Marina Tsvietaieva
El frío
de un terrón de azúcar
en la lengua de una taza de té
de un pan que salta
en rebanadas sangrientas.
El oficio de lavaplatos,
las genuflexiones
y las manos que todavía
se sumergen
con cierta cordura.
Los rojos
los blancos
los cabezas rapadas
y los cosacos
podrán echar mi puerta a patadas
o aparezca un cuerda
con que atar un baúl y colgarme
sin que me estremezca un centímetro.
Astillas
A mi madre
Mueres de día. Sobrevives de noche.
Paisaje de guerra
de posguerra
paisaje después de la batalla.
Piedra sobre piedra donde sólo se escuchan, en la
(noche a los gatos,
a las parejas de amantes que no tienen dónde meterse,
chillando.
Basuras, hierbas ralas, trapos, condones
aristas de latas con sangre.
Cuando salgo a la calle
como otro artista anónimo del hambre
más de algú cuerpo ha roto la fingida simetría
con un salto mortal.
Yo me sentaba en tus rodillas.
No me daba vergüenza, Sulamita
tu cabello de oro de ceniza.
Extranjeros ridículos colgando
sobre árboles inexistentes.
Hace frío.
Las cortezas sangrantes del otoño aprietan como una mortaja.
Si me siento a la mesa
el vacío es demasiado inmenso para poder rasparlo
con una uña.
Calvert Casey
Cuando vio La Habana en Roma
la miseria de La Habana en Roma
no pudo seguir lactando
de las tetas de la madre de Remo.
Luego reconoció a Roma en La
Habana del paleolítico inferior.
San Petersburgo
París
La Habana
Roma,
las alucinaciones son reales.
Se suicidó en tierra de nadie.
Césped Inglés
Los segadores
tienen una rara vocación por la simetría
y recortan las palabras sicomoro,
serbal, abeto, roble.
Guardan las proporciones
como guardan sus partes pudendas.
Y ejercen sin condescendencia
el orden universal
porque el hombre
-como el pasto-
también debe ser cortado.
Cielo Boca Abajo
No,
el cielo no se tiende
como un paciente
anestesiado
sobre la mesa
El paciente
en su camilla
anestesiado de sí mismo
no mira al cielo
espera
el corte
el bisturí
que haga saltar al potro de su infancia
y las canciones natales que volverán
con las agujas hipodérmicas.
Dos Girasoles Sobre El Asfalto
En el terminal de ferrocarriles
sentada con mi madre
dos girasoles sobre el asfalto.
Su mano borra todo sucio paisaje.
Nunca he comido sino de esa mano
nunca
sino de ese fruto macerado.
Me enseñabas un sendero
para que no me extraviara.
Y siempre regreso, pequeño afluente,
buscando un poco de sosiego
como se le da al enfermo
una cucharada de sopa
Y la cuchara hace frías,
metálicas promesas
hasta que la cabeza se queda
recostada contra el velador.
Una oruga cantándole a un gusano
-la canción de la morfina-
la cabeza roída por dentro,
el tallo esplendente conectado al tubo de oxígeno.
El mar, como un patrullero
pisándome los talones.
Thalassa thalassa
he intentado vivir siete veces.
En La Casa Del Miedo
En el hueco
de la mano
como un pájaro
el miedo hace
su pequeño nido.
En La Casa Sin Sueño
(¡Hay que rezar por la casa sin sueño!
¡Y rezar por el fuego en la ventana!
Marina Tsvietáieva)
En la casa sin sueño
el jadeo de un pecho
puede simular
la respiración de una hoja
que se pudrirá contra la ventana
como una noticia venida de lejos
cuando ya no hay tiempo.
Exhumación Colectiva (cementerio De Colón, Vedado, La Habana)
El combustible
(o la falta de combustible)
hace que los muertos
en la muerte
vuelvan a tener una vida gremial
cuyo correlato heroico será
que sin la carreta rural
(ni la alegórica)
serán sacados de sus fosas
y quemados en una pira común
que intentarán descifrar otros bárbaros.
Fiebre De Caballos
Cuando te quedas,
Lidia,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser una mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comiérame tus ojos,
tus rodillas.
Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo,
pienso en mí.
Los Otros
Sobre mí
crecerá
la yerba
que pisotearán
los caballos
de Atila.
Praga
Es inútil buscar la
Ursprachen
(no quedan lengua
ni madre).
Columnas de inmaterialidad
sólidas como un dios.
Estos huesos no hablan alemán.
Riberas Del Mapocho
Una ciudad atravesada por un río
una mujer por su hombre
una garganta por una espina.
Mapocho vertical
donde desembocan el Sena y el Aconcagua,
el Nilo y el Almendares,
¿el camino de bajada es el mismo?
Los pájaros picotean con fruición
las cáscaras de plátanos
y los cuerpos ahogados.
Y las lajas de las piedras repiten
que el camino de bajada es el mismo.
Mis pies vertiginosos
las aguas inmóviles
un fuego que se va apagando en medidas.
(Sílabas. Ecce Homo)
Santiago Humberstone
Yo, Humberstone,
hijo de un modesto empleado de correos
y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses,
llegué aquí a hacer la América.
Yo, un oscuro químico
lustrado ahora por la sal,
inventé esa ficción: el pampino:
cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona.
Inventé el futuro, el futurismo,
Marinetti.
Me cagué en Le Corbusier,
la Torre Eiffel,
esa ciudad amanerada:
París.
Aprendí palabras ásperas:
caliche, charqui, camanchaca
(yo que jugaba delicadamente al tenis,
yo, cuya vida era un campo de golf),
copié y apliqué el sistema Shanks
(que nadie conocía por aquí).
Tuve mano férrea,
tuve mano de obra
(barata).
Comencé por conquistar Agua Santa
y ahora me pudro en las Aguas del Tiempo.
Yo, que me horroricé
cuando escuché que estos indios llamaban chanchos
a las relucientes máquinas metálicas, trituradoras,
porque les recordaban el ruido de los puercos al comer.
Establecí un Orden,
una jerarquía en el Caos:
de un lado los ingleses y administradores,
del otro, los hombres y las bestias.
Yo, que puse un toque de delicadeza,
de civilización en estos páramos:
Al espejismo de los oasis de Pica y Matilla
opuse una piscina (metálica),
construí una plaza (pública),
una Iglesia,
el tendido eléctrico,
un orfeón para que estos bárbaros
escucharan música
-ópera-
no el rumor sempiterno, monótono
de las arenas.
Yo, me la creí completa
y se la hice creer a medio mundo:
?El salitre chileno el mejor del orbe?:
nitrato de sodio: la pólvora más eficaz
para las guerras intestinas y extranjeras.
(Así de cosmopolita):
?El salitre chileno entra a Francia,
a Suecia,
llega a la antigua Hélade?
(hasta que los alemanes inventen el sintético
en la Segunda Guerra Mundial).
Yo, que me convertí en Santiago,
Santiago Humberstone,
tuve en mis manos el Oro,
el Oro Blanco,
el Monopolio.
Que me hice viejo, me hice venerable.
Padre
-del Salitre-,
(la Compañía me obsequió una medalla de oro,
el Rey de Inglaterra me confirió
la Orden Oficial del Imperio Británico).
Yo, James T.,
cuyo nombre desaparece
bajo la formidable leyenda y las casas huachas,
extiendo mis raíces dieciséis metros bajo tierra
y no encuentro agua.
El desierto y la muerte
recobran su señorío.
Un Lugar Donde Poner Los Pies
He llegado con mis maletas en desorden
-no me espera nadie.
Mis pies son dos extraños
los he arrastrado como perros.
Un paisaje sangriento
sostenido apenas por la escarcha.
Todo perdido.
Tengo 34 despiadados años
manos para amputar lo necesario.
Todavía soy fuerte.
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