entre gritos de horribles alaridos,
de la mano que golpea la mesa hambrienta en el
centro del alma.
Y en todas las cosas y en todos los hombres
el signo de la muerte que reluce en la sombra.
TODO LO QUE DIRÉ DE TI
Boca de pájaro
en tus ojos de hierro hoy se oxida el dolor.
En la mañana que tiembla
y en el sol que la entibia
en el final de la noche con garras de muerto
en todos los lugares comunes a saber:
luna
lluvia
estrellas
está tu origen y el origen de tu nombre.
Eres el cuchillo que corta el pan de los pobres
y la mano que enciende el cigarro del triste.
Bienvenida gritan mis cosas mi pasado
juguetes lápices caricias bienvenida
mis años verdes y mis años grises
la alegría de los hombres que ahora puedo ver.
Mi amada con boca de diosa pagana
borracha en su manto que sonríe
mi amada con promesas de espanto
mi amada una y mil veces viva y definitiva.
De MITOLOGIAS/LA BALADA DE LA MUJER PERDIDA
Ediciones Ultimo Reino, Buenos Aires, 1983
LOS MIEDOS
ah los terrores que nos visitan de noche
que no se ocultan del día
los que no inspira ninguna cosa grande
ningún desconocido continente pisado recién el
borde
ni tampoco un leal enemigo
francamente buscado en una tapia
ni el asombroso eclipse que deja el mediodía en
sombra
ni un terrible Señor de los Ejércitos
en desiertos abrasados por el sol de los pueblos
aventureros
ah los miedos los pequeños miedos de pequeños
hombres
no los miedos que eran a su modo honra de un
animal
desnudo en la enorme extensión de cosas que no
tenían nombre
no a estar solo y de pie
entre un inmenso campo y un inmenso cielo
no a la sombra adornada de ojos fosforescentes
a la muerte de noche
entre los dientes del animal más bello de la tierra
una muerte de hombre
no a la caída propiciada por el rayo
al torrente al alud al fuego de la tierra
ni al otro fuego prometido debajo de la tierra
ah los miedos que no origina
un dios terrible salido de la foresta
ni un pariente medieval con su cohorte de brujas
y de fetos
no el sudor frío frente a frente espada contra
espada
flecha contra winchester dardo contra lanza
ha cambiado la muerte de palabras
no es la certeza de una lluvia ardiente
ni el pronóstico que un insecto lleva entre raíces
al fin también una buena causa como la antigua
peste
ah los miedos que tú conoces
y que son los míos exactamente ésos
no se ocultan debajo de la cama
no precisan el crujir de la madera el aullido de
nada
pueblan nuestros sueños de rostros y de notas
ellos duermen y caminan con nosotros
beben se alimentan vuelven siempre.
EL URO
Detrás del tiempo un animal me mira:
él sabe lo que escribo porque antes de mí
ya ha sido un nombre. Es el uro.
Fantasea quien lo toma por el toro.
A veces es un pájaro, un río, el viento
y a veces es un algo que deja en las ramas
grandes manchas de sangre y un paso
que se aleja, macizo e invisible.
No lo vulnera el hacha ni la piedra
de una arcaica Europa que aún no sueña
con forjar metales y la Historia.
Es el uro. A veces es un hombre
que huye de sí mismo.
Un animal pensante que añora volver al bosque
del eterno presente, a las pasiones soberbias,
a la ira, la furia y la muerte violenta
del dominio y el celo.
Es el uro. En sus ojos rojizos
hay un algo execrable.
Nos aterra que vuelva y que vuelva
Dionisios con su corte de faunos
y el terror y la noche derrumbando ciudades,
sumiéndonos en el fuego de los dioses
hambrientos
que reclaman la tierra, la luz, el aire.
Las imaginaciones.
Es el uro, En el linde de las ciudades
todo esto cabe entre sus cuernos.
Allí donde recuerda, una por una,
las traiciones del hombre.
No rumia venganzas, no planea
surgir en la cómplice noche a cobrarse
el desquite con sus dos puñales, si el terror
del retorno no bastara para matar a un hombre.
No se mata a los muertos. “Soy el uro.
Zeus usó mi forma para raptar a Europa.
He visto, inmutable, en el rodar de las estaciones
pasar a los fenicios, los partos y los griegos.
El tiempo es un solo día. Maté a un inmortal
en la aurora y en Sumeria y a mediodía
me describió Plinio el Viejo, entusiasmado.
Cartago duró una hora; Roma, quizá dos.
El niño Lutero me temía: ya era una leyenda.
Creyó extinguirme un cortesano del siglo
diecisiete:
la tierra que lo cubre tienen a su estirpe,
su esposa y su palacio. Ése es el hombre:
polvo que tragan las colinas.
Soy el uro, lo real. Él es imaginario”.
A MARCEL SCHWOB
Ese espléndido encaje de terrores lujosos,
esa trágica risa que viste en los días
sobre hombres y cosas, no abandonó
el mundo contigo, Marcel Schwob.
Evocarte es una tarde en tus libros, mía,
y una noche de escritorio, tuya:
el tiempo, que es el mismo, confunde oscuridades.
Nadie descubre nada, tan sólo desentierra
secretos olvidados, verdades descartadas.
¿Ves? Esta es la mujer que amo:
no ha leído tu Monelle que es su hermana,
no conoce tus Vidas y como la de todos,
la suya es imaginaria.
Sus horas completan mis tardes, tus palabras.
Entre nosotros tres hemos pactado:
ninguno sabe qué, cómo ni cuándo.
LO QUE DECIA EL POETA
Soy tu enemigo que no tendrá piedad. / Guerra te llamaré y tomaré / contigo las libertades de la guerra. / Y en mis manos tu rostro oscuro y atravesado, / en mi corazón el país que / ilumina la tormenta.
Ives Bonnefoy
Tempranamente nos lanzaba la noche
sus grandes ojos de diosa
había en esas calles otra luz
que no conoce el día
y nada ni nadie sabía de la muerte
venías detrás de tí larga y enigmática
presencia donde me reconozco
otros canten la gloria de lo evidente
y harán lo justo
yo viviré siempre
en esta piel estas manos,
y este cuerpo
bañado por otra luz otra presencia.
Otra guerra hay que la del pan
otra embriaguez que la del vino
otra tierra hay en esta tierra:
Eterna es nuestra primavera.
INFANCIA DE LA MARAVILLOSA
Y allí estabas, viva,
venías de los candentes países que no recuerda nadie
sino en el íltimo minuto, al inicio del tiempo estabas
entre la sangre y la luz como una llorosa perla entre raíces,
allí estabas luego de la larga agonía entre dos respiraciones,
luego del largo túnel y el sueño donde eras una sola Humanidad,
¿recuerdas? un minuto antes eran las calles de Ur,
la turbia prehistoria, el ciclo de la savia a la sangre,
la desnuda inocencia de un mezclado universo donde todo convivía;
¿recuerdas? oh sí dime que lo recuerdas largo y centellante amor mío,
dime que te acuerdas de tu rostro en un lago que se secó hace siglos,
que memoras la sangrienta imagen del interior del útero
donde toda la historia pasaba veloz por las paredes
y dime que te acuerdas de alguien que te amó
y que no era yo y que era un fenicio, un tirio,
un hombre de lejanas edades y de tu vestido
desgarrado en la cámara del rey.
Yo hablaré del tiempo en que te he reconocido,.
como reconociste al fuego, ese movedizo compañero
que te entibió las manos, que te quemó los dedos.
Tenías dos años, ¿recuerdas? Dime que recuerdas,
un pesado secreto puede hacerse pedazos tan sólo por ese olvido,
dime que te acuerdas de hombres y mujeres gigantes
y de paredes enormes y así sabré que es cierto:
antes, en ese tiempo, danzaba el tiempo
y tú corrías como corrimos todos detrás de duendes y de hadas
que se tragó un lento movimiento hacia nosotros,
hacia estas manos y rostros que insultan el espejo.
¿Tienes presentes a tus muñecas? ¿Te acuerdas de la negra
que odiabas y de la deshilachada rubia que veías,
porque tú la veías, no es cierto, llorar sobre tu falda?
Y los pequeños animales, los míticos y los otros,
formaban el cortejo de una niña sola.
Te acuerdas del miedo, ese viejo emisario,
te acuerdas de la sombras en un rincón del cuarto,
de la horrible lámpara que te hacía llorar.
Allí del miedo nació tu risa, ésa que yo solo puedo ver,
ese gesto infinito que borra la muerte de las edades,
esa revancha del hombre sobre el polvo que será.
Y allí seguías viva sobre un billón de muertos,
sobre todos los muertos y nada detenía el pujar de los huesos,
el avance del cuerpo entre los cuerpos, la lanzada
mente hacia la luz corría, entre precipicios y sombras
y entre sangres y olvidos de lo que eras ayer, venías,
sí, tú venías atravesando tu espacio, tu forma, tu materia,
eras un universo en viaje a través del universo.
Pero de dónde vino ese rostro a preocuparme de sí,
de dónde ese olor que se ignora a sí mismo, desde
qué entonces sutil ya te conocía.
¿Te acuerdas de un aula donde ya eras callada y peregrina
entre papeles y canastos y mapas?
Hoy la mitad de esos niños son fantasmas
que erran por el mundo,
ellos no te recuerdan y sin embargo envidio
su inútil privilegio:
el haber visto en flor tus ocho años
cuando el inocente trazo del mundo era feliz.
¿Recuerdas? ¿Recuerdas la jirafa de un domingo lluvioso
de la mano de tu padre? Bien, yo envidio
a ese alto animal que se sonríe siempre,
porque te vio una tarde, hace ya mucho.
El amor es dadivoso: nos da lo irreparable
y no se vuelve a ese ya nunca donde vivimos tanto,
aunque por qué no gozar la fruta de la memoria.
Todo es suponible y yo supongo que esa manchada,
elevada arquitectura, desde su tiempo sin límites
es la misma que vio lo que ya jamás podrás mostrarme:
esa alma primera que todavía, entonces,
hablaba con todos los animales y el centro de las cosas.
¿Pero de dónde vino este rostro a llamarme
desde un tiempo ido que ni él recuerda
aunque nunca lo olvida?
¿Pero de dónde, dónde?
Los objetos, las llaves, los cuadernos, las aves, los insectos,
las nubes de los cielos que hubo, los paisajes
donde hoy se han derrumbado casas y se han sacado muertos,
las noches y los días por los que has caminado sola,
vuelven en cada medianoche, en cada mediodía,
vamos a llorar sobre esas imágenes,
vemos a gritar sobre esas imágenes y sobre el mismo llanto
que no reconocemos: un hombre, una mujer
que se han perdido son una victoria más
de un cerrado círculo, la sombra sobre la luz
traza su cono arduo, hemos perdido ambos
esta guerra infinita. Hemos perdido ambos lo más preciado:
a un desconocido.
Yo imaginé tu infancia.
Yo fui valiente.
De BEHERING Y OTROS POEMAS
Ed. Filofalsía, Buenos Aires, 1985.
Ed. Cuadernillos del Zopilote, México D.F., 1993
BEHERING
En cada uno de ellos era muchos un hombre.
Eran más todavía. Traían la industria de las armas
y el reno rojo, como un bosque ondulante
y detrás el lobo que, en una mañana ya añejo,
sería el perro de la hoguera y de las sobras,
el sirviente blanco.
Eran muchos, no un hombre.
Vagos sus nombres
se referían al viento y a los tótems,
a un hecho que pasó en un nacimiento,
el deshielo que ahogó
o el meteoro fugaz que ardió en la tundra
o la muchacha audaz que en mar abierto,
salvó a su hijo de la cólera brutal de la ballena.
Sus dioses eran el salmón
que cada año retorna como el año
y que va al mar y el oso pardo,
una montaña que muge
y que el filo de lanza abate,
y el pesado bisonte y el tigre rayado,
que se quedó en Siberia
y que la manta del navajo evoca:
extranjeros, ellos serían América,
la múltiple figura que no supo Balboa y que Pizarro
abandonó a la imaginación de un franciscano.
De hueso, no de madera y de noche
serían sus dioses ni de la piedra
que labran los pueblos de una tierra supuesta,
entre la niebla de sus transmigraciones.
Eran crueles y antiguos como el Asia;
fundarían imperios en la aurora y en México,
reinos en Bolivia, fortalezas
donde un signo inequívoco mostrara
la voluntad de estos dioses:
un águila en el aire arrebatando la serpiente,
un árbol singular, como un recuerdo
de las llanuras heladas y el Mar Blanco,
que ya sólo evocaban los viejos moribundos
y el Sueño, que es eterno.
Alzarían Tenochtitlán, el Cuzco
y el enigma silencioso, Tiahuanaco,
en la isla de Pascua graves rostros
que contemplan todavía su gran marcha;
otros, sin embargo, volverían
al corazón de las selvas y al olvido,
como los muertos al pasado,
al país de la cuna y de las tumbas.
Mañana, todavía, aún faltaba,
nuevos extranjeros alzarían
ferrocarriles, calles, edificios,
calendarios regidos por el sol y no la luna,
venidos de otros Beherings y otras fechas,
en nuestras claras ciudades, oh ingenuas tierras,
seremos siempre dobles:
uno solo y muchos, hombres de ninguna parte.
LA INGENUA
Ella creía que la reflejaban los espejos
que era esos dedos que hurgaban en el rostro
las lentas mutaciones
que era su pulóver sus zapatos
lo que recordaba y lo olvidado
que era una guirnalda detrás suyo
que era su cabeza
que era sus amigas sus trabajos
un hombre en una esquina. Una mañana.
Las casas que habitó sus cuatro barrios
que era las que era tras el portón borroso de los sueños
que alcanzaba para ella el gentilicio
y la historia de un país incierto
el hambre la sed
o lo que amaba
JOHN KEATS
Caen sobre él los actos inútiles del día.
John Keats recuerda y es también de otros el recuerdo:
humillaciones, rostros y palabras
hacen de un pozo la noche repetida.
“Fanny Brawne me has alejado,
tú me has acercado a Keats y era lo mismo”.
Suena tan distante el Mar del Norte
para ser cada segundo todos los mares,
pero si lo que fue y será mañana brilla
en su oscura hora presente, ese hombre pequeño,
inclinado sobre el verso, lo adivina.
Presiente que será uno y va a ser todos
cuando es tan caro el precio de eso múltiple:
ya no lo amparará el primer fervor por las palabras,
no aliviará sus horas la furia, perdida, de estar vivo
ni lo protegerá la noche pedida de ningún olvido;
nada lo salvará de tanto
que es, en su medida, tan un poco.
John Keats será John Keats, será nosotros.
JUBILO Y CAIDA
Armonía primera allí te vi, no era necesario
mirar las partes de tu reino entero pero allí te vi
y no quise detenerme en tu orilla, tu orilla
que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra.
Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día,
te corporizas o elijes una sencilla forma cuando nos prestas tus ojos
y cómo un eterno amor nos lleva de la mano
a tus criaturas, allí donde eres sí,
en lo animado, la infinita danza,
la queja misma de cuanto existe.
Alta serenidad todo es tu vaso y cada uno
declara tuyo un color nuevo. Es abril
de un año que para ti no cuenta y sin embargo
un dulce calor te trajo aquí a mi lado. Era yo apenas
una certeza esta mañana y la espuma del sueño
y los lados del día se apagaban en mí.
Bastó pedir, correr a tu contagio,
para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas
encendiera de nuevo el mundo de carbunclos,
las amatistas del aire... ¿las múltiples facetas
de tus brillantes vidrieras, de dónde vienen,
de qué sima profunda o de qué cima pública y expuesta,
de qué otro tiempo apenas visitado,
apenas entrevisto en el fuego del fuego?
Peor ayuno no hay, que el que hay de ti.
DE LAS TANTAS COSAS QUE NO PUEDE
De las tantas cosas que no puede
mostrar ciertamente la palabra,
la primera imposible es el olor
tan propio y exacto de las cosas.
La poesía también es como el aroma.
Así quedan sin nombre
el olor definitivo de la lluvia
y el efímero matiz que se respira
al asomarse a las sombras de un aljibe;
el olor del primer mar, a los seis años,
la fragancia, que nos asustaba, de los cielos nublados,
y el olor a comida de una casa
que nos fue querida.
La memoria tal vez sea
sólo visión de olores olvidados,
como este papel a donde llamo
a la presencia ardiente de unas hojas quemadas
y a la clave del enigma de la rosa;
al olor de las sangres
que no vi derramarse,
al olor del incienso y al del alcanfor,
un olor que resplandece;
al de las jóvenes mujeres en los baños públicos,
al de las monedas, que abandonan la mano
y que retornan, al de la tierra de Pinzón
una mañana de octubre, al de los gatos,
al olor milagroso de las cosas vulgares,
de las que apenas se comprende
que emanan la noche poderosa,
al de un río que corre lejos
y al que sin razón evoco,
al de la palabra marisma, al de retablo,
a los de esta mañana
que partieron a un país sin dónde,
al de una muchacha que se fue,
el 2 de noviembre de 1982,
para que mis palabras
pidieran el perfume de unos versos
y me quedaran la fecha y la balada,
el de las ballenas que tiñen
la espuma de aceite y de tamaño,
el de un hombre que hablaba del origen del día,
al de las tantas cosas
a las que no pude acercarme y que me esperan.
Son otro mundo más sobre este mundo,
veo el bosque y entre el bosque
la selva del aroma.
Yo me voy de los hombres y las cosas
como un salvaje que marcha a las ciudades
y dice adiós a su mundo de olores;
también a mí ellos vuelven
bellos y pesados como un remordimiento.
Serán desde estos versos mi memoria,
seguirán sobre el mundo
cuando me haya muerto.
ENTONCES, EL CANTO...
Cruza tu voz los círculos del sueño,
como si un dios antiguo te cerrara la boca,
¿detrás de qué otros cantos
sin estela en qué aguas?
Es de día en tu sueño bajo un sol diferente,
sonámbula a la vez en la orilla y el centro.
Oh no despierten a la elegida
en las profundas gargantas de las cosas,
que nadie, cruzando la habitación,
salte dentro del sueño
por caer en sus huellas sobre cuáles caminos;
nadie, ni los sonidos ni mi mano,
que existen en donde existe el tiempo,
agreguen sus llaves al enigma;
no cantas, eres tú la cantada.
En la mañana ardiente de los ojos cerrados,
escucha los susurros, las vetas minerales,
acaricia las sombras, reclama otra estatura,
la trae hasta los hombres.
POEMA DEL NUMERO CERO
Cuando la muerte señala la fibra luminosa que somos,
cómo tiembla su luz, cómo parpadea con el viento repentino,
cómo se aterra al pensar en la oscuridad, el silencio,
el dedo que elige antes, mientras las luces corren ardiendo
hacia el casi supremo resplandor, que es el número 1,
antes del cero.
CONVERSACIONES
La historia de las constelaciones
grabada en el brillo de una hoja:
quisiera leer la hoja
y recordar aquella forma
de donde nos desprendimos
los seres y las cosas.
Y antes de que nos devore la Gran Noche
oír su nombre,
por empañar la orgullosa oscuridad
con el ardiente sonido de la luz, al quebrantarse.
De GUERRA, EPITAFIOS Y CONVERSACIONES
Editorial Filofalsía, Buenos Aires, 1989.
LAO-TSE PREPARA UNA SENTENCIA
Nada de lo que diga
Puede desviar la caída de una hoja.
Una palabra no
Frenará la otra.
Es inútil que a éstos
Que me escuchan dedique
Una verdad: la harán pedazos.
De sus pedazos nacerá Lao-Tsé.
EL PESCADOR DE PERLAS
Esta tarde y parte de la noche
volví a sumergirme en el espeso mar
donde flotamos los seres y las cosas.
Bajé por perlas que mostrar a los hombres
que temen siquiera el riesgo de la orilla.
Esta tarde y parte de la noche
estuve en ese silencio, en esas profundidades
donde el más infinito placer sería disolverse
y supe que en todos los caminos
hay monstruos para quien los teme.
Llegué nadando adonde no se ama ni se odia,
sencillamente se flota sobre un eterno presente
y todo lo que miras es tu contemporáneo:
nada más traen las olas del atrás y el adelante.
Tomé allí esta perla y ahora te la ofrezco.
Pero cuando quise volver,
no vi a ningún hombre en la orilla.
No vi orilla.Todo es el mar.
Esos que temen la orilla
no saben que caminan en el mar.
POR QUITARLE A LA MUERTE SU SOBERBIA
Un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, golpea sobre el mundo:
en el más humilde y en el más soberbio
canta la canción del hombre.
Bajo las máscaras vacías e intermedias
un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, resuena escondido,
más allá de los gritos
y la apretada melodía de la desesperación.
Aún más allá. Es el eje íntimo y viviente
el que canta, el que musita las palabras
como un talismán sonoro,
una pedrada en la frente
de los desmoronados mundos.
Un amor absoluto,
para el que no existe
primero ni último,
anima estos silencios,
estas ficciones que tan sólo intento
por quitarle a la muerte su soberbia.
LAS VIDAS ASOMBROSAS
Muchos son los rostros que habitan
el enorme país de la distancia.
Largas caravanas han partido y luego otras,
las guiadas por dioses imprevistos,
han colocado extranjeros a nuestro lado:
ellos nos han mostrado
sus telas multicolores, sus palabras,
los exóticos animales de la infancia
y algunos, sólo algunos,
flores de oro irremediablemente perdidas
entre vagas memorias y sentencias.
Trabajadas lejos, en vidas asombrosas.
Quién lograra cubrir a grandes pasos
el enorme país de la distancia,
ver el conjunto de los rostros
y oír en la noche sin asombro
el coro de las voces,
el coro de las voces que retumban allá lejos,
en los ignotos campamentos
que preparan sus caravanas para venir a vernos.
Ir más allá de sus fuegos,
de sus distantes señales,
llegar antes que Dios
al pecho de los hombres.
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